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Datos principales
Desarrollo
SEGUNDA PARTE Que contiene los orígenes de los más famosos piratas, Francisco Lolonois y Juan Morgan, como también de sus principales piraterías y latrocinios, que han cometido en América contra la nación española. Relatándose las vidas y acciones de otros que han estado en aquellas partes con la misma calidad. CAPITULO I Origen de Francisco Lolonois y principio de sus insultos Francisco Lolonois, natural del territorio llamado Les Sables de Olone o Arenas de Olona, en el reino de Francia, fue en su juventud transportado a las islas Caribes en calidad de esclavo (según las costumbres de Francia, de que ya hablé en la primera parte), el cual, habiendo acabado el término de su esclavitud, vino a la isla Española, donde se metió entre los cazadores por algún tiempo antes que se diese a las piraterías contra los españoles, de que al presente hará relación hasta su desastrada muerte. Hizo dos o tres viajes en calidad de marinero, en las cuales se mostró valiente en sus hechos, con que avanzó en la buena gracia del gobernador de Tortuga, llamado Monsieur de la Place; de tal suerte que le dio un navío haciéndole capitán de él para que fuese a buscar su fortuna. Favorecióle su suerte en poco tiempo, pues en él adquirió mucha riqueza usando de tales crueldades con los españoles, que ellas hicieron correr su opinión por todas las Indias; por cuya razón, cuando los españoles se hallaban en la mar, peleaban hasta morir, estando cierto que rindiéndose no les concedería cuartel pequeño ni grande.
Después que la fortuna le fue largo tiempo propicia le volvió las espaldas, sucediendo que una grande borrasca le hizo perder el navío en las costas de Campeche. Saltaron todos en tierra, donde los españoles, percibiéndoles, mataron la mayor parte y al capitán hirieron. No sabiendo por dónde podría escaparse forjó cierto engaño muy sutilmente; y fue que cogiendo algunos puñados de arena los mezcló con sangre de las heridas y se refregó la cara y otras partes de su cuerpo, metiéndose con destreza entre los muertos, hasta que los españoles hubieron partido de aquel lugar. Retiróse después a los bosques, donde ligó sus llagas lo mejor que pudo, de las cuales hallándose mejor, se fue hacia la ciudad de Campeche disfrazado totalmente en vestidos españoles; habló allí con algunos esclavos, a los cuales prometió de hacer francos en caso que quisiesen obedecer y fiarse en él. Aceptaron sus promesas y robando de noche una canoa de uno de sus amos, se fueron a la mar con el pirata. Los españoles tenían entretanto algunos de sus camaradas en prisión y preguntaron: ¿Dónde está vuestro capitán?. A lo que respondieron Era muerto; con cuya nueva los españoles hicieron muchos festejos entre sí, encendiendo luminarias y no constándoles lo contrario, dieron gracias a Dios por haberlos liberado de un tan maldito pirata. Entretanto Lolonois se dio prisa con los esclavos para escapar y vinieron a Tortuga, que es la plaza del refugio de toda suerte de maldades y seminario de tal especie de ladrones.
Aunque allí estaba en mala fortuna, no dejó de buscar otro navío que, sutilmente y con engaños, obtuvo con 21 personas, que bien proveídos de armas y demás cosas necesarias, se fue hacia la isla de Cuba, de la parte septentrional, donde hay una pequeña villa que llama de los Cayos, en la cual se hace grande negocio en tabaco, azúcar y pieles; eso todo con barcas, no pudiéndose servir los moradores de navíos por la poca profundidad de aquella mar. Bien creía Lolonois coger allí algo, mas por dicha de algunos pescadores que le vieron y con ayuda de Dios, se escaparon de sus tiránicas manos, fueron por tierra a La Habana y se lamentaron al gobernador diciendo que el pirata Lolonois había llegado con dos canoas para arruinarlos. Lo cual oído por el gobernador, le era duro el creerlo, pues le habían escrito de Campeche era muerto. No obstante, por las instancias y ruegos de los impetrantes, envió un navío con diez piezas de artillería y noventa personas bien armadas con orden expresa de no volver sin haber aniquilado a dichos piratas; para cuyo efecto les dio un negro, que sirviese de verdugo, que ahorcase cuantos cogieran de dichos corsarios, excepto el capitán Lolonois, que llevarían vivo a La Habana. Llegó este navío a la villa de los Cayos, de lo cual los piratas estaban ya advertidos, y en lugar de huirse, le buscaron en la ribera Estera, donde estaba ancorado. Forzaron los piratas a algunos pescadores de noche para que les mostrasen la entrada del puerto con esperanza de obtener bien presto un mayor bajel que sus dos canoas, y con él hacer mejor fortuna.
