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Desarrollo
CAPITULO IV De los frutos, árboles y animales que se hallan en la isla Española Las espaciosas campañas de esta isla se dilatan ordinariamente a cinco o seis leguas, siendo su amenidad tan agradable, que con la variedad de gérminos alternantes hacen magnífico aplauso y armonía en la más sufrible contemplación, recreando el sentido de la vista a porfía con el olfato y, ambos, rindiendo al gusto tributo, que el tacto ofrece nunca oídos. Lisonjean el apetito otras diversidades, especialmente la multitud de naranjos y limones, dulces, agridulces y agrios, sin que la naturaleza haya andado escasa de dejar de producir fresquísimas limas, toronjas y cidras; bien que, en lo que toca a los limones, no exceden a la magnitud de un huevo de gallina, que los distingue en esta desproporción a los de España, de que nuestras septentrionales regiones se hallan participantes con abundancia; como de otros óptimos frutos de la Iberia, Galia y Lusitania. Las palmas dactilíferas, que prolongados llanos producen, son de una muy empinada proporción, cuya descollada lozanía deleita sin enojo; su altura se observa ser de 150 hasta 200 pies, siendo despojadas de ramas hasta el cogollo, el cual contiene cierta gustosa materia semejante a la del repollo blanco, de donde están pendientes dichas hojas y en quien la simiente se encierra. Cae cada mes una hoja y al mismo tiempo germina otra en el mismo lugar, mas la simiente no madura sino una vez al año, que es pasto sabroso a los puercoespines.
Del tallo, los moradores de la isla hacen el mismo caso para comerle, y del mismo modo que se practica en Europa con las coles cocidas, echándole a rebanadas en la olla de carne. Tienen de longitud las hojas siete u ocho pies, y de latitud tres o cuatro, siendo muy aptas para cubrir las casas en lugar de tejas, sirviendo de segura defensa a cualquiera que se recoge debajo de ellas en tiempo de lluvia, de cualquier suerte que las hallen o pongan sobre sí; como también se aprovechan de ellas para envolver carne ahumada y para hacer una suerte de cubos con que manejan el agua que han menester; no siendo durables más que el espacio de seis, siete y ocho días. Los tallos, en lo exterior, son de un color verde y por de dentro muy blancos, de los cuales se separa una corteza que es a modo de pergamino, pudiendo escribir sobre ella como hacemos sobre el papel. Son estos árboles de una corpulencia que dos brazadas no pueden casi abarcar, no pudiendo propiamente llamarse leñosos más que tres o cuatro pulgadas en la cantidad del espesor y en lo interior muy tiernos, de suerte que se pueden rebanar (quitando las dichas tres o cuatro pulgadas) como quesos frescos. Córtanlos más arriba de la raíz, tres o cuatro pies, y hacen en el tronco un agujero, del cual destila un licor poco a poco que en breve tiempo se rinde tan fuerte como el vino más generoso, que emborracha muy fácilmente a los que con sobriedad no lo usan. Llaman los franceses palmas francas a estos árboles, los cuales nacen y se tienen en tierras saladas.
Hállanse, además de las referidas palmas, otras cuatro especies de ellas, que se nombran: latanier, palma espinosa, palma a chapelet o rosario, palma vinosa. La latanier no es tan alta como la vinosa, si bien tiene casi la misma forma, excepto que las hojas son como abanicos; nacen en tierras pedregosas y arenosas, pareciendo su corpulencia de siete pies, poco más o menos, y toda cuajada de espinas, largas de medio pie, muy agudas y fuertes; da su simiente del mismo modo que la que arriba dijimos, sirviendo, como ella, también de alimento a las bestias silvestres. Tiene el nombre de espinosa otra de las cuatro especies, por estar sumamente cuajada, desde la raíz hasta las hojas, de ellas, más que la precedente; con ellas atormentaban algunos indios bárbaros a sus prisioneros de guerra que, atándolos a un árbol, toman dichas espinas y las ponen en bolas de algodón a modo de erizos, los cuales mojan en aceite y con ellos punzan penetrantísimamente los miserables pacientes, llenándoles sus cuerpos de tales puntas y dejándolos cubiertos de ellas, tan espesas como crecen en los árboles; péganles después fuego y si el atormentado canta en medio de sus dolores, entre las llamas, le estiman por bravo y generoso soldado que no teme los enemigos, ni sus tormentos; si, al contrario, grita, dicen que es un poltrón, indigno de memoria. Semejante historia me fue relatada por un indio que lo había ejecutado muchas veces en algunos de sus enemigos y muchos cristianos han visto tan crueles acciones viviendo entre tan bárbara canalla.
