Prehistoria y Culturas antiguas

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La Historia de España y la de las gentes que poblaron su suelo se remonta muchos miles de años atrás. Los recientes hallazgos realizados en los yacimientos arqueológicos de la sierra de Atapuerca, en Burgos, han permitido localizar a los más antiguos pobladores de España y de Europa, determinando la existencia de una nueva especie, el Homo antecessor, y demostrando así que en Europa ya vivían seres humanos hace más de 800.000 años, mucho antes de lo que se pensaba. De paso se ha conseguido encontrar la deseada pieza clave de un complejo puzzle genealógico, el antepasado común que une a nuestra especie, homo sapiens sapiens, con otra con la que estuvimos coexistiendo durante mucho tiempo, el Hombre de Neanderthal. Pero la aportación española al conocimiento de la Prehistoria ha conocido otros capítulos de gran importancia. Uno de los más destacados corresponde a la Cueva de Altamira, pieza imprescindible para el estudio del Arte Paleolítico. Sus pobladores vivían de la caza, la pesca, la recolección y el marisqueo. Vestían prendas muy diversas confeccionadas con pieles de animales, que les protegían del clima frío. Su indumentaria no se diferenciaba sustancialmente de la actual: pantalones, casacas, capuchas, chubasqueros, botas... Estas gentes realizaron las pinturas en el Paleolítico Superior, hace entre 18.000 y 14.000 años. De todas las áreas de la cueva, la Sala de Polícromos es la más llamativa, por albergar una de las mejores colecciones de arte rupestre del mundo.

Esta sala fue considerada por Breuil la Capilla Sixtina del Arte Paleolítico y es donde se localizan los famosos bisontes. En sus muros se conservan bisontes, caballos, ciervos, manos, antropomorfos y signos, pintados y grabados, de los periodos solutrense y magdaleniense. Entre el 6.000 y el 3.200 antes de Cristo se desarrolla en la cuenca mediterránea el periodo neolítico, caracterizado por la aparición de la cerámica, la domesticación de animales y plantas y el inicio de la sedentarización. En la Península ibérica, las primeras comunidades a las que se puede adjudicar una forma de vida neolítica se hallan en la costa mediterránea, ocupando generalmente cuevas elevadas y abrigos naturales, como la Cueva de los Murciélagos de Albuñol, en Granada. Entre aproximadamente el 3200 y el 1800 a. C. se desarrolla el llamado periodo Calcolítico, caracterizado por el inicio de la actividad metalúrgica, gracias al uso del cobre, empleado para la fabricación de objetos suntuarios. En la península Ibérica, durante este periodo, los poblados más desarrollados pertenecen a la llamada Cultura de los Millares, en la que la existencia de tumbas colectivas junto a los poblados delata la existencia de fuertes lazos de parentesco. También característico de este periodo es el llamado fenómeno campaniforme, muy extendido dentro y fuera de España. Se trata en definitiva de un ritual de enterramiento en el que los individuos son rodeados de un rico ajuar con objetos cerámicos en forma de campana y decorados según un patrón.

Entre el 1800 y el 1250 a.C. se desarrolla una larga y compleja etapa llamada Edad del Bronce, en la que el dominio progresivo de la metalurgia del bronce permite obtener herramientas más eficaces y variadas. La cultura de El Argar, focalizada en Almería, será el primer gran ámbito cultural del Bronce. Entre en el 1250 y el 750 a.C. se consolida el Bronce Final atlántico, una etapa en la que el Atlántico se consolida como vía de comunicación y la Península se convierte en un importante foco de atracción, explotación y comercio de metales. También al final de la Edad del Bronce, pequeños grupos procedentes de Centroeuropa empiezan a cruzar los pirineos, dando lugar a una cultura peculiar, llamada de los campos de urnas, debido a la práctica de incinerar a los difuntos y depositar sus cenizas en una urna, que será enterrada junto con el ajuar funerario. A partir del siglo VIII a.C., las colonizaciones fenicia, griega y púnica harán que las poblaciones del sur y del este peninsular entren en contacto con el mundo cultural mediterráneo, incorporándose a los circuitos comerciales de la época. La influencia fenicia será vital para el surgimiento de una de las culturas peninsulares más enigmáticas, la tartésica, cuyas gentes conocerán nuevas y más refinadas técnicas de alfarería, metalistería y orfebrería, asimilando además nuevas creencias y ritos y practicando la escritura. Hacia el siglo VI a.C. podemos apreciar cómo la península se halla dividida, a grandes rasgos, en dos áreas culturales.

Los pueblos célticos ocuparon una ancha franja del interior de la península Ibérica, entre el valle del Ebro y Portugal. Los íberos vivieron en un extenso territorio abierto a la costa mediterránea. Los pueblos célticos heredaron su cultura de la traída por gentes centroeuropeas a finales de la Edad del Bronce. Los pueblos célticos solían habitar en poblados fortificados, que controlaban las vías de paso y los campos de cultivo o pastoreo. La demarcación del territorio controlado se hacía mediante la colocación de verracos, como los Toros de Guisando, en lugares visibles y estratégicos. La sociedad ibérica estuvo muy influida por el contacto con otros pueblos mediterráneos. Los pueblos ibéricos rindieron culto a diferentes dioses y pidieron su protección ofreciendo exvotos en lugares sagrados. De entre todas las divinidades destaca una diosa-madre a la que regresan los fieles al morir. En ocasiones, se la representa sentada en un trono, como la llamada Dama de Baza. La Dama de Elche, la pieza ibérica más conocida, fechada en el siglo V a.C., es más enigmática, discutiéndose si se trata de una divinidad femenina o de una mujer de alto rango, aunque el hueco de su espalda sugiere que pudo ser una urna funeraria. Los distintos pueblos de raíz cultural celta o ibérica conforman un complejo mapa, que será el que se encuentren las legiones romanas cuando penetren en la Península Ibérica, a finales del siglo III a.C., dando lugar a una nueva etapa de nuestra historia.

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