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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO XIII Pasan mal dos veces la ciénaga grande y el gobernador sale a buscarle paso y lo halla Llegado que fue el gobernador al pueblo de Urribarracuxi, donde el capitán Baltasar de Gallegos le esperaba, envió mensajeros al cacique, que estaba retirado en los montes, ofreciéndole su amistad; mas ninguna diligencia fue parte para que saliese de paz. Lo cual, visto por el gobernador, dejó al indio y entendió en enviar corredores por tres partes, que fuesen a descubrir paso a la ciénaga que estaba tres leguas del pueblo. La cual era grande y muy dificultosa de pasar por ser de una legua de ancho y tener mucho cieno (de donde toman el nombre de ciénaga), y muy hondo a las orillas. Los dos tercios a una parte y otra de la ciénaga eran de cieno, y la otra tercia parte, en medio, de agua tan honda que no se podía vadear. Mas con todas estas dificultades le hallaron paso los descubridores, los cuales, al fin de ocho días que habían salido, volvieron con la nueva de haberlo hallado y muy bueno. Con esta relación salió el gobernador, y toda su gente, del pueblo y en dos días llegaron al paso de la ciénaga y la pasaron con facilidad, porque el paso era bueno, mas, por ser ella tan ancha, tardaron en pasarla todo un día. A media legua pasada la ciénaga se alojaron en un buen llano, y el día siguiente, habiendo salido los mismos descubridores para ver por dónde habían de caminar, volvieron diciendo que en ninguna manera podían pasar adelante por las muchas ciénagas que había de los arroyos que salían de la ciénaga mayor y anegaban los campos.
Lo cual era causa que se pasase bien la ciénaga por el paso que hemos dicho, porque, como encima del paso se derramase mucha agua saliendo de la madre vieja, facilitaba que pasasen bien la ciénaga mayor y dificultaba que no pudiesen andar los campos. Por lo cual quiso el gobernador ser el descubridor del camino, porque en los trances y pasos dificultosos, si él mismo no les descubría, no se satisfacía de otro. Con esta determinación volvió a pasar la ciénaga destotra parte y, eligiendo cien caballos y cien infantes que fuesen con él, dejó el resto del ejército donde se estaba con el maese de campo y caminó tres días la ciénaga arriba por un lado de ella, enviando a trechos descubridores que viesen si se hallaba algún paso. En todos los tres días nunca faltaron indios que, saliendo del monte que había por la orilla de la ciénaga, sobresaltaban los españoles tirándoles flechas y se acogían al monte. Mas algunos quedaban burlados, muertos y presos. Los presos por librarse de la importunidad y pesadumbre que les daban los españoles preguntándoles por el camino y paso de la ciénaga, se ofrecían a guiarlos, y, como eran enemigos, los guiaban y metían en pasos dificultosos y en partes donde había indios emboscados que salían a flechear a los cristianos. A estos tales, que fueron cuatro, luego que les sentían la malicia, les echaban los perros y los mataban. Por lo cual, un indio de los presos, temiendo la muerte, se ofreció a guiarlos fielmente y, sacándolos de los malos pasos por donde iban, los puso en un camino limpio, llano y ancho, apartado de la ciénaga.
Y habiendo caminado por él cuatro leguas, volvieron sobre la ciénaga, donde hallaron un paso que a la entrada y salida estaba limpio de cieno y el agua se vadeaba a los pechos una legua de largo, salvo en medio de la canal que, por su mucha hondura, por espacio de cien pasos no se podía vadear, donde los indios tenían hecha una mala puente de dos grandes árboles caídos en el agua, y lo que ellos no alcanzaban estaba añadido con maderos largos, atados unos con otros y atravesados otros palos menores en forma de barandillas. Por este mismo paso, diez años antes, pasó Pánfilo de Narváez con su ejército desdichado. El gobernador Hernando de Soto, con mucho contento de haberlo hallado, mandó a dos soldados naturales de la isla de Cuba, mestizos, que así nos llaman en todas las Indias Occidentales a los que somos hijos de español y de india o de indio y española, y llaman mulatos, como en España, a los hijos de negro y de india o de indio y de negra. Los negros llaman criollos a los hijos de español y española y a los hijos de negro y negra que nacen en Indias, por dar a entender que son nacidos allá y no de los que van de acá de España. Y este vocablo criollo han introducido los españoles ya en su lenguaje para significar lo mismo que los negros. Llaman asimismo cuarterón o cuatratuo al que tiene cuarta parte de indio, como es el hijo de español y de mestiza o de mestizo y de española. Llaman negro llanamente al guineo, y español al que lo es. Todos estos nombres hay en Indias para nombrar las naciones intrusas no naturales de ella.
