El mundo doméstico
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Datos principales
Desarrollo
La mujer tenía un papel de gran importancia en la dirección del hogar. Se encargaba de la educación de sus hijos, supervisaba y administraba la casa, se ocupaba de la servidumbre y de su marido. Un papel de dirección aunque la imagen externa que ofrecía era de subordinación al hombre. Las mujeres de las clases más adineradas, ya fueran casadas o solteras, llevaban una vida tranquila y cortés centrada en el hogar y en la iglesia. En sus hogares y en las reuniones sociales no debían desplegar inteligencia sino ser capaces de una charla agradable y vivaz, bailar, tocar la guitarra o cantar. Siempre iban acompañadas cuando salían de sus casas y las bien educadas no se mezclaban con la gente vulgar. Aunque las invitaban a fiestas, bailes y tertulias quedaban excluidas de las muchas reuniones que abundaban en la vida social de los hombres. Las indias, negras y castas se contrataban solas o con sus maridos para realizar trabajos domésticos en casas, estancias, haciendas. También ayudaban al marido en el campo o hilando y tejiendo mantas en sus casas para pagar los diversos impuestos que pesaban sobre la familia indígena. En los talleres de las zonas urbanas, criollas y mestizas aprendieron en la convivencia con sus maridos artesanos, el oficio que heredarían en su viudez y que luego pasarían a hijos o yernos. No tuvieron las mismas oportunidades que las esposas de los encomenderos o de la oligarquía que los reemplazó, pero no eran ajenas a algunas dignidades. A diferencia de las mujeres de clase modesta en España podían disponer de sirvientes, usar ropas lujosas y joyas, al igual que ciertas formas de comportamiento.
A la larga podían relacionarse con las grandes señoras a las que servían. Les pedían que fueran madrinas de sus matrimonios y procuraban imitarlas en todo lo posible. Gráfico La señora de la casa planeaba o por lo menos aprobaba el menú para la comida y los lugares en la mesa, pero las sirvientas eran las que compraban y preparaban los alimentos. Las mujeres de elevado nivel social no se dedicaban a desarrollar dotes culinarias ni recetas especiales. Las mujeres departían con sus amigas y parientas durante el día mientras los hombres atendían sus asuntos de negocios. Cosían o bordaban en grupos. También, se reunían a jugar a las cartas y otros juegos. Las visitas tenían lugar por la tarde, después de la siesta y eran recibidas en el salón, donde se servían bebidas, vino o chocolate. Era la ocasión para comentar novedades de la ciudad, presentar las habilidades de sus hijas o anunciar matrimonios y noviazgos. En el día las mujeres y los niños no se aventuraban a las calles y los parques. Las mujeres de clase social alta no iban a comprar ropa, ni muebles ni adornos. En lugar de ellas costureras y artesanos las atendían en sus propias casas, recibían sus especificaciones y regresaban a sus tiendas a confeccionar los pedidos. Cuando las mujeres y los niños visitaban a parientes o amigos viajaban en carruajes cerrados, siempre con acompañantes. Casi la única actividad en que madres y niños de este grupo social participaban regularmente fuera de sus hogares era para asistir a las funciones religiosas.
Las mujeres y sus hijos formaban parte de los asistentes a las misas entre semana. Las mejores bancas, cuando había, estaban reservadas para ellas. Las de clase acomodada se dedicaban a su devoción religiosa tanto pública como privada. Rezaban sus oraciones en casa, a veces en capillas privadas y frecuentemente acompañadas por clérigos de la familia que funcionaban como directores espirituales para el resto de los parientes. Asistían a oficios públicos religiosos y hacían actos de caridad, adornaban iglesias, arreglaban procesiones, visitaban a mujeres presas y ayudaban en hospitales y enfermerías. En los hogares más modestos una de las labores cotidianas más importantes era encender y conservar el fuego. Era una labor esencialmente femenina. El día comenzaba precisamente cuando prendían las primeras brasas en la cocina. Las seis comidas que se acostumbraban en la época colonial obligaban a mantener encendido el fuego en la cocina y a una gran actividad de las mujeres de la casa. Por la noche, debía mantenerse a mano un tizón encendido para iluminar cuartos y corredores. Otra tarea asociada a las mujeres era el agua. Se traía a la casa en pesados toneles desde los arroyos o las fuentes y se distribuía en pequeños recipientes por las habitaciones para la higiene personal. En la cocina era necesaria para la cocción de los alimentos y para limpiar los utensilios y cubiertos. En el patio se almacenaba para dar de beber a los sirvientes y animales. También eran las mujeres las que aseaban a niños y enfermos, lavaban la ropa, almacenaban la leña y la disponían en la cocina y se encargaban de salar las carnes.
