LA ESPAÑA DE LOS BORBONES
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Datos principales
Desarrollo
1.La España de los Borbones . España, ante una nueva dinastía . Las mejoras coyunturales . La Guerra de Sucesión . La guerra en España . Consecuencias del conflicto . El nuevo estado borbónico . La reforma de España . La política exterior . Fernando VI: un intento de neutralidad . Carlos III: a vueltas con Francia . Carlos IV: la Revolución francesa al fondo . Diplomacia, Armada y Ejército . El fortalecimiento del Estado . Una nueva administración pública . Secretarias versus Consejos . El nuevo régimen territorial . Las Cortes y la Magistratura . La economía del siglo XVIII . Población española en el XVIII . La agricultura del XVIII . La ganadería del XVIII . La pesca: la revolución de los bous . La industria del XVIII . Comercio y finanzas en el XVIII . El comercio con Europa . El comercio colonial . El capital financiero .
La hacienda pública en el XVIII . El pensamiento económico del XVIII . La sociedad española del XVIII . La familia . La nobleza . La clerecía . Los burgueses . Los artesanos . Los campesinos . Marginados y extranjeros . La conflictividad social . Bibliografía sobre la España de los Borbones. 2.El Siglo de las Luces . La Ilustración oficial . El control sobre la Inquisición . Las Academias . Las Universidades . Nuevas instituciones de enseñanza superior . Las Sociedades Económicas de Amigos del País . Los Consulados . La Ilustración regional . La Ilustración valenciana . La Ilustración asturiana . La Ilustración vascongada . La Ilustración navarra . La Ilustración castellana . La Ilustración en la periferia castellana . La Ilustración gallega . La Ilustración andaluza . La Ilustración aragonesa .
La Ilustración mallorquina . La Ilustración catalana . La Ilustración canaria . La Ilustración madrileña . Ilustrados españoles fuera de España . La renovación ideológica . El programa ilustrado de modernización . La crítica social . La Ilustración cristiana . El progreso científico . La producción literaria . La creación artística . El debate sobre España . Los límites de la Ilustración . Una cultura minoritaria . Una cultura elitista . Cultura reformista y extramuros liberal . Las Luces en Ultramar . La Ilustración oficial en Ultramar . La Ilustración regional en Ultramar . La renovación ideológica en Ultramar . El pensamiento económico y social . La Ilustración cristiana en Ultramar . La ciencia colonial . Literatura y arte en Ultramar . Los límites de la Ilustración en Ultramar . Conclusión: las Luces en España y el mundo hispánico . Bibliografía sobre el Siglo de las Luces.
3.El reinado de Carlos IV . La imagen de Carlos IV . La etapa Floridablanca . Las Cortes de 1789 . El aislamiento del país . La inquietud por el orden público . La política exterior . La caída de Floridablanca . El gobierno de Aranda . La política exterior de Aranda . El fracaso de la política arandista . Primer gobierno de Godoy . La Guerra contra la Convención . Catalanismo y vasquismo . Rebeliones de Picornell y Malaspina . La oposición aristocrática . Movimientos favorables al liberalismo . Alianza con Francia y conflicto con Inglaterra . La Paz de Basilea . El escenario italiano . El Pacto de San Ildefonso . La guerra con Inglaterra . Crisis en el gobierno de Godoy . El gobierno de Urquijo . Las relaciones con la Iglesia . Continuidad de la alianza con Francia . La caída de Urquijo . Nuevo gobierno de Godoy . La persecución de los ilustrados .
La Guerra de las Naranjas . Deseo de neutralidad y política italiana . El desastre de Trafalgar . Conspiraciones de El Escorial y Aranjuez . Hacia el fin del Antiguo Régimen . La crisis del cambio del siglo . El bloqueo agrario . Las manufacturas . El comercio . La población . La conflictividad social . La situación financiera . Inicio del proceso desamortizador . La burguesía ascendente . La quiebra de la Monarquía . Bibliografía sobre el reinado de Carlos IV.
La España de los Borbones
El largo siglo XVIII hunde sus raíces en la incierta España austracista de finales del Seiscientos y legará buena parte de sus seculares problemas a la conflictiva centuria posterior. En uno y otro momento, dos dramáticas contiendas, con una cierta impronta de guerra civil, vienen a jalonar los inicios y los finales de la centuria: la Guerra de Sucesión y la Guerra de la Independencia.
Más información España, ante una nueva dinastía
El día de Todos los Santos de 1700 moría Carlos II. Su falta de descendencia iba a facilitar que la corona de España recayese en la dinastía de los Borbones a través de Felipe de Anjou, nieto del monarca francés Luis XIV. El nuevo rey iba a despertar muchas expectativas, algunas de las cuales fueron rápidamente frustradas ante la evidencia de que no parecía representar el monarca modélico para la vasta monarquía que todavía España representaba.
Más información Las mejoras coyunturales
Junto a la realidad estructural que soportaba la España del último cuarto del Seiscientos, no es menos cierto que desde la década de los ochenta algunas acciones habían resultado positivas en diversas esferas de la vida nacional. En el terreno de la cultura y el pensamiento, es la época que alumbra los primeros intentos de renovación a través del minoritario grupo de intelectuales conocidos con el nombre de los novatores.
Más información La Guerra de Sucesión
El reinado de Felipe V no iba a resultar un mundo de placidez. Amén del estado poco halagüeño de la monarquía, las primeras acciones del soberano como gobernante se vieron fuertemente condicionadas por las aspiraciones austriacas al trono de España y por los deseos hegemónicos de su abuelo Luis XIV.
Más información La guerra en España
La disputa por la hegemonía europea iba a convertirse en España en una especie de guerra civil destinada en su fondo a dirimir la forma constitucional de gobierno, es decir, qué naturaleza política debía tener la monarquía española: la vieja planta pactista de los Austrias o el modelo centralizado que en Francia había ido imponiendo Luis XIV.
Más información Consecuencias del conflicto
Las consecuencias de la Guerra de Sucesión fueron considerables. En el plano internacional, los tratados firmados suponían la consolidación de un nuevo mapa y el triunfo de un ideario novedoso en las relaciones intereuropeas: la paz en el continente se conseguiría a través del establecimiento de un justo equilibrio de poder entre dos bloques tácitos de similar fuerza que por medio de la disuasión garantizarían la concordia.
Más información El nuevo estado borbónico
En la conciencia de algunos españoles de principios del siglo se había instalado la idea de decadencia y forjado la necesidad urgente de restaurar el país. Nombres a veces de sobras conocidos como los de Macanaz, Feijóo, Mayans, Cabarrús, Campomanes o Jovellanos, pero también personajes anónimos que se sentaban en los sillones de las sociedades patrióticas, en las numerosas academias fundadas, en las secretarías de los ministerios o en los consulados de comercio. España acabó convirtiéndose para estos personajes en un problema a resolver con urgencia.
Más información La reforma de España
Los pilares de la reforma iban a ser básicamente los mismos a lo largo del siglo. Primero: replantear con mayor modestia y realismo la política exterior. Segundo: modificar la naturaleza política del Estado mediante la utilización de los mecanismos de la uniformidad legal y la centralización del poder dispuestos para facilitar la creación de una administración más barata y eficaz puesta al servicio de la causa reformadora. Tercero: fomentar la economía nacional a través de políticas inspiradas en la doctrina mercantilista. Cuarto: regenerar la sociedad. Y quinto: actualizar los conocimientos científicos y la cultura en general, poniendo un gran énfasis en la divulgación de las nuevas ideas y los inventos útiles, tareas que se encomendaron a la educación y a numerosas instituciones estatales o paraestatales.
Más información La política exterior
Durante más de doscientos años España había ocupado un lugar de primer orden en la política internacional que los tratados de Utrecht y Rastadt vinieron a poner en cuestión. Aunque Felipe V se consolidaba en el trono hispano, lo cierto es que acabó cediendo gran parte de su territorio europeo en favor de los austriacos (Flandes, Mantua, Milán, Nápoles y Cerdeña, luego permutada por Sicilia) y tuvo que hacer importantes concesiones comerciales a los ingleses además de reconocerles los enclaves de Gibraltar y Menorca.
