El Paraguay colonial
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Datos principales
Desarrollo
El Paraguay colonial Los territorios que en el siglo XVIII acabarían formando el virreinato del Río de la Plata se encontraban, en los inicios del siglo anterior, en una situación complicada. La región había gozado de una efímera notoriedad cuando se esperaba alcanzar a través de ella el país del oro y de la plata (es decir el Imperio Inca) del que los españoles tenían vagas referencias, pero incapaces en un principio de vencer las dificultades opuestas por la naturaleza y conseguida la conquista del altiplano andino por las tropas de Pizarro, los motivos que habían provocado la ocupación inicial de la zona y el arribo de contingentes españoles considerables en la desdichada expedición de D. Pedro de Mendoza, perdieron completamente su razón de ser. Aquel área, sin recursos minerales de ningún tipo, con indígenas en general bastante poco sumisos y muy mal comunicada con la metrópoli o los grandes núcleos de riqueza de la colonia, ocupaba una posición absolutamente marginal dentro del gran imperio español. Buenos Aires, incapaz de resistir la presión indígena, hubo de ser abandonada y los núcleos de población existentes eran poco más que aldeas perdidas en medio de los bosques, rodeadas por una empalizada y esperando un ataque inminente y fulminante. En algunas regiones particularmente aisladas, como el Guairá, puede decirse incluso que la colonización estaba retrocediendo. En aquellos momentos una serie de movimientos mesiánicos y proféticos de los indígenas canalizaban una resistencia eficaz contra los invasores.
El gobernador de Asunción durante aquel periodo era una figura notable. D. Hernando Arias de Saavedra, Hernandarias, fue el primer criollo que ocupó la gobernación del Paraguay y, consciente de la imposibilidad de consumar una conquista clásica de los enormes territorios de su gobernación, decidió impulsar nuevas tentativas colonizadoras. Los franciscanos ya habían conseguido algunos resultados nada desdeñables y Hernandarias aspiraba a reforzar aquella vía mediante la llegada de un contingente de jesuitas. La creación de las misiones del Paraguay En 1604 se estableció la provincia jesuítica del Paraguay, independiente de las del Perú y Brasil, y constituida por las regiones del Río de la Plata y Chile9. Se nombró como Provincial al P. Diego de Torres Bollo, zamorano, quien había adquirido gran experiencia en el trato con los indígenas, debido a que durante años fue Superior de la importante misión de Juli, a orillas del lago Titicaca. A mediados de 1607 salió de Lima el primer grupo de jesuitas que debían formar, junto a algunos individuos que ya se encontraban en la zona, la provincia del Paraguay. El P. Diego de Torres había comprendido, durante su estancia en Juli, la dificultad de estabilizar un proyecto misionero entre poblaciones sujetas a encomienda, por lo que orientó toda la actividad de la Compañía en la provincia recién fundada hacia una denuncia de los mecanismos de dominación de los indígenas que imperaban en aquellas regiones.
Su postura en estas cuestiones era radical, adherida a las tesis más consecuentemente lascasianas. Para él, las reducciones y las encomiendas eran dos sistemas incompatibles, que no podían convivir en ningún caso. Sus primeras medidas consistieron en liberar a los indígenas que la Compañía tenía asignados y en garantizar unas condiciones de autonomía de las misiones que habían de fundarse, para permitirlas un funcionamiento aislado de la sociedad colonial. Este es quizá el aspecto más interesante de las famosas reducciones del Paraguay. Frente a la actitud de los franciscanos y del propio Hernandarias, para quienes las misiones debían servir como correctores de los abusos de los encomenderos, los jesuitas van a oponer las misiones a las encomiendas, como dos formas antitéticas de concebir la colonización, que si bien coincidían en sus objetivos teóricos y últimos, divergían absolutamente en la metodología a aplicar. Las reducciones debían así posibilitar el establecimiento de un nuevo orden social y cristiano, conscientemente marginado de las tendencias dominantes. Como puede suponerse, la idea utópica de un reino de Dios en la tierra estaba casi servida. Los indígenas Un aspecto importante de este proceso que acabamos de esbozar es el de la reacción de los nativos guaraníes frente a la opción reduccional. Tampoco para los indígenas del Río de la Plata, los primeros años del siglo XVII estaban resultando fáciles. Los españoles habían sido recibidos amigablemente por los guaraníes en un primer momento, repitiéndose una situación muy común que consiste en intentar aliarse con los conquistadores para canalizar su agresividad hacia otros grupos enemigos.
