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CAPITULO II Del principio, progreso y último estado de la cría de ganado vacuno en los campos de Montevideo, y de la amenidad de su terreno. Sobre el diseño histórico y topográfico que dejamos hecho, y con la idea que tenemos dada de la población de esta península, vendremos sin confusión a tratar de sus producciones, tomando la materia desde su origen hasta su actual estado. Ya dijimos al número de este memorial que observando los primeros pobladores de Buenos Aires la prodigiosa amenidad de los campos septentrionales del Río de la Plata, y su inmensa extensión que los hacía aparentar para la cría de ganado vacuno que abasteciendo de carnes la provincia la enriqueciere con el comercio de sus cueros, emprendieron hacer conducir de España porción de vacas y toros verificando su desembarco en el año de 1554, y que en el de 80 del mismo siglo trajeron otro repuesto de la misma especie de la provincia de los Charcas. La multiplicación de este ganado por medio de unos pastos sustanciosos y de unas aguas cristalinas, en un tiempo en que no era perseguido de nadie, y vagaba sosegado por aquellas soledades introdujo en aquella tierra el comercio de los cueros con la Europa, donde ha escaseado siempre la cría de estos animales; y corriendo este ramo de industria en aquellos tiempos sin más reglamento ni ordenanza que la de la buena fe, no constaba de otro requisito la matanza de las reses, que de una licencia que concedía a los trajinantes el cabildo de Buenos Aires, bajo la pensión, a favor de sus propios, de una tercera parte de todo lo que faenasen sus vecinos.

Como esta operación aunque muy sencilla, necesita de muchas manos, pues se ejerce con animales indómitos, fue consecuencia del proyecto, levantar unas chozas en la campaña donde se alojasen los operarios y custodiasen sus bastimentos. Desde estas rancherías salían los de cada cuadrilla a las rinconadas donde más cargaba el ganado, y le iban dando muerte en el número que tenían por suficiente; y como el ganado abundaba, y tenía poca estimación, no internaron a la campaña los pronombres mío y tuyo; y habría sido un tributo penoso en aquellos tiempos haber dado a los hombres un dominio especial sobre el ganado, teniéndolo todos al acerbo en común, sin los gastos y cuidados que cuesta mantener lo que se posee en particular. Todos eran matadores o tratantes en corambre y ninguno era estanciero; y no habiendo población formal en toda la campaña, ni capillas, ni curas, ni justicias, sólo se mantenían allí los primeros traficantes el tiempo muy preciso para sus faenas, tratando esta ocupación del modo que una cacería de fieras en que nunca se emplea más que un corto número de días. El padrastro de un mal vecino como el portugués que ya con presunciones de señor y ya con estratagemas de salteador, robaba los ganados y turbaba el goce a sus poseedores, era un continuo obstáculo a la población; que daba más alientos para la guerra que para levantar edificios, y fundar estancias en un país siempre saqueado. Por esto, pues, fue ninguno o fue muy raro el vecino que levantó estancia antes del año de 26 de este siglo en que se establecieron en Montevideo los pobladores de Canarias, luego que se abrieron las zanjas a Montevideo y se guarneció ese recinto con una muralla de piedra, y se edificó la ciudadela con su rebelión, fosos, cortinas, puentes y minas coronada de fuego por todos sus flancos, se erigió iglesia matriz y un convento de observantes de San Francisco, y últimamente, después que el gobernador Salcedo reconquistó de los portugueses en el año de 35 los terrenos usurpados, y los redujo a contenerse dentro del tiro de cañón ya empezaron a respirar los españoles y tomaron aliento para domiciliarse en aquellos campos con la intención de poblar estancias y amasar ganado para cueros.

A los principios de esta nueva obra se observó por todos los criadores un mismo sistema y una propia moderación y buen orden en la matanza del ganado. Los pobladores de Canarias emprendieron las primeras crías en estancias que sólo contaban de media legua de frente y una y media de fondo; y recogiendo en este terreno el ganado de su cabida, lo traían a rodeo, pastoreando y manso, matando para cueros el que no servía para el procreo, y equilibrando las matanzas con las pariciones. Lo mismo ejecutaban los demás estancieros vecinos de Buenos Aires que pasaron con ese fin a la otra banda aunque en número muy corto y a estas pocas manos estuvo reducida la cría de ganado vacuno los primeros treinta años de la fundación de Montevideo. Los indios de Misiones, establecidos a una y otra banda del río Uruguay, dieron en perseguir estos ganados; y lo hicieron con tal tesón que consiguieron despoblar las estancias, tirando para sus campos la mayor parte, ahuyentando otra para la sierra y matando el terneraje que no podía seguir a las madres. Tanta fue la persecución y estrago que ocasionaron estas correrías, que para la manutención del ejército español que partió a las misiones del Uruguay por los años de 54 y 55 al mando del general don José de Andonaegui, necesitó costear el rey la conducción de ganado vacuno y caballada de los pueblos de Misiones y de los campos de Buenos Aires porque no se hallaban en la otra banda del río cerca ni lejos de su costa ganado con que abastecer un ejército de mil quinientos hombres que eran las plazas de que se componía; y habiéndose enflaquecido con el demasiado cansancio se vió obligado el general a recurrir a los padres jesuitas rectores de las misiones pidiéndoles socorro de ganado, y se lo remitió con efecto de los del pueblo de San Miguel.

