CAPITULO I
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CAPITULO I Del principio, progresos y último estado de la población de Montevideo y de la cría de su ganado. De los desórdenes y males en que abunda la campaña y de su origen y medio de precaverlos; de la negociación de sus cueros y de las ventajas que sacaría de esta reforma el Estado, la iglesia, comercio etc. Desde el año de 1508 en que a consecuencia de la bula de Alejandro sexto de 4 de mayo de 539, y de la concordia firmada en Tordesillas en 7 de junio de 94 por los reyes católicos y por don Juan el segundo de Portugal, tomaron solemne posesión de todas las tierras que baña el Río de la Plata Juan Díaz de Solís y Vicente Yañez Pinzón por la corona de Castilla estuvo sin poblarse la ciudad hasta el año 1535 en que pasó con este encargo al adelantado don Pedro de Mendoza. Muy desde los principios de esta empresa se echó de ver que faltaban en su continente los precisos utensilios de leña, carbón, maderas y ganados, y éste los hizo escoger para proveerle en lo primero y para la cría en lo segundo. La banda septentrional del Río de la Plata. Abstuviéronse con este objeto de formar allí poblaciones extendidas que pudiesen ahuyentar la cría del ganado, y emprendieron en el año de 1554 hacer conducir de España ganado vacuno que alimentándose de aquellos copiosos pastos, y vagando con libertad y quietud por tan inmensos terrenos se propagase hasta dar abasto con sus pieles al comercio de cueros de toda la Europa, y levantar un ramo de comercio activo que diese de donde subsistir a aquellos nuevos pobladores.
El ganado navegó con efectos a Montevideo; y habiéndosele agregado otra porción que se condujo de la provincia de los Charcas vieron logrados su proyectos los vecinos de Buenos Aires: Fueron tan abundantes las crías de aquellos animales, sobre un espacio de tierra inmensurable cubierta de pastos, y penetrada de agua por todas partes, que en breve se vió habitada de vecinos la ribera del río, inducidos del interés de los cueros y de las faenas de salazón, grasa y sebo, con que entablaron otros tantos ramos de comercio. El cabildo de Buenos Aires fundó una renta a favor de sus propios en las licencias que concedía a sus vecinos para pasar a la otra banda a hacer matanzas de ganado; siendo ésta en aquellos tiempos más sencillos la única formalidad con que se entraba a la campaña a disfrutar de su riqueza; pero ya fuese porque en una época tan coetánea al descubrimiento de la América, no había suficiente número de embarcaciones a que dar salida a todos los cueros posibles de faenar, o ya porque si se verificaban, o supercrecían las porciones del ganado a su mortandad, o ya más bien porque las matanzas se hiciesen con discreción y con medida reservando a las vacas, y el terneraje para que no se aniquilase la especie, era tanta su abundancia que llenó el campo de animales, inundaban hasta las mismas orillas del mar hacia los puertos de Montevideo, Maldonado, los Castillos y costas fronteras a la laguna Merín. La fama de este tesoro sugirió a las potencias extranjeras la codicia de una cosecha tan abundante en su especie, como lucrativa en su comercio; y sin respetos a tratados ni a leyes se dejaron ver hacia aquellas partes embarcaciones llenas de ingleses y holandeses con la mira de saquear el campo, valiéndose para este arreglo de la distancia de Buenos Aires, donde residía el gobernador, y de la falta de naves para seguir y castigar unos ejércitos ladrones.
Sin embargo luego que tenía noticias de alguno de estos desembarcos el gobernador de Buenos Aires despachaba tropa por tierra, y obligaba con las armas a que se retirasen los piratas, y dejaba limpio el campo. No podían ser los que más durmiesen los vasallos de la corona de Portugal, que dominaban el Brasil, y veían desde sus posesiones la abundante producción de las nuestras; y aunque se contentaron al principio con algunas correrías a la ligera, de que salieron escarmentados siempre, la misma indefensión de las riberas de aquellos campos, y la inmediación del Brasil, los determinó de tentar nuestras fuerzas, situándose de improviso en la costa septentrional de Buenos Aires en frente de la isla de San Gabriel, con no menor proyecto que el de tomar posesión de aquel continente y guarnecerlo a satisfacción levantando una especie de fortaleza, que denominaron colina del Sacramento. Con efecto salió por mar del Río de Janeiro en fines del año de 679 el gobernador de aquella plaza Manuel Lobo, comboyado de diferentes embarcaciones, cargadas de tropas, artillería, municiones de guerra, y de artífices, y operarios, que llenase el objeto de la expedición, y desembarcando en la orilla opuesta a Buenos Aires, se establecieron en ella furtivamente en principio del año de 680, turbando de este modo inaudito y clandestino, la quieta posesión de un príncipe amigo, que la tenía desde el año de 496, y habitada de sus vasallos, de más de siglo y medio antes de aquella invasión.
