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Datos principales


Desarrollo


CAPÍTULO XV Compra de equipaje. --Turba de haraganes. --Visita de las ruinas. --Grande edificio construido por los españoles. --Pozo interesante. --Leyenda indígena. --La madre del enano. --Exploración del pozo. --Restos de grandes cuyos. --Cogolludo. --Pintura antigua y curiosa. --Libros y caracteres antiguos de los indios quemados por los españoles. --Archivo de Maní. --Importantes documentos. --Mapa antiguo. --Instrumento cuidadosamente envuelto. --Importante consecuencia de estos documentos. --¿Qué era Uxmal? --Argumento. --Ningún vestigio de población española en Uxmal. --Iglesias erigidas por los españoles en todos sus establecimientos coloniales. --Ningún vestigio de que hubiese existido iglesia alguna en Uxmal. --Conclusiones. --Sospechas del pueblo. --Iglesia y convento. --Vista espléndida desde la torre de la iglesia A la mañana siguiente muy temprano, Albino salió en demanda de algún caballero que tuviese de más una camisa y un par de pantalones y quisiese venderlos; y por una de aquellas felices casualidades que alguna vez se presentan en la vida de un viajero, consiguió ambas cosas, con la circunstancia de que la camisa tenía una pechera elegantemente bordada, que cupo en suerte al Dr. Cabot. Así, pues, con mi blusa, que estaba en mejor situación que la suya, y una levita, que antes me había yo quitado por demasiado usada, él y yo quedamos en disposición de hacer nuestro debut por las calles del pueblo. A pesar de nuestras contrariedades, yo experimentaba un cierto grado no común de satisfacción al pasearme por Maní.

Desde la primera visita que hice a Uxmal había yo oído hablar de aquel pueblo, de ciertas reliquias que como herencia familiar existían en manos de su cacique, y de ciertas ruinas, que sin embargo no merecían la pena de ser visitadas según se me había informado. A pesar de todo eso, el principio de la mañana nada prometía. Al tiempo de salir, encontramos rodeada la casa real de una inmensa turba de ociosos, de aquella raza mixta que tiene notoriamente su origen de los antiguos vasallos de Tutul Xiu y de los conquistadores, poseyendo todas las malas cualidades de ambas razas y ninguna de las buenas. Algunos de ellos estaban ebrios y otros, muchachones ya grandes y que pudieran estar mejor ocupados, nos miraban de cerca y se echaban tontamente a reír, cuando se figuraban que no eran observados. Dirigímonos a echar una ojeada a las ruinas, y la turba siguió nuestras huellas. A la extremidad de una calle, y que guiaba al pozo, encontrámonos con un gran edificio atravesado en su centro por la calle, y del cual todavía se conservaban en pie algunos restos de uno y otro lado. Desde luego reconocimos que ésta no era obra de los antiguos, sino que había sido construida por los españoles desde el tiempo de la Conquista, y sin embargo de eso habíamos sido conducidos a él en la suposición errónea de que pertenecía a la clase de los que hasta allí habíamos visto en el país; si bien tuvimos la fortuna de encontrarnos con una persona inteligente que se sonreía de la ignorancia del pueblo, y decía que aquel palacio había sido del REY MONTEJO.

Probablemente su propia historia es tan desconocida hoy, como lo es la de los edificios más antiguos. En su vacilante frontispicio se descubrían aquí y allí algunas piedras esculpidas recogidas evidentemente de los edificios indígenas, y de esa suerte en su propia decadencia estaba publicando que se había erigido sobre las ruinas de otra raza. Cerca de este edificio y en la esquina de la calle está el pozo de que se hace referencia en la conclusión de mi leyenda sobre la casa del enano en Uxmal. "La vieja (la madre del enano) murió entonces; pero en el pueblo indio de Maní hay un pozo profundo, del cual parte una caverna que por una inmensa distancia lleva bajo de tierra hasta la ciudad de Mérida. En esta caverna, a la orilla de un arroyo y bajo la sombra de un corpulento árbol, está sentada una vieja con una serpiente al lado suyo, que está vendiendo agua en pequeñas porciones, y no a precio de dinero, sino solamente al de una criatura, que da a la serpiente para comer; esta vieja es la madre del enano." La entrada del pozo está practicada bajo una techumbre volada de rocas vivas, formando la boca de una magnífica caverna, bastante salvaje y ruda para sostener el crédito de la leyenda. La bóveda era elevada, y los habitantes del pueblo habían construido escalones por medio de los cuales, caminando de pie, derecho llegamos a un amplio estanque de agua, en donde las mujeres estaban llenando sus cántaros. A un lado hay una abertura practicada en la parte superior de la roca, y que se hizo con la mira de que cayese verticalmente sobre el agua, a fin de poder extraerla por medio de cubos; y como semejante excavación tuvo lugar en una caverna en que el agua está a muy corta distancia de la boca, y cuyo pasadizo es amplio, ya puede inferirse de eso la dificultad que existe, sin ningún conocimiento del uso de instrumentos apropiados, de fijar sobre la superficie el punto exacto sobre el agua de las otras cavernas, cuyos pasadizos son largos, estrechos y tortuosos.

