Catedral de Milán. Detalle de los arbotantes
Contenidos relacionados
En la Baja Edad Media, la historia de Italia sufre importantes transformaciones que llevan hacia lo que llamamos renacimiento. Este no surge del mismo modo en todas partes. La catedral de Milán es la prueba de ello. La historia de la catedral milanesa es una de las más complicadas que se conocen. Era un proyecto monumental cuya realización supuso problemas de ejecución material, de tipo estético y de proporciones, económicos, etc. Milán era una gran ciudad y Gian Galeazzo Visconti un hombre poderoso y aficionado a grandes ostentaciones, dominando sobre un territorio extenso y rico. Como consecuencia, en 1386, se decidió comenzar una gran catedral. Desde los inicios surgieron los problemas y los distintos grupos de arquitectos se fueron sucediendo. En esta primera etapa habría que citar nombres como los del miniaturista Giovannino dei Grassi o el arquitecto de Bolonia, Antonio di Vicenzo. Por entonces estaba decidida la planta definitiva: cinco naves, transepto marcado con tres naves, cabecera poligonal y dimensiones inmensas. Progresivamente desfilaron por la ciudad arquitectos franceses y alemanes, como Heinrich Parler, de la famosa dinastía, junto a otros italianos. Se discutieron proporciones y ritmos, problemas estructurales. La catedral avanzó con cierta calma. Lo que vemos hoy tiene una unidad que es relativamente falsa, porque una buena parte de esta decoración externa tan poblada de pináculos, gabletes y adornos varios es resultado de campañas que no sólo se prolongan en el siglo XVI, sino que se terminan en los siglos XVIII y XIX. En todo caso, el efecto, algo pesado al exterior, es impresionante, deslumbrante y ajeno a lo que comúnmente se entiende por gótico italiano.