Desde esta fecha podemos asegurar a Vuestra Excelencia que se halla pensionada la nación española, a estar con las armas en las manos contra sus amigos y vecinos los portugueses, sin que los enlaces por sangre de estas dos coronas hayan logrado poner la paz entre ellas. Ciento y catorce años de guerra (más o menos declarada) pero siempre perjudicial a la España, contamos hasta hoy desde aquella época, sin haber adelantado otra cosa que reforzar a nuestro contrario por medio de unas cesiones muy considerables que ha sabido negociar en los apuntes y tratados a que repetidas veces hemos venido, huyendo de un rompimiento; y cuando uno solo habría sido suficiente a reconquistar nuestras posiciones usurpadas por aquellos, y a descartarnos de un vecino, muy antiguo y muy interesado de estarnos incomodando hemos estado sobrellevándolo el espacio de ciento catorce años para que la larga posesión en que los ha tolerado el sufrimiento los haya hecho entrar en presunción de señores. Sería interminable este papel si hubiésemos de dar aquí la historia de todas las hostilidades, insultos, deprecaciones y guerras vivas que hemos sostenido a los portugueses por desposeernos de aquel territorio; y cuando nos fuese posible numerar los rompimientos a que nos han obligado, y las diferentes conferencias y tratados a que nos hemos reducido, ya en Badajoz, y Velez, ya en Paris, ya en Utrech, y ya en la misma corte de Roma, nunca podríamos calcular las invasiones hechas en nuestro campo, ni los robos ejecutados en nuestro ganado.
El tratado provisional del 7 de mayo de 681 fue el primer armisticio en que se convinieron las dos potencias, de resultas de haber demolido y tomado por asalto el gobernador de Buenos Aires, don José Garro, la colonia de Sacramento, y hecho prisioneros de guerra a los portugueses que la de-fendían el 7 de agosto del mismo año de 680 en que habían pasado a establecerla. Pero esta primera composición efectos de una guerra sangrienta sobre la colonia, fue también un título de adquisición a favor de los portugueses, que los puso en derecho de ir ganando dominio sobre nuestros campos. Una nación expulsada de esta manera y hecha prisionera en los habitantes de aquella fortaleza, logró merecer de la magnanimidad del monarca español que quedase depositada en sus manos la colonia de que fueron arrojados y que pudiesen hacer reparos de tierra para cubrir su artillería, y abrigar sus personas, sin perjuicio ni alteración de los derechos de posesión y propiedad de una y otra corona, y con calidad de que los vecinos de Buenos Aires habían de tener el uso y aprovechamiento del sitio, labores de sus ganados, madera, caza, pesca, y carbón como antes de que en él se hiciesen la población de la colonia, y conviniendo de ambas potencias en nombrar comisarios en el término de dos meses que determinasen dentro de tres la controversia suscitada, y el de hacer de ocurrirse a Su Santidad en caso de discordia dentro de un año, quedó acabada la primera guerra al año siguiente de haberse comenzado.
