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Desarrollo


La guerra guaranítica Un hecho que vino a convulsionar las estructuras mismas del proyecto misionero fue la llamada guerra guaranítica, rebelión de los indígenas en contra de las consecuencias de un tratado de delimitación de fronteras, firmado entre España y Portugal, y que obligaba al abandono de los siete pueblos más orientales, cuyas tierras pasaban a depender del imperio brasileño. Durante más de dos años los guaraníes se enfrentaron a los ejércitos hispano portugueses en un movimiento desesperado, cuyos ecos resonaron profundamente en Europa13, avivando una agria polémica en cuyo centro se encontraban las actividades de la Compañía de Jesús. Sin duda la guerra del Paraguay se convirtió en uno de los argumentos más utilizados para justificar la expulsión de los jesuitas, pocos años después. José Cardiel fue uno de los misioneros que más se destacaron por su oposición a aquel tratado, llegando a enfrentarse con algunos otros miembros de su orden que acataban aquella desgracia con un espíritu más resignado o que incluso tenían (caso del P. Lope Luis de Altamirano) la tarea de hacer cumplir las órdenes reales y apaciguar a sus compañeros. Llegó a tales extremos la polémica interna sobre la actitud que los jesuitas debían adoptar frente a aquel tratado, que Cardiel fue castigado, trasladado de misión e intimado por el P. Comisario a que no volviese a escribir ni a hablar sobre aquel asunto bajo pena de pecado mortal. Los acontecimientos comenzaron a desarrollarse con una lógica que escapaba al control de los misioneros.

Lo que en un primer momento había parecido un medio de presión eficaz para que se reconsiderase la oportunidad de la cesión de aquellas tierras14, se convirtió en una guerra abierta y declarada que sólo podía acabar con el aplastamiento de los rebeldes y el descrédito de la Compañía. Aunque no queremos la guerra, mas por si la hubiere sólo decimos a los nuestros: Prevénganse sólo para ella, compongamos bien las armas, busquemos a nuestros parientes que nos han de ayudar y confiando en Jesucristo nuestro ayudador decimos: Salvemos nuestras vidas, nuestra tierra y nuestros bienes todos, porque no nos conviene que con la mudanza quedemos pobres y afligidos de balde, ni que nos perdamos en balde por estos campos, por los ríos y agua, y por esos montes. Y así sólo decimos que aquí sólo queremos morir todos si Dios nos quiere acabar, nuestras mujeres y nuestros hijos pequeños juntamente. Esta es la tierra donde nacimos y nos criamos y nos bautizamos, y así aquí sólo gustamos de morir, dicen los de San Luis15. Estos párrafos pertenecen a una carta enviada por el cabildo de uno de los pueblos sublevados, muy parecida a las escritas por el resto de los afectados por el decreto, y ponen de manifiesto hasta donde habían llegado las cosas. La guerra transcurrió por derroteros previsibles. Después de algunas vacilaciones y de unos primeros momentos favorables para los indígenas, los ejércitos coloniales entraron a sangre y fuego en la zona. La batalla de Caaybate fue de hecho una masacre16, y pronto terminó toda resistencia.

Los datos ofrecidos por Cardiel son los de un testigo de primera fila, que debió ocuparse, revocado ya su castigo ante la gravedad de los sucesos, en sosegar, sin mucho éxito, a los rebeldes y en acompañar a los demarcadores y al ejército español de ocupación. Curiosamente, el gobernador Cevallos, encargado de concluir aquel lamentable asunto, le distinguió con su amistad y terminó convirtiéndole en uno de sus colaboradores más directos durante aquella campaña. La generación de los expulsos El 27 de febrero de 1767, Carlos III firmó una Real Orden por la cual los jesuitas eran expulsados de todos los dominios de su monarquía. Terminaba así un largo pleito confuso y lleno de acusaciones mutuas, en el que es muy difícil deslindar la verdad de la calumnia. En el Río de la Plata esta medida excepcional se ejecutó del 2 de julio de 1767, en que fueron arrestados los jesuitas de Buenos Aires, hasta el 22 de agosto de 1768, cuando los últimos misioneros de las reducciones fueron sustituidos por sacerdotes seculares y enviados al exilio. El número de miembros de la Compañía de Jesús que residían en aquella provincia en el momento de la expulsión, pasaba de 400. Era un grupo internacional, con una preparación intelectual realmente brillante y, además, muy activo. Después de la detención, se les embarcó en el puerto de Buenos Aires con destino a España17. En la península, fueron encerrados casi todos en el Hospicio de Misiones del Puerto de Santa María.

