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Desarrollo


CAPITULO XVI Que trata de lo que pensaron los naturales de las cosas de la naturaleza, y de las recreaciones y diversiones que tuvieron Antes de que prosigamos más adelante, será razón que tratemos del conocimiento que tuvieron de Un Solo Dios y una sola causa, que fue aquel decir que era sustancia y principio de todas las cosas. Y es ansí que como todos los dioses que adoraban eran los dioses de las fuentes, ríos, campos y otros dioses de engaños, que a cada cosa atribuían su dios, concluían con decir: "Oh Dios, aquel en quien están todas las cosas", que es decir el Teotloquenahuaque, como si dijeramos agora, "aquella persona en quien asisten todas las cosas, aquella causa de todas las cosas acompañadas, que es sólo una esencia". Finalmente, tuvieron este rastro de que había un solo Dios, que era sobre todos los dioses. Ansimismo, tuvieron en su antigüedad rastro de la eternidad, porque después de esta vida sabían y entendían los naturales desta tierra haber otra vida, que era aquella en donde tenían su habitación y morada los dioses, en donde estaban en continuos placeres y pasatiempos y descanso. Tuvieron, ansimismo, noticia de que había nueve cielos, que los llamaban Chicuhnauhnepaniuhcan Ilhuica, donde hay perpetua holganza, porque cuando algunos caciques de suerte o personas de calidad morían, los enterraban en bóvedas acompañados de doncellas de servicio y con alguna de sus mujeres, con ellos se enterraban vivos hombres corcovados y enanos, con mucha comida y riqueza de ropa, plumería y oro para el camino que llevaban hasta llegar a la gloria y lugar de los dioses.

También tenían por cierto que había pena y gloria, premio para los buenos y castigo para los malos. Nunca conocieron ni entendieron el engaño en que vivían hasta que se bautizaron y fueron cristianos. Ansimismo, alcanzaron confusamente que había ángeles que habitaban en los cielos y les atribuían ser dioses de los aires, y por tales les adoraban. A ellos atribuían los rayos, relámpagos y truenos, que cuando se enojaban con los hombres les enviaban grandes terremotos, lluvias y granizos y otras tempestades que en la tierra se causaban por pecados de los hombres. Cuando esto sucedía, les hacían festividades muy solemnes. Al fuego llamaban "Dios de la Senectud", porque le pintaban muy viejo y muy antiguo. Los temblores y terremotos que en la tierra había los atribuían a que los dioses que tenían en peso el mundo se cansaban y entonces se mudaban, y que aquella era la causa de los temblores. No alcanzaron que el mundo era esférico ni redondo, sino llano, y que tenía su fin y remate hasta las costas de la mar, y ésta y el cielo era todo uno y de su propia materia, sólo que el mar era más cuajado, y que las aguas que llovían no procedían de las nubes, sino del cielo, porque aquellos dioses de los cielos las derramaban a sus tiempos para regar la tierra del mundo y aprovechar a las gentes y animales de ella. La Sierra Nevada de Huexotzinco y el Volcán teníanlos por dioses y decían que el Volcán y la Sierra Nevada eran marido y mujer. Llamaban al volcán Popocatepetl y a la Sierra Nevada Iztacihuatl, que quiere decir la "Sierra que humea" y "La blanca mujer".

