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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO VI Hácese una solemne procesión de indios y españoles para adorar la cruz Tres días había que el ejército estaba alojado en el pueblo llamado Casquin con mucho contento de indios y españoles cuando, al cuarto día, el curaca, acompañado de toda la nobleza de su tierra, que la había hecho convocar para aquella solemnidad, se puso ante el gobernador y, habiendo él y todos los suyos hecho una grandísima reverencia, le dijo: "Señor, como nos haces ventaja en el esfuerzo y en las armas, así creemos que nos la haces en tener mejor Dios que nosotros. Estos que ves aquí, que son los nobles de mi tierra y los plebeyos que por la bajeza de su estado y poco merecimiento no osaron parecer delante de ti y yo con todos ellos, te suplicamos tengas por bien de pedir a tu Dios que nos llueva, que nuestros sembrados tienen mucha necesidad de agua. El general respondió que, aunque pecadores todos los de su ejército y él, suplicarían a Dios Nuestro Señor les hiciese merced, como padre de misericordias. Luego, en presencia del cacique, mandó al maestro Francisco Ginovés, gran oficial de carpintería y de fábrica de navíos, que de un pino, el más alto y grueso que en toda la comarca se hallase, hiciese una cruz. Tal fue el que por aviso de los mismos indios se cortó, que después de labrado, quiero decir quitada la corteza y redondeado a más ganar, como dicen los carpinteros, no lo podían levantar del suelo cien hombres. El maestro hizo la cruz en toda perfección, en cuenta de cinco y tres, sin quitar nada al árbol de su altor.
Salió hermosísima por ser tan alta. Pusiéronla sobre un cerro alto hecho a mano que estaba sobre la barranca del río y servía a los indios de atalaya y sobrepujaba en altura a otros cerrillos que por allí había. Acabada la obra, que gastaron en ella dos días, y puesta la cruz, se ordenó el día siguiente una solemne procesión en que fue el general y los capitanes y la gente de más cuenta, y quedó a la mira un escuadrón armado de los infantes y caballos que para guarda y seguridad del ejército era menester. El cacique fue al lado del gobernador, y muchos de sus indios nobles fueron entremetidos entre los españoles. Delante del general, de por sí aparte, en un coro iban los sacerdotes, clérigos y frailes cantando las letanías, y los soldados respondían. De esta manera fueron un buen trecho más de mil hombres, entre fieles e infieles, hasta que llegaron donde la cruz estaba y delante de ella hincaron todos las rodillas y, habiéndose dicho dos o tres oraciones, se levantaron y de dos en dos fueron primero los sacerdotes y, con los hinojos en tierra, adoraron la cruz y la besaron. En pos de los eclesiásticos fue el gobernador, y el cacique con él sin que nadie se lo dijese, e hizo todo lo que vio hacer al general y besó la cruz. Tras ellos fueron los demás españoles e indios, los cuales hicieron lo mismo que los cristianos hacían. De la otra parte del río había quince o veinte mil ánimas de ambos sexos y de todas las edades, los cuales estaban con los brazos abiertos y las manos altas mirando lo que hacían los cristianos y, de cuando en cuando, alzaban los ojos al cielo haciendo ademanes con manos y rostro como que pedían a Dios oyese a los cristianos su demanda.
Otras veces levantaban un alarido bajo y sordo, como de gente lastimada, y a los niños mandaban que llorasen y ellos hacían lo mismo. Toda esta solemnidad y ostentaciones hubo de la una parte y otra del río al adorar de la cruz, las cuales al gobernador y a muchos de los suyos movieron a mucha ternura, por ver que en tierras tan extrañas, y por gente tan alejada de la doctrina cristiana, fuese con tanta demostración de humildad y lágrimas adorada la insignia de nuestra redención. Habiendo todos adorado la cruz de la manera que se ha dicho, se volvieron con la misma orden de procesión que habían llevado, y los sacerdotes iban cantando el Te Deum laudamus hasta el fin del cántico, con que se concluyó la solemnidad de aquel día, habiéndose gastado en ella largas cuatro horas de tiempo. Dios Nuestro Señor por su misericordia quiso mostrar a aquellos gentiles cómo oye a los suyos que de veras lo llaman, que luego la noche siguiente, de media noche adelante, empezó a llover muy bien y duró el agua otros dos días, de que los indios quedaron muy alegres y contentos. Y el curaca y todos sus caballeros, en la forma de la procesión que vieron hacer a los cristianos para adorar la cruz, fueron a rendir las gracias al gobernador por tanta merced como su Dios les había hecho por su intercesión, y en suma, con muy buenas palabras, le dijeron que eran sus esclavos y de allí adelante se jactarían y preciarían de serlo. El gobernador les dijo que diesen las gracias a Dios que crió el cielo y la tierra y hacía aquellas misericordias y otras mayores.
