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Edad Moderna

Desarrollo


La discriminación más notoria, en una monarquía que velaba de manera especial por la ortodoxia, fue la sufrida por las mujeres conversas y moriscas y, desde mediados del siglo XVI, por las integrantes de los grupos de luteranos, especialmente los focos más conocidos de Sevilla y Valladolid. Gráfico En el caso de las moriscas, cabe preguntarse qué hubo de voluntario en su situación, puesto que los moriscos se negaban a insertarse plenamente en las sociedades castellana y aragonesa. El caso de las moriscas es el de una doble marginación, similar al caso de las gitanas: si ya las mujeres cristianas tenían dificultades para hacer su voluntad al margen de sus familiares masculinos, en un grupo regido por la ley islámica, no precisamente proclive a la participación activa de las mujeres en asuntos sociales, económicos y políticos, ¿qué cabría esperar? Una clara sumisión a las decisiones del padre, marido o hermano. Además el Islam no separaba política y sociedad de religión, es decir, ésta determinaba hasta las más sencillas costumbres: el modo de vestir, de hablar, de negociar, el tipo de trabajos que podían desarrollarse, y marcaba un límite en el trato con los "infieles": cristianos y judíos (pese a tratarse de religiones "del Libro"). Aunque hay teorías que admiten en algunos casos la posibilidad de matrimonios mixtos entre moriscas y cristianos, la realidad histórica la desmiente. Una morisca se vería en peligro de muerte si así fuese ya que, aunque teóricamente había abrazado el cristianismo, en privado continuaba sujeta al Islam.

Por otro lado desde 1608 se prohibió la llegada de moriscos nuevos a territorio de la monarquía hispánica, y se elaboró un censo de los ya residentes para ejercer un control más efectivo sobre ellos. Este proceso culminó con la expulsión de los moriscos entre 1610 y 1612, de todos los territorios de la Monarquía Hispánica. Algunas mujeres, ante la posibilidad que se les ofreció, optaron por dejar a sus hijos más pequeños en la península, al cuidado de las familias de sus señores o de amigos cristianos, con la seguridad de que así tendrían un mejor futuro que en el norte de África, lugar de destino de la mayoría de los expulsados. Hay que tener en cuenta todavía otro grupo de mujeres moriscas, si bien muy poco numeroso: el de las esclavas que trabajaban para familias de la nobleza en Aragón y Navarra, fundamentalmente. Tenemos noticia de ellas gracias a retazos documentales hallados en testamentos, en los que se las menciona por su condición servil: "a mi esclava la morisca Fátima...", para a continuación hacerles donación de una cantidad de dinero o ropas. Asimismo hay huellas de estas mujeres en los registros parroquiales, sección de bautizos, ya que la mayoría terminó por abrazar la religión de sus amos y se bautizó. Este hecho demuestra que a pesar de las leyes antiesclavistas de la monarquía, hubo excepciones, al menos en lo que respecta a la población de origen musulmán. En cuanto a las mujeres conversas, fueron objeto de una estrecha vigilancia por parte de los familiares de la Inquisición, pero no puede hablarse de marginación propiamente dicha, excepción hecha de aquellas a las que se requirió una cédula de limpieza de sangre para, por ejemplo, ingresar en una orden religiosa.

Pero este procedimiento terminó por ser habitual en la península y perdió notoriedad. Quizá uno de los ejemplos más conocidos de mujer de linaje de conversos, en absoluto marginada, sea el de Teresa de Ahumada y Cepeda, Santa Teresa, que llegó a ser denunciada y procesada por el Santo Oficio sin más consecuencia. El destino de las mujeres luteranas que conocemos termina indefectiblemente en un Auto de fe, con o sin ejecución. Las mujeres de la familia Cazalla, acusada de herejía en Valladolid, fueron apresadas y juzgadas por el Santo Oficio, y sentenciadas más tarde a diversas penas por el brazo secular. Existe un completo estudio sobre la más conocida de ellas, María de Cazalla. Las que sobrevivieron tuvieron que hacerlo expuestas el resto de sus vidas a la vergüenza pública, haciendo frecuentes penitencias y siendo vigiladas por una sociedad de la que ya no formaban parte. Lo mismo ocurrió con las mujeres implicadas en la extensión del luteranismo en Sevilla, algunas de ellas monjas. De todas maneras se trata de una situación de marginalidad peculiar, ya que la vivían como tal en la clandestinidad. Sólo tras los procesos y las condenas podríamos hablar de discriminación social efectiva. Dado que el luteranismo estaba prohibido y perseguido en la Monarquía Hispánica, no se puede hablar de minorías marginales, puesto que los luteranos y otros heterodoxos españoles mantuvieron las apariencias sociales hasta su denuncia. Para el resto de sus estamentos, eran individuos perfectamente integrados en el orden social establecido.

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