Tenían, ansimismo, este engaño de decir que el sol cuando se ponía y venía la noche, dormía y descansaba del trabajo del día que había pasado; y lo mismo decían de la luna cuando menguaba y no daba luz ni claridad, ansimismo decían que dormía; y decían que el sol y la luna eran marido y mujer. Tienen por cierto que cuando el sol fue criado no anduvo hasta el cuarto día. Dice la fábula que el sol fue un dios muy desechado, porque fue leproso o muy buboso, de modo que no se podía rodear ni parecer ante gentes. Visto por los demás dioses tan gran lástima, mandaron fabricar un horno de mucha grandeza, a manera de horno de cal, y haciendo una muy gran foguera en él, le echaron dentro y estando ansí ardiendo, entendiendo que se quemara y consumiera o se purificara más que los dioses, ovieron con él tanta piedad y virtud que le convirtieron en luz y le llamaron sol. Al cuarto día le hicieron mover y andar y hacer su curso, como lo hace, Naullin, que quiere decir Naollin, "cuarto movimiento", porque el cuarto día comenzó a andar y moverse. Este principio dicen que tuvo el sol y, ansí, le tuvieron por dios y señor del día, y a la luna por diosa de la noche; y a estos dos planetas dicen que obedecían las estrellas. Tenían, ansimismo, este engaño: cuando el sol y la luna eclipsaban decían que reñían y peleaban, y lo tenían por grande agüero y mala señal, a cuya causa en estos tiempos hacían grandes sacrificios y daban grandes gritos y voces y lloros, porque entendían que se llegaba el fin del mundo.

Y sacrificaban al demonio hombres bermejos si se eclipsaba el sol y si era la luna, sacrificaban hombres blancos y mujeres blancas, a las que llamaban adivinas, las cuales no veían de blancas, y ansí de los muy bermejos, retintos. Los cometas del cielo los tenían por malas señales de mortandades, guerras, hambres y otros trabajos y calamidades de la tierra. De los cometas que corren y se encienden en la región del fuego, que corren de una parte a otra con grandes colas de humo o centellas de fuego, como algunas veces suele acaecer, ansimismo los tenían por malas señales, porque decían que eran saetas de las estrellas y que mataban las cazas de los campos y de los montes. Tuvieron repartidas las cuatro partes del mundo en esta manera. Tlapco llamaron al Mediodía, que quiere decir: "En la grada o poyo". El Norte llamaban Mictlan, que quiere decir: ""Infierno", significado por muerte. Tonatiuhxico llamaban al Oriente, Icalaquian al Poniente. A estas cuatro partes incensaban los sacerdotes de los templos con perfumadores e incensarios. Ansimismo, tuvieron cuenta del año, ansí por el sol como por la luna y sus bisiestos para conformar sus años. Tuvieron cuenta de los meses y de las semanas. Los meses solamente contaban veinte días de luna y las semanas de trece días, y de ocho lunas de a veinte días hacían un año, como adelante veremos. Entendíanse por caracteres, pinturas y figuras de animales. Obo, ansimismo, entre estas gentes muchos embaidores, hechiceros, brujos y encantadores que se transformaban en leones, tigres y otras animalías fieras con embaimientos que hacían.

Tuvieron semana mayor y semana menor por su cuenta y reglas. Tenían sus fiestas repartidas por todo el año y tenían cuenta de las ceremonias que en cada fiesta se hacían. Usaban de adivinanzas y suertes y creían en sueños, prodigios y agüeros, porque el demonio se los hacía creer y les cumplía muchas cosas de las que soñaban. Ansimismo, tomaban cosas y las comían y bebían para con ellas adivinar, con que se adormecían y perdían el sentido y con ellas veían visiones espantables, y veían visiblemente al demonio con estas cosas que tomaban, que la una cosa se llamaba peyotl y otra yerba que se llama tlapatl y otro grano que llaman mixitl y la carne de un pájaro que llaman pito en nuestra lengua y ellos lo llaman oconenetl, que comida la carne de este pájaro provoca a ver todas estas visiones. La misma propiedad tiene un hongo pequeño y zancudo que llaman los naturales nanacatl. De estas cosas usaban más los señores que la gente plebeya. Dejando aparte los vinos que tenían, porque cuando se embriagaban veían en sus borracheras ansimismo grandes visiones y muy extrañas, aunque las borracheras eran muy prohibidas entre ellos. No bebían vino sino los muy viejos y ancianos y cuando un mozo lo bebía y se emborrachaba moría por ello, y ansí se daba solamente a los más viejos de la República o cuando se hacía alguna fiesta muy señalada se daba con mucha templanza a los hombres calificados, viejos honrados y en las cosas de la guerra jubilados.

