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Desarrollo


CAPITULO LIII Dase noticia de lo sucedido en el Río Colorado, y efectos de la Expedición. Fúndase el Presidio de Santa Bárbara, sube el V. P. Presidente para Monterrey. Queda dicho en el antecedente Capítulo, cómo el Señor Gobernador desde la primera jornada del camino para la Canal se regresó para la Misión de San Gabriel, a donde fue a amanecer el día 27 de marzo, y trató con el Señor Teniente Coronel D. Pedro Fages los asuntos y órdenes que traía del Señor Comandante General, y le refirió por menudo todo lo acaecido, según las declaraciones que jurídicamente hicieron los Rescatadores, que tuve la dicha de tener en mis manos, y leerlas por habérmelas prestado el dicho Señor Fages, que actualmente se halla Gobernador de la Provincia. Y aunque el asunto no es perteneciente a esta Historia: diré sólo aquello que abona lo que en estas Misiones se ha practicado a dirección del V. P. Junípero, no omitiendo cuanto sea de edificación. Dice que los Indios Yumas, que es la Nación que puebla las orillas del Río hacia el paso, aunque al principio que se fue a fundar se manifestaron de paz, y no hicieron resistencia, sino al parecer se alegraban de la vecindad de los nuestros, que se fundaron dos Misiones, de la Purísima Concepción María Santísima, y de San Pedro y San Pablo, a distancia de tres leguas la una de la otra, y las dos a este lado del Río en el rumbo que mira a estos establecimientos de Monterrey. Se establecieron dichas Misiones en el método que queda dicho en el Capítulo 51.

Y como los Padres Misioneros no tenían con qué atraerlos ni congratularlos, ni que tratar mucho con ellos, se dificultaba su reducción, no obstante no dejaban los Gentiles de frecuentar los dichos Pueblos, pero solo de paso a hacer sus tratos y cambalaches con los Soldados y Pobladores, como también por el interés de conseguir alguna ropa a trueque de Maíz, de que ellos cogían alguno en las orillas del Río (aunque no es cosa mucha, pues se mantienen como los demás Gentiles de semillas silvestres). No obstante lo dicho, con esta comunicación y ayuda de un buen Intérprete, lograron el bautizar algunos, aunque pocos: y como éstos no vivían en los Pueblos, sino en sus Rancherías con los Gentiles, con la misma libertad y costumbres de ellos, se arrimaban muy poco a la Misión a rezar, viéndose precisados los Misioneros de ir a buscarlos por las Rancherías, y a estar con ellos algunos días para rezar la Doctrina, y enseñarlos algo, y para atraerlos a que fuesen a Misa los días festivos, costando lo dicho mucho trabajo y desazones. A esto se agregó el sentimiento que causaba a dichos Gentiles el ver que las bestias y ganados de los Soldados v Pobladores se comían los zacates, quedando ellos privados de las semillas, de las que antes la mayor parte del año se mantenían: veían al mismo tiempo que los Pobladores se habían apropiado los cortos pedazos de tierra que se pueden aprovechar, y que ellos ya no los podían sembrar como hacían antes, que en ellos sembraban Maíz, Frijol, Calabazas y Sandías, aunque de todo poco por la cortedad de la tierra, que sólo en los derrames, o Vegas que quedan con humedad, al minorar las aguas del Río en tiempo de seca, se logra.

Viéndose privados de esto, que reputan por grande heredad, y que se aprovechaban los nuevos Vecinos, no aprovechándose ellos siendo naturales de aquella tierra, les incitó el enemigo en la cabeza (como que conocía a que se dirigían estas Poblaciones a hacerlos Cristianos, y quitarlos de su tirana esclavitud y dominio) una grande ojeriza contra los Españoles, y resolvieron echarlos no sólo de su tierra, sino del mundo, acabando con ellos, para quedarse con la caballada, de que son muy codiciosos. Nada de esto entendieron los Soldados ni Pobladores; pero según las declaraciones, algo recelarían los Padres Misioneros, pues mucho tiempo antes iban disponiendo a los Soldados y Vecinos para que los cogiese la muerte prevenidos, y así todos los días les predicaban, de que resultaba mucha frecuencia de Sacramentos, y asistir a la Iglesia al rezo de la Corona, y andar el Vía Crucis y otros ejercicios: así preparados y ejercitados, que parecían más Conventos que Pueblos. Un Domingo, acabada la Misa última, a un mismo tiempo cayeron en ambas Poblaciones muchísimos Gentiles, que quitaron la vida al Comandante, al Sargento, y a todos los Soldados y Vecinos, menos unos pocos, que se pudieron esconder, y a los cuatro Padres Misioneros que en cuanto vieron el estrago empezaron a ejercer su ministerio Apostólico, confesando a unos, ayudando a otros a morir con fervorosas exhortaciones, quitaron con mayor crueldad la vida estando en el actual ejercicio de la caridad.