Todo el ganado estaba recogido entonces en los campos de Misiones, o fugitivo por las serranías y costas del mar; y acaso no se hubiera vuelto a poblar la campaña si aquel mismo ganado que abandonó por flaco nuestro ejército por el mes de febrero del año siguiente de 55 en número de mil doscientas cabezas, entre los ríos Negro y Uruguay, no se hubiese propagado maravillosamente a beneficio de aquellos pastos, y de la delicadeza de las aguas. Cuando ya aquellas 1200 reses se habían multiplicado extraordinariamente y bastaban para poblar grandes estancias, corriendo el año de 1760 lanzó de sus estancias a los portugueses don Pedro Ceballos y quedaron por aquellos campos todos los ganados de que estaban en posesión, haciendo retirar a los portugueses al recinto de la colonia, formando un cordón que los encerraba dentro del tiro de cañón; y todas las estancias que se hallaban disfrutando en los arroyos de San Juan y del Rosario, y sus campos intermedios, quedaron desiertos absolutamente y su ganado en libertad de vagar a su salvo por toda la comarca. A los siete años de este despojo aconteció la general expulsión de los padres de la Compañía, a una sazón en que estaban llenas de ganado las estancias que poseían en la otra banda del Río de la Plata y habiendo sido como indispensable a la larga distancia en que se hallaban de Buenos Aires, que no se hubiese guardado esta hacienda con la vigilancia que su riqueza merecía, vino a alzarse aquel ganado con el abandono en que cayó y perdida la querencia de sus estancias, se derramó por toda la campaña y cobró su natural ferocidad como es propio de los brutos.

Estos tres acaecimientos sobrevenidos en el espacio de doce años desde el de 755 en que el ejército español del mando de Andonaegui hizo suelta de aquellas mil doscientas reses, hasta el de 767 en que salieron de América los padres jesuitas, restituyeron mejorada al campo su abundancia primitiva; y como los robos de los indios cesaron en parte con la copiosa procreación de las que se habían llevado de nuestras estancias tuvieron las que entraron de nuevo toda la proporción necesaria para crecer y multiplicar hasta volver a inundar la campiña. Casi al mismo tiempo que lamentaban su ruina los vecinos de Montevideo de mano de los indios, se expidió en San Lorenzo el Real con fecha de 15 de octubre de 754 la real cédula que da la forma en las ventas y composiciones de tierras realengas, con derogación de la de 24 de noviembre de 1735, en la parte que obligaba a los compradores de aquellos dominios a acudir precisamente a la real persona a impetrar su confirmación dentro de cierto término y bajo la pena de su perdimiento, como todo el contexto de aquella soberana disposición se encamina a proteger a los poseedores de tierras realengas, ya indultando a los usurpadores por medio de una moderada composición, ya ofreciendo por precios equitativos la venta, ya relevando a los compradores de ocurrir a la corte por confirmación, y ya diputando en las provincias y partidos jueces subdelegados de los virreyes que hiciesen las tales ventas y composiciones, fue consiguiente necesario de esta suprema providencia que los vecinos de Buenos Aires excediesen a todos en el empeño de hacerse de tierras realengas a poco costo, a un tiempo en que empezaba a repoblarse la campaña y estaban refrenados los insultos de los portugueses.