Tras esto diremos que tenían instrumentos de música que los cuadraban según su modo. Tenían atambores hechos de mucho primor, altos, de más de medio estado, que tocaban junto con otro instrumento que llamaban teponaxtle, que es de un trozo de madera concavado y de una pieza, rollizo y, como decimos, hueco por dentro, que suenan algunos más de media legua, y con el atambor hace extraña y muy suave consonancia. Con estos atambores, acompañados de unas trompas de palo y otros instrumentos, a manera de flautas y fabebas, hacen un extraño y admirable ruido y tan a compás con sus cantares y danzas y bailes que es cosa muy de ver. En estos bailes y cantares sacan las divisas, insignias y libreas que quieren con mucha plumería y ropa muy rica de muy extraños atavíos y composturas, joyas de oro y piedras preciosas puestas en los cuellos y muñecas de los brazos, y brazaletes de oro fino en los brazos, los cuales vi y conocí a muchos caciques que los usaron. Con ellos se ataviaban y componían, ansí en los brazos como en las pantorrilla, y se ponían cascabeles de oro en las gargantillas de las piernas. Ansimismo, salían las mujeres en estas danzas maravillosamente ataviadas, que no había en el mundo más que ver. Lo cual todo se ha vedado por la honestidad de nuestra religión. Tenían juegos de pelota de un modo extrañísimo, que llamaban el juego de ulli. Es una pelota hecha de cierta leche que destila un árbol llamado Ulquahuitl que se convierte en duros nervios y que salta tanto que no hay cosa en esta vida con que compararlo.

Son las pelotas del tamaño de las de viento de las que se usan en España, y saltan tanto que si no se ve parece increible, porque dando la pelota en el suelo salta más de tres estados en lo alto. Esta pelota se jugaba con los cuadriles o con las nalgas, porque pesa tanto que con las manos no se podía jugar. Los jugadores de esta pelota tenían hechos de cuero unos cinchos muy anchos de gamuza, para las nalgas, con que jugaban. Tenían juegos de pelota dedicados en la República para estos pasatiempos. Jugaban para tener ejercicio los hijos de los señores, y jugaban por apuesta muchas preseas, ropas, oro, esclavos, divisas, plumería y otras riquezas. Habían en estos juegos grandes apuestas y desafíos. Eran juegos de República muy solemnizados y no los pagaban sino señores y no gente plebeya. Tenían para este juego diputados. Había otros juegos, como de dados, que llaman patol, a manera del juego de las tablas al vencer; el que más presto se volvía a su casa con la tablas éste ganaba el juego. Ansimismo, había otros juegos de diversos modos, que sería gastar mucho tiempo en tratallos y no se tratan porque son juegos de poco momento. Tenían otros entretenimientos Y recreaciones de florestas con cerbatanas, con que mataban aves, codornices, tórtolas y palomas torcaces. Tenían cazas de liebres y conejos y monterías de venados y puercos jabalíes, con redes, arcos y flechas. Tenían vergeles, arboledas extrañas y peregrinas, traídas de extrañas tierras por grandeza.