Más información Fernando VI: un intento de neutralidad
La política de pactos familiares no pareció ser muy beneficiosa para España. Algunos políticos eran conscientes de este relativo fracaso y apostaron cada vez más por una política exterior menos agresiva y que permitiese liberar recursos susceptibles de ser invertidos en la recuperación interior de la monarquía. Esta nueva visión iba a tener su oportunidad con la subida al trono de Fernando VI. De la mano de hombres como José de Carvajal, el marqués de la Ensenada y Ricardo Wall, la diplomacia española experimentaría un importante giro al promocionar una política de equidistancias y equilibrios con las diversas potencias europeas.
Más información Carlos III: a vueltas con Francia
El nuevo rey Carlos III iba a encontrar dificultades insalvables para mantener la política de relativa neutralidad fernandina. El ascenso de Rusia en el este, el fortalecimiento de Prusia en el marco de las tensiones con Austria y, sobre todo, el expansionismo británico llevaron al nuevo rey a establecer un duradero acuerdo con Francia en 1761 que le asegurase una participación digna en el concierto internacional (Tercer Pacto de Familia).
Más información Carlos IV: la Revolución francesa al fondo
Durante el reinado de Carlos IV las relaciones exteriores españolas se tornaron más turbulentas y dependientes. En los últimos años de la gobernación de Floridablanca y bajo la posterior dirección de Godoy, la política internacional borbónica estuvo marcada por dos rasgos fundamentales. El primero se refiere a las consecuencias que los sucesos revolucionarios franceses implicaron para toda la diplomacia europea de la época. Y el segundo rasgo fundamental de la política exterior española del cuarto borbón fue la definitiva pérdida de la vieja aspiración de neutralidad y equidistancia, que si bien se había quebrado en parte en el reinado anterior sufriría ahora su definitiva defunción.
Más información Diplomacia, Armada y Ejército
En el complicado y variable tablero de ajedrez que era la política exterior europea del Setecientos, las posibilidades de actuación de cada nación estaban directamente relacionadas con la fortaleza e idoneidad de tres instrumentos estrechamente relacionados: el poderío económico, las fuerzas armadas y la diplomacia.
Más información El fortalecimiento del Estado
La reforma de España debía hacerse con decisión pero con moderación, un reforzamiento del poder real era la mejor garantía para impulsar las reformas y para que las mismas no llegasen más lejos de lo que era políticamente correcto. El rey debía convertirse, pues, en un "déspota ilustrado" que utilizando el instrumento de la razón consiguiese imponer un orden natural capaz de proporcionar la debida felicidad al pueblo. Un monarca todopoderoso cuya obligación, a su vez, era la de ser fiel intérprete de un plan previamente establecido por designio divino.
Más información Una nueva administración pública
El reforzamiento del poder real era una condición necesaria pero no suficiente para la restauración de España que pensadores y políticos reformistas pretendían. Junto al cambio de la planta política de la monarquía, debía procederse con urgencia a la revisión radical de la mecánica administrativa. En la reforma de la administración pública, centralización y uniformidad fueron las dos palancas principales que se pusieron en marcha, a veces con radical dureza.
Más información Secretarias versus Consejos
Aunque la tarea de centralizar las tomas de decisión había sido un terreno ya labrado por la anterior dinastía, los nuevos monarcas contemplaron con malos ojos el sistema polisinodial de corte austriaco-borgoñón que estructuraba la administración central del Estado. Sin embargo, el sistema heredado no iba a ser fácil de cambiar: los viejos consejos temáticos y territoriales disfrutarían todavía de una larga vida. Al lado de estos entes de carácter colectivo fueron surgiendo otros de titularidad unipersonal. Se trataba de las Secretarías de Estado, órganos preferidos por los gobernantes reformistas.
Más información El nuevo régimen territorial
La novel dinastía implantó a lo largo del siglo un nuevo régimen territorial. Tres fueron los procesos destinados a otorgar uniformidad al mapa político y burocrático español: la promulgación de los Decretos de Nueva Planta en los reinos de la Corona de Aragón, la constitución de una nueva administración territorial y la reforma de los poderes locales.
Más información Las Cortes y la Magistratura
Aunque en los primeros siglos de la modernidad las Cortes habían ido perdiendo paulatinamente fuerza, fue el Siglo de las Luces el que declaró su defunción al ser consideradas por los reformadores ilustrados como un vetusto vestigio de la antigüedad que no servía más que para entorpecer la suprema labor real de conseguir la felicidad y el progreso de los súbditos y la nación. Tampoco la Magistratura española pudo jugar un papel de contrapeso legal frente al progresivo poder omnímodo del rey.
Más información La economía del siglo XVIII
Los diversos gobiernos practicaron una política de fomento de la economía hispana. Para conseguir la felicidad material de los súbditos y resituar a España en el concierto internacional, era preciso aumentar las fuerzas productivas de la Monarquía. Política exterior e interior eran en realidad dos caras de la misma moneda.
Más información Población española en el XVIII
Los gobernantes borbónicos pronto se preocuparon por lo que a su juicio resultaba una evidencia: la Monarquía adolecía de una importante merma poblacional que era el resultado de una precaria situación económica y una de las causas de la pérdida de peso en el ámbito internacional. Desde esta perspectiva, las referencias míticas a una España pletórica de habitantes en tiempos de los Austrias mayores fueron una constante. Como no lo fue menos, desde la predominante óptica mercantilista, la reclamación urgente de un aumento de la población.
Más información La agricultura del XVIII
Parece bien comprobado que el telón de fondo que sostuvo el auge poblacional fue el crecimiento económico. Más concretamente, fue la vitalidad de las actividades agropecuarias lo que resultaría decisivo para posibilitar a largo plazo el aumento del número de los españoles.
Más información La ganadería del XVIII
La ganadería vivió una etapa de relativa bonanza tanto en su vertiente trashumante como en la estante. El Setecientos fue un gran siglo para la Mesta. Desde el reinado de Felipe IV fue capaz de conservar importantes privilegios, tal vez a causa de su fidelidad en la contienda sucesoria
Más información La pesca: la revolución de los bous
Pese a la poca atención historiográfica que se le ha prestado, lo cierto es que la pesca, la otra agricultura, poseía una verdadera importancia en la economía y en la vida setecentista.
Más información La industria del XVIII
Con un sector agropecuario poco innovador, que no fomentaba la liberalización de mano de obra, que no generaba grandes capitales en manos de una mesocracia rural, que mantenía unos altos precios en el trigo y que sometía a una situación de autoconsumo a los campesinos que formaban el grueso de la población, era difícil que se produjera el despegue revolucionario de la industria hispana.
Más información Comercio y finanzas en el XVIII
En la búsqueda del deseado fomento económico, el comercio ocupó entre los gobernantes una posición de primera línea puesto que para muchos representaba la medida del progreso económico de la nación: el estado de las fuerzas productivas de la monarquía tenía en el tráfico mercantil el mejor barómetro. El esperado aumento de la producción agraria e industrial se vinculó a la posibilidad de conseguir nuevos mercados.
Más información El comercio con Europa
El comercio exterior fue una prioridad de todos los gobiernos del siglo XVIII. Bajo la impronta mercantilista que propugnaba vender mucho y comprar poco para crear una balanza comercial positiva con las otras potencias, los diversos responsables trataron de conseguir el anhelado crecimiento interior.
Más información El comercio colonial
Tres eran las funciones que América cumplía: territorio que debía nutrir a la metrópoli de materias primas abundantes y baratas, lugar de colocación exclusiva de productos españoles y, finalmente, continente proveedor de una plata que debía llenar tanto los bolsillos de los particulares para facilitar las inversiones como las arcas de la hacienda para financiar los planes de las autoridades reformistas.
Más información El capital financiero
Aunque resulta imposible de evaluar en su monto total, todo parece indicar que el sistema financiero no actuó como motor del crecimiento de la economía, pese a que el auge de la misma estimuló la necesidad de capitales. En estas condiciones, las comunidades de grandes financieros y banqueros fueron prácticamente inexistentes. Madrid, sin demasiado brillo, fue sin duda la más importante, mientras que Cádiz o Barcelona se conformaron con pequeños núcleos que no lograron constituir una banca estable.
Más información La hacienda pública en el XVIII
La hacienda pública en el XVIII
La revitalización de la monarquía requería más funcionarios dispuestos a ordenar racionalmente la administración, mejores fuerzas armadas prestas para el combate exterior en defensa de los mercados coloniales y mayores infraestructuras que dinamizaran la economía nacional.
