Los juicios o dinum se celebraban a las puertas de la ciudad. En ellos, demandante y demandado se representaban a sí mismos, pues no existían abogados ni fiscal. El procedimiento estaba perfectamente establecido: primero se juraba ante los dioses; después exponía el acusador el motivo de su querella y más tarde se defendía el acusado. La decisión del juez era reflejada por escrito, firmada y sellada. En caso de desacuerdo con la sentencia era posible recurrir ante un tribunal superior en Babilonia, llamado los "Jueces del Rey".