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CANTO QVARTO De la infamia y bageza que cometen los generales, oficiales, y soldados que salen a nueuos descubrimientos, y se bueluen sin perseberar, y ver el fin de de sus impresas Qvien muy bastantes prendas no sintiere, De los quilates y valor que alcança, Para seguir con valeroso esfuerço, Del iracundo Marte el duro oficio, Si no quiere viuir vida afrentosa, Infame, miserable, y abatida, Huiga de todo punto y no se empache, En el subido son de sus clarines, Roncas cajas y pisanos templados, Que presta que en la quieta paz se arrastren, Con muy vizarros passos gruessas picas, Y que con esmeriles y mosquetes, Arrojen por el aire prestas valas, De que firue el benablo mas tendido, Las plumas lebantadas y las galas, Gineta honrrosa y gran baston fornido, Los pomposos entonos y palabras, Promesas y brabeza que nos muestran, Los que al furor indomito le ofrecen, Si en llegando que llegan a las veras, Su animo se rinde y acobarda, Qual aquel que de ver los filos tiernos, De vna débil lançeta desfallece, No hay visoño soldado que no sepa, Ni corto cortesano que no alcançe, Que no ay palabras viles mas infames, Ni execucion de manos mas perdida, Que pretender por la nobleza de armas, Honor aquel que no es para alcançarle: Y assi no puede ser desemboltura, Ni soberuia que pueda compararse, Al que ocupa en el belico exercicio, Qualquiera de sus plaças lebantadas, No me da mas la que es de pobre infante, Que la del mismo General famoso, O qualquiera otro pratico guerrero, Si puesto en la ocasion a campo abierto, Rebuelue las espaldas sin empacho, De aquellos que de afuera los señalan, Y por sus mismos nombres los conocen, Cuio graue descuido descuidado, Es mucho màs dañoso y afrentoso, Que si en publica plaça las boluiese, Al braço de vn verdugo despojadas, Con voz de pregonero leuantada, Y publica trompeta conocida: Quien vio a los que hemos dicho yr marchando, La buelta desta impresa señalada, De la Audiencia y Virrey acompañados, Con tanto parabien de caualleros, Y apluso de las damas mas gallardas, De todas las que ciñe nueua España, Y qual otro Nembrot que pretendia, Subir y conquistar el alto Cielo, Assi nos dio a entender todo este campo, Ser poco todo el mundo y su grandeza, Para solo cebar su fiera diestra, En cosas de importancia que ygualasen, Al subido valor de sus personas, Y quien los ve boluer a rienda suelta, Con lenguas tan discordes y diuersas, Las vnas con las otras encontradas, Assi como sabemos se encontraron, Aquellos palabreros que oluidados, De sus vanos intentos se boluieron, Confusos del trabajo començado, En la gran Babilonia celebrada, De las diuinas letras consagradas, Assi los afligidos coronados, Viendo a su General de todo punto, Priuado de memoria y de sentido, Confusos se boluieron de la tierra, Vnos doliendole de auer dejado, Sus fuerças a la orilla zozobradas, Otros que sus trabajos fueron vanos, Pues en vano llegaron y boluieron, Sin ver de aquel estado la grandeza, Negando con gran fuerça de razones, Ser para solo heriazo alli criada, Pues la diuina mano poderosa, Siendo en pequeñas cosas admirable, En las que eran tan grandes y espaciosas, Era caso forçoso auentajarse, Otros por el contrario se afligian, Llorando hambre, desnudez, cansancio, Terribles yelos, nieues, y ventiscos, Pesados soles, aguas y granizo, Gran pobreza y trabajos de la tierra, Miserias del camino trabajoso, Postas y centinelas peligrosas, El peso de las armas desabridas, Inclemencia del Cielo riguroso, Y riesgos de la vida no pensados, Enfermedades, y otros disparates, Como si el duro oficio de la guerra, Boluiendo atras su natural vertiente, Y el poderoso impetu furioso, Con que su brabo curso va vertiendo, Acaso les vbiese prometido, No lo que el muy sangriento Marte ofrece, Sino aquello mas puro y regalado, Que de fertil razimo beneficia, El gran nieto de Cadmo y de Saturno, O lo que aquel Profeta prodigioso, Que en la casa de Meca reberencia, La gente Sarracena porque aguarda, Gran fuerça y opulencia de manjares, En el futuro siglo que pretende, Sin aduertir los pobres miserables, Que tocar vn clarin alto gallardo, Y ronca caja y pifano templado, Y arbolar a su tiempo vn estandarte, Y tremolar en campo vna