Mas, prosiguiendo mi discurso, diré que la palma de que hablamos no se diferencia de la latanier si no es en que las hojas son semejantes a las de las palmas francesas; echa su simiente como las otras, diferenciándose en que es mucho más grande y más redonda, casi como un maravedí, y por estar dentro llena de pepitas de tan buen gusto como el de las nueces de España; crece este árbol en los bajos de la costa marítima. La palma vinosa toma el nombre a causa de la abundancia de vino que de ella sacan; crece en altas y pedregosas montañas, no siendo más alta que de cuarenta a cincuenta pies, de una extraordinaria forma, pues desde la raíz hasta la mitad de su altura no es más espesa que tres o cuatro pulgadas y llegando hacia lo alto, más allá de los dos tercios, es tan grande y espesa como una cuba ordinaria, que por dentro está llena de una materia parecida al tierno tronco de un repollo blanco, la cual se halla empapada de cierto licor de muy agradable gusto que, después de haber depuesto la madre, se reduce en un muy buen vino claro, sacado con poca industria; pues habiendo cortado el árbol con un ordinario machete, hacen una abertura cuadrada en él majando la dicha materia hasta tanto que fácilmente la pueden exprimir con las manos, no teniendo necesidad de más instrumento. Hacen ciertos vasos de las hojas, no sólo para purificar el licor sobredicho, mas también para beber. Lleva los frutos como las otras palmas, pero de chiquita forma, semejantes a las cerezas, buenos para el sabroso gusto, mas no para la garganta, causándola grandes dolores que atormentan de esquinencia a los que lo comen.
Palma a chapelet o para rosarios, la pusieron los españoles y franceses este nombre a causa que su simiente es apta para hacer rosarios, cuyas cuentas son pequeñas, duras y fáciles a horadar; crece esta cuarta especie en las cumbres de las más altas montañas, con muy empinada elevación, mas muy estrechos y poblados de muy pocas hojas. Cierta especie de albaricoques produce esta isla, semejantes en la magnitud a los melones, de un color ceniciento y del gusto de albaricoques de la Europa, teniendo sus pepitas de la magnitud de un huevo de gallina, de los cuales hacen deleitoso banquete muy de ordinario los jabalíes, con que engordan a maravilla. Son semejantes a los perales los caremitas, cuyos frutos parecen a las ciruelas damascenas, que son de agradable gusto, casi como a la leche dulce; son negros por dentro y sus pepitas son tal vez dos, otras tres y cinco, grandes como un fríjol, no siendo menos agradable pasto a los jabalíes que el precedente, pero no se hallan tan comúnmente por la isla como otros. Los jupinas se encuentran a cada paso, muy parecidos a los cerezos, aunque sus ramas son más dilatadas y sus frutos de un color ceniciento, de la magnitud de dos puños, cuyo interior está lleno de ciertas puntas que las envuelve una película muy tenue, la cual si no la pelan al tiempo de comerlas, es causa de grandes obstrucciones u opilaciones y dolores de vientre. Antes que estos frutos maduren, si los exprimen, despiden un licor tan negro como la tinta con que de ordinario se escribe, pudiendo usar de él para escribir sobre el papel, cuyas letras se desvanecen en el término de nueve días y el papel queda tan blanco como si jamás se hubiera en él escrito; su madera es muy fuerte, sólida y dura, propia para navíos, pues de ella se observa durar largo tiempo dentro del agua.
Esta deliciosa tierra es coronada de otra muchedumbre de árboles que producen muy buenos frutos, de los cuales omitiré algunos por estar cierto hay volúmenes enteros escritos por diversos historiadores que los han escudriñado con atención más filosófica que la mía; mas aunque no es de mi intención aquí tratar de cosas de este género, no obstante la curiosidad me induce a relatar algunos más particulares, como son: cedros, que esta admirable parte del orbe produce en cantidad prodigiosa; intitúlanlos acajou la nación francesa hallándoles muy útiles para fabricar naves y canoas, que son como pequeñas saetías labradas de un solo árbol, tan veleras que se pueden intitular Postas de Neptuno; lábranse sin algún instrumento de hierro, quemando los árboles en lo inferior cerca de la raíz y gobernando el fuego de tal modo, que no se quema nada más que lo quieren los industriosos indios; otros tienen hachas de piedra con que raspan si algo se quemó por descuido; y así saben darlas una forma con fuego que las hacen capaces de navegar con ellas sesenta o setenta leguas y más, con toda ordinaria seguridad. La próbida naturaleza ha andado en esta tierra tan manirrota que no queriendo que donde franqueó sus tesoros con tanta liberalidad dejase de abundar en contramorbíficas infecciones (que a ser yo grande físico pudiera granjearme, como otros, el título de botánico), pues la medicina puede hallar aquí materia suficiente para trastornar los almacenes galénicos y hornos paracélsicos.