Asimismo quitaron también la vida al Capitán Don Fernando Rivera y Moncada y a los Soldados de Monterrey, que todos ocho estaban con la caballada a la otra banda del Río, no obstante que pelearon bastante hasta morir, y se quedaron con toda la caballada. Uno de los pocos Soldados que se pudieron esconder, se escapó y fue a salir al primer Presidio de la Sonora, y dio cuenta de lo sucedido al Capitán del Presidio, y éste al Comandante General, quien mandó luego juntar la Tropa que se pudo de Dragones Voluntarios de Cataluña, y de Soldados de Cuera, y los despachó al mando del Teniente Coronel D. Pedro Fages, y con un segundo Comandante Capitán que era de Tropa arreglada, con la orden de llegar al Río Colorado, y hallando ser verdad la declaración del Soldado (que quedó ínterin arrestado) procurase lo primero rescatar todos los Cautivos, que para ello llevase ropas, y otras cosas que apetecen los Indios, y conseguido esto procurase indagar por los Rescatados, quiénes habían sido las cabecillas; que los asegurasen, y llevasen presos para Sonora, y que a los demás se les diese el merecido castigo; y que comunicase con el Gobernador de Monterrey, y tratasen de ir a caerles a un mismo tiempo por ambas partes del Río, para que saliese a toda satisfacción la empresa, y quedasen los Gentiles castigados y escarmentados, y no se posibilitase el paso tan importante. Caminó el dicho Señor Comandante Fages con su Expedición para el Río Colorado, y llegados a él hallaron despobladas las orillas del Río, cerca del paso, cruzaron a esta banda, llegaron a los sitios de las Misiones, y lo hallaron todo quemado, y reducido a cenizas: los difuntos tirados al Sol y sereno, que mandó enterrar, halló los cuerpos de los Venerables Padres Misioneros de la primera Misión Fr.

Juan Díaz de la Provincia de San Miguel de la Extremadura, y Fr. Matías Moreno de la Provincia de Burgos, los halló enteros tirados al Sol en distintos sitios el uno del otro, los que mandó poner en unos cajones para llevarlos a Sonora. De allí pasó al sitio de la otra Misión, y la halló de la misma manera incendiada, y a los difuntos tirados, y practicó lo propio que con los de la primera. Pero no hallaban los cuerpos de los Misioneros, que eran los Padres Fr. Francisco Garcés de la Provincia de Aragón, y Fr. Juan Barraneche de la Provincia de Santa Helena de la Florida y Havana: pensaban todos que no les habrían quitado la vida, fundados en que el dicho Padre Garcés era muy querido de los Indios, había vivido mucho tiempo con ellos, sin Compañero y sin Soldados, sin haberle hecho lo más mínimo; antes bien lo estimaban entrañablemente, y lo mantenían con sus comidas silvestres, que comía con tanto gusto como los mismos Gentiles, conocido de ellos por el viva Jesús, que era su salutación ordinaria con los Indios, y hacía que ellos así se saludasen. Dicho Padre con un solo Indio de Compañero había andado muchísimas Naciones no conocidas desde el Río Colorado antes que se poblase: vino a estas Misiones, y de aquí se fue, y entró a la Provincia de Moxi, y de ésta a Sonora, sin que los Gentiles de tantas Naciones como visitó le hubiesen hecho lo más mínimo, y sin entender la lengua él, y su Compañero el Indio, y tan distintas lenguas de tantas Naciones, y en todas partes les daban de comer de las comidas que usan.