Veinticuatro años hicieron durar los portugueses en sus manos un depósito que según lo convenido debió durar cinco meses; porque temiéndose de la decisión del Sumo Pontífice (a quien ocurrió la corte de España) después de haber tenido sus conferencias los dos comisarios nombrados, sin haber concluido cosa alguna jamás, quiso la corona de Portugal disputar persona que representase en Roma sus derechos, y dejó pasar el año prefijado para la decisión de la discordia, frustrando sin temor la expectativa de nuestra nación, y la interposición de Su Santidad. A1 cabo de los 24 años de aquel depósito, sin esperanzas de que la corona de Portugal descendiese a ninguna avenencia pacífica, viéndola repetir sus entradas por los campos litigiosos, y violando cubiertamente los tratados de alianza, fue preciso declararle la guerra en el año de 1704, y habiéndose verificado ésta con la felicidad acostumbrada de nación a nación, quedó luego al siguiente año del 705, conquistada de nuevo la colonia del Sacramento, siendo gobernador de Buenos Aires don Alonso Valdés. A los once años de esta conquista, y de tener a nuestro mando la colonia, volvió tercera vez al de Portugal por el tratado de paces de Utrech celebrado entre ambas potencias el año de 715. Por este tratado la majestad del señor don Felipe quinto cedió, e hizo donación formal de la misma colonia a S.M.F. para poner término a la contienda y no diferir la conclusión de la paz general tan deseada; bien entendido que para el artículo séptimo se reservó la España la retrocesión de la colonia por medio de un equivalente que debería ofrecer al Portugal dentro de año y medio; y a consecuencia de este convenio quedó la colonia por la corte de Lisboa con el territorio que la correspondía (que era el alcance del tiro de cañón) y se hizo entrega de ella por el gobernador de Buenos Aires, don Baltasar García Ros, al maestre de campo portugués, Manuel González Barbosa, el 11 de noviembre de 1716.
A1 protesto de la entrega de la colonia con el territorio de su pertenencia, promovieron los portugueses una cuestión sobre los límites de aquella plaza que duró dieciocho años; en los cuales sin embargo de las guardias y continua vigilancia de los gobernadores de Buenos Aires disfrutaron el campo a su salvo hasta que la repetición de insultos, la frecuencia de los robos y las manifiestas hostilidades que sufrió la nación de aquellos extranjeros en su misma casa, obligó a don Miguel de Salcedo, que a la sazón gobernaba Buenos Aires, a poner sitio formal a la colonia el año de 35; el cual redujo después a estrechísimo bloqueo, contentándose con haber restaurado los terrenos usurpados en aquellas comarcas, y con estorbar las correrías con que habían ahuyentado el ganado y destruido las haciendas y domicilios de los españoles. Había llegado a tanto el despotismo de los portugueses a la sombra de la cesión de la colonia, aunque con el pacto de retrocesión, que no satisfechos de disfrutar bajo este velo un reino de doscientas leguas hacia la tierra adentro, y de más de cien por el margen septentrional del Río de la Plata hasta el cabo de Santa María, pretendieron tomar la entrada del río y cerrar el paso de toda esta América a sus mismos conquistadores estableciéndose en Montevideo y fortificándolo a la defensiva; y llevándolo a efecto este pensamiento con el mayor denuedo en el año de 723, después de haber sido desalojados en el de 20 del mismo Montevideo por el gobernador de Buenos Aires, despacharon a este puerto un navío de guerra con tropa y artillería, y ejecutaron su desembarco y dieron principio a la fortificación de aquella plaza con toda la libertad propia del que edifica en un solar de su dominio privativo.
.. E1 gobernador de Buenos Aires, don Bruno Zavala... la convirtió luego en confusión y tropel aquella tranquilidad; porque habiendo hecho juntar las fuerzas posibles para sitiar por mar y tierra y desalojar a aquellos intrusos, temieron la oposición de aquel militar, y tomaron a partido el salir huyendo en un navío de guerra con toda su tropa y artillería y abandonando el puerto a la sordina sin habernos hecho quemar nuestra pólvora. Ya no era posible a la nación española mantener por más tiempo la defensa de aquella importantísima provincia sin otras murallas que las de la alianza y buena fe que le tenía ofrecida la corte de Lisboa. Esta tentativa hecha sobre Montevideo por medio de un navío de guerra con el proyecto formado de fortificar y apropiarse los puertos de Montevideo y Maldonado, tan indisputables a la corona de Castilla, obligaron a acelerar la ejecución de las reales cédulas de 13 de noviembre de 1717, 27 de enero de 720, 18 de marzo de 724 reducidas a dar hora a los gobernadores de Buenos Aires que sin perder tiempo y del mejor modo que les fuera posible fortificasen los puertos de Montevideo y Maldonado y para que la población de ellos y de toda la tierra intermedia asegurase nuestros campos de los continuos asaltos de portugueses se condujo a ellos porción de pobladores de las islas Canarias que verificaron su entrada en Montevideo el año de 26. Estas familias y las de aquellos hacendados o faeneros de cueros que con este objeto se habían establecido entre Maldonado y Montevideo, fueron los fundadores de la población de aquellos dos puertos, y tierras intermedias; y ellos y los españoles y portugueses , que se han avecindado sobre aquel continente, han multiplicado tanto los linajes de sesenta años a esta parte, que no cabiendo en Montevideo se han situado de puertas afuera de la ciudad, haciendo en su campo bajo el título de ranchos, una población que ocupa la legua del ejido, que ya no puede subsistir sin párrocos, y sin justicias.