Las indias de los pueblos conservaban la costumbre secular de preparar ocho tortillas de maíz para cada miembro de la familia. Esta tarea ocupaba casi todo el día porque se tardaba muchas horas en moler todo el grano. El maíz, una vez molido, se cocía con cal, se amasaba y se hacían las tortillas. Antes de la merienda se tostaban y rellenaban de carne. El resto de la tarde dedicaban las horas restantes en trabajos de alfarería, hacer o remendar prendas de vestir y trabajos de bordado. No solían acompañar a sus maridos a los campos de maíz, sino que se encargaban de mantener la huerta que cultivaban junto a sus casas. La invención del molino de maíz, ya en el siglo XIX, supuso un alivio en el trabajo de estas mujeres. Los embarazos, alumbramientos y enfermedades, e incluso la muerte, eran acontecimientos que se tenían dentro del propio hogar. Las embarazadas recibían a sus amistades, pero en general solían alejarse por completo de la sociedad. Hasta la segunda mitad del siglo XVIII era la comadrona la que se encargaba de asistir el parto, también en las familias de clase alta. Fue la mentalidad ilustrada la que empezó a cuestionar severamente la labor de las parteras y comadronas, una mentalidad que puso las bases de lo que serían los principios racionalistas de la moderna obstetricia. Una vez que la mujer daba a luz permanecía en su recámara, en cama, durante varios días o semanas después del parto. Al bebé no se le daba el pecho materno, sino que pasaba a manos de una nodriza, quien visitaba la casa varias veces al día, e incluso se quedaba a vivir hasta que el niño fuera destetado.
No era corriente contratar niñeras para cuidar a sus hijos ni institutrices para la educación de los adolescentes, sino que los niños eran integrados a la vida social de los padres cuando aún eran bastante jóvenes, al comer con ellos y sus invitados. En la progresiva integración del niño a la vida familiar tendrá también que ver el desarrollo de la mentalidad ilustrada, a partir del siglo XVIII. Ilustrados y médicos promueven la desaparición de la nodriza y defienden con énfasis los beneficios de la lactancia materna. En sus argumentaciones suelen mezclar razones científicas con otras menos racionales, marcadas por los prejuicios hacia la raza negra, de donde procedían generalmente las amas de leche. El discurso ilustrado presentaba una nueva feminidad en todos los sentidos y la mujer debía cumplir su función natural en el hogar. Por eso, insistían en que la educación estuviera en manos de las madres, una responsabilidad de la que no podían desentenderse, dejándola en manos de las nodrizas, por considerar a las negras y mulatas como mujeres "corrompidas y llenas de vicios". Las mujeres no sólo aseguraban la herencia y el linaje, sino que introducían el lado afectivo de la vida. A través del cuidado de la casa y del mantenimiento de las costumbres familiares reproducía el hogar de la patria lejana. Es claro que la mujer participó activamente en la construcción de la cultura colonial del Nuevo Mundo por ser el eje principal del núcleo familiar, donde se transmitían los valores culturales de base. Se puede decir que hicieron que la tierra fuera más habitable y la vida diaria más atractiva. En torno a ellas se formó la familia hispanoamericana, núcleo de la sociedad, que garantizó la vigencia de principios éticos y buenas costumbres. Unas comunidades hogareñas que facilitaron la transculturación y la creación de la sociedad hispano-criolla.
A la larga podían relacionarse con las grandes señoras a las que servían. Les pedían que fueran madrinas de sus matrimonios y procuraban imitarlas en todo lo posible. Gráfico La señora de la casa planeaba o por lo menos aprobaba el menú para la comida y los lugares en la mesa, pero las sirvientas eran las que compraban y preparaban los alimentos. Las mujeres de elevado nivel social no se dedicaban a desarrollar dotes culinarias ni recetas especiales. Las mujeres departían con sus amigas y parientas durante el día mientras los hombres atendían sus asuntos de negocios. Cosían o bordaban en grupos. También, se reunían a jugar a las cartas y otros juegos. Las visitas tenían lugar por la tarde, después de la siesta y eran recibidas en el salón, donde se servían bebidas, vino o chocolate. Era la ocasión para comentar novedades de la ciudad, presentar las habilidades de sus hijas o anunciar matrimonios y noviazgos. En el día las mujeres y los niños no se aventuraban a las calles y los parques. Las mujeres de clase social alta no iban a comprar ropa, ni muebles ni adornos. En lugar de ellas costureras y artesanos las atendían en sus propias casas, recibían sus especificaciones y regresaban a sus tiendas a confeccionar los pedidos. Cuando las mujeres y los niños visitaban a parientes o amigos viajaban en carruajes cerrados, siempre con acompañantes. Casi la única actividad en que madres y niños de este grupo social participaban regularmente fuera de sus hogares era para asistir a las funciones religiosas.