Vinieron después de las dos horas de la noche cerca del navío de guerra y la centinela dijo: ¿De dónde vienen? y si no habían visto piratas. Hicieron responder a un prisionero que no habían visto piratas ni otra cosa alguna, lo cual los hizo creer se habían retirado sabiendo su llegada. Experimentaron bien prestro lo contrario, porque al alba los piratas comenzaron a combatirlos con sus dos canoas de una y otra parte con tal ímpetu que, aunque los españoles hicieron su deber defendiéndose cuanto pudieron y tirándoles también algunas piezas de artillería, los rindieron con la espada en la mano, obligándolos a huir a las partes inferiores del navío. Lolonois los mandó venir uno a uno arriba y los iba así haciendo cortar la cabeza. Habiendo de este modo muerto una parte, salió el negro (graduado de verdugo por el gobernador de Habana) gritando y rogando que no lo matasen, que él era el capitán de aquel navío y le diría francamente a Lolonois cuanto gustase; hízole confesar cuanto quiso, mas por eso no dejó de continuar de matarle con el resto, a la reserva de uno que sirvió de correo al gobernador de la parte de Lolonois a quien escribió las siguientes razones: No daré jamás algún cuartel a español; tengo firme esperanza de ejecutar en vuestra persona lo mismo que en los que aquí enviasteis con el navío, con el cual os figurabais hacerlo conmigo, y mis compañeros. Turbóse el gobernador oyendo tan tristes, cuanto insolentes nuevas, jurando no acordaría la vida a ningún pirata que cayese entre sus manos; pero los ciudadanos le rogaron, de no querer proponer tanto rigor, pues los piratas podían hacer lo mismo, teniendo cien veces más la ocasión que él; y que siéndoles necesario ganar la vida a la pesca, estarían siempre era peligro de perderla.
Con estas razones se templó un poco la cólera del gobernador y no pasó adelante con su juramentada proposición. Tenía ya Lolonois un buen navío, mas muy pocas vituallas y gente dentro por lo cual buscó lo uno y lo otro, y se fue a sus acostumbrados caminos, cruzando de una a otra parte. Viendo que barloventeando no podía hacer nada, determinó ir al puerto de Maracaibo, donde tomó un navío con mucha plata y mercadurías que tenía dentro, el cual iba a comprar cacao; viniéndose con estas presas a Tortuga con grande alborozo, no siendo menor el de sus habitantes por el feliz suceso de Lolonois y sus particulares intereses. No quedó largo tiempo allí, pues armando una flota (siéndole necesaria una fuerza de quinientos hombres), resolvió de ir a las tierras españolas para saquear las ciudades, villas y lugares, y finalmente tomar Maracaibo, teniendo consigo gente muy resuelta y propia a estas empresas; principalmente estando en su servicio prisioneros que sabían exactamente todos los caminos y lugares para sus designios.
Después que la fortuna le fue largo tiempo propicia le volvió las espaldas, sucediendo que una grande borrasca le hizo perder el navío en las costas de Campeche. Saltaron todos en tierra, donde los españoles, percibiéndoles, mataron la mayor parte y al capitán hirieron. No sabiendo por dónde podría escaparse forjó cierto engaño muy sutilmente; y fue que cogiendo algunos puñados de arena los mezcló con sangre de las heridas y se refregó la cara y otras partes de su cuerpo, metiéndose con destreza entre los muertos, hasta que los españoles hubieron partido de aquel lugar. Retiróse después a los bosques, donde ligó sus llagas lo mejor que pudo, de las cuales hallándose mejor, se fue hacia la ciudad de Campeche disfrazado totalmente en vestidos españoles; habló allí con algunos esclavos, a los cuales prometió de hacer francos en caso que quisiesen obedecer y fiarse en él. Aceptaron sus promesas y robando de noche una canoa de uno de sus amos, se fueron a la mar con el pirata. Los españoles tenían entretanto algunos de sus camaradas en prisión y preguntaron: ¿Dónde está vuestro capitán?. A lo que respondieron Era muerto; con cuya nueva los españoles hicieron muchos festejos entre sí, encendiendo luminarias y no constándoles lo contrario, dieron gracias a Dios por haberlos liberado de un tan maldito pirata. Entretanto Lolonois se dio prisa con los esclavos para escapar y vinieron a Tortuga, que es la plaza del refugio de toda suerte de maldades y seminario de tal especie de ladrones.