Lo mismo se observa en la parte de campaña que corre desde Montevideo al río Negro por un espacio de ochenta leguas. Este terreno se halla igualmente cubierto de habitantes que a ciertas distancias han levantado algunos pueblecitos bajo la dirección de un párroco; y hasta hoy se cuentan los curatos de Las Piedras, Canelones, San José, el Rosario, San Carlos, las Víboras, el Espinillo, y Santo Domingo Soriano. La restante costa del Río de la Plata desde Montevideo hasta el cabo de Santa María que componen treinta leguas de extensión está igualmente poblada de habitantes aunque en menos número, y no tiene más curatos que el de Maldonado, y el Pueblo Nuevo de las Minas. E1 Centro de esta tierra incluida entre la costa del mar por el oriente, la del Río de la Plata por el sur, y la del Uruguay por el occidente que contiene un espacio de cien leguas de longitud de este a oeste, y doscientas de latitud, desde Montevideo para el norte hasta la altura de la isla de Santa Catalina sólo está habitada de estancieros, y peones de campo, sin que haya iglesias ni pueblos. Sobre la costa occidental del Uruguay entre este río, y e1 de Paraná corre un jirón de tierra estrecho que mide sesenta leguas por la parte que es más ancho, y su largo tomado desde Corrientes hasta la altura de Santo Domingo Soriano es de ciento cincuenta. Esta lengua de tierra se halla poblada del mismo modo que la antecedente; y tampoco tiene iglesias, ni pueblos a excepción de el Gualeguay y Corrientes, que distan las mismas ciento cincuenta leguas; de suerte que desde las orillas del Paraná hasta la costa del mar, y río Grande de San Pedro (que es lo más ancho de aquel continente) en que se miden cerca de ciento cincuenta leguas, y desde la ciudad de Montevideo hasta la altura de Santa Catalina que encierra cerca de doscientas leguas todo está habitado de gente blanca, criolla y europea; con la diferencia de que sólo la orilla del Río de la Plata contiene pueblos con parroquias o capillas.
No es posible individualizar el número de almas que se encierran en este espacioso ámbito porque aún la población de la capital de Buenos Aires se ignora todavía y aún incluso hacer un sólo cálculo sería aventurar mucho el acierto; no obstante, en asegurar a Vuestra Excelencia que no bajan de dos mil habitantes los que viven entre las costas de los ríos Uruguay, Paraná, la Plata, y Grande de San Pedro hasta los pueblos de Misiones, no se arriesga nada, porque en el año de 53, en que toda esta tierra estaba desierta y apenas había otras estancias que las de los canarios pobladores, constaban los treinta pueblos de Misiones de 95.884 vivientes; y por lo menos, que pueda regularse a la campaña es otro tanto de lo que contenían los pueblos de misiones hace ahora cuarenta años. E1 límite de toda ella por el ángulo del norte al este está todavía en litigio entre España y Portugal. Desde la laguna de los Patos hacia el noreste siguiendo la costa del mar hasta el Brasil se mira como de esta nación, y nada disputamos sobre este terreno, sin embargo de haber sido descubierto por nosotros y tomado posesión de él la corona de Castilla en fines del siglo XV. La Laguna de los Patos o el río Grande de San Pedro lo tomó don Pedro Ceballos el año de 62, y en el de 77 la isla de Santa Catalina pero habiéndose devuelto una y otra posesión a los portugueses sólo versa la disputa sobre la extensión o el término de esta tierra por su faz occidental considerando en medio de las líneas que deben demarcar las respectivas pertenencias de las dos coronas un espacio de tierra neutral. Pero no habiéndose podido fijar esta línea todavía, después de diez años que están trabajando en su arreglo tres partidas de comisarios españoles, al cargo de otros tantos oficiales de marina de acuerdo con los comisarios portugueses diputados al mismo fin por su corona, no podemos contar por ahora con otro límite cierto que con el de los terrenos neutrales de las dos coronas; y con este motivo son más frecuentes los robos y los contrabandos y debe andar más solícita la atención del que gobierna.