Generalmente estas alianzas no suelen ir muy lejos, pues los intereses de unos y otros son radicalmente diferentes. Los guaraníes, para sellar aquella amistad, ofrecieron sus hijas y hermanas a los españoles, quienes al poco tiempo tenían verdaderos harenes de 30, 40 ó 50 indias, pero no por eso su relación con los indígenas era la de parientes. El fundador de la primera misión jesuita de la zona, el P. Marcial de Lorenzana, describe así la situación creada: #viendo los indios que los españoles no los trataban como a cuñados y parientes, sino como a sus criados, se comenzaron a retirar y a no querer servir al español# el español quiso obligarles, tomaron las armas los unos y los otros y de aquí se fue encendiendo la guerra, la cual ha perseverado hasta ahora. La única riqueza efectiva en aquella aislada gobernación la constituía la mano de obra indígena y era por tanto la posesión más preciada. En el Archivo de Indias pueden verse multitud de relaciones que denuncian la explotación abusiva de los nativos del Paraguay, relatando casos realmente estremecedores. Somos informados que en esa provincia se van acabando los indios naturales, por los malos tratamientos que sus encomenderos les hacen, escribía Felipe II en 1582, y lo cierto es que, según todos los datos existía una política agresiva de caza y captura de los indígenas para integrarles en el sistema de semiesclavitud encomendera. Quienes sin ninguna ambigüedad se dedicaban a perseguir a los indígenas para convertirles en esclavos que se enviaban a las grandes plantaciones del nordeste brasileño, eran los habitantes de la ciudad de Sao Paulo, en aquel tiempo un clásico lugar de frontera, con una población marginal de aventureros, los famosos mamelucos, a los que una y otra vez se refieren las crónicas jesuitas.
Aprisionados entre aquellas dos fuerzas irresistibles, se encontraban los guaraníes. Es en ese contexto donde puede valorarse la oportunidad de la propuesta misionera. Era de hecho, como señala Bartomeu Meliá10, el único espacio de libertad posible que les restaba a los indígenas y a él se acogieron mayoritariamente. Por supuesto, no fue un proceso sencillo y se produjeron múltiples resistencias y oposiciones. Según el P. Ruiz de Montoya11, los chamanes encabezaron la resistencia contra los jesuitas. Los demonios nos han traído a estos hombres --decía uno de estos dirigentes a su gente-- pues quieren con nuevas doctrinas sacarnos del antiguo y buen modo de vivir de nuestros antepasados, los cuales tuvieron muchas mujeres, muchas criadas y libertad en escogerlas a su gusto y ahora quieren que nos atemos a una mujer sola. No es razón que esto pase adelante, sino que los desterremos de nuestras tierras o les quitemos las vidas. También refiere otro caso en el que uno de ellos salió diciendo a voces: Ya no se puede sufrir la libertad de estos que en nuestras mismas tierras quieren reducirnos a vivir a su mal modo. Bastantes misioneros pagaron con la vida su pretensión de una entrada pacífica entre los guaraníes, pero hay que reconocer que incluso desde el punto de vista interno de los indígenas, aquélla era la menos mala de las opciones posibles. Los jesuitas, además, supieron aprovechar con sagacidad algunas estructuras e instituciones tradicionales, readaptándolas a las necesidades de la nueva sociedad misionera. El mantenimiento de los cacicazgos y la ritualización religiosa de la vida colectiva son quizá los aspectos más característicos, pero no los únicos, de esa tendencia. Muchos indígenas sólo entraban a formar parte de las reducciones cuando obtenían la garantía de los jesuitas de que no serían encomendados en el futuro a ningún particular, y hay que reconocer que el mantenimiento de esas promesas ayudó a aumentar el prestigio de los misioneros y de su obra.
El gobernador de Asunción durante aquel periodo era una figura notable. D. Hernando Arias de Saavedra, Hernandarias, fue el primer criollo que ocupó la gobernación del Paraguay y, consciente de la imposibilidad de consumar una conquista clásica de los enormes territorios de su gobernación, decidió impulsar nuevas tentativas colonizadoras. Los franciscanos ya habían conseguido algunos resultados nada desdeñables y Hernandarias aspiraba a reforzar aquella vía mediante la llegada de un contingente de jesuitas. La creación de las misiones del Paraguay En 1604 se estableció la provincia jesuítica del Paraguay, independiente de las del Perú y Brasil, y constituida por las regiones del Río de la Plata y Chile9. Se nombró como Provincial al P. Diego de Torres Bollo, zamorano, quien había adquirido gran experiencia en el trato con los indígenas, debido a que durante años fue Superior de la importante misión de Juli, a orillas del lago Titicaca. A mediados de 1607 salió de Lima el primer grupo de jesuitas que debían formar, junto a algunos individuos que ya se encontraban en la zona, la provincia del Paraguay. El P. Diego de Torres había comprendido, durante su estancia en Juli, la dificultad de estabilizar un proyecto misionero entre poblaciones sujetas a encomienda, por lo que orientó toda la actividad de la Compañía en la provincia recién fundada hacia una denuncia de los mecanismos de dominación de los indígenas que imperaban en aquellas regiones.
