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CAPÍTULO XVI De qué modo pudieron venir a Indias los primeros hombres, y que no navegaron de propósito a estas partes Agora es tiempo de responder a los que dicen que no hay antípodes, y que no se puede habitar esta región en que vivimos. Gran espanto le puso a San Agustín la inmensidad del Océano, para pensar que el linaje humano hubiese pasado a este Nuevo Mundo. Y pues por una parte sabemos de cierto, que ha muchos siglos que hay hombres en estas partes, y por otra no podemos negar lo que la Divina Escritura claramente enseña, de haber procedido todos los hombres de un primer hombre, quedamos sin duda obligados a confesar, que pasaron acá los hombres de allá de Europa o de Asia o de África, pero el cómo y por qué camino vinieron, todavía lo inquirimos y deseamos saber. Cierto no es de pensar que hubo otra Arca de Noé en que aportasen hombres a Indias, ni mucho menos que algún Ángel trajese colgados por el cabello, como al profeta Abacuch, a los primeros pobladores de este mundo. Porque no se trata qué es lo que pudo hacer Dios, sino qué es conforme a razón y al orden y estilo de las cosas humanas. Y así se deben en verdad tener por maravillosas y propias de los secretos de Dios, ambas cosas; una, que haya podido pasar el género humano tan gran inmensidad de mares y tierras; otra, que habiendo tan innumerables gentes acá, estuviesen ocultas a los nuestros tantos siglos. Por que pregunto yo, ¿con qué pensamiento, con qué industria, con qué fuerza pasó tan copioso mar el linaje de los Indios? ¿Quién pudo ser el inventor y movedor de pasaje tan extraño? Verdaderamente he dado y tomado conmigo y con otros en este punto por muchas veces, y jamás acabo de hallar cosa que me satisfaga.

Pero en fin, diré lo que se me ofrece; y pues me faltan testigos a quien seguir, dejarme he ir por el hilo de la razón, aunque sea delgado, hasta que del todo se me desaparezca de los ojos. Cosa cierta es, que vinieron los primeros indios por una de tres maneras a la tierra del Pirú. Porque o vinieron por mar o por tierra; y si por mar o acaso, o por determinación suya, digo acaso, echados con alguna gran fuerza de tempestad, como acaece en tiempos contrarios y forzosos; digo por determinación, que pretendiesen navegar e inquirir nuevas tierras. Fuera de estas tres maneras, no me ocurre otra posible si hemos de hablar según el curso de las cosas humanas y no ponernos a fabricar ficciones poéticas y fabulosas, si no es que se le antoje a alguno buscar otra águila, como la de Ganimedes, o algún caballo con alas como el de Perseo, para llevar los Indios por el aire; ¿o por ventura le agrada aprestar peces, sirenas y Nicolaos, para pasallos por mar? Dejando pues, pláticas de burlas, examinemos por sí cada uno de los tres modos que pusimos; quizá será de provecho y de gusto esta pesquisa. Primeramente parece que podríamos atajar razones con decir que de la manera que venimos agora a las Indias, guiándose los pilotos por el altura y conocimiento del cielo, y con la industria de marear las velas conforme a los tiempos que corren, así vinieron y descubrieron y poblaron los antiguos pobladores de estas Indias. ¿Por qué no? ¿Por ventura sólo nuestro siglo y solos nuestros hombres han alcanzado este secreto de navegar el Océano? Vemos que en nuestros tiempos se navega el Océano para descubrir nuevas tierras, como pocos años ha navegó Álvaro Mendaña y sus compañeros, saliendo del puerto de Lima la vuelta del Poniente, en demanda de la tierra que responde, Leste Oeste, al Pirú; y al cabo de tres meses hallaron las islas que intitularon de Salomón, que son muchas y grandes; y es opinión muy fundada que caen junto a la Nueva Guinea, o por lo menos tiene tierra firme muy cerca, y hoy día vemos que por orden del Rey y de su Consejo, se trata de hacer nueva jornada para aquellas islas.