En los patios de algunas casas, situadas en la calle que pasa a espaldas de la casa real, se ven los restos de unos grandes montículos. En la pared del atrio de la iglesia había elevada una gran piedra circular, semejante a aquéllas que hemos llamado picotas. Nuestro guía nos dijo que había otros montículos en las inmediaciones del pueblo, pero, sin salir de las calles, ya habíamos visto lo suficiente para quedar convencidos de que el pueblo de Maní estaba situado precisamente sobre una ciudad antigua, que poseía el mismo carácter general de todas las otras. Vueltos a la casa real, nos encontramos con un nuevo guarda, que había entrado a desempeñar las obligaciones de su oficio, mucho más ebrio que lo que habían salido sus predecesores. Albino se había informado del cacique acerca de las antiguas reliquias de que habíamos oído hablar, y los indios trajeron un ejemplar de Cogolludo perfectamente envuelto y custodiado con gran cuidado en la casa real. Eso no nos causó mucho asombro, y los indios abrieron el libro designando una lámina, por cierto la única que en él había y que representaba la matanza de los embajadores de Tutul Xiu. Mientras estábamos contemplando esta lámina, los indios trajeron y extendieron en el suelo una pintura antigua hecha en género de algodón, de la cual sacó Cogolludo la copia grabada en su libro; el dibujo era un escudo de armas orlado con las cabezas de los muertos embajadores, teniendo, una de ellas, una flecha sembrada en la sien, con el fin de representar al embajador a quien se le sacaron los ojos con esa arma.

En el centro descollaba un corpulento árbol saliendo de una caja y representaba el zapote de Sotuta, a cuya sombra fue cometido el asesinato, y que, al decir de los indios, todavía está en pie. La ocasión vendrá en que tenga que hablar nuevamente de ese árbol. La pintura había sido ejecutada evidentemente por la mano de un indio y es probable que se hubiese hecho en una época próxima al suceso que representa. Cogolludo se refiere a ella como a una reliquia antigua e interesante de su tiempo, y por consiguiente lo es mucho más hoy. Entre los indios de Maní es un objeto altamente reverenciado. En efecto, en el discurso de todos mis viajes así en Centroamérica como en Yucatán éste era el primero y único ejemplar de haber hallado en manos de los indios un documento que mantuviese vivo el recuerdo de algún suceso de su historia, pero esto no debe reprochárseles. La historia, oscura como en otros varios puntos, muestra con suficiente claridad que esta raza, abyecta y degradada hoy, luchó hasta el fin, con desesperada y fatal tenacidad por mantener viva la memoria de unos antepasados que ya no conoce: los anales de sus conquistadores nos manifiestan la despiadada y salvaje política observada por los españoles para arrancar de raíz ese recuerdo de sus ánimos. Aquí mismo, en el pueblo de Maní, tenemos de ello un lúgubre y memorable ejemplo. En 1571, veinte y nueve años después de la fundación de Mérida, algunos indios de Maní apostataron y se hicieron idólatras de nuevo, practicando en secreto sus antiguos ritos.

