Vista del Monte Sinaí

En esta obra, El Greco repite la tabla central del reverso del Tríptico de Módena

Vista del Monte Sinaí

Imagen posterior de la tabla central del Tríptico de Módena, aquí El Greco se muestra como un auténtico pintor bizantino, alejado de las influencias del Renacimiento italiano.

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a pesar de encontrarse ya en Roma bajo la protección del cardenal Farnesio y tras haber pasado tres años de formación en Venecia, donde había acudido a los talleres de Tiziano

Tiziano Vecellio

Pintor renacentista italiano (1485 h. -1576) es considerado el maestro más importante de la Escuela veneciana. Su aprendizaje con Giovanni Bellini marcará el detallismo de su producción, pero será Giorgione quien le introduzca de pleno en el Cinquecento, al emplear el paisaje como elemento integrador de las figuras. Se interesó por la pintura centro-italiana, espacialmente por Rafael, Miguel Angel y Leonardo, así como por el Manierismo, influyéndole Giulio Romano y Pordenone. Su estrecha relación con Carlos V y Felipe II será fundamental para el Barroco español, en especial para Velázquez. Rubens llegará a considerarle como su padre espiritual. La luz y el color serán los protagonistas de sus composiciones.

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y Tintoretto

Jacopo Robusti

Junto a Tiziano, Tintoretto es el mejor representante de la Escuela veneciana. Sus figuras retorcidas se integran plenamente en el Manierismo, obteniendo un importante número de encargos en su Venecia natal. Las decoraciones de las Scuolas venecianas y de los palacios muestran la obra de este artista que marcó a buena parte de los artistas del Barroco, entre ellos a Rubens.

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. El arcaísmo de esta imagen podría deberse al interés por el mundo bizantino desarrollado en el círculo de Fulvio Orsini - bibliotecario del cardenal, considerado como el primer propietario de la obra - al que pertenecían el artista y el sacerdote cretense Juan Nathanael. En la composición se reproduce una estampa de madera que era vendida a los diversos peregrinos que acudían al monasterio de Santa Catalina en Sinaí, mostrando una serie de figurillas en primer plano y la potente arquitectura del edificio al fondo, rodeado de gigantescas montañas. Un cielo anaranjado y una pincelada tremendamente empastada definen esta extraña composición donde El Greco pone de manifiesto su admiración por la repetición de los temas.