No pudo llegar a mejor ocasión la real cédula citada, ni podía haberse proyectado una providencia más eficaz a reglar los campos de Montevideo, que la de repartirlos entre sus vecinos y levantar en cada estancia una atalaya o una guardia de todo el ganado de nuestra pertenencia. Y animados con esta providencia a tomar asiento en la campaña, se vio irse poblando de estancias sucesivamente, con especialidad desde el año de 60, en que fueron arrojados de las suyas los portugueses, y expuestos sus ganados al pillaje de los vencedores. Desde aquella fecha se debe contar la antigüedad de la población de la campaña sobre el territorio de la jurisdicción de Montevideo, que principia en el arroyo de Cofré y corre por la costa del Río de la Plata hasta el cerro Pan de Azúcar, volviendo para el norte por la falda de la cuchilla grande a buscar las aguas del río Yi hasta regresar al arroyo de Cofré, de donde arranca su origen. Este territorio, cuyo frente es de casi cincuenta leguas, y su fondo de treinta y cinco hacen mil setecientas cincuenta superficiales, o cuadradas, está poblado de estancias desde aquella fecha, y sus dueños marcan y crian a rodeo la mayor parte de sus ganados especialmente los que son menos ricos; y del mismo modo están poblados los campos de la costa meridional del río Negro, y la oriental del Paraná desde San Salvador hasta el arroyo Cofré, que es el término de la jurisdicción de Montevideo por el oeste. E1 restante territorio que corre a la parte ulterior del río Yi hacia el Grande de San Pedro ha estado considerado como de los indios de Misiones; pero ni lo han poblado jamás, ni les ha sido hecha formal adjudicación; y además de ser un terreno dilatadísimo, dista más de ciento veinte leguas de los pueblos de Misiones, tomado desde el Yi; y por falta de población por esta parte ha sido siempre el teatro de la guerra entre españoles, indios, y portugueses a causa de que casi todo el ganado que se cría en este campo, entre los ríos Uruguay y San Pedro, es silvestre, o cimarrón, sin marca ni rodeo, y el que tiene más dueños con todo de no pertenecer a ningún particular.

Por este orden y por estos medios vino a repoblarse la campaña de Montevideo hasta ponerse sobre el pie de cuatro millones de cabezas de ganado vacuno que se computa por los inteligentes existen en ello todos los años, reemplazando el millón y medio de mortandad con otro tanto que se cría cada año, y si el abuso que hicieron los vecinos de Montevideo de la franquicia de tomar tierras que les concedió la cédula del año de 54 no se hubiera corregido o evitado, es bien cierto que habían duplicado las crías de su ganado y los portugueses del río Grande habrían hallado cerradas las puertas a los latrocinios; pero este ramo de patrimonio nacional se ha gobernado desde sus principios bajo una buena fe, ajena de la prudencia que a fuerza de males de años y de guerras nos han dado a conocer nuestro error. La misma inmensidad del terreno que poseemos, su imponderable feracidad, la fecundidad de nuestro ganado, la mediación del Río de la Plata entre el gobernador y las tierras repartidas, las graves atenciones de estos ministros contra los portugueses, la falta de salida a los cueros por defecto de buques, y las sugestiones maliciosas de los que teniendo mayores luces en la materia, tenían demasiado interés en conservarla en su oscuridad, fueron entonces y han sido hasta nuestros días las causas del abuso que se ha hecho de este tesoro que depositó Dios en la nación. La inmensidad de los terrenos ha sido siempre un estorbo a los gobernadores de Buenos Aires para recorrerlo personalmente y saber por los ojos lo que era, y lo que valía aquella campaña.

E1 poco provecho que se saca de aquel suelo por su nimia fertilidad, y por no tener salida, hacía mirar con menos aprecio del que era justo un manantial de riqueza como el de la cría del ganado; y las resultas de esta mal formada idea fueron y son hasta el día el desprenderse de este terreno por un pequeño interés en favor del primero que lo pretende. Esta facilidad convidó a los particulares a hacerse dueños de la comarca partiéndola en trozos de ciento, doscientas, trescientas y hasta quinientas leguas cuadradas porque, consiguiéndose un terreno de este tamaño por un puñado de pesos, ninguno se acortaba en pedir leguas en el país donde no tienen más estimación que los palmos en España; y como los gobernadores no sabían apreciar aquel mineral, ni conocían el daño que hacían estas desmesuradas concesiones, nada ha sido más fácil en todo tiempo que hacerse los particulares de un terreno mayor que una provincia. Esto ha sido, y es tan común en Montevideo que no necesita pruebas; pero citaremos tres ejemplares de otros tantos sujetos, los más conocidos de aquella provincia. Desde el arroyo de Solís Chico, en la costa del mar, hasta el cerro de Pan de Azúcar posee don Juan Antonio Aedo un terreno de sobresaliente calidad de ciento cincuenta leguas cuadradas, cuya población consiste en un solo rancho. Don Fernando Martínez compró a Su Majestad en solos setecientos pesos un terreno de doscientas cincuenta leguas superficiales. Doña María Gabriela de Alzaibar heredó de un su tío suyo las de San José que se contienen entre Santa Lucía y el río Negro, y comprenden quinientas leguas de área de la más apreciable estimación puestas en rinconadas (que es lo que más vale) y le costaron a su primitivo dueño .