La noticia de esta recaída llegó a oídos del provincial de Mérida, quien se trasladó personalmente a Maní y se constituyó en tribunal inquisitorial. Algunos de los que habían muerto obstinadamente en la práctica secreta de ritos idólatras habían sido enterrados en sagrado: el provincial mandó que se exhumaran los cadáveres y sus restos fuesen arrojados al campo; y además, para aterrar a los indios y extirpar de raíz la memoria de sus antiguos ritos, en un día fijado con antelación para aquel objeto, acompañado de lo principal de la nobleza española y en presencia de una muchedumbre inmensa de indios, hizo reunir todos sus libros y antiguos caracteres y los quemó públicamente, destruyendo así de un solo golpe la historia de sus antigüedades. Los malquerientes del bendito padre, dice el historiador, diéronle por eso el título de cruel; pero muy diferente ha sido el juicio del Dr. don Pedro Sánchez de Aguilar en su informe contra los indios idólatras de esta tierra. La vista de esta pintura me excitó más y más a llevar adelante mis investigaciones en demanda de otros monumentos; pero esto era todo cuanto los indios poseían. Dirigime entonces al alcalde preguntándole por los archivos. Nada sabía él relativo a ellos; pero nos dijo que podíamos examinarlos por nosotros mismos, indicándonos que la llave de la pieza en donde se hallaba estaba en casa del alcalde segundo. El maestro de escuela del lugar, que había recibido de nuestro amigo el cura Carrillo una carta en que nos recomendaba vivamente, me acompañó a casa del segundo alcalde, y, después de seguirle a otros varios sitios, hubimos en fin de procurarnos las llaves y volvimos a la casa real, en donde, al abrir la puerta del archivo, treinta o cuarenta personas nos acompañaban.

Los libros y archivos de la municipalidad estaban en una pieza interior, y entre ellos había un grueso volumen de antigua y venerable apariencia, forrado en pergamino, desencuadernado, comido de la polilla y con una falda o caída lo mismo que las carteras de bolsa. Abrímosle y desgraciadamente estaba escrito en lengua maya perfectamente ininteligible. Las fechas mostraban, sin embargo, que estas venerables páginas eran el recuerdo de sucesos que habían tenido lugar durante los primeros años inmediatos a la entrada de los españoles en aquel país; y mientras las estaba yo mirando con avidez, me sentí fuertemente impresionado de la creencia de que en términos directos, o incidentalmente, esas páginas debían contener especies que arrojasen alguna luz sobre el objeto de mis investigaciones. Como era domingo, una turba de curiosos y holgazanes rodeaban la mesa; pero eso no era parte a distraer mi atención. Aunque todos ellos hablaban la lengua maya, descubrí que ninguno sabía leerla, y sin embargo continué hojeando página tras página. En la 157 vi la palabra Uxmal, me detuve y se la mostré a todos los circunstantes. El maestro de escuela era el único capaz de darme algún auxilio, pero no estaba muy familiarizado con la lengua maya escrita, y decía que ésta del libro, habiendo sido escrita cerca de trescientos años antes, difería en algo de la que se usaba actualmente y se hacía muy difícil su inteligencia. En aquel documento se hacía mención de otros lugares, cuyos nombres me eran conocidos, y observé que las palabras que precedían inmediatamente al nombre de Uxmal eran diferentes de las que precedían a los otros nombres.

Existía, pues, la presunción de que se hacía referencia de Uxmal en algún sentido diferente. Al volver la última hoja de aquel documento se veía una tira de papel pequeño, que evidentemente había servido para asegurar el todo del libro, pero que entonces estaba suelta. En ella había un curioso plano o mapa, fechado también en 1557, cuyo centro era el pueblo de Maní. Uxmal aparecía en el plano, pero estaba indicado con un signo peculiar diferente del de todos los demás sitios mencionados. En el dorso del mapa se leía una larga nota de la propia fecha, en que volvía a presentarse la palabra Uxmal, y que sin duda ninguna contenía algunas especies relativas a los demás sitios mencionados y a su condición y estado actual en aquel tiempo. Con el auxilio del maestro de escuela comparé este instrumento con el que aparecía escrito en el libro, y me cercioré de que el último era una copia en extracto del precedente. A unas pocas páginas más había otro documento de fecha 1556, es decir, un año más antiguo, y también en éste aparecía otra vez la palabra Uxmal. El maestro de escuela podía darme una idea general del contenido, pero según el mismo afirmaba le era imposible hacer fácilmente una versión exacta. El alcalde envió por un indio que era escribano de su municipalidad; pero desgraciadamente estaba ausente del pueblo, y en su lugar se hizo venir a otro indio viejo, que antiguamente había servido el mismo destino. Después de estar hojeando las páginas de una manera verdaderamente estúpida, los mismo que si estuviera viendo una hilera de machetes, concluyó por decir que había envejecido tanto que ya se había olvidado de leer.