Tiene la fragilidad sublunar en el seno de esta isla, para ocurrir a diversas enfermedades, árboles, plantas, hierbas y simientes, con que no sólo sus moradores hallan remedio en sus achaques sino también de comerciar con las naciones más remotas. Diré de algunas más conocidas, dejando la multitud a laboriosos herbolarios que ya con docta experiencia han observado sus virtudes, y cualidades, de que se podrán hallar enteros volúmenes escritos, si los curiosos lectores con su fatiga quisieren meditar sus leyendas. Entre los árboles medicinales se hallan el brasilete, manzanilla, el que destila la goma Elemi; Lignum Guayacum o palo santo; Lignum Aloes o palo de acíbar; Cassia lignea o caña fístula; Radix Chinae o raíz de quina. El mapou, fuera de ser medicinal, siendo un árbol muy espeso se sirven de él para labrar canoas, aunque no es tan bueno que el acajou, por ser esponjoso, que con facilidad tira o atrae a sí mucha agua, con que es peligrosa embarcación. El acomá es una suerte de leña dura y pesada del color de palma, muy cómoda para hacer remos a los molinos de azúcar. Es muy conocido el brasilete en las provincias de Holanda, al cual llaman por otro nombre leña de pescado palo, a propósito para el uso de la tintura; crece en grande abundancia en las costas marítimas de esta isla, en ciertas partes que se llaman Jacmel y Jaquina; estos dos sitios son cómodos puertos o bahías donde pueden llegar navíos de alto bordo. La manzanilla crece cerca de la mar, siendo naturalmente árbol tan enano, que sus ramas por cortas que sean tocan al agua; lleva un fruto en algún modo semejante a las camuesas odoríferas, mas de cualidad muy venenosa, porque habiendo comídolas alguno, muda el color y una tan ígnea sed le sobreviene que todo el agua del Tajo no es bastante de refrescarle, con que rabiando en muy poco tiempo muere.
Lo que más es, que los peces comiendo (como de ordinario sucede) de este pestilencial fruto son venenosos; da este árbol un licor espeso y blanco como el de la higuera y si alguno le toca con la mano levanta ampollas en la carne, tan rojas como si ardientemente se hubiera escaldado. Sucedióme que habiendo cortado un ramo (sin conocer sus tretas) para abanicarme y desechar los mosquitos que me importunaban la cara, se me hinchó al día siguiente y llenó tanto de ampollas como una quemadura, que en tres días no pude ver cosa alguna. Llaman los españoles icaos a ciertos árboles que crecen sobre las riberas, los cuales llevan sus frutos parecidos a las ciruelas endrinas; los jabalíes vienen a buscarlos cuando son maduros y les llena tanto como si comiesen carnes muy pingües. Deléitense estos árboles entre la arena y son tan bajos, que aún siendo largas sus ramas, cogen gran circunferencia, casi arraigadas al suelo. Los abelcoses llevan frutos semejantes en el color a los icaos, mas de la magnitud de melones, cuyas pepitas son como huevos, la materia es amarilla y de un agradable gusto que los cochildres franceses comen en lugar de pan, no hallándolos buenos los jabalíes; crecen muy levantados y espesos estos árboles, pareciéndose en las hojas a un peral muy frondoso. Después de haber hecho una breve discripción de algunos árboles y frutos que se hallan en esta isla, diremos al propósito algo de insectos, loando al Sumo Criador que en esta tierra quiso fuesen inmunes de alguna bestia ponzoñosa.
Tres especies de moscas, que pérfidamente atormentan los humanos y mucho más a los que en aquella tierra jamás estuvieron, o corto tiempo, contaré. Las primeras son tan grandes como los tábanos de España; las cuales lanzándose sobre los cuerpos chupan la sangre hasta que no pueden más volar; su importunidad obliga a servirse prolijamente de ramas para aventarlas; los españoles en aquellas partes las llaman mosquitos y los franceses maranguines. La segunda especie de estos insectos no es mayor que un grano de arena, no hacen algún ruido, como la primera especie, por cuya razón es más dañosa, pudiendo penetrar el más tupido lienzo; los cazadores se untan la cara con manteca de puerco por eximirse de tan enfadosas bestezuelas y la noche, estando en sus cabañas, queman tabaco en hoja, sin cuya humareda no pudieran reposar; de día no hacen mucho mal, si el menor viento se mueve, por manso que sea, las hace disipar. Los mosquitos que proponemos de la tercera especie no son mayores que un grano de mostaza; su color es rojo y no pican de ningún modo, mas muerden sutilmente en la carne, en la cual causan pequeñas llagas; sucede algunas veces que la cara donde picaron se hace disforme por el inconveniente dicho. Dominan y prevalecen todo el día, desde la aurora hasta el ocaso; después de cuyo tiempo se reposan y dejan sosegar los mortales; pusieron los españoles por nombre a estos insectos rogados y los franceses caladores. La cochinilla que se halla en esta espaciosa isla es muy parecida a la ordinaria excepto que es un poco mayor y de figura más larga; tienen dos puntos en la cabeza que de noche causa tal claridad, que si (como sucede) se juntan tres o cuatro encima de un árbol, no se puede de lejos deliberar sino que es fuego muy luminoso.
Tuve un día tres en mi barraca hasta más de la media noche, y en ella, sin otra luz, me daban tal claridad que muy cómodamente podía leer en cualquier libro por letra menuda que fuese. Quise traer a la Europa algunos de estos animalejos, mas habiéndolo intentado, se me murieron llegando a temperamento más fresco que aquél, con que inmediatamente perdieron y se desvaneció su resplandor, siendo tan grande que con razón los españoles los llaman moscas de fuego. Los grillones son en cantidad excesiva y de una magnitud extraordinaria, gritando revientan si alguna persona pasa junto a ellos. No hay menor número de reptiles como son serpientes y otros; mas por gracia particular del Sumo Criador, carecen de veneno, no haciendo algún daño más que a las aves que pueden agarrar, principalmente pollas, pichones y demás de este género. Sírvense en las casas algunas veces de tales serpientes para despojarlas de ratones y ratas, teniendo tal sutilidad que contrahacen sus chillidos, con que los engañan y cogen más a su gusto; habiéndolos cogido de ningún modo comen las tripas, mas chupan la sangre y desechan los intestinos, con que luego se los tragan enteros y no dejan de digerir en blando excremento para descargar sus vientres. Otro género de reptiles que dieron por nombre cazadores de moscas se halla y, a causa de experimentar, no se sirven de otro mantenimiento que de moscas, las llamaron así; mal, no se puede decir causen a los moradores, antes alivio, pues disminuyen con su continua caza las prolijas y molestas moscas.
