Quimera de Arezzo
Datos principales
Autor
AUTOR ANONIMO,Anonymous artist
Fecha
380-360 a.C.
Escuela
Estilo
Material
Dimensiones
182 x 80 cm.
Museo
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La Quimera de Arezzo quizá sea la más famosa de las esculturas etruscas. Ignoramos si formó parte de un grupo con una estatua de Belerofonte montado sobre Pegaso; de cualquier modo, presupone este complemento, puesto que presenta una herida en la garganta de su prótomo de cabra, pero tampoco es un argumento definitivo. Por entonces era ya posible plantearse una obra abierta, que sugiere una presencia exterior sin mostrarla de hecho. Sea como fuere, y aun cabiendo la posibilidad de que esta fiera fuese un mero protector apotropaico, lo cierto es que su excitación por el combate, la cólera que irradian sus facciones, la tensión de sus garras y la ágil curva de su lomo la sitúan entre las mejores esculturas animalísticas de toda la historia del arte. El artista, desconocedor de los verdaderos leones, renunció a copiar modelos escultóricos y, según se ha repetido, acudió al expediente de inspirarse en las fauces de un perro irritado. Sin embargo, el gran problema que supone el origen de esta estatua sigue aún sin resolverse. Quienes ven en ella -y es lo más común- una magnífica obra etrusca de hacia 360 a. C., aducen como prueba contundente la yuxtaposición de una anatomía realista, nerviosa y fluida, propia del clasicismo tardío, y de unas melenas esquemáticas y rígidas, con mechones idénticos y repetidos: ahí habría que ver el signo del artista etrusco, que anda escaso de modelos nuevos y acude, cuando lo necesita, a sus repetidísimos recuerdos del arcaísmo. Por desgracia, sin embargo, esta yuxtaposición de estilos no es un signo inconfundiblemente etrusco: como es bien sabido, la plástica griega del sur de Italia ofrece este mismo tipo de soluciones. Sigue por tanto abierto el problema, y en él se juega el arte etrusco una de sus obras maestras. La obra fue hallada en 1553 e instalada por Vasari en Florencia para representar a los enemigos derrotados por Cosme I de Medici. Las garras, aunque originales, hubieron de ser restauradas; en cuanto a la cola, rota y desaparecida antes del hallazgo, tuvo que añadírsele en 1784.