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CANTO QVINTO De otras noticias qve vbo de la Nueva Mexico, y de otros que assi mismo pretendieron la jornada Qvando con pertinacia el hombre figue, A solo su apetito, y del se ceua, Cosa dificil es que tal dolencia, Pueda ser de ninguno socorrida, Auiendo pues señor los coronados, Visto en aquesta tierra que dezimos, Vnos bellos y grandes alcatrazes, De fina plata y oro lebantados, En las agudas proas, y altas popas, De ciertas gruessas naues que toparon, A caso, y sin pensar, por la marina, Sin procurar saber que vasos fuessen, De donde, y para adonde nauegauan, De su mismo apetito ya vencidos, Segun que tengo dicho luego al punto, Boluieron todos juntos sin empacho, De aquellos caualleros esforçados, Que vageza tan grande abominaron, Viendo pues tan gran daño sin remedio, El santo Prouincial de san Francisco, Qual suelen los que à Dios se sacrifican, Que todo lo posponen, y lo dexan, Dexandolos à todos quiso solo, Quedarse à merecer en aquel puesto, La palma Illustre, y alta, del martirio, Que alli los brauos baruaros le dieron, Viendo pues don Francisco de Peralta, En militar oficio tanta mengua, Y que vuestro Virrey sintio en el alma, Con toda nueua España tal vageza, Ocupado de empacho y corrimiento, La buelta para Italia tomò luego, Y siguiendo la corte dentro en Roma, Vio por vista de ojos que tenia, El Duque de Saxonia retratada, Aquesta nueua tierra en sus tapizes, Y en muchos reposteros muy curiosos, Y estando embeuecido assi mirando, La peregrina tierra tan al viuo, Ayudado de cierto cauallero, Por vista de ojos vio tambien que el Duque, Tenia vna gran piel bella disforme, De aquella vacas sueltas que se crian, En los llanos de Cibola tendidos, De donde resultò que supo cierto, Que no de sola gente Castellana, A sido aquesta tierra pretendida, Mas tambien de remotos estrangeros, Demas de todo aquesto es ya notorio, Que saliendo de Francia vna gran naue, Fue con tormenta braua derrotada, A dar en estas tierras peregrinas, Y andando alguna gente en el esquife, Por solo ver la tierra y demarcarla, Vieron vna ensenada de dos puntas, Y en cada vna dellas lebantada, Vna grande Ciudad de gruessos muros, De donde les salieron al encuentro, Vn numero grandioso de vezinos, En prolongados varcos, o canoas, Las popas y las proas aforradas, Al parecer en planchas de oro bajo, Y siendo dellos presos los lleuaron, Al palacio de vn Rey de noble estado, Cuia frente ceñia y rodeaua, De aquel mismo metal vna corona, Con singular destreza bien facada, Este gran Rey mandò que con cuidado, A todos los lleuasen y les diesen, Su casa de aposento y regalasen, Y cumpliendo el mandato con presteza, Fueron de frutas, carnes y pescado, Con muy grandes caricias bien serbidos: Estando pues assi todos contentos, Como la carne en todos tiempos muestra, Su misera flaqueza y desbentura, Parece que vno dellos oluidado, Del buen comedimiento que deuia, Al beneficio noble recebido, Llegose à pellizcar con mal respecto, A vna hermosa barbara que estaua, Mirandolos à todos descuidada, De aquesto el Rey tomo tan grande enfado, Que fi la misma barbara ofendida, Por ellos con gran fuerça no intercede, Murieran sin remedio por el caso, Y assi mandò que luego los hechasen, De toda aquella tierra, y que les diesen, Su mismo esquife bien abastecido, Y assi salieron estos desterrados, Y cobrando la naue dieron buelta, A los Reynos de Francia, y desta historia, Teneis excelso Rey incomparable, Informacion muy cierta y verdadera, En vuestro Real Consejo de las Indias: Con estas relaciones, y otras muchas, (Que estas son las que suben y lebantan, Los nobles coraçones de mortales), Es cierto que en el año que contamos, Mil y quinientos sobre ochenta y vno, Por orden del gran Conde de Coruña, Fray Agustin, fray Iuan, y fray Francisco, Vnos deuotos Padres Religiosos, De aquel que presenta al mismo Christo, En pies, costado, y manos lastimadas, Con valeroso esfuerço se metieron, Por todas estas tierras, y con ellos, Aquel Francisco Sanchez Chamuscado, Con quien entrò Felipe de Escalante, Pedro Sanchez de Chaues, y Gallegos, Herrera, y Fuensalida, con Barrado, Tambien entrò Iuan Sanchez por ser todos, Valientes, y bonissimos guerreros, Estos corrieron parte desta tierra, Y dexandose allà los Religiosos, Salieron todos juntos y contentos, De auerla andado, visto y descubierto, Y assi luego por orden de Ontiberos, Que vuestra autoridad señor tenia, Entrò Anton de Espejo por el año, De los ochenta y dos, dexando en vanda, A los mil y quinientos que contamos, Y no vbo bien llegado quando supo, Que con vn gran martirio que les dieron, A los venditos Padres que quedaron, Aquestos mismos baruaros perdidos, Las vidas todos juntos les quitaron, Y despues de auer visto aquella tierra, Salio tambien diziendo marauillas, Loandola de muchas poblaciones, Y minas caudalosas de metales, Y gente buena toda, y que tenia, Bezotes, braçaletes y oregeras, De aquel rubio metal, dulze goloso, Tras que todos andamos desbalidos, De aquesto todo, luego