Usaban de baños y fuentes, deleitosos bosques y sotos hechos a mano. Ansimismo, usaban de truhanes decidores y chocarreros, enanos y corcovados, hombres defectuosos de naturaleza, de los cuales se pagaban los grandes Señores. Tenían sus pasatiempos ocultos y generales, según las estaciones de los tiempos. Toda su felicidad estaba en el mandar y ser señores. Lo mismo tenían en el comer y beber. Adoraban al dios Baco y le tenían por dios del vino y de las bebidas que embriagaban, porque le hacía fiesta una vez en el año, y le llamaban Ometochtle. Preciabanse de tener muchas mujeres, todas aquellas que podían sustentar. Antiguamente no tenían más de una; después, el demonio les indujo a que tuviesen todas las que pudiesen sustentar. Aunque estas fuesen sus mujeres, tenían todos una legítima con quien casaban, según sus ritos, para la sucesiva generación y estas mujeres legítimas eran señoras de las demás, que eran sus mancebas, a las cuales mandaban como criadas en una o dos casas, según las tenían repartidas. Las propias mujeres legítimas mandaban a las demás que fuesen a dormir y regalar y sestear con el Señor, las cuales iban ricamente ataviadas, limpias y lavadas para que fuesen a dormir con él. Cuando el señor apetecía alguna de ellas, decía a la mujer legítima: "Deseo que fulana duerma conmigo"; o "Es mi voluntad que vaya fulana a tal recreación conmigo"; y la mujer legítima la ataviaba, aunque era tenida y reputada como a Señora, y de ordinario las mujeres legítimas dormían con sus maridos.

De las ceremonias de los casamientos hemos ya tratado atrás, y no las referimos aquí. Cuando algún señor moría, como tuviese hermano, éste heredaba las mujeres y casaba con sus cuñadas, ansimismo heredaba los bienes del hermano y no los hijos, que ansí era costumbre, mas no se casaban con hermanas y hermanos. Estimaban en mucho el linaje de donde venían. Aborrecían en gran manera a los hombres cobardes, pues eran menospreciados y abatidos. Esta nación de indios son en extremo envidiosos. Los caciques y señores se hacían temer y adorar y eran temidos de todo punto. Trataban a sus señores con muy grande humildad y no osaban mirarles a la cara, ni alzar los ojos al rostro de sus señores y mayores al tiempo que les hablaban. Y ansí, cuando algún señor pasaba por algún camino, se apartaban de él y abajaban los ojos y las cabezas, so pena de la vida. Tratábanles en tanta verdad que el que mentía moría por ello. Tenían por grande abominación el pecado nefando y los sodomitas eran abatidos y tenidos en poco y por mujeres tratados; mas no los castigaban y les decían: "Hombres malditos y desventurados, ¿hay acaso falta de mujeres en el mundo?" y "vosotros, que sois bardajas, que tomáis el oficio de mujeres, ¿no os fuera mejor ser hombres?". Finalmente, aunque no había castigo para los tales pecados contra natura, eran de grande abominación y lo tenían por agüero y abusión. Ni menos casaban con madre, ni con tía ni con madrastra. Había entre estas gentes bárbaras muchas costumbres buenas y muchas malas y tiránicas, guiadas con sin razón: como era que ningún plebeyo vestía ropa de algodón con franja ni guarnición, ni otra ropa que fuese rozagante, sino muy sencilla y llana, corta y sin ribete ni labor alguna, sino eran aquellos que por muchos méritos lo obiesen ganado, por manera que en el traje que cada uno traía era conocida la calidad de su persona.

Los tributos y pechos que daban eran de aquellas cosas que la tierra producía: oro, plata, cobre, algodón, sal, plumería, resinas y otras cosas de precio y valor, maíz, cera, miel y pepitas de calabaza. Finalmente, todas aquellas cosas que en cada tierra y provincia había, de todas ellas tributaban a sus señores por los tercios del año, conforme a la longitud de sus tierras. De seis a seis meses y de año a año, traían pescados, conchas marinas (aquellos que las alzaban), cacao, pita y frutas de extrañas maneras, animalías fieras, tigres, leones y águilas, lobos, monas, papagayos, diversidad de géneros de animales y aves que no se pueden explicar. El que más pobre era que no tenía que dar de tributo, tributaba piojos; y esto se usó más en la provincia de Michoacán en el reino de Catzonzi, que mandó que ninguno quedase sin pagalle tributo, aunque no tuviese sino piojos. Y no fue fábula ni la es, porque en efecto pasaba así.

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