vandera, Que no es para gustosos passatiempos, Contentos ni regalos delicados, Florestas ni vanquetes muy solenes, Mas para professar con brabo esfuerço, Aquel blason Romano belicoso, Que dize en altas bozes lebantadas, Nos por viuir en paz queremos guerra, O miserables tristes abatidos, Tristes, que fin valor quereis poneros, Assi como Faeton ponerse quiso, A gouernar el carro poderoso, Allà en la quarta Esfera lebantado, Tomando tanta altura, porque fuesse, Su ambiciosa soberuia mas sabida, De todos los mortales que notaron, Su misera desgracia triste infame, Y para no venir en tanta afrenta, Aduierta aquel que quiere someterse, Al belico furor y professarle, Que como firme harpon, o gallardete, Que en altissima cumbre està assentado, De poderosos vientos combatido, Que mientras mas le afligen y combaten Mas firme muestra el rostro a la braueza, De aquel que mas se esfuerça en contrastarle, Que assi firme esforçado y valeroso, A de poner el rostro a los trabajos, Miserias, y fatigas que vinieren, Y fuera de perder el alma entienda, Que no puede auer cosa que no aguarde, Y espere en todo trance el buen guerrero, Si ya no es que las leyes militares, Otra cosa dispensen y permitan, Porque esto significan los escudos, Con que muy alto Rey quereis honrrarlos, De fresca y roja sangre matizados, Con tantas barras, fuegos, y leones, Castillos, lobos, tigres, y serpientes, Con otros muchos fieros animales, Insignias y diuisas que nos muestran, La torpeza de aquellos que pretenden, Entre tantos disgustos tener gusto, Y a estos tales mejor les estuuiera, Serbir a los que tienen gruessas tiendas, De aquel licor sabroso que adormece, O a los que son mas praticos y diestros, En saber sazonar dulzes manjares, Que no serbir con tanto sobresalto, Peligro, riesgo, y costa de la vida, A vuestra Magestad, pues que no puede, Abilitar con otra a quien le falta, Y si por mas valer, y ser pretenden, Yr contra la corriente y agua arriba, Sigan aquellos hechos hazañosos, De aquel grande varon alto famoso, Del Impero Romano gran monarca, Y sobre cuios hombros descargauan, Negocios de grandissima importancia, Que por mas lebantar su brabo imperio, Todo lo mas del tiempo se ocupaua, En solo matar moscas sin cuidado, Del poderoso ceptro que tenia, Bageza cierto de varon indigno, De tal imperio, y digno de soldados, Tales quales aqui se van mostrando, Mal professaran estos las vanderas, De aquel muy esforçado Maçedonio, Pues para no dormirse en la milicia, Estaua de continuo tan alerta, Qual nos pintan aquella centinela, En vn pie puesta y toda lebantada, Con cuidado la piedra bien assida, No de otra fuerte siempre le pusieron, A este varon notable vna gran bola, De fina plata gruessa bien fornida, Sobre la diestra mano porque fuesse, Parte para que luego despertase, Dando sobre otra gruesa que tenia, Debajo de la mano poderosa, Y si haziendo aquesto es fuerça viertan, Aquestos pobres lagrimas amargas, Molestados de tantas desuenturas, Viertan aquellas lagrimas famosas, Deste mismo varon a quien abraca, Por vno de los nueue la gran fama, Cuia grandeza es cierto que lloraua, Porque otros nueuos mundos le dixeron, Tenia la megestad de Dios criados, Y que era fuerça tiempo le faltase, Para poder mostrar su brabo esfuerzo, En la grande conquista que pensaua, Hazer de todos ellos, si la vida, Se dilatara tanto, y se alargara, Quanto su brabo pecho se estendia, Y si algun gentil ombre que me escucha, Vbiere retirado su persona, Desamparando el puesto que pudiera, Ocupar otro mas auentajado, En propagar la sangre derramada, Por aquel soberano Dios que quiso, Que todos los del mundo se saluasen, Haga muy grande cargo de conciencia, En auer despreciado el santo riego, Que pudo derramarse por aquellos, A quien desamparò fin ver que estauan, A pique de perderse y condenarse, Y para confusion de aquestos tristes, Quiero traer señor a la memoria, Vn caso digno de que no le cubran, Las poderosas aguas del oluido, Y es, que cierto Virrey de nueua España, Escriuio a vuestro gran señor y Padre, A cerca de las rentas Filipinas, Diziendo, que por cierta y buena cuenta, Sacada con grandissimo cuidado, Auia notado, visto, y descubierto, Ser muchos mas los gastos que el prouecho, Que de todas las Islas resultaua, Por