Galápagos terrestres hay en grande cantidad, los cuales se crían en el lodo y campos húmedos; comen los moradores de ellos asegurando ser muy buen mantenimiento. Disforme es el género de arañas de que aquí haremos mención, siendo las que allí se crían tamañas como un grande huevo y sus patas largas como las de muy grueso cangrejo; muy pelosas y con cuatro dientes negros, a modo de los de un conejo en magnitud y forma, y aunque sus mordeduras no son venenosas, por lo menos pueden furiosamente morder, como es su costumbre; sus mansiones son en los techos de las casas. No está libre esta tierra de los insectos llamados milpies y en latín Scolopendria, como también de escorpiones; mas por Divino Privilegio, sin sospecha de ponzoña son los unos y los otros, que aunque no dejan de morder su mordedura no tiene necesidad de aplicarla algún medicamento; si bien, al principio, causan alguna hinchazón que de sí misma se disipa; con que, finalmente, en toda esta isla no se halla algún animal de quien se pueda saber haga dañoso estrago con su veneno. Pues tenemos entre las manos el tratar de los insectos, diremos del caimán alguna cosa. Es, pues, una especie de cocodrilo que en esta isla se halla número considerable y entre ellos algunos de una corpulencia horrible; vístose han de sesenta pies de longitud y doce de latitud. Tales animales usan de una maravillosa sutileza para buscar de comer y es que se ponen en las entradas de algunas riberas sin moverse más que si fuesen un árbol viejo caído en las aguas, nadando encima sin movimiento propio que el que las olas causan, mas no se alejan de la tierra aguardando que algún jabalí o vaca salvaje vengan a beber y refrigerarse a las orillas, en cuyas ocasiones saben cogerlos inmediatamente, con tal vivacidad que atrayéndolos a la profundidad los hacen ahogar.
Lo más que se debe notar y admirar es que tres o cuatro días antes que vayan los caimanes a tal caza, no comen cosa alguna, mas yendo para el agua se tragan ciento o doscientas libras de piedras, por cuyo medio se hacen más pesados y aumentan a sus fuerzas (que son grandes) esta carga, para hacer más asegurados el asalto. Anegada ya la presa la dejan cuatro o cinco días intacta, pues no sabrían morderla por no estar medio podrida; pero llegando a tal putrefacción, se la comen con buen apetito y favor. Si pueden agarrar algunas pieles de bestias, que ordinariamente ponen a secar los moradores de la isla al sol en la campaña, cerca de algunas riberas, las tiran y arrastran dentro del agua, donde las dejan algunos días bien cargadas de piedras, hasta que se las cae el pelo, de cuya suerte las engullen no con menos presteza que los mismos animales si los cogieran. He visto yo mismo duplicadas veces tales acciones y dejando mi experiencia particular aparte, diré que muchos historiadores han hecho tratados enteros sobre estos animales, tanto explicando su figura, cantidad y cualidades ordinarias, cuanto su vida y brutales inclinaciones, que como he referido son raras. Un hombre de reputación y crédito me contó haber estado cierto día cerca de una ribera lavando su barraca o tienda y que al punto de su llegada a las aguas que comenzó a lavar, vino un caimán que con furia intrépida le arrebató de las manos la tienda y con celeridad la sumergió; quería el hombre ver en qué paraba el caso y tiraba por el lado opuesto con toda su fuerza teniendo un cuchillo entre los dientes para defenderse en urgente necesidad, mas echándose el caimán sobre él, le tiró al agua con grande ímpetu, cargándose encima para ahogarle; hallábase este hombre a toda extremidad, con que dio al caimán una puñalada en el vientre, de la cual en poco tiempo murió.
Sacóle después a la orilla; al cual abrió y tiró fuera de su estómago cerca de cien libras de piedras, tan grandes cada una como un puño. Vanse de ordinario los caimanes siguiendo las moscas para tragarlas, y tienen ciertas escamas entre la carne y pellejo que huelen a almizcle, donde algunas de ellas llegan a picar, con que son perseguidos y persiguen a estos insectos con simpatía irreconciliable. E1 modo de fermentar y prolificar sus hijuelos es de este modo: lléganse a las arenas de alguna ribera que esté expuesta a los rayos del sol meridiano, entre las cuales echan sus huevos cubriéndolos con su pata; que después hallan fermentados con sus embriones por medio del calor del Phebo; los cuales, luego que se hallan fuera de la membrana oval, se van por curso natural al agua. Las madres en tiempo que puedan tener algún temor de avenidas de pájaros que los suelen descubrir, escarbando en la arena y rompiéndolos, se los tragan y guardan en su estómago de noche y, de tiempo en tiempo, mientras es de día los vuelven a echar como dije hasta que llega la sazón referida de salir de la membrana, que entonces, si la madre está cerca, se van y juegan con ella regocijándose juntos a su modo, entrando y saliendo en su cuerpo como conejos en la vivera. He visto estos torneos muchas veces hallándome de la otra parte a las orillas de una ribera y tirando hacia ellos una piedra, los pequeñuelos se metieron todos dentro de la madre huyendo de los peligros exteriores. E1 modo referido de procrear estos animales es siempre el mismo, que no tienen ni hacen que sola una vez al año y ésta por el mes de mayo. Diéronlos en este país por nombre cocodrilos, aunque en otras los llaman caimanes.