Los extranjeros se separaron en este lugar de los españoles y americanos y se les envió a sus países de origen. El resto, tras una breve estancia en Córcega, fue llevado a los Estados Vaticanos, donde se radicarían con carácter definitivo. Los largos años de inactividad forzosa, provocaron que muchos de ellos decidieran dedicarse a las tareas literarias, reflexionando sobre su experiencia americana. El exilio de los jesuitas tuvo así como consecuencia la elaboración de un número elevado de obras de carácter científico que recogían buena parte de los conocimientos atesorados durante muchos años de actividad en el Río de la Plata. Desgraciadamente, estos trabajos, a nuestro juicio de gran interés, fueron prácticamente ignorados, debido a las penosas condiciones en que se realizaron, sin ningún tipo de apoyo institucional y sufriendo el acoso constante de las tendencias intelectuales dominantes en la época. Es imposible ofrecer en unas pocas líneas un resumen mínimamente fiable que recoja lo más valioso de los trabajos de aquella generación. En los campos de la etnología, la lingüística, la historia, la botánica y la zoología se produjeron las aportaciones más notables, pero no las únicas. La cartografía jesuita tuvo también una gran importancia y son muy curiosos los estudios astronómicos que se realizaron desde un observatorio instalado en la misión de San Cosme y San Damián. Para comprender enteramente la labor científico cultural realizada por estos hombres en el exilio, hay que tener en cuenta algunas particularidades de la situación de los jesuitas extrañados.

Por una parte, sus obras deben enmarcarse en un debate, casi diríamos que mundial, establecido en la segunda mitad del siglo XVIII entre partidarios y adversarios de la Ilustración. Los jesuitas critican y denuncian los errores y simplificaciones de los filósofos enciclopedistas en sus apreciaciones sobre el continente americano18 y pretenden defenderse de los ataques realizados contra la obra de la Compañía en aquellas regiones. Lo cierto es que la diferencia de medios y oportunidades de unos y otros convirtió a aquél en un diálogo de sordos. Los expulsos en Italia carecieron casi completamente de valedores (que fueron todavía más escasos después de la supresión de la Compañía de Jesús en 1773 por el Papa Clemente XIV) y casi todos sus manuscritos quedaron olvidados en los archivos o fueron publicados en muy malas condiciones. Pese a la adscripción general de estos trabajos en el campo de los adversarios de la Ilustración, no puede hacerse una descalificación global en términos científicos de la obra de los jesuitas. En la mayoría de sus textos se percibe un notable interés por estar al día y conocer los avances que en las distintas áreas del conocimiento se estaban produciendo. Los nombres de Tournefort, Valmont de Bomare, Jussieu o Linneo, son ampliamente comentados y sus aportaciones valoradas muy positivamente. Se dio incluso el caso de algunos autores19 que se adhirieron a audaces tesis transformistas o evolucionistas. Pretender, en suma, realizar una identificación simplista entre sus actitudes políticas y sus concepciones científicas es un auténtico disparate. En cualquier caso, la característica más sobresaliente y admirable de los escritos de los expulsos es el de su profundo amor por todo lo americano. Frente a juicios desfavorables o incomprensiones, los jesuitas exiliados pretenden levantar su voz para defender a la tierra y a las gentes de América, señalando la majestuosidad de su naturaleza, la bondad de su clima y la nostalgia que les produce su alejamiento20.

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