cuia suficiente y justa causa, Era de parecer se despoblasen, Y qual vemos aquel a quien lastiman, Con qual que siera llaga penetrante, Assi muy mal herido y lastimado, Del consejo que fin pensar le vino, Al punto respondio fin detenerse, El santo Rey Catholico diziendo: En lo que me aduertis que con cuidado, Aueis hechado cuenta de las rentas, Que Dios quiso serbirse de encargarnos, Y darnos en las Islas del Poniente, Que sois de parecer que se despueblen, Porque son mas los gastos que el prouecho, Digo que si es possible sustentarse, Vna muy pobre hermita lebantada, En toda aquella tierra y sus contornos, Mediante la qual venga a presumirse, Que fe puede saluar vn alma sola, Que si para este fin sin otro alguno, Las rentas y tesoros que tenemos, En todos essos Reynos no bastaren, Que luego me auiseis, porque con tiempo, Con las que aca alcançamos os socorra, Que en esso quiere Dios que se consuman, Dispensen, gasten, pierdan y derramen, O gentes que tomais tan alto buelo, Quales ormigas tristes, cuyas alas, Tan por su mal sabemos que les nacen, Frenad el passo, y aduertid que os notan, Que de la quieta paz quereis saliros, Sin suficientes fuerças que os sustenten, Las cortas prendas de los flacos braços, Que sin discrecion vemos que se arrojan, Tras del sangriento Marte belicoso, Para solo bolberos con las manos, En las cabeças tristes y llorosos, Infames, abatidos y afrentados, Llenos de desonor y de verguença, Dexad, dexad, aquesta noble impressa, Para aquellos heroicos que assistiendo, Enmienden vuestras faltas miserables, Y con illustre esfuerço las fenezcan Y buelua cada qual a sus madejas, Y dentro en su rincón passe su vida, Notando el gran tesoro que se ofrece, Por vna alma de aquellas que dexastes, Pobre, desamparada, y sin remedio, Y ponderad con esto que los vienes, De todo el vniuerso que gozarnos, No es precio suficiente ni bastante, Para rescate de vna sola gota, De la sangre vertida y derramada, Por el gran Dios que quiso redimirla, Y que si toda fuera necessaria, Para faborecerla y rescatarla, Sin duda que la vieranios vertida, Qual por todos la vemos derramada, Con cuio inmenso precio soberano, Podeis sacar el gran valor y estima, De lo que por tal precio se rescata: Pues siendo esto verdad como dezimos, Quando no lebanteis en nueuas tierras, Templo, ni pobre hermita, donde pueda, La magestad de Dios reberenciarse, Y solo consumais vuestros trabajos, En baptizar limpiando de la culpa, A un solo parbulito quando parte, Desta penosa vida donde estuuo, Priuado y condenado para siempre, A perpetuo destierro desterrado, De la diuina essencia soberana, Dezid donde pondremos el esfuerço, De vn hecho tan heroico y lebantado, Y es cosa muy donosa Rey sublime, Que para mas cubrir su gran vageza, Quieren hazerse grandes mayordomos, De vuestras Reales rentas, porque dizen, Fueron en estas cosas mal gastadas, Sin mirar que si fueran despenseros, Y ellos las manijaran y trataran, Que por menos del numero de treinta, Porque aquel triste quiso suspenderse, A ellos tambien los vieranios colgados, Sabe Dios que he notado muchas vezes, Que no à cien años que el horrible infierno, Tuuo todos los años de tributo, De mas de cien mil almas para arriba, Que en solos sacrificios bomitaua, La Oran Ciudad de Mexico perdida, Y qual del erizado inuierno escapan, Todas las mieses, arboles, y plantas, Y es primauera vemos que se visten, De infinidad de flores con que oluidan, El riguroso tiempo ya passado, Assi oluidada tanta desuentura, Tanta efusion de sangre derramada, Y tanto sacrificio desdichado, Podemos dezir cierto en nuestros tiempos, Que està todo lo bueno de la Iglesia, Dentro desta metropoli famosa, Que fue en tan corto tiempo tan perdida, Porque no sé que tenga parte el mundo, Donde el culto diuino mas se estime, Ni mas se reuerencie, ni se acate, Ni donde sus ministros mas se teman, Honrren, amen, respeten, y lebanten, Y assi parece que permite el Cielo, En pago de respectos tan gloriosos, Que pinten y florescan marauillas, De Martires, y Confessores santos, Que han sido luz de toda aquesta tierra, Donde por la bondad de Dios inmenso, Ay tanta suma de famosos templos, Hermitas, monasterios, y hospitales, Colegios y combentos muy poblados, De las grandes