Del tallo, los moradores de la isla hacen el mismo caso para comerle, y del mismo modo que se practica en Europa con las coles cocidas, echándole a rebanadas en la olla de carne. Tienen de longitud las hojas siete u ocho pies, y de latitud tres o cuatro, siendo muy aptas para cubrir las casas en lugar de tejas, sirviendo de segura defensa a cualquiera que se recoge debajo de ellas en tiempo de lluvia, de cualquier suerte que las hallen o pongan sobre sí; como también se aprovechan de ellas para envolver carne ahumada y para hacer una suerte de cubos con que manejan el agua que han menester; no siendo durables más que el espacio de seis, siete y ocho días. Los tallos, en lo exterior, son de un color verde y por de dentro muy blancos, de los cuales se separa una corteza que es a modo de pergamino, pudiendo escribir sobre ella como hacemos sobre el papel. Son estos árboles de una corpulencia que dos brazadas no pueden casi abarcar, no pudiendo propiamente llamarse leñosos más que tres o cuatro pulgadas en la cantidad del espesor y en lo interior muy tiernos, de suerte que se pueden rebanar (quitando las dichas tres o cuatro pulgadas) como quesos frescos. Córtanlos más arriba de la raíz, tres o cuatro pies, y hacen en el tronco un agujero, del cual destila un licor poco a poco que en breve tiempo se rinde tan fuerte como el vino más generoso, que emborracha muy fácilmente a los que con sobriedad no lo usan. Llaman los franceses palmas francas a estos árboles, los cuales nacen y se tienen en tierras saladas.
Hállanse, además de las referidas palmas, otras cuatro especies de ellas, que se nombran: latanier, palma espinosa, palma a chapelet o rosario, palma vinosa. La latanier no es tan alta como la vinosa, si bien tiene casi la misma forma, excepto que las hojas son como abanicos; nacen en tierras pedregosas y arenosas, pareciendo su corpulencia de siete pies, poco más o menos, y toda cuajada de espinas, largas de medio pie, muy agudas y fuertes; da su simiente del mismo modo que la que arriba dijimos, sirviendo, como ella, también de alimento a las bestias silvestres. Tiene el nombre de espinosa otra de las cuatro especies, por estar sumamente cuajada, desde la raíz hasta las hojas, de ellas, más que la precedente; con ellas atormentaban algunos indios bárbaros a sus prisioneros de guerra que, atándolos a un árbol, toman dichas espinas y las ponen en bolas de algodón a modo de erizos, los cuales mojan en aceite y con ellos punzan penetrantísimamente los miserables pacientes, llenándoles sus cuerpos de tales puntas y dejándolos cubiertos de ellas, tan espesas como crecen en los árboles; péganles después fuego y si el atormentado canta en medio de sus dolores, entre las llamas, le estiman por bravo y generoso soldado que no teme los enemigos, ni sus tormentos; si, al contrario, grita, dicen que es un poltrón, indigno de memoria. Semejante historia me fue relatada por un indio que lo había ejecutado muchas veces en algunos de sus enemigos y muchos cristianos han visto tan crueles acciones viviendo entre tan bárbara canalla.
Mas, prosiguiendo mi discurso, diré que la palma de que hablamos no se diferencia de la latanier si no es en que las hojas son semejantes a las de las palmas francesas; echa su simiente como las otras, diferenciándose en que es mucho más grande y más redonda, casi como un maravedí, y por estar dentro llena de pepitas de tan buen gusto como el de las nueces de España; crece este árbol en los bajos de la costa marítima. La palma vinosa toma el nombre a causa de la abundancia de vino que de ella sacan; crece en altas y pedregosas montañas, no siendo más alta que de cuarenta a cincuenta pies, de una extraordinaria forma, pues desde la raíz hasta la mitad de su altura no es más espesa que tres o cuatro pulgadas y llegando hacia lo alto, más allá de los dos tercios, es tan grande y espesa como una cuba ordinaria, que por dentro está llena de una materia parecida al tierno tronco de un repollo blanco, la cual se halla empapada de cierto licor de muy agradable gusto que, después de haber depuesto la madre, se reduce en un muy buen vino claro, sacado con poca industria; pues habiendo cortado el árbol con un ordinario machete, hacen una abertura cuadrada en él majando la dicha materia hasta tanto que fácilmente la pueden exprimir con las manos, no teniendo necesidad de más instrumento. Hacen ciertos vasos de las hojas, no sólo para purificar el licor sobredicho, mas también para beber. Lleva los frutos como las otras palmas, pero de chiquita forma, semejantes a las cerezas, buenos para el sabroso gusto, mas no para la garganta, causándola grandes dolores que atormentan de esquinencia a los que lo comen.
