Cabeza de niño en mármol blanco
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Ningún género artístico de la cultura romana refleja tan bien como el retrato la filosofía vital de aquel pueblo. El retrato arraiga con intensidad en la sociedad y ésta lo expande por los nuevos territorios conquistados, alzándose como patrón de romanidad. En la formación del retrato romano es posible detectar tres raíces: la etrusco-itálica, la griega y la corriente autóctona de las maiorum imagines. El retrato privado tendrá una libertad expresiva que pocas veces apreciamos en el oficial, encorsetado en los inamovibles cánones que lo rigen. Por esto, el estudio del retrato privado nos aproxima mejor a la genuina producción artística de la sociedad romana, ya que la incorporación de elementos autóctonos enriquece el género considerablemente respecto a otras parcelas culturales.El retrato infantil que observamos originalmente estaría acoplado a un soporte, tal vez de tipo hermaico. El niño está captado de frente al espectador; lleva un peinado que se compone de gruesos mechones incurvados en los extremos, la zona delantera remata en un flequillo recto con la separación central de cola de golondrina y la parte trasera se dispone en bandas superpuestas radialmente desde la coronilla. La superficie del rostro, como corresponde a su edad, es tersa salvo en la zona de las aletas de la nariz y párpados, donde aparecen breves surcos. Los especialistas consideran que se trata de un miembro de la familia imperial, especulándose con la posibilidad de que se trate del propio Augusto .