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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO XIV De la guerra y victoria que tuvieron los mexicanos de la ciudad de Cuyoacán Aunque lo principal de los tepanecas era Azcapuzalco, había también otras ciudades que tenían entre ellos señores proprios, como Tacuba y Cuyoacán. Éstos, visto el estrago pasado, quisieron que los de Azcapuzalco renovaran la guerra contra mexicanos, y viendo que no salían a ello como gente del todo quebrantada, trataron los de Cuyoacán de hacer por sí la guerra, para la cual procuraron incitar a las otras naciones comarcanas, aunque ellas no quisieron moverse ni trabar pendencia con los mexicanos. Mas creciendo el odio y invidia de su prosperidad, comenzaron los de Cuyoacán, a tratar mal a las mujeres mexicanas que iban a sus mercados, haciendo mofa de ellas, y lo mismo de los hombres que podían maltratar, por donde vedó el rey de México, que ninguno de los suyos fuese a Cuyoacán, ni admitiesen en México ninguno de ellos. Con esto acabaron de resolverse los de Cuyoacán, en darles guerra, y primero quisieron provocarles con alguna burla afrentosa, y fue convidarles a una fiesta suya, solemne, donde después de haberles dado una muy buena comida y festejado con gran baile a su usanza, por fruta de postre les enviaron ropas de mujeres, y les constriñeron a vestírselas y volverse así con vestidos mujeriles a su ciudad, diciéndoles que de puro cobardes y mujeriles, habiéndoles ya provocado, no se habían puesto en armas. Los de México, dicen que les hicieron en recompensa otra burla pesada, de darles a las puertas de su ciudad de Cuyoacán, ciertos humazos, con que hicieron malparir a muchas mujeres y enfermar mucha gente.
En fin paró la cosa en guerra descubierta, y se vinieron los unos a los otros a dar batalla de todo su poder, en la cual alcanzó la victoria el ardid y esfuerzo de Tlacaellel, porque dejando al rey Izcoatl, peleando con los de Cuyoacán, supo emboscarse con algunos pocos valerosos soldados, y rodeando, vino a tomar las espaldas a los de Cuyoacán, y cargando sobre ellos, les hizo retirar a su ciudad; y viendo que pretendían acogerse al templo, que era muy fuerte, con otros tres valientes soldados rompió por ellos y les ganó la delantera, y tomó el templo y se lo quemó, y forzó a huír por los campos, donde haciendo gran riza en los vencidos, les fueron siguiendo por diez leguas la tierra adentro, hasta que en un cerro, soltando las armas y cruzando las manos, se rindieron a los mexicanos; y con muchas lágrimas les pidieron perdón del atrevimiento que habían tenido en tratarles como a mujeres, y ofreciéndose por esclavos, al fin les perdonaron. De esta victoria volvieron con riquísimos despojos los mexicanos, de ropas, armas, oro, plata, joyas y plumería lindísima, y gran suma de cautivos. Señaláronse en este hecho sobre todos, tres principales de Culhuacán, que vinieron a ayudar a los mexicanos, por ganar honra; y después de renoconidos por Tlacaellel y probados por fieles, dándoles las divisas mexicanas, los tuvo siempre a su lado, peleando ellos con gran esfuerzo. Viose bien que a estos tres, con el general, se debía toda la victoria, porque de todos cuantos cautivos hubo, se halló que de tres partes las dos eran de estos cuatro, la cual se averiguó fácilmente por el ardid que ellos tuvieron, que en prendiendo alguno luego, le cortaban un poco del cabello y lo entregaban a los demás, y hallaron ser los del cabello cortado en el exceso que he dicho; por donde ganaron gran reputación y fama de valientes, y como a vencedores, les honraron con darles de los despojos y tierras, partes muy aventajadas, como siempre lo usaron los mexicanos, por donde se animaban tanto los que peleaban, a señalarse por las armas.
En fin paró la cosa en guerra descubierta, y se vinieron los unos a los otros a dar batalla de todo su poder, en la cual alcanzó la victoria el ardid y esfuerzo de Tlacaellel, porque dejando al rey Izcoatl, peleando con los de Cuyoacán, supo emboscarse con algunos pocos valerosos soldados, y rodeando, vino a tomar las espaldas a los de Cuyoacán, y cargando sobre ellos, les hizo retirar a su ciudad; y viendo que pretendían acogerse al templo, que era muy fuerte, con otros tres valientes soldados rompió por ellos y les ganó la delantera, y tomó el templo y se lo quemó, y forzó a huír por los campos, donde haciendo gran riza en los vencidos, les fueron siguiendo por diez leguas la tierra adentro, hasta que en un cerro, soltando las armas y cruzando las manos, se rindieron a los mexicanos; y con muchas lágrimas les pidieron perdón del atrevimiento que habían tenido en tratarles como a mujeres, y ofreciéndose por esclavos, al fin les perdonaron. De esta victoria volvieron con riquísimos despojos los mexicanos, de ropas, armas, oro, plata, joyas y plumería lindísima, y gran suma de cautivos. Señaláronse en este hecho sobre todos, tres principales de Culhuacán, que vinieron a ayudar a los mexicanos, por ganar honra; y después de renoconidos por Tlacaellel y probados por fieles, dándoles las divisas mexicanas, los tuvo siempre a su lado, peleando ellos con gran esfuerzo. Viose bien que a estos tres, con el general, se debía toda la victoria, porque de todos cuantos cautivos hubo, se halló que de tres partes las dos eran de estos cuatro, la cual se averiguó fácilmente por el ardid que ellos tuvieron, que en prendiendo alguno luego, le cortaban un poco del cabello y lo entregaban a los demás, y hallaron ser los del cabello cortado en el exceso que he dicho; por donde ganaron gran reputación y fama de valientes, y como a vencedores, les honraron con darles de los despojos y tierras, partes muy aventajadas, como siempre lo usaron los mexicanos, por donde se animaban tanto los que peleaban, a señalarse por las armas.