Palma a chapelet o para rosarios, la pusieron los españoles y franceses este nombre a causa que su simiente es apta para hacer rosarios, cuyas cuentas son pequeñas, duras y fáciles a horadar; crece esta cuarta especie en las cumbres de las más altas montañas, con muy empinada elevación, mas muy estrechos y poblados de muy pocas hojas. Cierta especie de albaricoques produce esta isla, semejantes en la magnitud a los melones, de un color ceniciento y del gusto de albaricoques de la Europa, teniendo sus pepitas de la magnitud de un huevo de gallina, de los cuales hacen deleitoso banquete muy de ordinario los jabalíes, con que engordan a maravilla. Son semejantes a los perales los caremitas, cuyos frutos parecen a las ciruelas damascenas, que son de agradable gusto, casi como a la leche dulce; son negros por dentro y sus pepitas son tal vez dos, otras tres y cinco, grandes como un fríjol, no siendo menos agradable pasto a los jabalíes que el precedente, pero no se hallan tan comúnmente por la isla como otros. Los jupinas se encuentran a cada paso, muy parecidos a los cerezos, aunque sus ramas son más dilatadas y sus frutos de un color ceniciento, de la magnitud de dos puños, cuyo interior está lleno de ciertas puntas que las envuelve una película muy tenue, la cual si no la pelan al tiempo de comerlas, es causa de grandes obstrucciones u opilaciones y dolores de vientre. Antes que estos frutos maduren, si los exprimen, despiden un licor tan negro como la tinta con que de ordinario se escribe, pudiendo usar de él para escribir sobre el papel, cuyas letras se desvanecen en el término de nueve días y el papel queda tan blanco como si jamás se hubiera en él escrito; su madera es muy fuerte, sólida y dura, propia para navíos, pues de ella se observa durar largo tiempo dentro del agua.
Esta deliciosa tierra es coronada de otra muchedumbre de árboles que producen muy buenos frutos, de los cuales omitiré algunos por estar cierto hay volúmenes enteros escritos por diversos historiadores que los han escudriñado con atención más filosófica que la mía; mas aunque no es de mi intención aquí tratar de cosas de este género, no obstante la curiosidad me induce a relatar algunos más particulares, como son: cedros, que esta admirable parte del orbe produce en cantidad prodigiosa; intitúlanlos acajou la nación francesa hallándoles muy útiles para fabricar naves y canoas, que son como pequeñas saetías labradas de un solo árbol, tan veleras que se pueden intitular Postas de Neptuno; lábranse sin algún instrumento de hierro, quemando los árboles en lo inferior cerca de la raíz y gobernando el fuego de tal modo, que no se quema nada más que lo quieren los industriosos indios; otros tienen hachas de piedra con que raspan si algo se quemó por descuido; y así saben darlas una forma con fuego que las hacen capaces de navegar con ellas sesenta o setenta leguas y más, con toda ordinaria seguridad. La próbida naturaleza ha andado en esta tierra tan manirrota que no queriendo que donde franqueó sus tesoros con tanta liberalidad dejase de abundar en contramorbíficas infecciones (que a ser yo grande físico pudiera granjearme, como otros, el título de botánico), pues la medicina puede hallar aquí materia suficiente para trastornar los almacenes galénicos y hornos paracélsicos.
Tiene la fragilidad sublunar en el seno de esta isla, para ocurrir a diversas enfermedades, árboles, plantas, hierbas y simientes, con que no sólo sus moradores hallan remedio en sus achaques sino también de comerciar con las naciones más remotas. Diré de algunas más conocidas, dejando la multitud a laboriosos herbolarios que ya con docta experiencia han observado sus virtudes, y cualidades, de que se podrán hallar enteros volúmenes escritos, si los curiosos lectores con su fatiga quisieren meditar sus leyendas. Entre los árboles medicinales se hallan el brasilete, manzanilla, el que destila la goma Elemi; Lignum Guayacum o palo santo; Lignum Aloes o palo de acíbar; Cassia lignea o caña fístula; Radix Chinae o raíz de quina. El mapou, fuera de ser medicinal, siendo un árbol muy espeso se sirven de él para labrar canoas, aunque no es tan bueno que el acajou, por ser esponjoso, que con facilidad tira o atrae a sí mucha agua, con que es peligrosa embarcación. El acomá es una suerte de leña dura y pesada del color de palma, muy cómoda para hacer remos a los molinos de azúcar. Es muy conocido el brasilete en las provincias de Holanda, al cual llaman por otro nombre leña de pescado palo, a propósito para el uso de la tintura; crece en grande abundancia en las costas marítimas de esta isla, en ciertas partes que se llaman Jacmel y Jaquina; estos dos sitios son cómodos puertos o bahías donde pueden llegar navíos de alto bordo. La manzanilla crece cerca de la mar, siendo naturalmente árbol tan enano, que sus ramas por cortas que sean tocan al agua; lleva un fruto en algún modo semejante a las camuesas odoríferas, mas de cualidad muy venenosa, porque habiendo comídolas alguno, muda el color y una tan ígnea sed le sobreviene que todo el agua del Tajo no es bastante de refrescarle, con que rabiando en muy poco tiempo muere.