El ganado navegó con efectos a Montevideo; y habiéndosele agregado otra porción que se condujo de la provincia de los Charcas vieron logrados su proyectos los vecinos de Buenos Aires: Fueron tan abundantes las crías de aquellos animales, sobre un espacio de tierra inmensurable cubierta de pastos, y penetrada de agua por todas partes, que en breve se vió habitada de vecinos la ribera del río, inducidos del interés de los cueros y de las faenas de salazón, grasa y sebo, con que entablaron otros tantos ramos de comercio. El cabildo de Buenos Aires fundó una renta a favor de sus propios en las licencias que concedía a sus vecinos para pasar a la otra banda a hacer matanzas de ganado; siendo ésta en aquellos tiempos más sencillos la única formalidad con que se entraba a la campaña a disfrutar de su riqueza; pero ya fuese porque en una época tan coetánea al descubrimiento de la América, no había suficiente número de embarcaciones a que dar salida a todos los cueros posibles de faenar, o ya porque si se verificaban, o supercrecían las porciones del ganado a su mortandad, o ya más bien porque las matanzas se hiciesen con discreción y con medida reservando a las vacas, y el terneraje para que no se aniquilase la especie, era tanta su abundancia que llenó el campo de animales, inundaban hasta las mismas orillas del mar hacia los puertos de Montevideo, Maldonado, los Castillos y costas fronteras a la laguna Merín. La fama de este tesoro sugirió a las potencias extranjeras la codicia de una cosecha tan abundante en su especie, como lucrativa en su comercio; y sin respetos a tratados ni a leyes se dejaron ver hacia aquellas partes embarcaciones llenas de ingleses y holandeses con la mira de saquear el campo, valiéndose para este arreglo de la distancia de Buenos Aires, donde residía el gobernador, y de la falta de naves para seguir y castigar unos ejércitos ladrones.
Sin embargo luego que tenía noticias de alguno de estos desembarcos el gobernador de Buenos Aires despachaba tropa por tierra, y obligaba con las armas a que se retirasen los piratas, y dejaba limpio el campo. No podían ser los que más durmiesen los vasallos de la corona de Portugal, que dominaban el Brasil, y veían desde sus posesiones la abundante producción de las nuestras; y aunque se contentaron al principio con algunas correrías a la ligera, de que salieron escarmentados siempre, la misma indefensión de las riberas de aquellos campos, y la inmediación del Brasil, los determinó de tentar nuestras fuerzas, situándose de improviso en la costa septentrional de Buenos Aires en frente de la isla de San Gabriel, con no menor proyecto que el de tomar posesión de aquel continente y guarnecerlo a satisfacción levantando una especie de fortaleza, que denominaron colina del Sacramento. Con efecto salió por mar del Río de Janeiro en fines del año de 679 el gobernador de aquella plaza Manuel Lobo, comboyado de diferentes embarcaciones, cargadas de tropas, artillería, municiones de guerra, y de artífices, y operarios, que llenase el objeto de la expedición, y desembarcando en la orilla opuesta a Buenos Aires, se establecieron en ella furtivamente en principio del año de 680, turbando de este modo inaudito y clandestino, la quieta posesión de un príncipe amigo, que la tenía desde el año de 496, y habitada de sus vasallos, de más de siglo y medio antes de aquella invasión.