Hanse contado estas cosas con tanta particularidad porque pasaron así y porque fue orden y cuidado del gobernador y de los sacerdotes que andaban con él que se adorase la cruz con toda la solemnidad que les fuese posible, porque viesen aquellos gentiles la veneración en que la tenían los cristianos. Todo este capítulo de la adoración, cuenta muy largamente Juan Coles en su relación y dice que llovió quince días. Acabadas estas cosas, habiendo ya nueve o diez días que estaban en aquel pueblo, mandó el gobernador se apercibiese el ejército para caminar el día siguiente en demanda de su descubrimiento. El cacique Casquin, que era de edad de cincuenta años, suplicó al gobernador le diese licencia para ir con él y permitiese que llevase gente de guerra y de servicio, los unos para que acompañasen el ejército y los otros para que llevasen el bastimento, porque habían de ir por tierras despobladas, y para que limpiasen los caminos y en los alojamientos trajesen leña y hierba para los caballos. El gobernador le agradeció su buen comedimiento y le dijo que hiciese lo que más su gusto fuese, con lo cual salió el curaca muy contento y mandó apercibir, o ya lo estaba, gran número de gente de guerra y servicio.
Salió hermosísima por ser tan alta. Pusiéronla sobre un cerro alto hecho a mano que estaba sobre la barranca del río y servía a los indios de atalaya y sobrepujaba en altura a otros cerrillos que por allí había. Acabada la obra, que gastaron en ella dos días, y puesta la cruz, se ordenó el día siguiente una solemne procesión en que fue el general y los capitanes y la gente de más cuenta, y quedó a la mira un escuadrón armado de los infantes y caballos que para guarda y seguridad del ejército era menester. El cacique fue al lado del gobernador, y muchos de sus indios nobles fueron entremetidos entre los españoles. Delante del general, de por sí aparte, en un coro iban los sacerdotes, clérigos y frailes cantando las letanías, y los soldados respondían. De esta manera fueron un buen trecho más de mil hombres, entre fieles e infieles, hasta que llegaron donde la cruz estaba y delante de ella hincaron todos las rodillas y, habiéndose dicho dos o tres oraciones, se levantaron y de dos en dos fueron primero los sacerdotes y, con los hinojos en tierra, adoraron la cruz y la besaron. En pos de los eclesiásticos fue el gobernador, y el cacique con él sin que nadie se lo dijese, e hizo todo lo que vio hacer al general y besó la cruz. Tras ellos fueron los demás españoles e indios, los cuales hicieron lo mismo que los cristianos hacían. De la otra parte del río había quince o veinte mil ánimas de ambos sexos y de todas las edades, los cuales estaban con los brazos abiertos y las manos altas mirando lo que hacían los cristianos y, de cuando en cuando, alzaban los ojos al cielo haciendo ademanes con manos y rostro como que pedían a Dios oyese a los cristianos su demanda.
Otras veces levantaban un alarido bajo y sordo, como de gente lastimada, y a los niños mandaban que llorasen y ellos hacían lo mismo. Toda esta solemnidad y ostentaciones hubo de la una parte y otra del río al adorar de la cruz, las cuales al gobernador y a muchos de los suyos movieron a mucha ternura, por ver que en tierras tan extrañas, y por gente tan alejada de la doctrina cristiana, fuese con tanta demostración de humildad y lágrimas adorada la insignia de nuestra redención. Habiendo todos adorado la cruz de la manera que se ha dicho, se volvieron con la misma orden de procesión que habían llevado, y los sacerdotes iban cantando el Te Deum laudamus hasta el fin del cántico, con que se concluyó la solemnidad de aquel día, habiéndose gastado en ella largas cuatro horas de tiempo. Dios Nuestro Señor por su misericordia quiso mostrar a aquellos gentiles cómo oye a los suyos que de veras lo llaman, que luego la noche siguiente, de media noche adelante, empezó a llover muy bien y duró el agua otros dos días, de que los indios quedaron muy alegres y contentos. Y el curaca y todos sus caballeros, en la forma de la procesión que vieron hacer a los cristianos para adorar la cruz, fueron a rendir las gracias al gobernador por tanta merced como su Dios les había hecho por su intercesión, y en suma, con muy buenas palabras, le dijeron que eran sus esclavos y de allí adelante se jactarían y preciarían de serlo. El gobernador les dijo que diesen las gracias a Dios que crió el cielo y la tierra y hacía aquellas misericordias y otras mayores.
Hanse contado estas cosas con tanta particularidad porque pasaron así y porque fue orden y cuidado del gobernador y de los sacerdotes que andaban con él que se adorase la cruz con toda la solemnidad que les fuese posible, porque viesen aquellos gentiles la veneración en que la tenían los cristianos. Todo este capítulo de la adoración, cuenta muy largamente Juan Coles en su relación y dice que llovió quince días. Acabadas estas cosas, habiendo ya nueve o diez días que estaban en aquel pueblo, mandó el gobernador se apercibiese el ejército para caminar el día siguiente en demanda de su descubrimiento. El cacique Casquin, que era de edad de cincuenta años, suplicó al gobernador le diese licencia para ir con él y permitiese que llevase gente de guerra y de servicio, los unos para que acompañasen el ejército y los otros para que llevasen el bastimento, porque habían de ir por tierras despobladas, y para que limpiasen los caminos y en los alojamientos trajesen leña y hierba para los caballos. El gobernador le agradeció su buen comedimiento y le dijo que hiciese lo que más su gusto fuese, con lo cual salió el curaca muy contento y mandó apercibir, o ya lo estaba, gran número de gente de guerra y servicio.