San Sebastián

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La relación de Ribera con los virreyes de Nápoles fue bastante estrecha a lo largo de toda su vida. El primer contacto lo estableció con don Pedro Téllez Girón, duque de Osuna, convirtiéndose el noble en uno de los más firmes defensores del artista español y en uno de sus mejores clientes. Este San Sebastián que contemplamos fue propiedad del duque, siendo a su muerte donado a la Colegiata de Osuna por su viuda, doña Catalina Enríquez de Ribera, al igual que el San Jerónimo, el San Pedro penitente, el San Bartolomé y el Calvario. San Sebastián es uno de los santos más solicitados desde la Edad Media ya que tenía una importante devoción popular al ser intercesor ante la peste. Los artistas sentían una especial admiración por él ya que les permitía desarrollar estudios anatómicos al presentarse siempre en el momento del martirio, cuando recibió un buen número de saetas de sus torturadores pero no falleció. Ribera sitúa al santo al aire libre, contemplándose un fondo de Paisaje similar al empleado en la Vista. A pesar del acentuado efecto lumínico empleado, con el que se crea un intenso contraste de luces y sombras tomado de Caravaggio, esta imagen nos muestra el continuo contacto de Ribera con la escuela boloñesa liderada por Carracci, especialmente su admiración por Guido Reni y los modelos de la antigüedad clásica en los que está directamente inspirado el santo. La posición del modelo parece derivar de una escultura griega, abriendo los brazos para recibir las flechas por lo que en su gesto no encontramos dolor sino que parece que el martirio es recibido con satisfacción. La expresión del rostro cambió a la largo de la ejecución según se ha constatado en las radiografías realizadas, estudiando las modificaciones a lo largo que avanzaba el trabajo. El resultado es una obra de gran calidad y belleza clásica en la que Ribera se manifiesta como un artista en busca de un estilo particular.

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