Los diversos trabajos de la mujer en la época moderna
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Datos principales
Rango
Edad Moderna
Desarrollo
Los trabajos que ejercieron las mujeres en la España Moderna podrían clasificarse según el estamento al que pertenecían, el lugar de sus actividades e, incluso, la zona geográfica en que se realizaban. En el estamento noble, las mujeres tuvieron que trabajar en el mantenimiento del rango social familiar. En este terreno cumplían un papel fundamental. Se les exigía un tipo de ocupaciones consistentes en rodear al marido de los signos externos correspondientes a su categoría, que le permitieran mantenerla y aspirar a ascender. Aquí habría que incluir las reuniones y fiestas de sociedad, el propio arreglo personal a la última moda, cuyo refinamiento existía una dedicación que suponía una auténtica esclavitud. El servicio actuaba bajo la dirección de la señora de la casa. El mantenimiento de relaciones sociales y de las etiquetas también lo decidía el ama de casa. Tal importancia tenía para los hombres de la nobleza la ocupación de sus mujeres que incluso el trabajo maternal era abandonado en otras manos: ayas, criadas y monjas en el caso de las niñas. Las relaciones de las madres con sus hijos e hijas eran a veces muy distanciadas, preocupándose fundamentalmente de supervisar y dirigir. No existía la costumbre de que las madres de la aristocracia amamantasen a sus propios hijos. A las mujeres de la incipiente burguesía, para cuyos maridos el porvenir no dependía del éxito obtenido en los salones y en la corte, sino del desarrollo y prosperidad de sus empresas, también se les exigía atención a su cuidado personal, a los cambios de la moda y a las relaciones sociales, pero esto quedaba relegado a un plano secundario y su dedicación maternal era total, amamantando y cuidando a sus hijos e hijas, enseñándoles y educándoles personalmente desde el nacimiento.
Todas estas damas y señoras se ocupaban, sobre todo, de las labores domésticas, recayendo sobre ellas la responsabilidad y llevando la dirección de su casa. El trabajo directo de las labores domésticas era realizado por criadas y criados a quienes la señora supervisaba. A pesar de su envidiable situación, si la mujer estaba casada, necesitaba la autorización de su marido para celebrar cualquier contrato, presentarse a juicio, etc. No podía realizar ningún trabajo fuera de la casa que no le fuera autorizado expresamente por él. Y aunque los bienes del matrimonio se consideraban como gananciales, las mujeres no ejercían ningún control sobre ningún tipo de bienes, pues no podían establecer ningún tipo de relación jurídica sin autorización del marido. Gráfico En cuanto al lugar de las actividades, las sociedades del Antiguo Régimen fueron muy rurales. En el campo, muchas mujeres ejercieron como campesinas y labradoras participando de forma activa en el mercado de trabajo temporal que anualmente había. La recolección del fruto del olivar fue trabajada fundamentalmente por mano de obra femenina. Se las denominaba cogedoras y era prácticamente de todas las edades y era frecuente encontrar niñas, aunque la legislación exigía que fuera "de 15 años arriba y 60 abajo". La modalidad de contratación variaba según los casos. En un 70 % los contratos eran suscritos conjuntamente por el marido y la mujer, y de ser soltera, era suscrito por el padre.
Solamente en caso de viudedad eran las mujeres las que suscribían el contrato personalmente y, en casos excepcionales, las casadas que podían demostrar la ausencia del marido. La fecha de contratación no se limitaba a unos meses concretos, de hecho se encuentran contratos datados en cualquier momento del año, aunque eran más abundantes los suscritos en el período de la recolección, los meses de septiembre, octubre y noviembre. Los jornaleros percibían como salario un 25 % más que las jornaleras. En el siglo XVIII, el Catastro de Ensenada recogía casos de viudas que iban al campo a labrar, que trabajaban como pastoras asalariadas o como zagalas, sobre todo, de ganado mayor y porcino, y que aparecen como propietarias. Al dar la cifra de labradores se advierte que no se incluyen en este oficio a las mujeres que lo ejercen, lo que indica que había mujeres labradoras que no constituían un hecho aislado En el marco de la ciudad existían muchas modalidades de trabajos que ejercían las mujeres: Muy numerosas eran las compradoras y vendedoras, dado que la compra era efectuada mayormente por mujeres. Para proveerse de lo necesario, debían recorrer casi a diario buena parte de la ciudad, ya que cada producto se vendía en sitios muy distantes: el pescado, las hortalizas, el aceite, etc. Las ordenanzas municipales aparecen llenas de citas de mujeres vendedoras y revendedoras de los más diversos productos. También en las ciudades un gran número de mujeres ejercía como sirvientas y niñeras.