Más información El pensamiento económico del XVIII
Los intentos de hacer crecer las fuerzas productivas para alcanzar un mayor desarrollo de la sociedad y una presencia más consistente en el foro internacional, condujeron a una pléyade de intelectuales y políticos reformistas a frecuentar la economía como la ciencia más útil para conseguir esos propósitos. Uztáriz, Campillo, Campomanes, Capmany o Floridablanca son figuras destacadas en este aspecto.
Más información La sociedad española del XVIII
Los más confesos reformistas estaban convencidos de que uno de los obstáculos principales para conseguir el crecimiento económico que debía proporcionar felicidad a los súbditos, procedía de la mentalidad conformista y de las actitudes poco renovadoras de la mayoría de la sociedad hispana. Eran los estorbos sociales que tantas veces denunciara el lúcido Jovellanos. La estructura social dificultaba más que facilitaba el fomento económico del país.
Más información La familia
Con independencia del lugar que cada cual ocupara en la sociedad, un individuo socialmente considerado era, ante todo, miembro de una unidad familiar. La familia resultaba la célula básica de la sociedad y el punto de referencia central en la organización de la convivencia de los españoles. Lugar de producción y consumo, institución central para la socialización de las personas, la familia era la médula espinal donde se reproducía todo el orden social vigente.
Más información La nobleza
La nobleza era una clase poco numerosa, desigualmente repartida por el territorio y con una fuerte jerarquización interna propiciada por factores económicos y por una actitud social proclive a la creación de una "cascada del menosprecio" que se articulaba dentro del propio grupo para trasladarse después al conjunto de la sociedad.
Más información La clerecía
El clero era, junto a la nobleza, parte del bloque social dominante. Dedicada al cuidado de la fe católica, la clerecía contribuía también, objetivamente, al mantenimiento del feudalismo desarrollado en su fase política del absolutismo ilustrado.
Más información Los burgueses
La inmensa mayor parte de la población se encontraba jurídicamente en el denominado tercer estado, es decir, en las filas de los que sin privilegios jurídicos, sin práctico acceso al poder político, sin capacidad de moldear los valores sociales vitales, mantenían la monarquía con su trabajo. Tres eran los sectores productivos más importantes y numerosos: campesinos, artesanos y pescadores. Ellos eran los que generaban la totalidad de la producción y los que dominaban buena parte de los intercambios. A su lado, sin embargo, existía un minoritario grupo de burgueses que pese a su escasez numérica tenía una indudable importancia para la economía del país.
Más información Los artesanos
Tomando como asiento preferente el ámbito urbano, los artesanos eran los verdaderos artífices de la manufactura nacional. En efecto, una sociedad que proporcionaba un frágil crecimiento económico, un nivel de consumo escaso por parte de las clases populares, un parco desarrollo tecnológico y un enorme peso de la tradición, favorecía en gran medida la multiplicidad de oficios destinados al autoconsumo local.
Más información Los campesinos
Pese al crecimiento urbano, España era un país altamente ruralizado. Aunque en el conjunto de la monarquía la estructura socioprofesional era variada, por encima de cualquier clase destacaba la presencia de los hombres y las mujeres que trabajaban y vivían directamente de la tierra, es decir, los campesinos.
Más información Marginados y extranjeros
La existencia de una gran desigualdad en el reparto de la renta provocaba que miles de personas vivieran al límite de la subsistencia en los campos y en las ciudades de España acotando los linderos de la marginalidad social por razones esencialmente económicas. En época de dificultades no era extraño que los campesinos pobres y los menestrales menos cualificados acabaran en las tinieblas de la ruina material y el desempleo. Eran los pobres.
Más información La conflictividad social
Cuando los poderosos utilizaban todos los resortes del poder (local, judicial o central) para salirse con la suya, las clases populares más desfavorecidas creían tener legitimidad (moral y política) para utilizar la revuelta como medio de parar los pies a los ricos. El conflicto que tuvo mayor trascendencia política y social fue el denominado Motín de Esquilache.
Más información El Siglo de las Luces
Hoy día, la moderna historiografía ha avanzado aún más en el establecimiento de los signos identificativos de la Ilustración. Se trata de un movimiento intelectual que, valiéndose de un utillaje ideológico renovado (razón, naturaleza, progreso, felicidad), trata de conseguir la modernización de la cultura y la reforma de la sociedad. Ahora bien, los ilustrados no confían exclusivamente en la filosofía o en la creación cultural para ganar su batalla reformista. Siguiendo el viejo modelo platónico, los ilustrados aspiran a encontrar en el soberano el brazo ejecutor de sus ideas. Esta sería la función del Despotismo Ilustrado.
Más información La Ilustración oficial
La Ilustración nació como un movimiento espontáneo de renovación cultural. Al mismo tiempo, la Monarquía asumió buena parte de sus propuestas reformistas y ofreció su protección al movimiento. Las relaciones, por tanto, entre los intelectuales y los políticos fueron incesantes, aunque su carácter está por precisar con exactitud.
Más información El control sobre la Inquisición
La posibilidad de actualizar la cultura española y de adaptarla al ritmo europeo dependía del arrinconamiento de la Inquisición y de su inhabilitación para ocuparse de aquellos temas para los que el proceso de secularización reclamaba radical autonomía respecto de los dogmas teológicos. Fue Carlos III quien asentó de modo simbólico la subordinación del Santo Oficio a la Corona con ocasión del asunto del catecismo de Mésenguy, que aceptado por el rey fue condenado por el Inquisidor General, quien hubo de soportar su destierro de Madrid y su confinamiento en un monasterio hasta obtener el perdón del soberano.
Más información Las Academias
Uno de los instrumentos más característicos de la acción del Despotismo Ilustrado en el ámbito cultural fue la creación de Academias, que nacen en general bajo el impulso de la iniciativa particular antes de ser sancionadas por la autoridad regia o antes de constituirse en organismos directamente dependientes de los ministros de la Corona. Así sucede con las Academias centrales enclavadas en Madrid, como la Real Academia Española de la Lengua (1713), la Academia de la Historia (1735-1738), la Academia de Jurisprudencia de Santa Bárbara (1739) o la Academia de Bellas Artes de San Fernando (1744, con estatutos definitivos en 1757).
Más información Las Universidades
Si las Academias contribuyeron a normativizar la lengua, el derecho y las bellas artes, la Monarquía se preocupó de revitalizar la institución básica de la enseñanza superior, la Universidad. La primera medida de importancia fue en buena parte accidental, la fundación de la Universidad de Cervera (1717). El retorno de Cataluña a la obediencia borbónica brindó a Felipe V la oportunidad de suprimir todos los centros que habían venido funcionado hasta el momento y fundar de nueva planta una Universidad en la ciudad leal de Cervera.
Más información Nuevas instituciones de enseñanza superior
Por todas España, conforme al espíritu del Siglo de las Luces, se fundaron instituciones de enseñanza superior, como el Seminario de Nobles (1725) de Madrid, el Seminario Patriótico de Vergara, la Academia Militar de Matemáticas, los Reales Colegios de Cirugía, la Real Escuela de Mineralogía de Madrid, el Real Instituto Asturiano de Minas (1794), la gran creación de Jovellanos, los Reales Estudios de San Isidro, en Madrid, la Librería Real (1716), el Real Gabinete de Historia Natural (1752), el Jardín Botánico de Madrid (1755), etc...
Más información Las Sociedades Económicas de Amigos del País
Las Sociedades Económicas de Amigos del País fueron una agrupación de ilustrados de buena voluntad y un instrumento de fomento al servicio del reformismo oficial. En 1774 Pedro Rodríguez Campomanes enviaba una circular a todos los rincones de la Monarquía, incitando a las autoridades locales a promover la creación de sociedades patrióticas con los mismos fines que la vascongada, la primera en ser creada.
Más información Los Consulados
Los Consulados encaminaron su labor a la defensa de los intereses corporativos de los grupos integrados, al fomento general de la economía de la región y a la creación de las escuelas de formación profesional, exigidas por el desarrollo comercial y marítimo en primer lugar y finalmente por el conjunto de la vida económica.
Más información La Ilustración regional
Todas las regiones españolas se incorporaron con ritmos y características propios al movimiento ilustrado. Así, para el análisis correcto de la Ilustración se hace preciso recurrir a esta perspectiva regional.