Desde esta fecha podemos asegurar a Vuestra Excelencia que se halla pensionada la nación española, a estar con las armas en las manos contra sus amigos y vecinos los portugueses, sin que los enlaces por sangre de estas dos coronas hayan logrado poner la paz entre ellas. Ciento y catorce años de guerra (más o menos declarada) pero siempre perjudicial a la España, contamos hasta hoy desde aquella época, sin haber adelantado otra cosa que reforzar a nuestro contrario por medio de unas cesiones muy considerables que ha sabido negociar en los apuntes y tratados a que repetidas veces hemos venido, huyendo de un rompimiento; y cuando uno solo habría sido suficiente a reconquistar nuestras posiciones usurpadas por aquellos, y a descartarnos de un vecino, muy antiguo y muy interesado de estarnos incomodando hemos estado sobrellevándolo el espacio de ciento catorce años para que la larga posesión en que los ha tolerado el sufrimiento los haya hecho entrar en presunción de señores. Sería interminable este papel si hubiésemos de dar aquí la historia de todas las hostilidades, insultos, deprecaciones y guerras vivas que hemos sostenido a los portugueses por desposeernos de aquel territorio; y cuando nos fuese posible numerar los rompimientos a que nos han obligado, y las diferentes conferencias y tratados a que nos hemos reducido, ya en Badajoz, y Velez, ya en Paris, ya en Utrech, y ya en la misma corte de Roma, nunca podríamos calcular las invasiones hechas en nuestro campo, ni los robos ejecutados en nuestro ganado.
El tratado provisional del 7 de mayo de 681 fue el primer armisticio en que se convinieron las dos potencias, de resultas de haber demolido y tomado por asalto el gobernador de Buenos Aires, don José Garro, la colonia de Sacramento, y hecho prisioneros de guerra a los portugueses que la de-fendían el 7 de agosto del mismo año de 680 en que habían pasado a establecerla. Pero esta primera composición efectos de una guerra sangrienta sobre la colonia, fue también un título de adquisición a favor de los portugueses, que los puso en derecho de ir ganando dominio sobre nuestros campos. Una nación expulsada de esta manera y hecha prisionera en los habitantes de aquella fortaleza, logró merecer de la magnanimidad del monarca español que quedase depositada en sus manos la colonia de que fueron arrojados y que pudiesen hacer reparos de tierra para cubrir su artillería, y abrigar sus personas, sin perjuicio ni alteración de los derechos de posesión y propiedad de una y otra corona, y con calidad de que los vecinos de Buenos Aires habían de tener el uso y aprovechamiento del sitio, labores de sus ganados, madera, caza, pesca, y carbón como antes de que en él se hiciesen la población de la colonia, y conviniendo de ambas potencias en nombrar comisarios en el término de dos meses que determinasen dentro de tres la controversia suscitada, y el de hacer de ocurrirse a Su Santidad en caso de discordia dentro de un año, quedó acabada la primera guerra al año siguiente de haberse comenzado.
Veinticuatro años hicieron durar los portugueses en sus manos un depósito que según lo convenido debió durar cinco meses; porque temiéndose de la decisión del Sumo Pontífice (a quien ocurrió la corte de España) después de haber tenido sus conferencias los dos comisarios nombrados, sin haber concluido cosa alguna jamás, quiso la corona de Portugal disputar persona que representase en Roma sus derechos, y dejó pasar el año prefijado para la decisión de la discordia, frustrando sin temor la expectativa de nuestra nación, y la interposición de Su Santidad. A1 cabo de los 24 años de aquel depósito, sin esperanzas de que la corona de Portugal descendiese a ninguna avenencia pacífica, viéndola repetir sus entradas por los campos litigiosos, y violando cubiertamente los tratados de alianza, fue preciso declararle la guerra en el año de 1704, y habiéndose verificado ésta con la felicidad acostumbrada de nación a nación, quedó luego al siguiente año del 705, conquistada de nuevo la colonia del Sacramento, siendo gobernador de Buenos Aires don Alonso Valdés. A los once años de esta conquista, y de tener a nuestro mando la colonia, volvió tercera vez al de Portugal por el tratado de paces de Utrech celebrado entre ambas potencias el año de 715. Por este tratado la majestad del señor don Felipe quinto cedió, e hizo donación formal de la misma colonia a S.M.F. para poner término a la contienda y no diferir la conclusión de la paz general tan deseada; bien entendido que para el artículo séptimo se reservó la España la retrocesión de la colonia por medio de un equivalente que debería ofrecer al Portugal dentro de año y medio; y a consecuencia de este convenio quedó la colonia por la corte de Lisboa con el territorio que la correspondía (que era el alcance del tiro de cañón) y se hizo entrega de ella por el gobernador de Buenos Aires, don Baltasar García Ros, al maestre de campo portugués, Manuel González Barbosa, el 11 de noviembre de 1716.
