La Hispania romana

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Datos principales


Desarrollo


Gracias a una poderosa armada, Roma extendió su control, cultura y estilo de vida por buena parte del mundo conocido, alrededor de un mar que consideraban propio, el Mare Nostrum o Mediterráneo. Mediante las guerras de conquista, Roma podía mantener contentos a su ciudadanía, además de ofrecerles un medio de ganarse la vida. También los soldados legionarios encontraban pocos estímulos para desear el fin de las operaciones militares, pues con ella podían enriquecerse o, al menos, subsistir. El campamento militar, organizado siempre de la misma manera, era un reducto que imitaba la ciudad de Roma, un espacio romano asentado en medios provinciales. Según los relatos de los autores antiguos, en los campamentos había buhoneros y prostitutas indígenas. También nos hablan de la baja moral de los soldados, que no tenían excesivo interés en volver a Roma para pasar a engrosar las filas de los desheredados de las ciudades. Además, muchos de ellos establecían sólidos vínculos con las poblaciones locales. La entrada en Hispania de las legiones romanas se produce durante la Segunda Guerra Púnica, entre los años 218 y 201 antes de Cristo. A partir de este momento, Roma comenzó a enviar a sus tropas a Hispania, dando comienzo la conquista propiamente dicha. La conquista de Hispania es un proceso largo y difícil. Tarraco, la actual Tarragona, fue la primera fundación romana en ultramar y desde ella partió la romanización de la península, convirtiéndose en la capital de la provincia Citerior, la más cercana a Roma.

Tarraco contaba con un conjunto público monumental formado por el área de culto, la plaza, el foro provincial y el circo. Este, construido bajo el reinado de Domiciano, a finales del siglo I después de Cristo, podía contener 23.000 espectadores. El circo era el lugar donde se desarrollaban algunos espectáculos, como las carreras de cuadrigas. Una de las más sobresalientes construcciones romanas en Hispania es el arco de Bará. Situado a 20 Km. al nordeste de Tarragona, en el trazado de la antigua Vía Augusta, el Arco de Bará es el mejor ejemplo de arco monumental de la península ibérica. Con 14,65 metros de altura, fue levantado a finales del siglo I. El arco se compone de grandes sillares de piedra, unidos entre sí mediante grapas de madera de olivo con forma de doble cola de milano. Su fachada mide 11,84 metros y 3,7 los laterales. Se trata de una obra sobria y de modestas dimensiones, que dista mucho de la grandeza y el lujo de los arcos triunfales de Roma. La construcción del arco se debe a una disposición testamentaria de "Lucius Licinius Sura", influyente senador y tres veces cónsul, como reza en la inscripción que se conserva en uno de los lados. Una de las más destacables consecuencias de la presencia romana en la Península Ibérica a lo largo de seis siglos fue el desarrollo de un amplio programa de obras públicas. Así, crearon una extensa red de carreteras muchas de las cuales aun hoy perviven. También edificaron construcciones para el ocio, como teatros, anfiteatros o circos.

Por último, la higiene pública de las ciudades fue atendida por medio de la construcción de redes de alcantarillado, termas o acueductos, que abastecían de agua corriente a las poblaciones. Quizás la más famosa construcción romana en la Península es el Acueducto de Segovia. Perfectamente conservado, la parte más conocida y monumental del acueducto corresponde al muro transparente de arcos sucesivos que lo mantiene airosamente alzado en plena capital segoviana. Realizado en granito a finales del siglo I después de Cristo, bajo el reinado del emperador Trajano, tiene una altura máxima de 28 metros y medio y 818 metros de largo. Para su construcción se utilizaron 20.400 bloques de piedra unidos sin ningún tipo de argamasa. Su autor hizo un extraordinario alarde de técnica, pues el equilibrio de tan liviana construcción descansa en el conjunto de la obra. De esta forma, el acueducto sólo se mantiene estable si se conserva en su integridad, a diferencia de otros ejemplos como el de los Milagros de Mérida, cuya estabilidad descansa de manera independiente en las columnas. Los ciudadanos romanos gustaban de asistir a espectáculos públicos, para los que se construyeron gran número de teatros, anfiteatros y circos. Uno de los más importantes edificios de Roma fue el Coliseo. El anfiteatro Flavio o Coliseo, edificado por orden de Vespasiano hacia el año 71, fue inaugurado por su hijo Tito en el año 80, aunque la parte superior sería añadida por Domiciano a finales del siglo I.