Lo que más es, que los peces comiendo (como de ordinario sucede) de este pestilencial fruto son venenosos; da este árbol un licor espeso y blanco como el de la higuera y si alguno le toca con la mano levanta ampollas en la carne, tan rojas como si ardientemente se hubiera escaldado. Sucedióme que habiendo cortado un ramo (sin conocer sus tretas) para abanicarme y desechar los mosquitos que me importunaban la cara, se me hinchó al día siguiente y llenó tanto de ampollas como una quemadura, que en tres días no pude ver cosa alguna. Llaman los españoles icaos a ciertos árboles que crecen sobre las riberas, los cuales llevan sus frutos parecidos a las ciruelas endrinas; los jabalíes vienen a buscarlos cuando son maduros y les llena tanto como si comiesen carnes muy pingües. Deléitense estos árboles entre la arena y son tan bajos, que aún siendo largas sus ramas, cogen gran circunferencia, casi arraigadas al suelo. Los abelcoses llevan frutos semejantes en el color a los icaos, mas de la magnitud de melones, cuyas pepitas son como huevos, la materia es amarilla y de un agradable gusto que los cochildres franceses comen en lugar de pan, no hallándolos buenos los jabalíes; crecen muy levantados y espesos estos árboles, pareciéndose en las hojas a un peral muy frondoso. Después de haber hecho una breve discripción de algunos árboles y frutos que se hallan en esta isla, diremos al propósito algo de insectos, loando al Sumo Criador que en esta tierra quiso fuesen inmunes de alguna bestia ponzoñosa.
Tres especies de moscas, que pérfidamente atormentan los humanos y mucho más a los que en aquella tierra jamás estuvieron, o corto tiempo, contaré. Las primeras son tan grandes como los tábanos de España; las cuales lanzándose sobre los cuerpos chupan la sangre hasta que no pueden más volar; su importunidad obliga a servirse prolijamente de ramas para aventarlas; los españoles en aquellas partes las llaman mosquitos y los franceses maranguines. La segunda especie de estos insectos no es mayor que un grano de arena, no hacen algún ruido, como la primera especie, por cuya razón es más dañosa, pudiendo penetrar el más tupido lienzo; los cazadores se untan la cara con manteca de puerco por eximirse de tan enfadosas bestezuelas y la noche, estando en sus cabañas, queman tabaco en hoja, sin cuya humareda no pudieran reposar; de día no hacen mucho mal, si el menor viento se mueve, por manso que sea, las hace disipar. Los mosquitos que proponemos de la tercera especie no son mayores que un grano de mostaza; su color es rojo y no pican de ningún modo, mas muerden sutilmente en la carne, en la cual causan pequeñas llagas; sucede algunas veces que la cara donde picaron se hace disforme por el inconveniente dicho. Dominan y prevalecen todo el día, desde la aurora hasta el ocaso; después de cuyo tiempo se reposan y dejan sosegar los mortales; pusieron los españoles por nombre a estos insectos rogados y los franceses caladores. La cochinilla que se halla en esta espaciosa isla es muy parecida a la ordinaria excepto que es un poco mayor y de figura más larga; tienen dos puntos en la cabeza que de noche causa tal claridad, que si (como sucede) se juntan tres o cuatro encima de un árbol, no se puede de lejos deliberar sino que es fuego muy luminoso.
Tuve un día tres en mi barraca hasta más de la media noche, y en ella, sin otra luz, me daban tal claridad que muy cómodamente podía leer en cualquier libro por letra menuda que fuese. Quise traer a la Europa algunos de estos animalejos, mas habiéndolo intentado, se me murieron llegando a temperamento más fresco que aquél, con que inmediatamente perdieron y se desvaneció su resplandor, siendo tan grande que con razón los españoles los llaman moscas de fuego. Los grillones son en cantidad excesiva y de una magnitud extraordinaria, gritando revientan si alguna persona pasa junto a ellos. No hay menor número de reptiles como son serpientes y otros; mas por gracia particular del Sumo Criador, carecen de veneno, no haciendo algún daño más que a las aves que pueden agarrar, principalmente pollas, pichones y demás de este género. Sírvense en las casas algunas veces de tales serpientes para despojarlas de ratones y ratas, teniendo tal sutilidad que contrahacen sus chillidos, con que los engañan y cogen más a su gusto; habiéndolos cogido de ningún modo comen las tripas, mas chupan la sangre y desechan los intestinos, con que luego se los tragan enteros y no dejan de digerir en blando excremento para descargar sus vientres. Otro género de reptiles que dieron por nombre cazadores de moscas se halla y, a causa de experimentar, no se sirven de otro mantenimiento que de moscas, las llamaron así; mal, no se puede decir causen a los moradores, antes alivio, pues disminuyen con su continua caza las prolijas y molestas moscas.