Más información La Ilustración valenciana
La Ilustración valenciana parece haber sido la primera en alcanzar un grado notable de madurez. Cuenta con figuras notables, como Baltasar Íñigo, Juan Bautista Corachán, Tomás Vicente Tosca, Gregorio Mayans y Siscar, Andrés Piquer, Antonio Bordázar, Vicente Blasco, Juan Sempere y Guarinos y Jaime y Joaquín Lorenzo Villanueva, entre otros.
Más información La Ilustración asturiana
La Ilustración asturiana gira en torno a las figuras de fray Benito Jerónimo Feijoo, Pedro Rodríguez Campomanes, el médico gerundense Gaspar Casal y, especialmente, Gaspar Melchor de Jovellanos.
Más información La Ilustración vascongada
La Ilustración no halló rápida vía de penetración en el País Vasco, pero una vez introducida se caracterizó por la solidez de sus instituciones y la amplitud de sus resultados. El núcleo fundamental se agrupó en torno a la Sociedad Bascongada de Amigos del País. Figuras notables fueron el conde de Peñaflorida, los hermanos Fausto y Juan José Delhuyar, Félix María de Samaniego o Valentín de Foronda, entre otros.
Más información La Ilustración navarra
Su ejemplo más representativo es el de Juan de Goyeneche, protector de Feijoo, constructor de ese modelo de empresa económica ilustrada que es el pueblo de Nuevo Baztán, donde José de Churriguera levantó el palacio de la familia. También es navarro José Luis Munárriz, académico de Bellas Artes de San Fernando y al mismo tiempo hombre clave de la Compañía de Filipinas. Junto a ellos, Jerónimo de Uztáriz, al que hemos de referirnos como uno de los representantes más significados del pensamiento mercantilista.
Más información La Ilustración castellana
La Ilustración castellana desplegó sus actividades a lo largo del siglo, pero sobre todo en su segunda mitad, en una multitud de direcciones, a partir de los dos principales focos de irradiación que fueron las Universidades y las Sociedades Económicas de Amigos del País. Es preciso destacar a figuras como José Cadalso, Juan Pablo Forner, Juan Meléndez Valdés, Diego de Torres Villarroel, Manuel José Quintana, Diego Muñoz Torrero, Ramón de Salas, Vicente Alcalá Galiano o León de Arroyal.
Más información La Ilustración en la periferia castellana
La Ilustración cuenta con un notable desarrollo en la periferia castellana, con personajes que emprenden acciones acciones de progreso, entre los que destacan la duquesa de Alba, Luis Antonio Belluga, Martín Fernández de Navarrete o Juan Antonio Llorente, entre otros.
Más información La Ilustración gallega
Dos momentos, separados quizá por un hiato a mediados de siglo, pueden distinguirse en la trayectoria de la Ilustración gallega. El primer momento está dominado por la figura aislada del padre benedictino Martín Sarmiento, que se abre paso entre los estudiosos como una de las personalidades más interesantes de su época, quizás comparable a la de Gregorio Mayans o a la de Benito Jerónimo Feijoo. La Ilustración gallega derivó en la segunda mitad del siglo hacia la vertiente del reformismo económico, que encontró campo abonado en las realizaciones prácticas de la burguesía comercial establecida en La Coruña, con figuras tan representativas como la de Antonio Raimundo Ibáñez, el marqués de Sargadelos.
Más información La Ilustración andaluza
La pluralidad de los centros difusores entorpece una caracterización sumaria de la Ilustración andaluza. En ella, podemos encontrar nombres vinculados a Andalucía como los de José Antonio Porcel, Pedro Arnal, Cándido María Trigueros, Gaspar Melchor de Jovellanos, Pablo de Olavide, Manuel María de Arjona, Juan Pablo Forner, Manuel María del Mármol, José María Blanco White o José Marchena, entre otros muchos.
Más información La Ilustración aragonesa
Si Aragón produce durante la primera mitad del siglo algunas figuras notables, como el médico Andrés Piquer o el preceptista Ignacio de Luzán, la creación de un verdadero movimiento ilustrado no puede datarse realmente con anterioridad a los años sesenta de la centuria. Sin embargo, encontramos personalidades más que notables, como las del conde de Aranda, Manuel de Roda, José Nicolás de Azara, Ignacio Jordán de Asso, Josefa Amar y Borbón, Isidoro de Antillón y, sobre todo, el más grande de los artistas de la época, Francisco de Goya.
Más información La Ilustración mallorquina
La Ilustración mallorquina
En el caso de Mallorca, las corrientes de la Ilustración se difundieron asimismo a partir de las actividades de la Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País, que inicia su andadura en 1778. En realidad, la sociedad fue la heredera del salón de Buenaventura Serra, erudito enciclopédico, seguidor de los escritos de Feijoo. Figuras principales fueron las de José Antonio Mon Velarde, Jacobo Espinosa o Guillermo Ignacio de Montis, entre otros.
Más información La Ilustración catalana
La Ilustración catalana estuvo a la altura de la sobresaliente expansión económica del Principado, que condicionó de modo muy particular la fisonomía de sus creaciones en el plano de la enseñanza y de la cultura en general. Los primeros impulsos reformistas procedieron, sin embargo, de la Corona y se concretaron en la Universidad de Cervera. El Siglo de las Luces cuenta en Cataluña con figuras de la talla de Tomás Cerdá, Antonio de Capmany, Félix Amat, Félix Torres Amat, Pedro Virgili, Antonio Gimbernat, Francisco Salvá y Campillo o Francisco Armañá, entre otros muchos.
Más información La Ilustración canaria
La Ilustración alcanzó también los territorios extrapeninsulares, como en el caso de Canarias, donde arraigaría con notable vigor. Figuras destacadas fueron José Clavijo y Fajardo y el científico Agustín de Betancourt.
Más información La Ilustración madrileña
Los hombres de las más variadas procedencias regionales abandonan sus lugares de origen para instalarse en la Corte, especialmente a partir de comienzos del reinado de Carlos III. De este modo, Madrid se convierte en crisol de la Ilustración, en el punto de contacto entre la aportación de los círculos locales y el reformismo oficial. Con Madrid tiene relación ilustrados de la talla de Campomanes, Jovellanos, Agustín de Montiano, Ignacio de Luzán, Eugenio Llaguno, Nicolás Fernández de Moratín, José Cadalso, Tomás de Iriarte, Félix de Samaniego,...
Más información Ilustrados españoles fuera de España
La Ilustración se revela como una corriente universalmente extendida por todo el territorio español. También, fuera de las fronteras hispanas, el movimiento es perfectamente detectable en las provincias de Ultramar y disperso en otros países, merced a la expulsión de los jesuítas, con figuras como Esteban de Arteaga, Juan Francisco Masdeu, Francisco Javier Clavijero, Lorenzo Hervás y Panduro, etc.
Más información La renovación ideológica
La renovación de la cultura española hunde sus raíces en el siglo XVII y sus frutos perduran hasta los primeros decenios del siglo XIX. En tan dilatado espacio de tiempo, las formas culturales ilustradas sufren un proceso de creación, maduración, perfeccionamiento y disolución que ha movilizado a los historiadores sobre el tema académico de la cronología y las etapas de la Ilustración en España.
Más información El programa ilustrado de modernización
El reformismo oficial toma de la obra de los ilustrados todo un nuevo arsenal ideológico que va a poner al servicio de su proyecto político. ¿Cuál es este proyecto político? Se trata esencialmente de realizar un vasto programa de modernización nacional diseñado e impulsado desde la Corona, que tenga sólo como límite el mantenimiento de las estructuras del régimen absolutista.
Más información La crítica social
Si el Despotismo Ilustrado obviamente nunca puso en cuestión las bases sociales de su poder, no por ello la Ilustración dejó de ejercer la crítica de la sociedad donde había surgido, que se convirtió también en objeto de su pasión reformista.