Las mujeres y sus hijos formaban parte de los asistentes a las misas entre semana. Las mejores bancas, cuando había, estaban reservadas para ellas. Las de clase acomodada se dedicaban a su devoción religiosa tanto pública como privada. Rezaban sus oraciones en casa, a veces en capillas privadas y frecuentemente acompañadas por clérigos de la familia que funcionaban como directores espirituales para el resto de los parientes. Asistían a oficios públicos religiosos y hacían actos de caridad, adornaban iglesias, arreglaban procesiones, visitaban a mujeres presas y ayudaban en hospitales y enfermerías. En los hogares más modestos una de las labores cotidianas más importantes era encender y conservar el fuego. Era una labor esencialmente femenina. El día comenzaba precisamente cuando prendían las primeras brasas en la cocina. Las seis comidas que se acostumbraban en la época colonial obligaban a mantener encendido el fuego en la cocina y a una gran actividad de las mujeres de la casa. Por la noche, debía mantenerse a mano un tizón encendido para iluminar cuartos y corredores. Otra tarea asociada a las mujeres era el agua. Se traía a la casa en pesados toneles desde los arroyos o las fuentes y se distribuía en pequeños recipientes por las habitaciones para la higiene personal. En la cocina era necesaria para la cocción de los alimentos y para limpiar los utensilios y cubiertos. En el patio se almacenaba para dar de beber a los sirvientes y animales. También eran las mujeres las que aseaban a niños y enfermos, lavaban la ropa, almacenaban la leña y la disponían en la cocina y se encargaban de salar las carnes.
Las indias de los pueblos conservaban la costumbre secular de preparar ocho tortillas de maíz para cada miembro de la familia. Esta tarea ocupaba casi todo el día porque se tardaba muchas horas en moler todo el grano. El maíz, una vez molido, se cocía con cal, se amasaba y se hacían las tortillas. Antes de la merienda se tostaban y rellenaban de carne. El resto de la tarde dedicaban las horas restantes en trabajos de alfarería, hacer o remendar prendas de vestir y trabajos de bordado. No solían acompañar a sus maridos a los campos de maíz, sino que se encargaban de mantener la huerta que cultivaban junto a sus casas. La invención del molino de maíz, ya en el siglo XIX, supuso un alivio en el trabajo de estas mujeres. Los embarazos, alumbramientos y enfermedades, e incluso la muerte, eran acontecimientos que se tenían dentro del propio hogar. Las embarazadas recibían a sus amistades, pero en general solían alejarse por completo de la sociedad. Hasta la segunda mitad del siglo XVIII era la comadrona la que se encargaba de asistir el parto, también en las familias de clase alta. Fue la mentalidad ilustrada la que empezó a cuestionar severamente la labor de las parteras y comadronas, una mentalidad que puso las bases de lo que serían los principios racionalistas de la moderna obstetricia. Una vez que la mujer daba a luz permanecía en su recámara, en cama, durante varios días o semanas después del parto. Al bebé no se le daba el pecho materno, sino que pasaba a manos de una nodriza, quien visitaba la casa varias veces al día, e incluso se quedaba a vivir hasta que el niño fuera destetado.
No era corriente contratar niñeras para cuidar a sus hijos ni institutrices para la educación de los adolescentes, sino que los niños eran integrados a la vida social de los padres cuando aún eran bastante jóvenes, al comer con ellos y sus invitados. En la progresiva integración del niño a la vida familiar tendrá también que ver el desarrollo de la mentalidad ilustrada, a partir del siglo XVIII. Ilustrados y médicos promueven la desaparición de la nodriza y defienden con énfasis los beneficios de la lactancia materna. En sus argumentaciones suelen mezclar razones científicas con otras menos racionales, marcadas por los prejuicios hacia la raza negra, de donde procedían generalmente las amas de leche. El discurso ilustrado presentaba una nueva feminidad en todos los sentidos y la mujer debía cumplir su función natural en el hogar. Por eso, insistían en que la educación estuviera en manos de las madres, una responsabilidad de la que no podían desentenderse, dejándola en manos de las nodrizas, por considerar a las negras y mulatas como mujeres "corrompidas y llenas de vicios". Las mujeres no sólo aseguraban la herencia y el linaje, sino que introducían el lado afectivo de la vida. A través del cuidado de la casa y del mantenimiento de las costumbres familiares reproducía el hogar de la patria lejana. Es claro que la mujer participó activamente en la construcción de la cultura colonial del Nuevo Mundo por ser el eje principal del núcleo familiar, donde se transmitían los valores culturales de base. Se puede decir que hicieron que la tierra fuera más habitable y la vida diaria más atractiva. En torno a ellas se formó la familia hispanoamericana, núcleo de la sociedad, que garantizó la vigencia de principios éticos y buenas costumbres. Unas comunidades hogareñas que facilitaron la transculturación y la creación de la sociedad hispano-criolla.