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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO V LO QUE SUCEDIÓ EL ONCENO DÍA DE LA NAVEGACIÓN DE LOS ESPAÑOLES Pasados los diez días de la continua guerra y pelea que los indios tuvieron con los españoles, cesaron de ella y retiraron sus canoas de los bergantines poco más de media legua. Los nuestros pasaron adelante siguiendo su viaje y vieron cerca de la ribera un pueblo pequeño de hasta ochenta casas y, pareciéndoles que ya los indios los habían dejado y que debían de estar ya cerca de la mar, porque entendían haber caminado aquellos días más de doscientas leguas, porque siempre (aunque contrastando con los enemigos) habían navegado a vela y remo y el río no hacía vueltas en que pudiesen haberse detenido, por lo cual quisieron prevenirse de comida para la mar y echaron bando por los bergantines que todos los que quisiesen ir por maíz fuesen al pueblo con el caudillo que estaba elegido. Saltaron en tierra cien soldados y sacaron los ocho caballos que habían quedado para que se refrescasen y para pelear en ellos si fuese menester. Los indios del pueblo, viendo que los españoles iban a él, lo desampararon y, tocando arma y pidiendo socorro con mucha grita y alarido, huyeron por los campos. Los nuestros, habiendo caminado a toda diligencia, llegaron a las casas, que estaban como dos tiros de arcabuz del río, y hallaron en ellas mucho maíz y copia de fruta seca de diversas maneras, y gran cantidad de gamuza blanca y teñida de todas colores, y muchas mantas de diversas pieles muy bien aderezadas, entre las cuales hallaron un listón de martas finísimas de ocho varas en largo y cuatro tercias en ancho, y por lo ancho estaba doblado y hacía dos haces y venía a tener el ancho de la seda.
Todo él estaba a trechos guarnecido con sartas de perlas y de aljófar, cada cosa de por sí hechas manojitos como borlas y puestas por mucha orden. Entendiose que servía de estandarte o de otra insignia para sus fiestas, regocijos y bailes porque para ornamento de una persona no lo era, ni para aderezo de cama ni aposento. Esta pieza hubo Gonzalo Silvestre, que fue el caudillo de los que salieron a tierra, y con ella, y con todo el maíz, fruta y gamuza que pudieron llevar a cuestas, se volvieron a prisa a los bergantines, de donde los llamaban las trompetas con gran instancia, porque los indios, así los de las canoas como los que había por los campos, con la grita que los del pueblo levantaron, se habían apellidado y venían corriendo al socorro y, porque los de tierra eran pocos, habían salido muchos de las canoas para juntarse con ellos y reforzar el número y el ánimo para la batalla. De esta manera acudieron por agua y tierra los enemigos con gran ímpetu y ferocidad a defender el pueblo y ofender los españoles, los cuales, con la misma prisa que habían llevado por tierra, se embarcaron en sus canoas y, con ella misma, fueron hasta llegar a los bergantines. Fueles forzoso desamparar los caballos, porque por la prisa y furia de los indios no les fue posible embarcarlos, so pena que los atajaran y perecieran todos. Y aun así corrieron tanto riesgo que, si los indios del río o de la tierra se hubieran adelantado cien pasos más, era imposible embarcarse alguno de ellos en los bergantines, mas Dios les socorrió y libró de la muerte de aquel día.
Los enemigos, viendo que los españoles se habían puesto en salvo, convirtieron su furia contra los caballos que en tierra dejaron, y, quitándoles las jáquimas y cabestros porque no les estorbasen al correr, y las sillas porque no les defendiesen las flechas, los dejaron ir por el campo y luego, como si fueran venados, los flecharon con grandísima fiesta y regocijo, y echaron a cada caballo cuantas más flechas pudieron hasta que los vieron caídos. Así acabaron de perecer este día los caballos que para este descubrimiento y conquista de la Florida habían entrado en ella, que fueron trescientos y cincuenta, que en ninguna jornada de las que hasta hoy se han hecho en el nuevo mundo se han visto tantos caballos juntos y tan buenos. Los castellanos, de ver flechar sus caballos y de no poderlos socorrer, sintieron grandísimo dolor, y como si fueran hijos los lloraron, mas viéndose libres de otro tanto, dieron gracias a Dios y siguieron su viaje. Sucedió esto el doceno día de la navegación de los nuestros.
Todo él estaba a trechos guarnecido con sartas de perlas y de aljófar, cada cosa de por sí hechas manojitos como borlas y puestas por mucha orden. Entendiose que servía de estandarte o de otra insignia para sus fiestas, regocijos y bailes porque para ornamento de una persona no lo era, ni para aderezo de cama ni aposento. Esta pieza hubo Gonzalo Silvestre, que fue el caudillo de los que salieron a tierra, y con ella, y con todo el maíz, fruta y gamuza que pudieron llevar a cuestas, se volvieron a prisa a los bergantines, de donde los llamaban las trompetas con gran instancia, porque los indios, así los de las canoas como los que había por los campos, con la grita que los del pueblo levantaron, se habían apellidado y venían corriendo al socorro y, porque los de tierra eran pocos, habían salido muchos de las canoas para juntarse con ellos y reforzar el número y el ánimo para la batalla. De esta manera acudieron por agua y tierra los enemigos con gran ímpetu y ferocidad a defender el pueblo y ofender los españoles, los cuales, con la misma prisa que habían llevado por tierra, se embarcaron en sus canoas y, con ella misma, fueron hasta llegar a los bergantines. Fueles forzoso desamparar los caballos, porque por la prisa y furia de los indios no les fue posible embarcarlos, so pena que los atajaran y perecieran todos. Y aun así corrieron tanto riesgo que, si los indios del río o de la tierra se hubieran adelantado cien pasos más, era imposible embarcarse alguno de ellos en los bergantines, mas Dios les socorrió y libró de la muerte de aquel día.
Los enemigos, viendo que los españoles se habían puesto en salvo, convirtieron su furia contra los caballos que en tierra dejaron, y, quitándoles las jáquimas y cabestros porque no les estorbasen al correr, y las sillas porque no les defendiesen las flechas, los dejaron ir por el campo y luego, como si fueran venados, los flecharon con grandísima fiesta y regocijo, y echaron a cada caballo cuantas más flechas pudieron hasta que los vieron caídos. Así acabaron de perecer este día los caballos que para este descubrimiento y conquista de la Florida habían entrado en ella, que fueron trescientos y cincuenta, que en ninguna jornada de las que hasta hoy se han hecho en el nuevo mundo se han visto tantos caballos juntos y tan buenos. Los castellanos, de ver flechar sus caballos y de no poderlos socorrer, sintieron grandísimo dolor, y como si fueran hijos los lloraron, mas viéndose libres de otro tanto, dieron gracias a Dios y siguieron su viaje. Sucedió esto el doceno día de la navegación de los nuestros.