Su postura en estas cuestiones era radical, adherida a las tesis más consecuentemente lascasianas. Para él, las reducciones y las encomiendas eran dos sistemas incompatibles, que no podían convivir en ningún caso. Sus primeras medidas consistieron en liberar a los indígenas que la Compañía tenía asignados y en garantizar unas condiciones de autonomía de las misiones que habían de fundarse, para permitirlas un funcionamiento aislado de la sociedad colonial. Este es quizá el aspecto más interesante de las famosas reducciones del Paraguay. Frente a la actitud de los franciscanos y del propio Hernandarias, para quienes las misiones debían servir como correctores de los abusos de los encomenderos, los jesuitas van a oponer las misiones a las encomiendas, como dos formas antitéticas de concebir la colonización, que si bien coincidían en sus objetivos teóricos y últimos, divergían absolutamente en la metodología a aplicar. Las reducciones debían así posibilitar el establecimiento de un nuevo orden social y cristiano, conscientemente marginado de las tendencias dominantes. Como puede suponerse, la idea utópica de un reino de Dios en la tierra estaba casi servida. Los indígenas Un aspecto importante de este proceso que acabamos de esbozar es el de la reacción de los nativos guaraníes frente a la opción reduccional. Tampoco para los indígenas del Río de la Plata, los primeros años del siglo XVII estaban resultando fáciles. Los españoles habían sido recibidos amigablemente por los guaraníes en un primer momento, repitiéndose una situación muy común que consiste en intentar aliarse con los conquistadores para canalizar su agresividad hacia otros grupos enemigos.
Generalmente estas alianzas no suelen ir muy lejos, pues los intereses de unos y otros son radicalmente diferentes. Los guaraníes, para sellar aquella amistad, ofrecieron sus hijas y hermanas a los españoles, quienes al poco tiempo tenían verdaderos harenes de 30, 40 ó 50 indias, pero no por eso su relación con los indígenas era la de parientes. El fundador de la primera misión jesuita de la zona, el P. Marcial de Lorenzana, describe así la situación creada: #viendo los indios que los españoles no los trataban como a cuñados y parientes, sino como a sus criados, se comenzaron a retirar y a no querer servir al español# el español quiso obligarles, tomaron las armas los unos y los otros y de aquí se fue encendiendo la guerra, la cual ha perseverado hasta ahora. La única riqueza efectiva en aquella aislada gobernación la constituía la mano de obra indígena y era por tanto la posesión más preciada. En el Archivo de Indias pueden verse multitud de relaciones que denuncian la explotación abusiva de los nativos del Paraguay, relatando casos realmente estremecedores. Somos informados que en esa provincia se van acabando los indios naturales, por los malos tratamientos que sus encomenderos les hacen, escribía Felipe II en 1582, y lo cierto es que, según todos los datos existía una política agresiva de caza y captura de los indígenas para integrarles en el sistema de semiesclavitud encomendera. Quienes sin ninguna ambigüedad se dedicaban a perseguir a los indígenas para convertirles en esclavos que se enviaban a las grandes plantaciones del nordeste brasileño, eran los habitantes de la ciudad de Sao Paulo, en aquel tiempo un clásico lugar de frontera, con una población marginal de aventureros, los famosos mamelucos, a los que una y otra vez se refieren las crónicas jesuitas.
Aprisionados entre aquellas dos fuerzas irresistibles, se encontraban los guaraníes. Es en ese contexto donde puede valorarse la oportunidad de la propuesta misionera. Era de hecho, como señala Bartomeu Meliá10, el único espacio de libertad posible que les restaba a los indígenas y a él se acogieron mayoritariamente. Por supuesto, no fue un proceso sencillo y se produjeron múltiples resistencias y oposiciones. Según el P. Ruiz de Montoya11, los chamanes encabezaron la resistencia contra los jesuitas. Los demonios nos han traído a estos hombres --decía uno de estos dirigentes a su gente-- pues quieren con nuevas doctrinas sacarnos del antiguo y buen modo de vivir de nuestros antepasados, los cuales tuvieron muchas mujeres, muchas criadas y libertad en escogerlas a su gusto y ahora quieren que nos atemos a una mujer sola. No es razón que esto pase adelante, sino que los desterremos de nuestras tierras o les quitemos las vidas. También refiere otro caso en el que uno de ellos salió diciendo a voces: Ya no se puede sufrir la libertad de estos que en nuestras mismas tierras quieren reducirnos a vivir a su mal modo. Bastantes misioneros pagaron con la vida su pretensión de una entrada pacífica entre los guaraníes, pero hay que reconocer que incluso desde el punto de vista interno de los indígenas, aquélla era la menos mala de las opciones posibles. Los jesuitas, además, supieron aprovechar con sagacidad algunas estructuras e instituciones tradicionales, readaptándolas a las necesidades de la nueva sociedad misionera. El mantenimiento de los cacicazgos y la ritualización religiosa de la vida colectiva son quizá los aspectos más característicos, pero no los únicos, de esa tendencia. Muchos indígenas sólo entraban a formar parte de las reducciones cuando obtenían la garantía de los jesuitas de que no serían encomendados en el futuro a ningún particular, y hay que reconocer que el mantenimiento de esas promesas ayudó a aumentar el prestigio de los misioneros y de su obra.