Más información La Ilustración cristiana
El afán ilustrado de reforma y de modernización alcanzó también a la Iglesia española. Los partidarios de introducir elementos de racionalización en las estructuras eclesiásticas y de promover una depuración del sentimiento y de la práctica religiosa en el seno del catolicismo español fueron llamados jansenistas, término que, aplicado en este caso, poco tiene que ver con la acepción dogmática relativa a los postulados contenidos en la obra de Jansenio y condenados por la Iglesia, a no ser en lo que se refiere a la exigencia de un mayor rigorismo moral y de una mayor interiorización de la vivencia religiosa. Uno de los componentes del jansenismo hispano es el regalismo, es decir, el reconocimiento del derecho y la conveniencia de la intervención del poder político en el ámbito eclesiástico.
Más información El progreso científico
La renovada confianza en la razón y la ofensiva modernizadora para superar el atraso del país fueron palancas excepcionales para dinamizar el anquilosado cuerpo de la ciencia española. La primera ilustración contó con un elenco de hombres de ciencia de primera fila, que cultivaron especialmente la astronomía y las matemáticas de un lado (Tosca, Corachán, Cerdá) y de otro la medicina, rama en la que descollaron Andrés Piquer y los médicos catalanes (Casal, Virgili, Gimbernat, Salvá, Santpons), cuya actividad cubre prácticamente todo el siglo. Hay que añadir a los Mutis, Jorge Juan, Ulloa, Malaspina,...
Más información La producción literaria
La producción literaria de la España de las Luces cuenta con figuras como Diego de Torres Villarroel, Benito Jerónimo Feijoo, Jovellanos, José Cadalso, Nicolás Fernández de Moratín, Tomás de Iriarte, Félix María de Samaniego, Juan Meléndez Valdés, Manuel José Quintana, Nicasio Álvarez Cienfuegos, Manuel María Arjona, José María Blanco White, Manuel María del Mármol, Leandro Fernández de Moratín, Ramón de la Cruz...
Más información La creación artística
La creación artística española en el Siglo de las Luces cuenta con nombres como los de José Benito Churriguera, Pedro de Ribera, Narciso Tomé, Leonardo de Figueroa, Alberto Churriguera, José de Mora, Francisco Salzillo, Giovanni Battista Saccheti, Francesco Sabatini, Ranc, Van Loo, Houasse, Luigi Boccherini, Domenico Scarlatti, Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva, Juan Pascual de Mena, Antonio Rafael Mengs,... y, por encima de todos, Francisco de Goya.
Más información El debate sobre España
La Ilustración fue un movimiento de regeneración nacional, imbuido de un declarado sentido patriótico. Del mismo modo, los ilustrados fueron conscientes del esfuerzo que estaban haciendo para que el país volviese a ocupar un lugar de privilegio en el concierto de las naciones avanzadas, tanto en el terreno económico como en el cultural. No resulta sorprendente, por lo tanto, que los intelectuales tuviesen a España como centro de sus reflexiones.
Más información Los límites de la Ilustración
El Despotismo Ilustrado se ofrece como la fórmula del absolutismo tardío para abordar, a partir de un utillaje conceptual renovado, la modernización del país. Una modernización que debería por tanto mantener intactas las estructuras políticas y sociales tradicionales, que no debía modificar sustancialmente los cimientos del edificio heredado del pasado. En este sentido, el reformismo ilustrado se presenta como el instrumento para prevenir la ruptura o, en palabras de Pierre Vilar, como el preventivo homeopático de la revolución burguesa.
Más información Una cultura minoritaria
Se ha afirmado repetidamente que uno de los límites de la Ilustración española fue, en efecto, su carácter minoritario, su incapacidad de extender su radio de acción más allá de un reducido círculo de intelectuales. Ciertamente, era muy bajo el porcentaje de la población con acceso a la lectura, siendo una minoría la que leía libros o periódicos.
Más información Una cultura elitista
Los ilustrados no desmintieron en ningún momento su convicción de que la cultura era el requisito indispensable para la felicidad pública. Sin embargo, por un lado definieron un modelo cultural tan exigente que sólo pudo estar al alcance de una minoría selecta, mientras que por otro pensaron que el orden de la sociedad reclamaba un escalonamiento en el acceso a los bienes culturales. Es decir, por un lado propusieron un modelo demasiado elevado para ser asumido por las clases populares, mientras por otro compusieron su teoría pedagógica siguiendo la figura estratificada de la sociedad estamental.
Más información Cultura reformista y extramuros liberal
Una de las características esenciales de la Ilustración hispana fue su convicción reformista. Antonio Elorza ha demostrado que algunos de los intelectuales formados en el pensamiento de la Ilustración habían rebasado sus planteamientos antes del estallido de la Revolución Francesa y bajo el influjo de la literatura filosófica y política producida allende los Pirineos, como Valentín de Foronda, León de Arroyal, José Marchena o Francisco Cabarrús.
Más información Las Luces en Ultramar
La Ilustración americana y filipina presenta unas características que la convierten en buena medida en una versión provincial de la Ilustración metropolitana. De hecho, las similitudes se observan en las fuentes, en los contenidos, en el programa de modernización, en las instituciones que promueven las Luces: poco las Universidades, algo más las Sociedades Económicas de Amigos de País o los Consulados, mucho más los centros educativos de nueva planta, como los Colegios Carolinos o los Jardines Botánicos.
Más información La Ilustración oficial en Ultramar
La implantación y el progreso de la cultura ilustrada en la América española no se comprende sin la intervención de las autoridades metropolitanas y virreinales, que tratan de promover la creación intelectual impulsando un proceso de institucionalización que sirve de marco a la actuación de los principales núcleos ilustrados en cada una de las regiones del continente. Como en la metrópoli, pero con distinto peso relativo, la difusión de las Luces se encomendó a las Academias, las Universidades, las Sociedades Económicas de Amigos del País, los Consulados y otras instituciones educativas y científicas, como los Colegios Carolinos, los Jardines Botánicos, los Observatorios Astronómicos, los Colegios de Cirugía, la Escuela o Seminario de Minería de México.
Más información La Ilustración regional en Ultramar
Si las Españas conocieron diversas variantes regionales de las Luces, este fenómeno debía producirse con mucho mayor motivo en las Américas. Aquí, las enormes distancias del continente habían ya propiciado un fenómeno de diferenciación regional que alcanzaría su cenit a lo largo del siglo XVIII. De este modo los grandes centros de producción cultural se aglutinaron en torno a las capitales de los virreinatos de mayor antigüedad (México y Perú), mientras desempeñaron un papel secundario las capitales de los virreinatos dieciochescos (Nueva Granada y Río de la Plata).
Más información La renovación ideológica en Ultramar
También el ritmo de la Ilustración americana guarda puntos de contactos con el de la metrópoli. Así, puede considerarse que el período de esa protoilustración emblematizada en el grupo de los novatores tiene su paralelo en el papel precursor que desempeñó una de las más extraordinarias personalidades de la cultura hispanoamericana, el mexicano Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700).
Más información El pensamiento económico y social
El pensamiento económico y social de la Ilustración en la América española cuenta con figuras notables, como el peruano José Baquíjano y Carrillo, el cubano Francisco de Arango y Parreño o el argentino Manuel Belgrano, entre otros.
Más información La Ilustración cristiana en Ultramar
La Iglesia americana vivió también las corrientes de fondo que agitaron las aguas del catolicismo europeo durante la centuria de la Ilustración. El episcopado, reclutado en España, tanto el más tradicionalista como el declaradamente reformista, se mantuvo fiel a la Corona en la prueba de fuego del estallido insurgente. Por el contrario, muchos otros clérigos fueron pronto ganados a la causa de la independencia y participaron activamente en el proceso de la emancipación. Juan Fernández de Sotomayor, Miguel Hidalgo y José María Morelos asumieron el papel protagonista del proceso independentista.
Más información La ciencia colonial
Una parte de esta ciencia colonial fue producto de la labor de sabios españoles instalados en América. Es el caso de Fausto Delhuyar, de Andrés Manuel del Río o de Miguel Constansó en México, así como el de José Celestino Mutis y Juan José Delhuyar en Nueva Granada o el del solitario Félix de Azara en el Río de la Plata. En contrapartida, fueron muchos los científicos criollos que desarrollaron una parte de sus actividades en la metrópoli, como ocurrió con el peruano Francisco Dávila, el neogranadino Francisco Antonio Zea, o el mexicano José Mariano Mociño.