Como decíamos, el gobernador mandó a los dos isleños, que habían por nombre Pedro Morón y Diego de Oliva, grandísimos nadadores, que, llevando sendas hachas, cortasen unas ramas que se atravesaban por la puente e hiciesen todo lo que les pareciese convenir a la comodidad de los que habían de pasar por ella. Los dos soldados con toda presteza pusieron por obra lo que se les mandó y en la mayor furia y diligencia de ella vieron salir en canoas indios que entre las muchas aneas y juncos que hay en las riberas de aquella ciénaga estaban escondidos venían con gran furia a tirarles flechas. Los mestizos se echaron de las puentes abajo de cabeza, y, a zambullidas, salieron adonde los suyos estaban, heridos ligeramente, que por haber sido debajo del agua no penetraron mucho las flechas. Con este sobresalto que los indios dieron, sin hacer otro daño, se retiraron del paso y se fueron donde no los vieron más. Los españoles aderezaron la puente sin recibir más molestia, y tres tiros de arcabuz encima de aquel paso hallaron otro muy bueno, para los caballos. El gobernador, hallando los pasos que deseaba para pasar la ciénaga, le pareció dar luego aviso de ellos a Luis de Moscoso, su maese de campo, para que con el ejército caminase en pos de él y también para que, luego que tuviese la nueva, le enviase socorro de bizcocho y queso porque la gente que consigo tenía padecía necesidad de comida, que pensando no alejarse tanto habían sacado poco bastimento. Para lo cual llamó a Gonzalo Silvestre y, en presencia de todos, le dijo: "A vos os cupo en suerte el mejor caballo de todo nuestro ejército y fue para mayor trabajo vuestro, porque hemos de encomendar los lances más dificultosos que se nos ofrezcan.
Por tanto, prestad paciencia y advertid que a nuestra vida y conquista conviene que volváis esta noche al real y digáis a Luis de Moscoso lo que habéis visto y cómo hemos hallado paso a la ciénaga. Que camine luego con toda la gente en nuestro seguimiento, y a vos, luego que lleguéis, os despache con dos cargas de bizcochos y queso con que nos entretengamos hasta hallar comida, que padecemos necesidad de ella. Y, para que volváis más seguro que vais, os mande dar treinta lanzas que os aseguren el camino, que yo os esperaré en este mismo lugar hasta mañana en la noche, que habéis de ser aquí de vuelta. Y, aunque el camino os parezca largo y dificultoso y el tiempo breve, yo sé a quién encomiendo el hecho. Y porque no vais solo, tomad el compañero que mejor os pareciere, y sea luego, que os conviene amanecer en el real porque no os maten los indios si os coge el día antes de pasar las ciénagas". Gonzalo Silvestre, sin responder palabra alguna, se partió del gobernador y subió en su caballo, y de camino, como iba, encontró con un Juan López Cacho, natural de Sevilla, paje del gobernador, que tenía un buen caballo, y le dijo: "El general manda que vos y yo vamos con un recaudo suyo a amanecer al real. Por tanto, seguidme luego, que ya yo voy caminando". Juan López respondió diciendo: "Por vida vuesta, que llevéis otro, que yo estoy cansado y no puedo ir allá". Replicó Gonzalo Silvestre: "El gobernador me mandó que escogiese un compañero. Yo elijo vuestra persona. Si quisiéredes venir, venid enhorabuena, y si no, quedaos en ella misma, que porque vamos ambos no se disminuye el peligro, ni porque yo vaya solo se aumenta el trabajo." Diciendo esto, dio de las espuelas al caballo y siguió su camino. Juan López, mal que le pesó, subió en el suyo y fue en pos de él. Salieron de donde quedaba el gobernador a hora que el sol se ponía, ambos mozos, que apenas pasaban de los veinte años.
Lo cual era causa que se pasase bien la ciénaga por el paso que hemos dicho, porque, como encima del paso se derramase mucha agua saliendo de la madre vieja, facilitaba que pasasen bien la ciénaga mayor y dificultaba que no pudiesen andar los campos. Por lo cual quiso el gobernador ser el descubridor del camino, porque en los trances y pasos dificultosos, si él mismo no les descubría, no se satisfacía de otro. Con esta determinación volvió a pasar la ciénaga destotra parte y, eligiendo cien caballos y cien infantes que fuesen con él, dejó el resto del ejército donde se estaba con el maese de campo y caminó tres días la ciénaga arriba por un lado de ella, enviando a trechos descubridores que viesen si se hallaba algún paso. En todos los tres días nunca faltaron indios que, saliendo del monte que había por la orilla de la ciénaga, sobresaltaban los españoles tirándoles flechas y se acogían al monte. Mas algunos quedaban burlados, muertos y presos. Los presos por librarse de la importunidad y pesadumbre que les daban los españoles preguntándoles por el camino y paso de la ciénaga, se ofrecían a guiarlos, y, como eran enemigos, los guiaban y metían en pasos dificultosos y en partes donde había indios emboscados que salían a flechear a los cristianos. A estos tales, que fueron cuatro, luego que les sentían la malicia, les echaban los perros y los mataban. Por lo cual, un indio de los presos, temiendo la muerte, se ofreció a guiarlos fielmente y, sacándolos de los malos pasos por donde iban, los puso en un camino limpio, llano y ancho, apartado de la ciénaga.