La mayoría estaban sujetas por un contrato destinado a evitar que dejaran al amo antes del tiempo por el que habían sido contratadas. Los contratos de menores podían durar hasta diez años y eran suscritos por el padre. Las esposas e hijas de los artesanos colaboraban en el trabajo del gremio o corporación a la que se dedicaba el padre de familia. Las más numerosas eran las de los panaderos y tahoneros. Todas ellas colaboraban en el horno y en la tahona en las tareas más diversas: pesar la harina, amasar, hornear, vender el pan... Solamente podían trabajar las mujeres de la familia, nunca asalariadas. Además, existieron muchas mujeres incorporadas en las distintas tareas de la industria textil. Las viudas tejedoras de lana podían dedicarse a esta actividad cuando tenía un hijo mayor de doce años que quisiera ser tejedor. También hubo mujeres que ejercían una profesión propia. Las principales eran aquellas que participaban en los procesos de manufactura de telas de lana, lino y seda. La mujer era casi siempre la que hilaba, tanto la lana como las fibras vegetales; las hilanderas trabajaban en sus propias casas compartiendo este menester con las tareas domésticas; en muchas casas aparecen ruecas y devanaderas (Armazón de cañas que servía para que las madejas del hilado, pudieran devanarse con facilidad) En los demás procesos de fabricación de las telas había mujeres cardando lana, peinadoras de diversas fibras y urdidoras, también devanaderas.
En cambio en los últimos procesos, es decir, en el tejido y acabado, apenas se constatan mujeres. También residían en las ciudades lavanderas, actrices y traperas. En el siglo XVIII, la artesanía adquirió un gran protagonismo. Por mandato del rey Carlos III, en 1779 y 1784 se autorizó a las mujeres para que realizasen cualquier trabajo que conviniese a la fuerza física y a la modestia de su sexo, a despecho de todas las reglas contrarias de los gremios. Las Sociedades de Amigos del País cumplieron en esto un papel importante. En 1776, la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid creó cuatro escuelas gratuitas que funcionaron en las cuatro principales parroquias de Madrid: San Ginés, San Sebastián, San Martín y San Andrés. Recibieron el nombre de Escuelas Patrióticas, pero en realidad eran escuelas profesionales de hilados. Otras Sociedades Económicas siguieron el ejemplo de la de Madrid, y se crearon diversas Juntas de Damas, que entre otras cosas llevaban la dirección de la enseñanza de las niñas en escuelas de este tipo. En la manufactura las condiciones de trabajo de las mujeres eran nefastas. Sus salarios eran muy inferiores a los de los hombres, los cuales ya eran bastante bajos. Además, su trabajo era considerado como un complemento del de ellos. En la Rioja, había lugares en que los hombres consideraban con mucha aversión los oficios relacionados con el tejido de paños y telas, hasta el punto de que sólo los ejercían las mujeres.
(Vid. ANES, Gonzalo: El Antiguo Régimen. Los Borbones) Muchos oficios relacionados con las manufacturas textiles estaban socialmente descalificados en muchas provincias de España, y era precisamente en estas industrias donde trabajaban un número de mujeres mayor. En realidad, como dice María Victoria López-Cordón, las mujeres contaban en estas tareas con una tradición muy antigua. La rueca y el huso eran instrumentos considerados femeninos, y la industria textil ocupaba a un gran número de mujeres, que trabajaban en sus casas como9 hilanderas, con tornos de madera, realizando una labor "a domicilio" que hacían compatible con las labores domésticas, proporcionándoles así unos ingresos que permitían subsistir a las familias campesinas Los ilustrados como Campomanes o Jovellanos, vieron en las mujeres la clave para desarrollar la "industria popular", y no regatearon medios propagandísticos para dirigir a las esposas e hijas de los agricultores hacia estas actividades. Al mismo tiempo, las fábricas reales establecieron una extensa red de escuelas de linaza, que empleaban preferentemente mano de obra infantil o femenina. Contaron un una buena proporción de maestras y empelaron a mujeres en tareas que requerían poco esfuerzo físico. Era muy frecuente que familias enteras trabajaran en la misma actividad: el padre como maestro tejedor o tendidor, la madre y los hijos e hijas pequeñas como hilanderas, despinzadoras o canilleras. Los horarios eran de diez a doce horas según la estación pero siempre trabajando a destajo.