Más información Literatura y arte en Ultramar
La literatura y el arte de la Ilustración en Ultramar ofrece figuras más que notables, como las de Andrés Bello, José Joaquín Olmedo, José Joaquín Fernández de Lizardi, Manuel Chilli Caspicara, Bernardo de Legarda, Miguel Cabrera, Melchor Pérez de Holguín, Antonio Vilca, Luis Diez Navarro, Manuel Tolsá, Joaquín Toesca, etc.
Más información Los límites de la Ilustración en Ultramar
Al igual que ocurriera en la metrópoli, las Luces no alcanzaron a todos en América. Por un lado, la cultura ilustrada fue una cultura progresista que hubo de enfrentarse a los partidarios de la tradición. Del mismo modo, fue una cultura minoritaria, que se difundió sobre todo entre los reducidos círculos de intelectuales españoles y criollos. Por otra parte, fue una cultura elitista, diseñada para ponerse al servicio de las clases dominantes y de la que quedaban excluidas por definición las clases subalternas, que en la América española incluían además (salvo contadas excepciones) a todos los indios, mestizos, mulatos y negros. Finalmente, el proyecto ilustrado acabó siendo insuficiente para algunos de los intelectuales americanos, que teorizaron una alternativa liberal que conducía a la independencia.
Más información Conclusión: las Luces en España y el mundo hispánico
La Ilustración fue en España un movimiento intelectual para promover la modernización del país, pero sin voluntad de cambio social o político. La valoración final del reformismo ilustrado no puede ser taxativa, sino matizada, pues si bien la pedagogía ilustrada generó una nueva conciencia de la dignidad nacional, los resultados prácticos obtenidos quedaron lejos de las ilusiones de los intelectuales e incluso de una legislación que no dejó de estar aquejada de invencible ambigüedad.
Más información 3.El reinado de Carlos IV
El reinado de Carlos IV
Para España, el último capítulo del Antiguo Régimen coincide, a grandes rasgos, con el reinado de Carlos IV y el impacto que los acontecimientos de Francia tienen sobre la realidad española. El reformismo borbónico, activo hasta la década de los setenta, siempre se mantuvo dentro de unos límites en los que primaba el fortalecimiento del poder del monarca y sin que las estructuras sociales y económicas del país conocieran cambios sustanciales.
Más información La imagen de Carlos IV
La imagen de Carlos IV no ha contado, ni de lejos, con la fortuna de su antecesor. De edad de 40 años cuando accedió al trono en diciembre de 1788, el retrato que de él hizo el hispanista francés Desdevises du Dezert a fines del siglo XIX no resultaba nada halagador: "era de elevada estatura y de aspecto atlético; pero su frente hundida, sus ojos apagados y su boca entreabierta, señalaban a su fisonomía con un sello inolvidable de bondad y de debilidad".
Más información La etapa Floridablanca
El conde de Aranda, que había regresado a España desde la embajada de París en 1787 con el objeto de prepararse adecuadamente para el alto destino que creía próximo -la gobernación de España-, fue relegado a la muerte de Carlos III, al ser confirmado José Moñino en su puesto de Secretario de Estado.
Más información Las Cortes de 1789
El aspecto de mayor interés que trataron las Cortes fue el relativo a la sucesión de la Corona. Carlos IV estaba preocupado por la supervivencia de sus descendientes masculinos, una línea todavía insegura. De los seis hijos varones de Carlos IV, cuatro habían muerto en sus primeros años de vida, y sólo sobrevivían Fernando, con sólo cinco años de edad, y Carlos, de año y medio.
Más información El aislamiento del país
Las noticias remitidas desde Francia en el verano de 1789 por el embajador conde de Fernán-Núñez sobre los inicios de la Revolución habían provocado en los ambientes cortesanos de Madrid un impacto considerable, que Richard Herr ha calificado de pánico, y que acentuó la determinación de Floridablanca de evitar por todos los medios la penetración de las noticias procedentes del vecino país y, sobre todo, de las doctrinas republicanas.
Más información La inquietud por el orden público
Desde los motines de 1766, el orden público estuvo presente en las inquietudes gubernamentales, y esa preocupación dio lugar a la creación de toda una serie de cuerpos destinados a velar por la seguridad, como la Compañía de Fusileros de Aragón, dependiente del Capitán General de aquella región, y cuya misión era la represión de delincuentes, vagos y desertores; los llamados Miñones, creados en Valencia en 1774; y la Compañía de Escopeteros Voluntarios de Andalucía, que iniciaron su labor en 1776 y que venían a sumarse a cuerpos creados durante el reinado de Felipe V, como los mossos d'esquadra en Cataluña, nacidos durante la Guerra de Sucesión por iniciativa de catalanes borbónicos.
Más información La política exterior
Si en el país faltaban mecanismos eficaces para oponerse tanto a una agitación interior que tenía su origen en las dificultades económicas, como a la propaganda revolucionaria procedente del exterior, Floridablanca hubo de acentuar las posibilidades que ofrecía la Inquisición como instrumento de control social y político, consolidándose la alianza entre el Estado y el Santo Oficio.
Más información La caída de Floridablanca
Con escasos apoyos en la nobleza y la iglesia, los asuntos revolucionarios de Francia jugaban en contra de Floridablanca. Su firme negativa a aceptar la Constitución francesa, "por ser contraria a la Soberanía", ni a reconocer el juramento que de ella hizo Luis XVI, ponían en peligro la vida del monarca francés. El embajador Bourgoing se entrevistó a solas con Carlos IV el 27 de febrero de 1792, un día después de la conversación en la que Floridablanca se había reiterado en su firme propósito de no reconocer el juramento constitucional de Luis XVI. El 28 de febrero, Floridablanca era destituido.
Más información El gobierno de Aranda
El relevo de Floridablanca y su sustitución por Aranda no era esperado y, como señala Richard Herr, cogió a los observadores coetáneos por sorpresa. El cambio no suponía sólo un giro en relación a Francia, sino el triunfo largamente esperado del partido aristocrático frente a los manteístas y la puesta en práctica de las ideas sobre la organización de la monarquía que el conde de Aranda había presentado en 1781 a Carlos IV cuando éste era Príncipe de Asturias.
Más información La política exterior de Aranda
La principal actividad de Aranda estuvo centrada en la complicada situación internacional, la misma que lo había encumbrado al poder. En sus ocho meses de gobierno, el ministro permitió que la prensa ofreciera una mayor información sobre los sucesos de Francia, haciendo más permeable la frontera y alejando de ella a los emigrados realistas, e intentó, en las primeras semanas de su mandato mantener la alianza con Francia con el doble propósito de influir positivamente en la situación de Luis XVI y de no dejar a España sin cobertura diplomática frente a Inglaterra. Aranda consideraba más conveniente la amistad con los dirigentes políticos franceses que una oposición frontal que acabaría por radicalizar peligrosamente la situación.
Más información El fracaso de la política arandista
La confianza de Aranda en que la coalición austro-prusiana al mando del duque Fernando de Brunswick acabara con la revolución antes de la intervención española, desapareció con la llegada a Madrid de la inesperada noticia de la derrota prusiana en Valmy el 21 de septiembre por las tropas al mando de Dumouriez. El retroceso de Aranda hacia posiciones neutralistas, convencido de que una participación española sería en ese momento contraria a los intereses nacionales y de todo punto inviable, dada la falta de preparación del ejército español, decidió al rey en noviembre a buscar una nueva y sorprendente alternativa, Manuel Godoy.
Más información Primer gobierno de Godoy
La actividad política de Godoy, siguiendo los deseos de sus protectores, los reyes, debía encaminarse a salvar la vida de Luis XVI, y para ello había que mantener apariencia de neutralidad y utilizar todas las vías posibles, tanto oficiales como secretas. Los deseos españoles de interferir en el proceso a Luis XVI, comenzado el 11 de diciembre de 1792, se iniciaron en ese mismo mes, cuando Godoy ofreció al ministro de asuntos exteriores francés, Lebrun, la retirada de las tropas españolas acantonadas en la frontera pirenaica a cambio de la libertad del rey y de su familia.
Más información La Guerra contra la Convención
El clima antifrancés derivó en una guerra contra la Convención surgida del proceso revolucionario. La campaña militar, conocida indistintamente como Guerra contra la Convención, Guerra Gran en catalán o Guerra de los Pirineos por desarrollarse únicamente en Guipúzcoa, Navarra, Aragón, Cataluña y el Rosellón, fue desastrosa para España, tras unos inicios esperanzadores.