A1 protesto de la entrega de la colonia con el territorio de su pertenencia, promovieron los portugueses una cuestión sobre los límites de aquella plaza que duró dieciocho años; en los cuales sin embargo de las guardias y continua vigilancia de los gobernadores de Buenos Aires disfrutaron el campo a su salvo hasta que la repetición de insultos, la frecuencia de los robos y las manifiestas hostilidades que sufrió la nación de aquellos extranjeros en su misma casa, obligó a don Miguel de Salcedo, que a la sazón gobernaba Buenos Aires, a poner sitio formal a la colonia el año de 35; el cual redujo después a estrechísimo bloqueo, contentándose con haber restaurado los terrenos usurpados en aquellas comarcas, y con estorbar las correrías con que habían ahuyentado el ganado y destruido las haciendas y domicilios de los españoles. Había llegado a tanto el despotismo de los portugueses a la sombra de la cesión de la colonia, aunque con el pacto de retrocesión, que no satisfechos de disfrutar bajo este velo un reino de doscientas leguas hacia la tierra adentro, y de más de cien por el margen septentrional del Río de la Plata hasta el cabo de Santa María, pretendieron tomar la entrada del río y cerrar el paso de toda esta América a sus mismos conquistadores estableciéndose en Montevideo y fortificándolo a la defensiva; y llevándolo a efecto este pensamiento con el mayor denuedo en el año de 723, después de haber sido desalojados en el de 20 del mismo Montevideo por el gobernador de Buenos Aires, despacharon a este puerto un navío de guerra con tropa y artillería, y ejecutaron su desembarco y dieron principio a la fortificación de aquella plaza con toda la libertad propia del que edifica en un solar de su dominio privativo.
.. E1 gobernador de Buenos Aires, don Bruno Zavala... la convirtió luego en confusión y tropel aquella tranquilidad; porque habiendo hecho juntar las fuerzas posibles para sitiar por mar y tierra y desalojar a aquellos intrusos, temieron la oposición de aquel militar, y tomaron a partido el salir huyendo en un navío de guerra con toda su tropa y artillería y abandonando el puerto a la sordina sin habernos hecho quemar nuestra pólvora. Ya no era posible a la nación española mantener por más tiempo la defensa de aquella importantísima provincia sin otras murallas que las de la alianza y buena fe que le tenía ofrecida la corte de Lisboa. Esta tentativa hecha sobre Montevideo por medio de un navío de guerra con el proyecto formado de fortificar y apropiarse los puertos de Montevideo y Maldonado, tan indisputables a la corona de Castilla, obligaron a acelerar la ejecución de las reales cédulas de 13 de noviembre de 1717, 27 de enero de 720, 18 de marzo de 724 reducidas a dar hora a los gobernadores de Buenos Aires que sin perder tiempo y del mejor modo que les fuera posible fortificasen los puertos de Montevideo y Maldonado y para que la población de ellos y de toda la tierra intermedia asegurase nuestros campos de los continuos asaltos de portugueses se condujo a ellos porción de pobladores de las islas Canarias que verificaron su entrada en Montevideo el año de 26. Estas familias y las de aquellos hacendados o faeneros de cueros que con este objeto se habían establecido entre Maldonado y Montevideo, fueron los fundadores de la población de aquellos dos puertos, y tierras intermedias; y ellos y los españoles y portugueses , que se han avecindado sobre aquel continente, han multiplicado tanto los linajes de sesenta años a esta parte, que no cabiendo en Montevideo se han situado de puertas afuera de la ciudad, haciendo en su campo bajo el título de ranchos, una población que ocupa la legua del ejido, que ya no puede subsistir sin párrocos, y sin justicias.