Su nombre es debido a la existencia de una cercana estatua colosal de Nerón. El Coliseo tiene forma elíptica y unas impactantes dimensiones: 188 metros en su lado mayor y 155 en el menor. En las gradas podían sentarse hasta 50.000 espectadores. Los días de intenso calor un gran toldo cubría el anfiteatro para dar sombra a los asistentes al espectáculo, que disfrutaban viendo las evoluciones de los gladiadores sobre la arena. La casa romana es heredera de la griega y la etrusca. El acceso se realizaba por un vestíbulo decorado con mosaicos que desembocaba en el atrio, el lugar más importante de la casa. En el centro del atrio encontramos un estanque llamado impluvium, que recoge el agua de la lluvia gracias a que el techo tiene un espacio central abierto al que se conducen las aguas, llamado compluvium. A ambos lados del atrio quedan las habitaciones, tanto de los sirvientes como de los miembros de la familia. La principal es el tablinum, el cuarto de los señores de la casa, donde observamos una amplia cama, algunos sillones y mesillas. Junto a la casa suele haber un patio exterior, llamado peristilo, donde los señores pueden pasear y sentarse a la sombra de los árboles en los días soleados. También complacía a los romanos acudir a los baños públicos o termas. Estas se organizaban en torno a las clásicas tres piscinas: frigidarium, de agua fría, tepidarium, templada y caldarium, caliente. En los baños no se utilizaba el jabón.

En su lugar los bañistas se untaban la piel con aceite, siendo muy apreciado en todo el Imperio el procedente de Hispania. Por encima de todo, eran las termas lugares de reunión. Los ciudadanos adinerados pasaban allí buena parte de su tiempo, que empleaban en relacionarse, charlar, entretenerse con juegos de mesa, o hacer ejercicios con pesas y balones medicinales. Los ciudadanos ricos eran asistidos por esclavos o por empleados de los baños. En general, los bañistas eran gente ruidosa que cantaba, gritaba o gruñía con los golpes de los masajistas. Los pobres también podían asistir a los baños públicos, pues la entrada no resultaba cara, siendo incluso gratuita para los niños. Pero el esplendoroso mundo romano se encuentra próximo a su fin. Tras varios siglos en la cumbre del poder, durante el siglo V la Roma imperial se muestra muy debilitada. La crisis del Imperio, gestada durante mucho tiempo, hace que los grandes propietarios abandonen las ciudades en decadencia y vayan a vivir a sus grandes latifundios. En estas villas, el señor se sirve de grandes cantidades de colonos, gente libre pero adscrita a la tierra, que recibe, a cambio de su trabajo, protección frente a posibles agresiones. Las fronteras del Imperio están amenazadas por pueblos que los romanos llaman "bárbaros", extranjeros, con costumbres y lenguas distintas. La debilidad de Roma acabará por ceder ante el empuje de estos pueblos, siendo también Hispania uno de sus objetivos. En el año 409, suevos, vándalos y alanos penetrarán en la Península y se expandirán por su territorio en busca de sus ricas y fértiles tierras y ciudades. Los visigodos, asentados como pueblo aliado de Roma en el sur de la Galia, recibirán el encargo de controlar a estos pueblos. Es así como se produce su entrada en Hispania, estableciendo una corte en Toledo desde la que gobiernan sobre una población mayoritariamente hispanorromana. Con el tiempo, serán los visigodos quienes controlen todo el territorio hispánico.

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