Galápagos terrestres hay en grande cantidad, los cuales se crían en el lodo y campos húmedos; comen los moradores de ellos asegurando ser muy buen mantenimiento. Disforme es el género de arañas de que aquí haremos mención, siendo las que allí se crían tamañas como un grande huevo y sus patas largas como las de muy grueso cangrejo; muy pelosas y con cuatro dientes negros, a modo de los de un conejo en magnitud y forma, y aunque sus mordeduras no son venenosas, por lo menos pueden furiosamente morder, como es su costumbre; sus mansiones son en los techos de las casas. No está libre esta tierra de los insectos llamados milpies y en latín Scolopendria, como también de escorpiones; mas por Divino Privilegio, sin sospecha de ponzoña son los unos y los otros, que aunque no dejan de morder su mordedura no tiene necesidad de aplicarla algún medicamento; si bien, al principio, causan alguna hinchazón que de sí misma se disipa; con que, finalmente, en toda esta isla no se halla algún animal de quien se pueda saber haga dañoso estrago con su veneno. Pues tenemos entre las manos el tratar de los insectos, diremos del caimán alguna cosa. Es, pues, una especie de cocodrilo que en esta isla se halla número considerable y entre ellos algunos de una corpulencia horrible; vístose han de sesenta pies de longitud y doce de latitud. Tales animales usan de una maravillosa sutileza para buscar de comer y es que se ponen en las entradas de algunas riberas sin moverse más que si fuesen un árbol viejo caído en las aguas, nadando encima sin movimiento propio que el que las olas causan, mas no se alejan de la tierra aguardando que algún jabalí o vaca salvaje vengan a beber y refrigerarse a las orillas, en cuyas ocasiones saben cogerlos inmediatamente, con tal vivacidad que atrayéndolos a la profundidad los hacen ahogar.
Lo más que se debe notar y admirar es que tres o cuatro días antes que vayan los caimanes a tal caza, no comen cosa alguna, mas yendo para el agua se tragan ciento o doscientas libras de piedras, por cuyo medio se hacen más pesados y aumentan a sus fuerzas (que son grandes) esta carga, para hacer más asegurados el asalto. Anegada ya la presa la dejan cuatro o cinco días intacta, pues no sabrían morderla por no estar medio podrida; pero llegando a tal putrefacción, se la comen con buen apetito y favor. Si pueden agarrar algunas pieles de bestias, que ordinariamente ponen a secar los moradores de la isla al sol en la campaña, cerca de algunas riberas, las tiran y arrastran dentro del agua, donde las dejan algunos días bien cargadas de piedras, hasta que se las cae el pelo, de cuya suerte las engullen no con menos presteza que los mismos animales si los cogieran. He visto yo mismo duplicadas veces tales acciones y dejando mi experiencia particular aparte, diré que muchos historiadores han hecho tratados enteros sobre estos animales, tanto explicando su figura, cantidad y cualidades ordinarias, cuanto su vida y brutales inclinaciones, que como he referido son raras. Un hombre de reputación y crédito me contó haber estado cierto día cerca de una ribera lavando su barraca o tienda y que al punto de su llegada a las aguas que comenzó a lavar, vino un caimán que con furia intrépida le arrebató de las manos la tienda y con celeridad la sumergió; quería el hombre ver en qué paraba el caso y tiraba por el lado opuesto con toda su fuerza teniendo un cuchillo entre los dientes para defenderse en urgente necesidad, mas echándose el caimán sobre él, le tiró al agua con grande ímpetu, cargándose encima para ahogarle; hallábase este hombre a toda extremidad, con que dio al caimán una puñalada en el vientre, de la cual en poco tiempo murió.
Sacóle después a la orilla; al cual abrió y tiró fuera de su estómago cerca de cien libras de piedras, tan grandes cada una como un puño. Vanse de ordinario los caimanes siguiendo las moscas para tragarlas, y tienen ciertas escamas entre la carne y pellejo que huelen a almizcle, donde algunas de ellas llegan a picar, con que son perseguidos y persiguen a estos insectos con simpatía irreconciliable. E1 modo de fermentar y prolificar sus hijuelos es de este modo: lléganse a las arenas de alguna ribera que esté expuesta a los rayos del sol meridiano, entre las cuales echan sus huevos cubriéndolos con su pata; que después hallan fermentados con sus embriones por medio del calor del Phebo; los cuales, luego que se hallan fuera de la membrana oval, se van por curso natural al agua. Las madres en tiempo que puedan tener algún temor de avenidas de pájaros que los suelen descubrir, escarbando en la arena y rompiéndolos, se los tragan y guardan en su estómago de noche y, de tiempo en tiempo, mientras es de día los vuelven a echar como dije hasta que llega la sazón referida de salir de la membrana, que entonces, si la madre está cerca, se van y juegan con ella regocijándose juntos a su modo, entrando y saliendo en su cuerpo como conejos en la vivera. He visto estos torneos muchas veces hallándome de la otra parte a las orillas de una ribera y tirando hacia ellos una piedra, los pequeñuelos se metieron todos dentro de la madre huyendo de los peligros exteriores. E1 modo referido de procrear estos animales es siempre el mismo, que no tienen ni hacen que sola una vez al año y ésta por el mes de mayo. Diéronlos en este país por nombre cocodrilos, aunque en otras los llaman caimanes.