Más información Catalanismo y vasquismo
Catalanismo y vasquismo cobraron vigor con motivo de la Guerra contra la Convención. Los propósitos de Francia respecto a Cataluña oscilaron entre la simple anexión del territorio del Principado, como fue explícitamente proclamado por el Comité de Salud Pública el 26 de mayo de 1794, o favorecer una hipotética emancipación. Similares opciones fueron contempladas con respecto a las provincias vascas y Navarra.
Más información Rebeliones de Picornell y Malaspina
Los reveses de una guerra poco gloriosa produjeron algunos movimientos de oposición a Godoy, en los que se ironizaba ante el insólito título de Príncipe de la Paz. Algunas conspiraciones se tejieron contra el valido, siendo las más conocidas las encabezadas por Juan Bautista Picornell, el marino Alejandro Malaspina y el aristócrata conde de Teba, surgiendo también la voz de españoles que, desde el exilio, se inclinaban por una vía revolucionaria.
Más información La oposición aristocrática
El asunto del conde de Teba, Eugenio de Palafox, era una constatación de la oposición aristocrática, cuyo líder seguía siendo Aranda, al escandaloso encumbramiento de Godoy, y del descontento por su política. Entre amplios sectores de la aristocracia se fue incrementando el encono hacia Godoy y la reina, ya que el primero era considerado un usurpador de las funciones tradicionales de la aristocracia, y el malestar por la manera de conducir la política internacional.
Más información Movimientos favorables al liberalismo
La crítica de Teba al absolutismo desde la perspectiva antiliberal, era muy distinta a la que se hacía desde el liberalismo. La guerra con Francia tuvo también un efecto propagandístico opuesto al deseado por las autoridades, puesto que los principios de la Revolución se difundieron en todos los ambientes. Entre quienes estuvieron en la vanguardia de este movimiento favorable al liberalismo se encontraban los españoles exilados en Francia, entre los que destacó José Marchena, el español más comprometido con la Revolución Francesa.
Más información Alianza con Francia y conflicto con Inglaterra
A fines de 1794 era evidente el agotamiento tanto español como francés tras un intenso esfuerzo bélico. Los problemas internos franceses, como la sublevación realista de la Vendée, los preparativos de una invasión de emigrados, apoyados por Inglaterra, o la sospecha de que una mayoría de los franceses estaban, de alguna manera, descontentos con un régimen fundado, paradójicamente, sobre la base de la soberanía popular, alentaron los deseos de ir limitando los muchos frentes exteriores que tenía abiertos la República. La situación hacendística española, las derrotas militares, la introducción de propaganda revolucionaria en aquellos territorios y un creciente malestar general que podía desembocar en una situación prerrevolucionaria, aconsejaban a Godoy aprovechar los deseos franceses de iniciar conversaciones para poner punto final a las hostilidades.
Más información La Paz de Basilea
El 22 de julio de 1795 fue suscrito en Basilea el Tratado de Paz que ponía fin a la guerra franco-española. Si bien Francia era la más beneficiada, España quedó satisfecha porque no perdió lo que su situación militar hacía prever. Territorialmente sólo cedió su parte de la isla de Santo Domingo, manteniendo Luisiana y logrando la restitución de "todas las conquistas que ha hecho en sus Estados en la guerra actual" y fijando la raya fronteriza en la "cima de las montañas que forman las vertientes de las aguas de España y de Francia".
Más información El escenario italiano
La neutralidad de España, tras la Paz de Basilea, duró escasamente un año. El objetivo español era constituir una alianza con Francia y Holanda, a la que posteriormente se unirían Dinamarca, Cerdeña y los Estados Unidos, y jugar el papel de potencia mediadora en Italia, donde Napoleón dirigía las operaciones militares desde marzo de 1796.
Más información El Pacto de San Ildefonso
Con el fin de lograr un grado de mayor compromiso hispano-francés, el 19 de agosto de 1796, Godoy establecía con el Directorio el Pacto de San Ildefonso, una alianza ofensivo-defensiva que tenía como prioridad la cooperación militar de los dos países frente a Inglaterra.
Más información La guerra con Inglaterra
La guerra con Inglaterra fue más desastrosa aún que la sostenida contra Francia entre 1793 y 1795. Para España e Inglaterra el esfuerzo bélico tuvo efectos preocupantes, que aconsejaron a Pitt iniciar conversaciones de paz con Francia, una vez que la República había derrotado a Austria y el emperador Francisco II se había visto obligado a firmar la paz de Campoformio en octubre de 1797. El escaso reconocimiento que el Directorio francés mostraba hacia sus aliados los españoles, marginados en las conversaciones con Inglaterra, enfriaron las relaciones hispano-francesas y tuvieron efectos importantes en la política interior.
Más información Crisis en el gobierno de Godoy
Durante la última etapa del primer gobierno de Godoy se vivía un creciente malestar en España por los escasos frutos del Pacto de San Ildefonso. Se vivía también una sorda lucha política que se dirimía en Madrid entre los partidarios de lograr un mayor grado de independencia respecto a Francia, entre los que se encontraba el propio Godoy y los que deseaban estrechar más firmemente los lazos con el Directorio. La soledad política de Godoy, abandonado por el Directorio, por sus colaboradores ilustrados, Saavedra y Jovellanos, y perdido momentáneamente el favor, que no el cariño, de los reyes, le condujo a dejar el gobierno.
Más información El gobierno de Urquijo
Entre la dimisión de Godoy en 1798 y su regreso al primer plano del poder en 1800, tuvo lugar la difícil gestión del joven Urquijo, quien debió enfrentarse a una crisis económica interior extremadamente grave y a un dilema en la política exterior de enorme complejidad.
Más información Las relaciones con la Iglesia
El acoso a los Estados Pontificios por parte de Napoleón produjo un vacío de poder en la Curia católica, que afectó de lleno a España. Urquijo consideró que la coyuntura, con el Papa moribundo en manos francesas y los cardenales dispersos, era idónea para alcanzar el objetivo plenamente regalista: levantar una Iglesia nacional, independiente de Roma en materia económica y disciplinaria, y recuperar para los obispos españoles los derechos y facultades que se había reservado Roma.
Más información Continuidad de la alianza con Francia
En Europa, las monarquías de Inglaterra, Austria, Rusia, Turquía y Nápoles habían formado una segunda coalición contra la Francia republicana. Sobre Urquijo recayó el dilema de mantener los vínculos que unían a España con Francia o, por el contrario, tomar partido contra la República. Las presiones de las potencias coaligadas fueron constantes, utilizando tanto la vía diplomática como la intriga para alentar a los españoles que en la Corte maniobraban para lograr el alineamiento de España junto a Inglaterra y la declaración de guerra a Francia. Pero las advertencias francesas fueron más eficaces ante una España que tenía conciencia de su debilidad frente una hipotética invasión del poderoso ejército francés. La experiencia de la guerra finalizada en 1795 y las noticias de los éxitos militares en Italia decidieron a España por luchar contra la Segunda Coalición.
Más información La caída de Urquijo
A partir de noviembre de 1799, cuando el golpe de Estado del 18 de Brumario puso fin al Directorio e inauguró el Consulado, con Napoleón como primer cónsul, la presión francesa para sustituir a Urquijo se hizo insoportable. El 13 de diciembre de aquel año se produjo el cambio de Urquijo por Godoy, quien regresó al poder no ya como secretario de Estado, sino con los entorchados de generalísimo, con autoridad máxima en el ejército.
Más información Nuevo gobierno de Godoy
El ascenso del Príncipe de la Paz a la máxima responsabilidad de dirigir los destinos de la monarquía hispánica se debió a tres hechos. En primer lugar, al deseo de Carlos IV de reanudar las buenas relaciones con la Iglesia, que la política de Urquijo, en especial el decreto de 5 de septiembre de 1799, había puesto en entredicho, reforzando de nuevo los vínculos entre el poder y los grupos eclesiásticos más tradicionales y ultramontanos, una vez que se había producido la elección del nuevo Pontífice, Pío VII, en marzo de 1800. En segundo lugar, a la disposición del valido a someterse a los dictados de Napoleón. En tercer lugar, a las numerosas intrigas urdidas por Godoy para desalojar a Urquijo del ministerio y poderlo así recuperar.