Los salarios de las mujeres eran muy inferiores a los de los hombres. Según los censos, la actividad que ocupaba a mayor número de mujeres fuera de su propio hogar era el servicio doméstico. Existía una jerarquía de funciones muy marcada que dependía de la especialización, los años y el trato directo con los amos y amas. En la prensa del siglo XVIII, viudas y mujeres de mediana edad se anunciaban ofreciendo alguna preparación para determinadas tareas, como peluquería, costura, etc. Las cocineras eran muy apreciadas, espacialmente las vascas, las criadas no eran siempre pagadas con un salario, sino que los primeros años recibían sólo el alojamiento y la manutención. La situación de las criadas de la nobleza era privilegiada en comparación con las de algunos sectores de las clases medias. También en el siglo XVIII, existió otra ocupación a la que se dedicaron las mujeres: la enseñanza como maestras. El censo de 1797 arroja un número de 2.575. Para ser maestra hacía falta que la candidata se examinase de doctrina, y se hacía un informe sobre su vida y costumbres. No se le exigía ningún otro tipo de conocimientos y sólo podía dar clase a niñas. En 1783, una Real Cédula establecía escuelas gratuitas en Madrid para niñas, y exigía a las maestras que enseñasen a leer a las muchachas que quisieran aprender y, por lo tanto, las maestras debían ser examinadas en este terreno. La otra especialidad, además de las maestras era la de comadronas y parteras, un oficio tradicional de la mujer, que acudía a atender los partos.
Hasta comienzos del siglo XVIII el Arte de Partear fue una actividad exclusivamente femenina. Desde la realeza al pueblo llano, todas "las mujeres preñadas y paridas, en sus necesidades y para las criaturas, a las comadres antes que a los médicos piden consejo". Esta costumbre, justificada por la necesidad de defender la honestidad de las mujeres, contaba con el beneplácito y quién sabe si el desinterés de los médicos, para quienes "el oficio de comadres es ciencia o arte para obrar de sus propias manos". Pero en el XVIII los cirujanos convirtieron la partería en un saber quirúrgico y avanzaron considerablemente en el monopolio de la práctica, a pesar de la competencia, todavía importante, de las matronas. En 1750 se estableció la obligatoriedad de pasar un examen ante el Tribunal de Protomedicato para ejercer este oficio, y se reguló el procedimiento para dar a los cirujanos el título de parteros. Pero las parteras continuaron confiando, sobre todo, en los conocimientos adquiridos en la práctica. Por ello, a partir de entonces, los cirujanos-comadrones asistían principalmente a las mujeres cercanas a la Corte y a las que residían en las grandes ciudades, mientras que las matronas se ocupaban sobre todo de las del pueblo llano, distribución estamental que se iría modificando en los siglos posteriores. En el siglo XVIII, ser nodriza fue una ocupación de muchas mujeres que se dedicaban a amantar no sólo a la prole de la nobleza sino a otras criaturas por diversas causas, orfandad, enfermedad de la madre, y algunas eran empleadas en los orfanatos.