Aunque allí estaba en mala fortuna, no dejó de buscar otro navío que, sutilmente y con engaños, obtuvo con 21 personas, que bien proveídos de armas y demás cosas necesarias, se fue hacia la isla de Cuba, de la parte septentrional, donde hay una pequeña villa que llama de los Cayos, en la cual se hace grande negocio en tabaco, azúcar y pieles; eso todo con barcas, no pudiéndose servir los moradores de navíos por la poca profundidad de aquella mar. Bien creía Lolonois coger allí algo, mas por dicha de algunos pescadores que le vieron y con ayuda de Dios, se escaparon de sus tiránicas manos, fueron por tierra a La Habana y se lamentaron al gobernador diciendo que el pirata Lolonois había llegado con dos canoas para arruinarlos. Lo cual oído por el gobernador, le era duro el creerlo, pues le habían escrito de Campeche era muerto. No obstante, por las instancias y ruegos de los impetrantes, envió un navío con diez piezas de artillería y noventa personas bien armadas con orden expresa de no volver sin haber aniquilado a dichos piratas; para cuyo efecto les dio un negro, que sirviese de verdugo, que ahorcase cuantos cogieran de dichos corsarios, excepto el capitán Lolonois, que llevarían vivo a La Habana. Llegó este navío a la villa de los Cayos, de lo cual los piratas estaban ya advertidos, y en lugar de huirse, le buscaron en la ribera Estera, donde estaba ancorado. Forzaron los piratas a algunos pescadores de noche para que les mostrasen la entrada del puerto con esperanza de obtener bien presto un mayor bajel que sus dos canoas, y con él hacer mejor fortuna.
Vinieron después de las dos horas de la noche cerca del navío de guerra y la centinela dijo: ¿De dónde vienen? y si no habían visto piratas. Hicieron responder a un prisionero que no habían visto piratas ni otra cosa alguna, lo cual los hizo creer se habían retirado sabiendo su llegada. Experimentaron bien prestro lo contrario, porque al alba los piratas comenzaron a combatirlos con sus dos canoas de una y otra parte con tal ímpetu que, aunque los españoles hicieron su deber defendiéndose cuanto pudieron y tirándoles también algunas piezas de artillería, los rindieron con la espada en la mano, obligándolos a huir a las partes inferiores del navío. Lolonois los mandó venir uno a uno arriba y los iba así haciendo cortar la cabeza. Habiendo de este modo muerto una parte, salió el negro (graduado de verdugo por el gobernador de Habana) gritando y rogando que no lo matasen, que él era el capitán de aquel navío y le diría francamente a Lolonois cuanto gustase; hízole confesar cuanto quiso, mas por eso no dejó de continuar de matarle con el resto, a la reserva de uno que sirvió de correo al gobernador de la parte de Lolonois a quien escribió las siguientes razones: No daré jamás algún cuartel a español; tengo firme esperanza de ejecutar en vuestra persona lo mismo que en los que aquí enviasteis con el navío, con el cual os figurabais hacerlo conmigo, y mis compañeros. Turbóse el gobernador oyendo tan tristes, cuanto insolentes nuevas, jurando no acordaría la vida a ningún pirata que cayese entre sus manos; pero los ciudadanos le rogaron, de no querer proponer tanto rigor, pues los piratas podían hacer lo mismo, teniendo cien veces más la ocasión que él; y que siéndoles necesario ganar la vida a la pesca, estarían siempre era peligro de perderla.
Con estas razones se templó un poco la cólera del gobernador y no pasó adelante con su juramentada proposición. Tenía ya Lolonois un buen navío, mas muy pocas vituallas y gente dentro por lo cual buscó lo uno y lo otro, y se fue a sus acostumbrados caminos, cruzando de una a otra parte. Viendo que barloventeando no podía hacer nada, determinó ir al puerto de Maracaibo, donde tomó un navío con mucha plata y mercadurías que tenía dentro, el cual iba a comprar cacao; viniéndose con estas presas a Tortuga con grande alborozo, no siendo menor el de sus habitantes por el feliz suceso de Lolonois y sus particulares intereses. No quedó largo tiempo allí, pues armando una flota (siéndole necesaria una fuerza de quinientos hombres), resolvió de ir a las tierras españolas para saquear las ciudades, villas y lugares, y finalmente tomar Maracaibo, teniendo consigo gente muy resuelta y propia a estas empresas; principalmente estando en su servicio prisioneros que sabían exactamente todos los caminos y lugares para sus designios.