Más información La persecución de los ilustrados
Desde la llegada de Godoy, y con la colaboración de hombres de talante antiilustrado, como Álvarez, tío de Godoy, en la Secretaría de Guerra y, sobre todo, del ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero, un paladín del reaccionarismo, se inició la persecución de los elementos reformistas del equipo ministerial anterior. Godoy, abandonando sus coqueteos con la Ilustración de su primera etapa de gobierno y considerándose traicionado por sus elementos más característicos, se alió con el sector mayoritario del clero, enemigo de las Luces y descontento con la política religiosa de Urquijo.
Más información La Guerra de las Naranjas
La Guerra de las Naranjas
El máximo interés de Napoleón era lograr la intervención de España en Portugal, el inveterado aliado de Inglaterra. ara lograr ese fin, al que era reticente Carlos IV por motivos familiares, ya que el rey portugués era su yerno, Bonaparte contaba con la ambición personal del Príncipe de la Paz, Godoy. El 27 de febrero de 1801 se efectuó la declaración de guerra. El 19 de mayo se realizó un ataque español limitado. Fue una contienda brevísima, conocida como la Guerra de las Naranjas, por el envío a la reina María Luisa de un obsequio consistente en un ramo de naranjas portuguesas.
Más información Deseo de neutralidad y política italiana
En marzo de 1802, Francia firmó con Inglaterra, agotadas ambas por el esfuerzo bélico, la Paz de Amiens sin prestar atención a los intereses españoles. Nadie en Europa consideró que la situación de paz fuera duradera, ya que en Amiens no se había dado solución a ninguna de las muchas cuestiones que enfrentaban a Francia y España con Inglaterra. Para Bonaparte, nombrado en agosto cónsul vitalicio, era esencial mantener la ayuda incondicional de España para cuando se reanudaran las hostilidades con Inglaterra, y para ello había que evitar cualquier veleidad neutralista de España utilizando, indistintamente, el halago y la intimidación.
Más información El desastre de Trafalgar
La nueva guerra con Inglaterra fue tan calamitosa para España como lo había sido la iniciada en 1796. El proyecto de Napoleón era utilizar la capacidad de las flotas francesa y española para poder desembarcar un ejército de 160.000 hombres en territorio inglés. Pero en octubre de 1805, la flota aliada y la británica se encontraron en el cabo Trafalgar, sufriendo los primeros una gran derrota pese a ser superiores en número y capacidad de fuego. La inferior preparación de las tripulaciones franco-españolas y la mediocridad del almirante francés Villeneuve, junto a la táctica naval del almirante inglés Horatio Nelson, fueron las causas de la derrota. A la muerte de Nelson se sumaron, entre otras, las de Churruca, Gravina y Alcalá Galiano, que constituían la elite de la oficialidad de la Marina de Guerra española.
Más información Conspiraciones de El Escorial y Aranjuez
El Príncipe de la Paz, Godoy, fue objeto, desde el momento mismo de su acceso al poder a finales de 1792, de duras invectivas, siendo tratado en todo momento con frialdad por la nobleza cortesana. La agitación opositora encontró cobijo y estímulo en el príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII, convertido en su enemigo más activo. La Conspiración de El Escorial minó el poder de Godoy, mientras que la de Aranjuez hizo que Carlos IV, obligado por las circunstancias, firmara la destitución del valido el día 18, y en la festividad de San José abdicara en su hijo, coincidiendo con el envío de Godoy preso al castillo de Villaviciosa.
Más información Hacia el fin del Antiguo Régimen
La presencia de tropas francesas en España, y en Madrid desde finales de marzo de 1808, era un hecho extraordinariamente impopular. Desde el púlpito y por medio de impresos clandestinos se estimulaba el sentimiento antifrancés, que estalló en motín popular el dos de mayo cuando corrió la noticia, en un ambiente madrileño sumamente crispado, de que se pretendía trasladar a Bayona a los hijos menores y nietos de Carlos IV. Como afirmaba Manuel José Quintana en su Ultima carta a Lord Holland, "estas revueltas, esta agitación no son otra cosa que las agonías y convulsiones de un Estado que fenece". Era así cómo, ante los ojos de "la Europa atónita", España entraba en la Contemporaneidad.
Más información La crisis del cambio del siglo
Desde la década de los años setenta era ya perceptible un cierto cansancio en los sectores productivos, y un debilitamiento del crecimiento demográfico. La agricultura, la ganadería, las manufacturas y el comercio se vieron afectados gravemente por los conflictos bélicos.
Más información El bloqueo agrario
Si durante la primera mitad del siglo XVIII la agricultura conoció una cierta expansión, fue a partir de la década de los ochenta cuando las malas cosechas se hicieron más frecuentes y surgieron graves problemas de abastecimiento, generalizándose las carestías y las crisis de subsistencia, efectuándose algunos tanteos para ir introduciendo la patata como complemento dietético. Las innovaciones tecnológicas fueron tan escasas que tuvieron una nula incidencia en la productividad agraria. Los intentos de reformas técnico-agronómicas difundidos a través de las Sociedades Económicas de Amigos del País no alcanzaron resultados prácticos al plantearse como objetivo aumentar los rendimientos sin alterar el marco jurídico-institucional.
Más información Las manufacturas
La contribución del sector manufacturero a la renta era escasa en un país dominado por las actividades agropecuarias. Con la excepción de Cataluña, el resto de las regiones españolas poseía una artesanía complementaria de la actividad agrícola, con unos gremios incólumes monopolizándo la artesanía urbana y cuyo horizonte se reducía a satisfacer la demanda doméstica, con escasa comercialización fuera de los límites comarcales.
Más información El comercio
El comercio, y sobre todo el comercio colonial, fue el sector económico más perjudicado en la coyuntura de finales de siglo. El comercio interior se hallaba lastrado por una sociedad mayoritariamente campesina, incapaz de dinamizar con su demanda las transacciones comerciales, y por una red vial muy deficiente. La balanza comercial con Europa era deficitaria. Los intercambios de España con el mundo giraban, en buena medida, en torno al eje del comercio colonial, fundado sobre el principio del monopolio.
Más información La población
Los desarreglos económicos en materia agrícola, industrial y comercial no dejaron de repercutir negativamente en la población. Los estudios de Vicente Pérez Moreda han demostrado que se recrudecieron durante el reinado de Carlos IV las crisis de sobremortalidad como consecuencia de las dificultades alimentarias de los noventa, si bien no fueron las crisis de subsistencia las que en mayor grado contribuyeron a mantener elevada la mortalidad. Enfermedades endémicas, como el paludismo, la viruela o el tifus, o enfermedades epidémicas nuevas como la fiebre amarilla, que en 1804 afectó simultáneamente al interior de la Meseta y a las costas del sur y del sureste, tuvieron una gran incidencia durante el tránsito del siglo XVIII al XIX.
Más información La conflictividad social
El estancamiento agrícola, manufacturero y comercial, con el consiguiente empobrecimiento de la población, produjo numerosas situaciones donde afloraba una conflictividad social cada vez mayor, y en ocasiones violenta.
Más información La situación financiera
El conflicto armado con Inglaterra, iniciado en 1779 y vigente hasta 1783, fue el comienzo de crecientes dificultades financieras para la monarquía.
Más información Inicio del proceso desamortizador
El responsable de la gestión hacendística, el mallorquín Miguel Cayetano Soler, fue el encargado de encontrar el medio de amortizar los vales reales, ya que la crisis fiscal había empeorado desde febrero de 1798. Una de sus medidas fue iniciar un proceso desamortiuzador. La denominada, sin demasiado fundamento, "desamortización de Godoy", tuvo una importancia considerable y su incidencia en el incremento de la conflictividad social no debe ser desdeñada, ya que la red benéfica de la Iglesia quedó prácticamente desmantelada, pues en diez años se liquidó una sexta parte de la propiedad rural y urbana que administraba la Iglesia.
Más información La burguesía ascendente
Los bienes desamortizados fueron adquiridos mayoritariamente por miembros de la burguesía provinciana, hacendados de ascendencia hidalga, labradores pudientes y algunos ganaderos trashumantes que se aseguraban el control de dehesas que hasta entonces habían disfrutado en régimen de arriendo.
Más información La quiebra de la Monarquía
El resultado de todas las decisiones desamortizadoras no logró sacar de la situación desesperada a una Hacienda hundida y agotada.
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