.. pesos; y toda la población de esta provincia está reducida a tres ranchos con una docena de negros o peones. Fuera de estos tres hacendados, son bien conocidos por su grande extensión las estancias de don Juan Francisco de Zúñiga, las de don Manuel Durán, las de don José Joaquín de Viana, las de los Olimares, y otras muchas que tienen abarcada casi toda la jurisdicción del gobierno de Montevideo, a reserva de unos cortos retazos en que están acomodados los pobres, y que de ordinario son campos abiertos, donde no entra ganado de fuera como sucede en las rinconadas, que por esto son más estimadas. Como todo este gran terreno está contenido dentro de la zona templada, desde la altura de los 35 grados hasta los 27 de latitud austral, y es copioso en lluvias, frecuentado de los vientos de la mar, sembrado de ríos y arroyos de agua dulce por todas partes, y despoblado de habitantes de fijo domicilio, encuentran los ganados todas las proporciones más adaptables a su propagación y aumento. El agua nunca puede escasearseles lejos; y aunque algunos años se padece falta de pastos por causa de las secas, ocurren a las orillas donde la humedad del terreno mantiene siempre algún pasto y en acabando uno pasan a otro, y de río en río, y de arroyo en arroyo (que nunca están más de tres leguas uno de otro) buscan el sustento mientras vienen las lluvias. El sosiego que es tan apetecido del ganado vacuno, y tan conveniente para su multiplicación abunda en la campaña, siempre que no hay correrías.

E1 terreno es amplísimo, cortado a trechos por montes, lagunas, arroyos, islas, potreros, rinconadas y ríos, lo más a propósito qué se puede apetecer para el procreo del ganado; y así es que se produce todos los años un tercio del número existente, que asciende a un millón de animales por ser tres los que se consideran en la campaña; y este mismo millón es el que navega para España hechos cueros de diez años a esta fecha. Lo más particular de este terreno es que la aptitud que tiene para el procreo de ganado vacuno se le encuentra para el caballar y lanar; y lo mismo para la cría de granos y para el plantío de árboles y arbustos, con todo de que ni se cuida ni se beneficia. El ganado caballar es una producción que se da naturalmente sin obra ni auxilio de la diligencia. En la del vacuno se suele poner algún trabajo; porque hay hacendados que cuidan del suyo herrándolo, pastoreándolo, amansándolo y haciéndole tomar querencia por el interés del cuero, pero del caballar apenas se hace caso. En teniendo el preciso para las faenas de campaña, se debe matar el sobrante porque aniquila el pasto y hace falta para las toradas. Su precio es tan escaso que no pasa de dos pesos, y para que llegue a cuatro es menester que sea caballo manso, nuevo y de buen bajo. El ganado lanar procrea con la misma abundancia, y no se ven inundados de él los campos, porque no se dedican a su cría. De la carne de la oveja no se hace alimento, como ni de la cabra. De su leche no se hacen quesos.

De la lana no hay más consumo que para colchones. Suele venderse la arroba hasta por diez reales. Las embarcaciones que pasan a Montevideo son pocas para conducir un millón de cueros que traen todos los años; y el flete de este efecto es de los más altos, y su cargío de los menos voluminosos; al paso que el de la lana lo es en demasía y con poca cantidad se llena una bodega dejando a la embarcación sin peso suficiente; y acostumbradas aquellas gentes a tratar en cueros, carne, sebo y grasa, toda otra industria les es extraña y repugnante a pesar de las proporciones con que les brinda para todo aquel terreno. Para el comercio de las lanas tienen dos ventajas que no las numera España entre las suyas, que son las de tener sierras y cañadas para trashumar el ganado en las estaciones del año sin tener que hacer grandes jornadas; y abundantes aguas y prados para lavar las lanas y secarlas con aseo. La cosecha de los granos es tan propia de aquellas campiñas que ninguna de las de Andalucía les lleva ventaja. Ordinariamente se recogen... fanegas por cada una de las que se siembran; y no se le da otro beneficio a la tierra que el del arado, y su calidad no es inferior al mejor de España. Tal es de pingüe y liberal la tierra que puso Dios en nuestro poder bajo aquel hemisferio; pero a despecho de tantos ramos de riquezas se puede asegurar que sus habitantes son los más pobres del mundo, porque el abuso que hacen de esta misma feracidad, y la falta de un sistema bien combinado, para su administración, vuelve inútiles los conatos de la naturaleza por hacerles ricos. Todo proviene de que la policía tiene abandonada la campaña al arbitrio y codicia de sus poseedores; y nunca se ha tratado de reglar la propiedad y el usufructo de tan preciosas heredades por un nivel justo, pendiente de la autoridad pública, a quien está confiada la balanza de las rentas del Estado. Pero esta materia, como de la mayor importancia, necesita tratarse a propósito.

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