Y pues esto pasa así ¿por qué no diremos que los antiguos, con pretensión de descubrir la tierra que llaman antíctona, opuesta a la suya, la cual había de haber según buena filosofía, con tal deseo se animaron a hacer viaje por mar y parar hasta dar con las tierras que buscaban? Cierto ninguna repugnancia hay en pensar que antiguamente acaeció lo que agora acaece, mayormente que la Divina Escritura refiere que de los de Tiro y Sidón recibió Salomón maestros y pilotos muy diestros en la mar, y que con éstos se hizo aquella navegación de tres años. ¿A qué propósito se encarece el arte de los marineros y su ciencia, y se cuenta navegación tan prolija de tres años, si no fuera para dar a entender, que se navegaba el gran Océano por la flota de Salomón? No son pocos los que sienten así, y aún les parece que tuvo poca razón San Agustín de espantarse y embarazarse con la inmensidad del mar Océano, pues pudo bien conjeturar de la navegación referida a Salomón, que no era tan difícil de navegarse. Mas diciendo verdad, yo estoy de muy diferente opinión, y no me puedo persuadir que hayan venido los primeros indios a este Nuevo Mundo por navegación ordenada y hecha de propósito, ni aun quiero conceder que los antiguos hayan alcanzado la destreza de navegar, con que hoy día los hombres pasan el mar Océano de cualquiera parte a cualquiera otra que se les antoja, lo cual hacen con increíble presteza y certinidad, pues de cosa tan grande y tan notable no hallo rastros en toda la antigüedad.

El uso de la piedra imán y del aguja de marear, ni la topo yo en los antiguos ni aun creo que tuvieron noticia de él; y quitado el conocimiento del aguja de marear, bien se ve que es imposible pasar el Océano. Los que algo entienden de mar, entienden bien lo que digo. Porque así es pensar que el marinero, puesto en medio del mar, sepa enderezar su proa adonde quiere si le falta el aguja de marear, como pensar que el que está sin ojos, muestre con el dedo lo que está cerca y lo que está lejos acullá en un cerro. Es cosa de admiración que una tan excelente propiedad de la piedra imán, la hayan ignorado tanto tiempo los antiguos y se haya descubierto por los modernos. Haberla ignorado los antiguos, claramente se entiende de Plinio, que con ser tan curioso historiador de las cosas naturales, contando tantas maravillas de la piedra imán jamás apunta palabra de esta virtud y eficacia, que es la más admirable que tiene de hacer mirar al Norte el hierro que toca, como tampoco Aristóteles habló de ello, ni Teofrasto, ni Dioscórides, ni Lucrecio, ni historiador ni filósofo natural que yo haya visto, aunque tratan de la piedra imán. Tampoco San Agustín toca en esto, escribiendo por otra parte muchas y maravillosas excelencias de la piedra imán en los libros de la Ciudad de Dios. Y es cierto que cuantas maravillas se cuentan de esta piedra, todas quedan muy cortas respecto de esta tan extraña de mirar siempre al Norte, que es un gran milagro de naturaleza. Hay otro argumento también, y es que tratando Plinio de los primeros inventores de navegación y refiriendo allí de los demás instrumentos y aparejos, no habla palabra del aguja de marear, ni de la piedra imán; sólo dice que el arte de notar las estrellas en la navegación salió de los de Fenicia.

No hay duda sino que los antiguos, lo que alcanzaron del arte de navegar era todo mirando las estrellas y notando las playas y cabos y diferencias de tierras. Si se hallaban en alta mar tan entrados que por todas partes perdiesen la tierra de vista, no sabían enderezar la proa por otro regimiento, sino por las estrellas, y sol y luna. Cuando esto faltaba como en tiempo nublado acaece, regíanse por la cualidad del viento y por conjeturas del camino que habían hecho. Finalmente, iban por su tino, como en estas Indias también los indios navegan grandes caminos de mar, guiados de sola su industria y tino. Hace mucho a este propósito lo que escribe Plinio de los isleños de la Taprobana, que agora se llama Sumatra, cerca del arte e industria con que navegan, escribiendo en esta manera: "Los de Taprobana no ven el Norte, y para navegar suplen esta falta llevando consigo ciertos pájaros, los cuales sueltan a menudo, y como los pájaros por natural instinto vuelan hacia la tierra, los marineros enderezan su proa tras ellos." ¿Quién duda, si éstos tuvieran noticia del aguja, que no tomaran por guías a los pájaros para ir en demanda de la tierra? En conclusión, basta por razón para entender que los antiguos no alcanzaron este secreto de la piedra imán, ver que para cosa tan notable como es el aguja de marear, no se halla vocablo latino, ni griego ni hebraico. Tuviera sin falta algún nombre en estas lenguas cosa tan importante, si la conocieran. De donde se verá la causa por que agora los pilotos, para encomendar la vía al que lleva el timón, se sientan en lo alto de la popa, que es por mirar de allí el aguja, y antiguamente se sentaban en la proa, por mirar las diferencias de tierras y mares, y de allí mandaban la vía, como lo hacen también agora muchas veces al entrar o salir de los puertos; y por eso los griegos llamaban a los pilotos, proritas, porque iban en la proa.

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