La magia de Gaudí

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A pesar de que pronto se cumplen los ochenta años de su muerte, la figura de Antoni Gaudí se nos revela totalmente viva, una figura universal que ha entusiasmado y entusiasmará a millones de personas en el mundo. Gaudí es un arquitecto inclasificable. Su obra busca sus raíces en la tradición, pero introduce novedades técnicas y conceptuales con las que se adelanta al tiempo que le tocó vivir. De esta manera, su singularidad resiste los encasillamientos o las comparaciones. Sus creaciones son una sucesión de pruebas y hallazgos, cargadas de originalidad, configurando un lenguaje creativo en cada momento más personal. Una creatividad que contrasta con su cada vez más sombría personalidad, su misticismo exacerbado, que le convierte en un hombre taciturno y arisco. Sus edificios parecen salidos de un sueño, de un cuento. Las líneas onduladas, las decoraciones inspiradas en la naturaleza, las formas orgánicas de algunos elementos constructivos... La fecunda imaginación de Gaudí hace que las estructuras y las formas de sus trabajos parezcan irreales, mágicas. Las líneas maestras de su arquitectura se cargan de fantasía. El propio Dalí consideró comestible la arquitectura de Gaudí, como salida de las manos de un pastelero. Gaudí rompió moldes con su forma de trabajar y, como todos los genios, no dejó herederos. Nadie podría imaginar esas construcciones casi imposibles, sino el austero y genial arquitecto catalán que abandonó su aspecto y su propia salud por lo que realmente le daba la vida: la arquitectura.

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