se hizieron, Grandes informaciones que lleuaron, A vuestra insigne Corte lebantada, Por las quales constaua auerle dado, Casi quarenta mil mantas bien hechas, A este Capitan noble esforçado, Los Indios naturales de presente, De mas de todo aquesto bien sabemos, De aquel fray Diego Marquez perseguido, De gente luterana en mar y tierra, Que por la Reyna Inglesa se hizieron, Sobre esta nueua tierra que tratamos, Muy grandes diligencias y pesquisas, Por cuia causa dentro de su Corte, Estando este varon alli cautibo, Por ser de Iesu Christo gran soldado, Mandaron que jurase y declarase, Pues que era natural de nueua España, Que tierra fuesse aquesta, y que sentia, De las cosas que alli le preguntaron, Y luego que vbo en todo respondido, Y fue de cautiberio libertado, Acudiendo à el oficio que deuia, Porque de luteranos nunca fuesse, Aquesta noble tierra descubierta, Dando larga razon de todo aquesto, A vuestro insigne Padre luego al punto, Mandò que la jornada se assentase, Esta sin detenerse emprendio luego, Iuan Bautista de Lomas hombre rico, Antiguo en esta tierra acreditado, Este assentò su causa y no vbo efecto, Por el año de ochenta y nueue al justo, Y por el de nouenta entrò Castaño, Por ser allà teniente mas antiguo, Del Reyno de Leon à quien siguieron, Muchos nobles soldados valerosos, Cuio Maese de campo se llamaua, Christoual de heredia bien prouado, En cosas de la guerra y de buen tino, Para correr muy grandes despoblados, A los quales mandò el Virrey prendiese, El Capitan Morlete, y sin tardarse, Socorrido de mucha soldadesca, Braba, dispuesta, y bien exercitada, A todos los prendio, y boluio del pueblo, Despues de todo aquesto que he contado, Siguiendo el Capitan Leiua Bonilla, Por orden de don Diego de Velasco, Gouernador del Reyno de Vizcaia, Los indios salteadores rebelados, Precipitado de soberuia altiua, Determinò de entrarse en esta tierra, Con todos los soldados que tenia, No obstante que don Pedro de Cazorla, Vn noble Capitan salio à intimarle, De parte del don Diego vn mandamiento, Que pena de traidor no se atrebiese, A entrar la tierra adentro, y sin embargo, Perdiendo la verguença y el respecto, A vuestra Real persona, dio en entrarse, Y como la traicion tanto es mas graue, Quanto es la calidad del ofendido, Como rayos del sol que se diuiden, De la tiniebla triste amodorrida, Assi se diuidieron y apartaron, Del Capitan Bonilla, Iuan de Salas, Iuan Perez y Cabrera, y Simon Pasqua, Y Diego de Esquibel, y tambien Soto, Diziendo à vozes altas con enojo, Las lanças empuñando, y las adargas, Que mas querian morir como leales, Que cobrar como viles alebosos, Aquel infame nombre de traidores, Con que todos entrauan ya manchados, Y boluiendo las riendas los dexaron, Y ellos como milanos que à la parua, De miseros polluelos se abalançan, Assi desatinados y perdidos, Pensando que los baruaros cubiertos, Estauan de oro fino y perlas gruesas, Tomaron sin respecto ni verguença, Para la nueua Mexico el camino, Y apenas el Virrey y la nueua supo, Quando sin detenerse ni tardarse, Aquesta entrada quiso la hiziesse, Aquel gran Capitan noble afamado, Y que oy gouierna el Reyno de Galicia, Francisco de Vrdinola à quien se deue, La paz vniuersal, y gran sossiego, Que aquesta nueua España toda alcança, De aquellos brauos baruaros gallardos, Que por tan largos años sustentaron, Contra vuestro valor y braço fuerte, Las poderosas armas no vencidas, Hasta que ya cansados y afligidos, Corridos, destrozados, y oprimidos, Deste varon prudente se rindieron, Y à su pesar las treguas assentaron, Pues como muchas gentes entendiessen, Que à tan brauo soldado se le daua, Aquesta grande impressa alborotados, De gozo y alegria no cabian, Contentos de que cosa tan illustre, A sola su persona se encargase, Y como la inuidia miserable, Es mortifero cancer que en el alma, Arraiga su dolencia y la consume, Aquesta sola bestia fue bastante, Para desbaratar, y echar por tierra, Cosa tan importante y desseada, De toda nueua España y sus contornos, O beneno mortal, o inuidia triste, Gota coral, furioso derramado, Por lo intimo del alma desdichada, De aquel que semejante mal padece, Dios nos libre señor de su beneno, Y por su passion santa no permita, Que semejante hidra ponçoñosa, A ninguno persiga qual veremos, Por toda aquesta historia que escreuimos, Mas es caso impossible que ninguno, Pueda della euadirse y escaparse, Que esso tienen los hombres valerosos, Que es fuerça que los ladre y les persiga, Muerda, y los lastime con gran rabia, Aquesta braua perra venenosa, Bien fuera menester vn gran volumen, Para dezir las cosas que sufrieron, Por no mas que serbiros y agradaros, Todos estos varones que hemos dicho, Mas porque me es ya fuerça que de salto, Venga al punto y persona de aquel brauo, Que fin pensar fue electo y escogido, Para poner encima de sus hombros, Cosa de tanto peso y tanta estima, Con vuestra Real licencia tomo esfuerço, Para cortar la pluma disgustosa, Y en cosas de importancia trabajosa.

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