primicias que dexaron, Nuestros primeros Padres que vinieron, A reduzir en bien tan tristes males, Y todos a vna mano de admirables, Bellos y felicissimos ingenios, En todas ciencias y artes liberales, Y lo que mas se muestra y se señala, Es la caridad santa generosa, Que como Sol enmedio de su curso, Assi con bello resplandor descubre, Muchos grandes varones y mugeres, Que a manos llenas vierten y derraman, Limosnas tan grandiosas y admirables, Que solos Reyes pueden competirlas, Con cuia alteza vemos lebantados, Gran suma de hospitales generosos, Nobles templos, de bellos edificios, Gallardos monasterios sumptuosos, Peregrinos conuentos memorables, Y vna muy gran belleza de donzellas, Sin otro grande numero de pobres, Por sus limosnas santas socorridos, Y todo aquesto por el alto esfuerço, De aquel varon famoso que se puso, A descubrir aqueste nueuo mundo, Cuios ilustres hechos hazañosos, Despues de auer passado algunos años, No han de ser menos grandes y admirables, Que los de aquel gran Cesar y Pompeio, Artus, y Carlo Magno, y otros brabos, A quien el tiempo tiene lebantados, Con su larga memoria prolongada, Cuia antigualla es cierto que ennoblece, Los illustres sucessos ya passados, Y si los deste campo no boluieran, Las espaldas tan presto como vimos, Fuera possible auerse descubierto, Otro mundo tan grande y poderoso, Qual este que tenemos y gozamos, Sola vna terrible falta hallo, Christianissimo Rey en vuestras Indias, Y es, que estan muy pobladas, y ocupadas, De gente vil, manchada, y sospechosa, Y no siendo en España permitido, Que passen estos tales a estas partes, No se que causa puede auer bastante, Para que no los hechen de la tierra, Que les es por justicia prohibida, Pues la oueja roñosa es cosa llana, Que suele inficionar todo vn rebaño, Quanto mas gran señor que no sabemos, Lo que puede venir por vuestra España, Y si abreis menester aquestas tierras, Para faboreceros y ampararos, De alguna miserable desuentura, De las que Dios permite que sucedan, Por poderosos Reynos lebantados, Por cuia justa causa es bien se arranque, Aquesta mala hierua, y se trasponga, Sin que se dexe cosa que no sea, De buen sabor, color, olor, y gusto, En jardin que es tan nueuo, tierno, y bello, Principalmente con tan buena ayuda, Qual la del tribunal santo famoso, Que gouiernan aquellos eminentes, Insignes, y doctissimos varones, Don Alonso, gran gloria, lustre y triunfo, De la muy noble casa de Peralta,.

Y Gutierre Bernardo que lebanta, La mas antigua de Quiros nombrada, Y aquel prudente Martos, que a Bohorques, Con singular valor subio de punto, Todos vigilantissimos guerreros, Contra la peste y cancer contagioso, Que por algunos miembros de la Iglesia, Los del vil campo heretico de Raman (sic); En cuia siembra vemos que descubren, Pestilenciales nidos y veneros, De perbersos errores contagiosos, Como mas largamente lo refiere, Aquel Ribera Illustre que compuso, De vuestro santo Padre las obsequias, En cuia docta y funeral historia, Me acuerdo que refiere un caso estraño, De vn Iosepho lumbroso relaxado, Que dixo en altas vozes que le oyeron, Con vna no pensada desberguença, Mal aya el tribunal del santo Oficio, Que si el no vbiera estado de por medio, Por estos solos dedos yo contara, Los Christianos de toda aquesta tierra, Cuia gran desberguença temeraria, Por solo auerse dicho en nueva tierra, Y que es de nuestra Fè tan nueua planta, Parece que insta fuerça y os combida, A que pongais el hombro de manera, Que todas vuestras Indias se despojen, Desta bestial canalla, y que se pueblen, De solos Hijosdalgo, y Caualleros, Y de Christianos Viejos muy ranciosos, Que con estos, y no con otra gente, Podeis bien descubrir el vniuerso, Y conquistarlo todo y reduzirlo, Al suabe jugo de la Iglesia santa, Y esto sin la tormenta de gemidos, Ansias, sollozos, y lamentos tristes, Que aquestos miserables derramaron: Y porque derrotado del camino, Estoi muy largo trecho remontando, Boluiendo por el rumbo que llebaua, Dandoos razon de las demas noticias, Y de aquellos gallardos pretensores, Y altos descubridores desta tierra, Destroçado de gente tan cansada, Tan desdichada, vil, y poco firme, Quiero al siguiente canto remitirme.

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