Eran muchas las viudas y madres solteras que recurrían a esta posibilidad de obtener algunos ingresos. Las mujeres que tenían marido y prole buscaban algún bebé a quien alimentar en su propia casa. Las solteras o las que podían dejar a sus hijos e hijas al cargo de otra persona, se trasladaban al domicilio en el que se habían empleado como nodriza. Las ofertas eran numerosísimas y en la prensa del siglo XVIII aparecen frecuentes anuncios. En el norte de España, las mujeres se ocuparon también de algunos trabajos con características peculiares. Mientras que no se encuentran datos de trabajo de mujeres en las ferrerías, sí en las minas, donde se ocupaban de diversas tareas, entre ellas, cargar el mineral que transportaban sobre la cabeza. También se empleaban como bateleras, es decir, se ocupaban de trasladar por el mar o los ríos a quien necesitase este medio de locomoción, utilizando para ello pequeños botes de remos que ellas mismas manejaban. También en el norte era frecuente la vendedora de pescado, comúnmente denominada sardinera. Las sardineras competían unas con otras, para abastecer a los pueblos vascos. Recorrían las calles anunciando su mercancía, y vendían la libra de merluza a medio real y la docena de sardinas a un cuarto de real, más o menos. Casi todos los días, las pescadoras de San Sebastián llevaban el pescado andando hasta Tolosa (25 Km.) y lo hacían descalzas. De esta forma se abastecían pueblos del interior como Azpeitia, Azcoitia, Vergara y otros, por pescadoras de pueblos de Guipúzcoa y de Vizcaya. Asimismo existieron muchas cargueras que se ocupaban de cargar y descargar los barcos que llegaban al puerto de Bilbao, y trasladaban fardos increíblemente voluminosos sobre su cabeza. La gacetera de De la Cruz, sentada con los ojos entornados, al menos el que se ve, la cabeza levemente de lado y un palo en la mano, es una ciega. (116 )
Todas estas damas y señoras se ocupaban, sobre todo, de las labores domésticas, recayendo sobre ellas la responsabilidad y llevando la dirección de su casa. El trabajo directo de las labores domésticas era realizado por criadas y criados a quienes la señora supervisaba. A pesar de su envidiable situación, si la mujer estaba casada, necesitaba la autorización de su marido para celebrar cualquier contrato, presentarse a juicio, etc. No podía realizar ningún trabajo fuera de la casa que no le fuera autorizado expresamente por él. Y aunque los bienes del matrimonio se consideraban como gananciales, las mujeres no ejercían ningún control sobre ningún tipo de bienes, pues no podían establecer ningún tipo de relación jurídica sin autorización del marido. Gráfico En cuanto al lugar de las actividades, las sociedades del Antiguo Régimen fueron muy rurales. En el campo, muchas mujeres ejercieron como campesinas y labradoras participando de forma activa en el mercado de trabajo temporal que anualmente había. La recolección del fruto del olivar fue trabajada fundamentalmente por mano de obra femenina. Se las denominaba cogedoras y era prácticamente de todas las edades y era frecuente encontrar niñas, aunque la legislación exigía que fuera "de 15 años arriba y 60 abajo". La modalidad de contratación variaba según los casos. En un 70 % los contratos eran suscritos conjuntamente por el marido y la mujer, y de ser soltera, era suscrito por el padre.
Solamente en caso de viudedad eran las mujeres las que suscribían el contrato personalmente y, en casos excepcionales, las casadas que podían demostrar la ausencia del marido. La fecha de contratación no se limitaba a unos meses concretos, de hecho se encuentran contratos datados en cualquier momento del año, aunque eran más abundantes los suscritos en el período de la recolección, los meses de septiembre, octubre y noviembre. Los jornaleros percibían como salario un 25 % más que las jornaleras. En el siglo XVIII, el Catastro de Ensenada recogía casos de viudas que iban al campo a labrar, que trabajaban como pastoras asalariadas o como zagalas, sobre todo, de ganado mayor y porcino, y que aparecen como propietarias. Al dar la cifra de labradores se advierte que no se incluyen en este oficio a las mujeres que lo ejercen, lo que indica que había mujeres labradoras que no constituían un hecho aislado En el marco de la ciudad existían muchas modalidades de trabajos que ejercían las mujeres: Muy numerosas eran las compradoras y vendedoras, dado que la compra era efectuada mayormente por mujeres. Para proveerse de lo necesario, debían recorrer casi a diario buena parte de la ciudad, ya que cada producto se vendía en sitios muy distantes: el pescado, las hortalizas, el aceite, etc. Las ordenanzas municipales aparecen llenas de citas de mujeres vendedoras y revendedoras de los más diversos productos. También en las ciudades un gran número de mujeres ejercía como sirvientas y niñeras.