Y habiendo caminado por él cuatro leguas, volvieron sobre la ciénaga, donde hallaron un paso que a la entrada y salida estaba limpio de cieno y el agua se vadeaba a los pechos una legua de largo, salvo en medio de la canal que, por su mucha hondura, por espacio de cien pasos no se podía vadear, donde los indios tenían hecha una mala puente de dos grandes árboles caídos en el agua, y lo que ellos no alcanzaban estaba añadido con maderos largos, atados unos con otros y atravesados otros palos menores en forma de barandillas. Por este mismo paso, diez años antes, pasó Pánfilo de Narváez con su ejército desdichado. El gobernador Hernando de Soto, con mucho contento de haberlo hallado, mandó a dos soldados naturales de la isla de Cuba, mestizos, que así nos llaman en todas las Indias Occidentales a los que somos hijos de español y de india o de indio y española, y llaman mulatos, como en España, a los hijos de negro y de india o de indio y de negra. Los negros llaman criollos a los hijos de español y española y a los hijos de negro y negra que nacen en Indias, por dar a entender que son nacidos allá y no de los que van de acá de España. Y este vocablo criollo han introducido los españoles ya en su lenguaje para significar lo mismo que los negros. Llaman asimismo cuarterón o cuatratuo al que tiene cuarta parte de indio, como es el hijo de español y de mestiza o de mestizo y de española. Llaman negro llanamente al guineo, y español al que lo es. Todos estos nombres hay en Indias para nombrar las naciones intrusas no naturales de ella.
Como decíamos, el gobernador mandó a los dos isleños, que habían por nombre Pedro Morón y Diego de Oliva, grandísimos nadadores, que, llevando sendas hachas, cortasen unas ramas que se atravesaban por la puente e hiciesen todo lo que les pareciese convenir a la comodidad de los que habían de pasar por ella. Los dos soldados con toda presteza pusieron por obra lo que se les mandó y en la mayor furia y diligencia de ella vieron salir en canoas indios que entre las muchas aneas y juncos que hay en las riberas de aquella ciénaga estaban escondidos venían con gran furia a tirarles flechas. Los mestizos se echaron de las puentes abajo de cabeza, y, a zambullidas, salieron adonde los suyos estaban, heridos ligeramente, que por haber sido debajo del agua no penetraron mucho las flechas. Con este sobresalto que los indios dieron, sin hacer otro daño, se retiraron del paso y se fueron donde no los vieron más. Los españoles aderezaron la puente sin recibir más molestia, y tres tiros de arcabuz encima de aquel paso hallaron otro muy bueno, para los caballos. El gobernador, hallando los pasos que deseaba para pasar la ciénaga, le pareció dar luego aviso de ellos a Luis de Moscoso, su maese de campo, para que con el ejército caminase en pos de él y también para que, luego que tuviese la nueva, le enviase socorro de bizcocho y queso porque la gente que consigo tenía padecía necesidad de comida, que pensando no alejarse tanto habían sacado poco bastimento. Para lo cual llamó a Gonzalo Silvestre y, en presencia de todos, le dijo: "A vos os cupo en suerte el mejor caballo de todo nuestro ejército y fue para mayor trabajo vuestro, porque hemos de encomendar los lances más dificultosos que se nos ofrezcan.
Por tanto, prestad paciencia y advertid que a nuestra vida y conquista conviene que volváis esta noche al real y digáis a Luis de Moscoso lo que habéis visto y cómo hemos hallado paso a la ciénaga. Que camine luego con toda la gente en nuestro seguimiento, y a vos, luego que lleguéis, os despache con dos cargas de bizcochos y queso con que nos entretengamos hasta hallar comida, que padecemos necesidad de ella. Y, para que volváis más seguro que vais, os mande dar treinta lanzas que os aseguren el camino, que yo os esperaré en este mismo lugar hasta mañana en la noche, que habéis de ser aquí de vuelta. Y, aunque el camino os parezca largo y dificultoso y el tiempo breve, yo sé a quién encomiendo el hecho. Y porque no vais solo, tomad el compañero que mejor os pareciere, y sea luego, que os conviene amanecer en el real porque no os maten los indios si os coge el día antes de pasar las ciénagas". Gonzalo Silvestre, sin responder palabra alguna, se partió del gobernador y subió en su caballo, y de camino, como iba, encontró con un Juan López Cacho, natural de Sevilla, paje del gobernador, que tenía un buen caballo, y le dijo: "El general manda que vos y yo vamos con un recaudo suyo a amanecer al real. Por tanto, seguidme luego, que ya yo voy caminando". Juan López respondió diciendo: "Por vida vuesta, que llevéis otro, que yo estoy cansado y no puedo ir allá". Replicó Gonzalo Silvestre: "El gobernador me mandó que escogiese un compañero. Yo elijo vuestra persona. Si quisiéredes venir, venid enhorabuena, y si no, quedaos en ella misma, que porque vamos ambos no se disminuye el peligro, ni porque yo vaya solo se aumenta el trabajo." Diciendo esto, dio de las espuelas al caballo y siguió su camino. Juan López, mal que le pesó, subió en el suyo y fue en pos de él. Salieron de donde quedaba el gobernador a hora que el sol se ponía, ambos mozos, que apenas pasaban de los veinte años.