Por lo dicho juzgaban todos que no lo matarían, ni a su Compañero, sino que estarían entre los Gentiles, que no podían dar con ellos para preguntarles. Pero no quiso Dios privarle del grande mérito de dar su sangre y vida en demanda de la conversión de los Gentiles, y quiso el Señor que fuese cuando más resguardado se hallaba de Tropa, pues le quitaron la vida con la misma crueldad que a los demás, según la declaración que dieron después los que quedaron con vida y cautivos. Repararon los Soldados de la Expedición, que iban recogiendo a los difuntos, en un tramo de tierra que estaba verde (entre la demás quemada) toda vestida de zacate verde y matizada de flores de varios colores, las unas conocidas, y las otras no: había entre ellas la Manzanilla y otras. Mandó el Comandante cavar allí, y hallaron a los benditos Padres, cuyos venerables Cuerpos estaban juntos, y ambos ceñidos con sus cilicios, los que se mantenían sin haberse consumido; y según consta de las declaraciones hechas, allí los enterró una India Gentil vieja, que en vida quería y estimaba mucho a los Padres, y viéndolos muertos hizo un hoyo, y los enterró. Mandó el Comandante Fages ponerlos en unos cajones, que después llevó consigo y entregó personalmente al R. P. Presidente de las Misiones de la Pimería en Sonora, pertenecientes al Colegio de Santa Cruz de Querétaro, junto con las declaraciones hechas sobre todo lo acaecido, y entre las cosas particulares que en ellas se contiene y he leído, es una la siguiente, que no omito por más particular: dice que: Después de haber sucedido el incendio de las Misiones, luego que entreba la noche, se veía una Procesión de Gente vestida toda de blanco, todos con velas en las manos encendidas, y delante su Cruz con ciriales, y daban vueltas alrededor del recinto en donde había estado la Misión, y que cantaban no saben qué; y que después de haber dado muchas vueltas desaparecían; y que esto lo vieron muchas noches, no sólo los Cristianos, sino también los Gentiles, y que a éstos les causó tal horror, e infundió tal temor, que desampararon sus tierras, y se mudaron como ocho leguas más abajo, también a la orilla del Río, que allí llevaron los Cautivos Cristianos; aunque a éstos no causó dicha visión ni horror ni temor, sino alegría.

Esta mutación fue la causa de no haber hallado en el sitio a la Nación Yuma. Buscáronlos Río abajo, y como ocho leguas del sitio los hallaron, pero metidos en la espesura de un Bosque o Monte de arboleda pegada al Río, sin poder conseguir el sacarlos, ni poder tratar con ellos más que fuera de tiro; pero consiguieron en buenas, así de lejos, rescatar todos los Cautivos a trueque de ropas; y viendo el Comandante que por entonces no podía hacer otra acción, determinó volver para Sonora con todos los rescatados, y con los cuerpos de los difuntos, y dar cuenta de todo al Comandante General, y así lo practicó. Enterado de todo el Señor Comandante General, dióle nuevo orden para que se juntase la Expedición a fin de coger las cabecillas, que ya constaba por las declaraciones de los Rescatados quienes habían sido los principales motores, como también para escarmentar aquella atrevida y rebelde Nación Yuma. Para que se cogiese, dio orden al Teniente Coronel Fages, que iba de Comandante, para que llegado al Río Colorado dejase allí al mando del Capitán que iba de segundo Comandante la mayor parte de la Tropa, y con parte de ella, cruzando el Río, llegase a estos Establecimientos a tratar con el Señor Gobernador de la Provincia sobre este asunto, a quien le enviaba la orden para que con toda la Tropa que fuese posible pasase en persona a la Expedición del Colorado, para que repartida dicha Tropa por ambas partes del Río se lograse el deseado fin. A esto venía el dicho Señor Fages, y llegó a San Gabriel el mismo día 26 de marzo, que había salido de dicha Misión el Señor Gobernador para la fundación de la Canal, como ya dije.

En cuanto el Señor Gobernador recibió los Pliegos que le remitió el Señor Fages, se regresó para la dicha Misión: allí trataron ambos el asunto, y acordaron el dilatar la ida al Río Colorado hasta septiembre, que estaría el Río en disposición de vadearse; ya para que no estuviese la Tropa de Sonora detenida tanto tiempo en dicho Río, pasó el Señor Fages al Río a darles la orden para que se retirasen a la Sonora, con los Pliegos para la Comandancia, en que se daba cuentas de lo determinado, y el Señor Fages se regresó con su Tropa a San Gabriel a esperar el tiempo señalado para la Expedición, la que se ejecutó por septiembre; pero no se consiguió la pacificación de dicha Nación, aunque se mataron a muchos Gentiles, sin muerte alguna de parte de los nuestros, sólo algunos salieron heridos, aunque no de muerte; pero siempre el paso imposibilitado. Con lo dicho parece quedarían desengañados los Señores Comandante General, y Gobernador de la Provincia, que el nuevo método que habían ideado para la reducción de los Indios no era tan a propósito, como el que en estos Establecimientos tenemos; por lo que desengañados con los gastos que se habían hecho, y tan excesivos, sin efecto alguno, parece les hizo ceder del intento y proyecto que tenían de que los Establecimientos de la Canal fuesen con el ideado método, de que los Misioneros corriesen sólo en lo espiritual, y que los Gentiles que se convirtiesen, viviesen y se mantuviesen como cuando Gentiles y en la misma libertad.

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