La mayoría estaban sujetas por un contrato destinado a evitar que dejaran al amo antes del tiempo por el que habían sido contratadas. Los contratos de menores podían durar hasta diez años y eran suscritos por el padre. Las esposas e hijas de los artesanos colaboraban en el trabajo del gremio o corporación a la que se dedicaba el padre de familia. Las más numerosas eran las de los panaderos y tahoneros. Todas ellas colaboraban en el horno y en la tahona en las tareas más diversas: pesar la harina, amasar, hornear, vender el pan... Solamente podían trabajar las mujeres de la familia, nunca asalariadas. Además, existieron muchas mujeres incorporadas en las distintas tareas de la industria textil. Las viudas tejedoras de lana podían dedicarse a esta actividad cuando tenía un hijo mayor de doce años que quisiera ser tejedor. También hubo mujeres que ejercían una profesión propia. Las principales eran aquellas que participaban en los procesos de manufactura de telas de lana, lino y seda. La mujer era casi siempre la que hilaba, tanto la lana como las fibras vegetales; las hilanderas trabajaban en sus propias casas compartiendo este menester con las tareas domésticas; en muchas casas aparecen ruecas y devanaderas (Armazón de cañas que servía para que las madejas del hilado, pudieran devanarse con facilidad) En los demás procesos de fabricación de las telas había mujeres cardando lana, peinadoras de diversas fibras y urdidoras, también devanaderas.
En cambio en los últimos procesos, es decir, en el tejido y acabado, apenas se constatan mujeres. También residían en las ciudades lavanderas, actrices y traperas. En el siglo XVIII, la artesanía adquirió un gran protagonismo. Por mandato del rey Carlos III, en 1779 y 1784 se autorizó a las mujeres para que realizasen cualquier trabajo que conviniese a la fuerza física y a la modestia de su sexo, a despecho de todas las reglas contrarias de los gremios. Las Sociedades de Amigos del País cumplieron en esto un papel importante. En 1776, la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid creó cuatro escuelas gratuitas que funcionaron en las cuatro principales parroquias de Madrid: San Ginés, San Sebastián, San Martín y San Andrés. Recibieron el nombre de Escuelas Patrióticas, pero en realidad eran escuelas profesionales de hilados. Otras Sociedades Económicas siguieron el ejemplo de la de Madrid, y se crearon diversas Juntas de Damas, que entre otras cosas llevaban la dirección de la enseñanza de las niñas en escuelas de este tipo. En la manufactura las condiciones de trabajo de las mujeres eran nefastas. Sus salarios eran muy inferiores a los de los hombres, los cuales ya eran bastante bajos. Además, su trabajo era considerado como un complemento del de ellos. En la Rioja, había lugares en que los hombres consideraban con mucha aversión los oficios relacionados con el tejido de paños y telas, hasta el punto de que sólo los ejercían las mujeres.
(Vid. ANES, Gonzalo: El Antiguo Régimen. Los Borbones) Muchos oficios relacionados con las manufacturas textiles estaban socialmente descalificados en muchas provincias de España, y era precisamente en estas industrias donde trabajaban un número de mujeres mayor. En realidad, como dice María Victoria López-Cordón, las mujeres contaban en estas tareas con una tradición muy antigua. La rueca y el huso eran instrumentos considerados femeninos, y la industria textil ocupaba a un gran número de mujeres, que trabajaban en sus casas como9 hilanderas, con tornos de madera, realizando una labor "a domicilio" que hacían compatible con las labores domésticas, proporcionándoles así unos ingresos que permitían subsistir a las familias campesinas Los ilustrados como Campomanes o Jovellanos, vieron en las mujeres la clave para desarrollar la "industria popular", y no regatearon medios propagandísticos para dirigir a las esposas e hijas de los agricultores hacia estas actividades. Al mismo tiempo, las fábricas reales establecieron una extensa red de escuelas de linaza, que empleaban preferentemente mano de obra infantil o femenina. Contaron un una buena proporción de maestras y empelaron a mujeres en tareas que requerían poco esfuerzo físico. Era muy frecuente que familias enteras trabajaran en la misma actividad: el padre como maestro tejedor o tendidor, la madre y los hijos e hijas pequeñas como hilanderas, despinzadoras o canilleras. Los horarios eran de diez a doce horas según la estación pero siempre trabajando a destajo.