Lo mismo se observa en la parte de campaña que corre desde Montevideo al río Negro por un espacio de ochenta leguas. Este terreno se halla igualmente cubierto de habitantes que a ciertas distancias han levantado algunos pueblecitos bajo la dirección de un párroco; y hasta hoy se cuentan los curatos de Las Piedras, Canelones, San José, el Rosario, San Carlos, las Víboras, el Espinillo, y Santo Domingo Soriano. La restante costa del Río de la Plata desde Montevideo hasta el cabo de Santa María que componen treinta leguas de extensión está igualmente poblada de habitantes aunque en menos número, y no tiene más curatos que el de Maldonado, y el Pueblo Nuevo de las Minas. E1 Centro de esta tierra incluida entre la costa del mar por el oriente, la del Río de la Plata por el sur, y la del Uruguay por el occidente que contiene un espacio de cien leguas de longitud de este a oeste, y doscientas de latitud, desde Montevideo para el norte hasta la altura de la isla de Santa Catalina sólo está habitada de estancieros, y peones de campo, sin que haya iglesias ni pueblos. Sobre la costa occidental del Uruguay entre este río, y e1 de Paraná corre un jirón de tierra estrecho que mide sesenta leguas por la parte que es más ancho, y su largo tomado desde Corrientes hasta la altura de Santo Domingo Soriano es de ciento cincuenta. Esta lengua de tierra se halla poblada del mismo modo que la antecedente; y tampoco tiene iglesias, ni pueblos a excepción de el Gualeguay y Corrientes, que distan las mismas ciento cincuenta leguas; de suerte que desde las orillas del Paraná hasta la costa del mar, y río Grande de San Pedro (que es lo más ancho de aquel continente) en que se miden cerca de ciento cincuenta leguas, y desde la ciudad de Montevideo hasta la altura de Santa Catalina que encierra cerca de doscientas leguas todo está habitado de gente blanca, criolla y europea; con la diferencia de que sólo la orilla del Río de la Plata contiene pueblos con parroquias o capillas.
No es posible individualizar el número de almas que se encierran en este espacioso ámbito porque aún la población de la capital de Buenos Aires se ignora todavía y aún incluso hacer un sólo cálculo sería aventurar mucho el acierto; no obstante, en asegurar a Vuestra Excelencia que no bajan de dos mil habitantes los que viven entre las costas de los ríos Uruguay, Paraná, la Plata, y Grande de San Pedro hasta los pueblos de Misiones, no se arriesga nada, porque en el año de 53, en que toda esta tierra estaba desierta y apenas había otras estancias que las de los canarios pobladores, constaban los treinta pueblos de Misiones de 95.884 vivientes; y por lo menos, que pueda regularse a la campaña es otro tanto de lo que contenían los pueblos de misiones hace ahora cuarenta años. E1 límite de toda ella por el ángulo del norte al este está todavía en litigio entre España y Portugal. Desde la laguna de los Patos hacia el noreste siguiendo la costa del mar hasta el Brasil se mira como de esta nación, y nada disputamos sobre este terreno, sin embargo de haber sido descubierto por nosotros y tomado posesión de él la corona de Castilla en fines del siglo XV. La Laguna de los Patos o el río Grande de San Pedro lo tomó don Pedro Ceballos el año de 62, y en el de 77 la isla de Santa Catalina pero habiéndose devuelto una y otra posesión a los portugueses sólo versa la disputa sobre la extensión o el término de esta tierra por su faz occidental considerando en medio de las líneas que deben demarcar las respectivas pertenencias de las dos coronas un espacio de tierra neutral. Pero no habiéndose podido fijar esta línea todavía, después de diez años que están trabajando en su arreglo tres partidas de comisarios españoles, al cargo de otros tantos oficiales de marina de acuerdo con los comisarios portugueses diputados al mismo fin por su corona, no podemos contar por ahora con otro límite cierto que con el de los terrenos neutrales de las dos coronas; y con este motivo son más frecuentes los robos y los contrabandos y debe andar más solícita la atención del que gobierna.