Los salarios de las mujeres eran muy inferiores a los de los hombres. Según los censos, la actividad que ocupaba a mayor número de mujeres fuera de su propio hogar era el servicio doméstico. Existía una jerarquía de funciones muy marcada que dependía de la especialización, los años y el trato directo con los amos y amas. En la prensa del siglo XVIII, viudas y mujeres de mediana edad se anunciaban ofreciendo alguna preparación para determinadas tareas, como peluquería, costura, etc. Las cocineras eran muy apreciadas, espacialmente las vascas, las criadas no eran siempre pagadas con un salario, sino que los primeros años recibían sólo el alojamiento y la manutención. La situación de las criadas de la nobleza era privilegiada en comparación con las de algunos sectores de las clases medias. También en el siglo XVIII, existió otra ocupación a la que se dedicaron las mujeres: la enseñanza como maestras. El censo de 1797 arroja un número de 2.575. Para ser maestra hacía falta que la candidata se examinase de doctrina, y se hacía un informe sobre su vida y costumbres. No se le exigía ningún otro tipo de conocimientos y sólo podía dar clase a niñas. En 1783, una Real Cédula establecía escuelas gratuitas en Madrid para niñas, y exigía a las maestras que enseñasen a leer a las muchachas que quisieran aprender y, por lo tanto, las maestras debían ser examinadas en este terreno. La otra especialidad, además de las maestras era la de comadronas y parteras, un oficio tradicional de la mujer, que acudía a atender los partos.
Hasta comienzos del siglo XVIII el Arte de Partear fue una actividad exclusivamente femenina. Desde la realeza al pueblo llano, todas "las mujeres preñadas y paridas, en sus necesidades y para las criaturas, a las comadres antes que a los médicos piden consejo". Esta costumbre, justificada por la necesidad de defender la honestidad de las mujeres, contaba con el beneplácito y quién sabe si el desinterés de los médicos, para quienes "el oficio de comadres es ciencia o arte para obrar de sus propias manos". Pero en el XVIII los cirujanos convirtieron la partería en un saber quirúrgico y avanzaron considerablemente en el monopolio de la práctica, a pesar de la competencia, todavía importante, de las matronas. En 1750 se estableció la obligatoriedad de pasar un examen ante el Tribunal de Protomedicato para ejercer este oficio, y se reguló el procedimiento para dar a los cirujanos el título de parteros. Pero las parteras continuaron confiando, sobre todo, en los conocimientos adquiridos en la práctica. Por ello, a partir de entonces, los cirujanos-comadrones asistían principalmente a las mujeres cercanas a la Corte y a las que residían en las grandes ciudades, mientras que las matronas se ocupaban sobre todo de las del pueblo llano, distribución estamental que se iría modificando en los siglos posteriores. En el siglo XVIII, ser nodriza fue una ocupación de muchas mujeres que se dedicaban a amantar no sólo a la prole de la nobleza sino a otras criaturas por diversas causas, orfandad, enfermedad de la madre, y algunas eran empleadas en los orfanatos.
Eran muchas las viudas y madres solteras que recurrían a esta posibilidad de obtener algunos ingresos. Las mujeres que tenían marido y prole buscaban algún bebé a quien alimentar en su propia casa. Las solteras o las que podían dejar a sus hijos e hijas al cargo de otra persona, se trasladaban al domicilio en el que se habían empleado como nodriza. Las ofertas eran numerosísimas y en la prensa del siglo XVIII aparecen frecuentes anuncios. En el norte de España, las mujeres se ocuparon también de algunos trabajos con características peculiares. Mientras que no se encuentran datos de trabajo de mujeres en las ferrerías, sí en las minas, donde se ocupaban de diversas tareas, entre ellas, cargar el mineral que transportaban sobre la cabeza. También se empleaban como bateleras, es decir, se ocupaban de trasladar por el mar o los ríos a quien necesitase este medio de locomoción, utilizando para ello pequeños botes de remos que ellas mismas manejaban. También en el norte era frecuente la vendedora de pescado, comúnmente denominada sardinera. Las sardineras competían unas con otras, para abastecer a los pueblos vascos. Recorrían las calles anunciando su mercancía, y vendían la libra de merluza a medio real y la docena de sardinas a un cuarto de real, más o menos. Casi todos los días, las pescadoras de San Sebastián llevaban el pescado andando hasta Tolosa (25 Km.) y lo hacían descalzas. De esta forma se abastecían pueblos del interior como Azpeitia, Azcoitia, Vergara y otros, por pescadoras de pueblos de Guipúzcoa y de Vizcaya. Asimismo existieron muchas cargueras que se ocupaban de cargar y descargar los barcos que llegaban al puerto de Bilbao, y trasladaban fardos increíblemente voluminosos sobre su cabeza. La gacetera de De la Cruz, sentada con los ojos entornados, al menos el que se ve, la cabeza levemente de lado y un palo en la mano, es una ciega. (116 )