No me quedaba otro expediente que el proporcionarme copias de aquellos pasajes, y de esto se encargó inmediatamente el maestro de escuela, de suerte que muy temprano en la tarde ya estaban en mi poder. Con el permiso del alcalde llevé el libro a mi habitación y me entretuve en examinar todas las páginas recorriendo con el dedo cada línea en demanda de la palabra Uxmal; pero no la hallé en ninguna otra parte, y probablemente los documentos relativos eran los más antiguos, ya que no los únicos que existiesen, en que ese nombre se encontrase referido. Llevé a mi amigo don Pío Pérez las copias que yo me había proporcionado, y en ellas descubrió algunos errores de consideración; entonces, a instancia suya, mi buen amigo el cura Carrillo se dirigió después a Maní y sacó una copia exacta del documento y del mapa consabidos. Además hizo una pesquisa diligente de los archivos de los indios en demanda de algún otro documento acerca de Uxmal, o en el cual se hiciese mención de aquel sitio, y sus tareas fueron inútiles, porque nada pudo descubrir. Añadió a las copias una traducción, que fue revisada por don Pío, y de esta versión he sacado lo siguiente. "Cómo don Francisco Montejo Xiu, gobernador de este pueblo de Maní, y los gobernadores de los pueblos que le están sujetos, han dividido las tierras. "Juntos y congregados don Francisco Montejo Xiu, gobernador de este pueblo y la jurisdicción de Tutul Xiu, don Francisco Ché, gobernador de Ticul, don Francisco Pacab, gobernador de Oxcutzcab, don Diego Us, gobernador de Tekax, don Alonso Pacab, gobernador de Can, don Juan Chí, gobernador de Mama, don Alonso Xiu, gobernador de Tekit, los otros gobernadores de la jurisdicción de Maní y los regidores, con el fin de arreglar las mojoneras y mantener el derecho de cada pueblo en lo relativo a la tumba de montes, y fijar y establecer cruces para marcar los límites de las milpas de sus respectivos pueblos, dividiéndolos en partes conforme a su situación y designándose las tierras que corresponde a cada uno.

El pueblo de Canul, los de Acanceh, de Tecoh, los de Cozuma, los de Sotuta y su jurisdicción, los de Tixcacal, una parte de los de Peto, Calotmul (?) y Tzucacab, después de haber conferenciado juntos, declararon que era necesario citar a los gobernadores de los pueblos, y respondimos que vendrían a esta audiencia de Maní, trayendo cada cual consigo dos regidores que presenciasen la división de las tierras. Don Juan Canul, gobernador de Nunkiní, y Francisco Cis, su asociado; don Juan Cocom, gobernador de Tecoh, don Gaspar Tun, gobernador de Cozuma, don Juan Cocom, gobernador de Sotuta, don Gonzalo Tuyú, gobernador de Tixcacal, don Juan Hau, gobernador de Yaxcabá (?); éstos recibieron la donación de Mérida al quinto día, consistiendo en cien patiés finos (mantas de algodón), y ellos continuaron recibiendo por veintenas, medidas por Juan Nic, Pedro May y Pedro Cobá, nacidos en casa de don Francisco Montejo Xiu, gobernador del pueblo de Maní; tres arrobas de cera, que fueron vendidas por ellos, habiéndolas recibido el primero don Juan Cocom de Sotuta. En Telchaquillo, camino de Mérida, hacia el norte de dicho pueblo, se plantó la primera cruz y se llamó Hoal. En Sacmuyalná pusieron una cruz: ésta se halla en los límites de las tierras de los de Tecoh. En Kochilha se colocó una cruz. En Cicinil, Toyothá, Chulul, Itzá, Ocansip y Tipikal se pusieron cruces; éste es el límite de las milpas y las tierras de los Canules de Maxcanú. En Kaxabceh, Chacnocac, Calam y Sucté (?) están los límites de los montes de los Canules, y de ahí se pusieron cruces.

En Zemesahal y Opal se pusieron cruces; éstos son los límites de los montes de los vecinos de Becal y Calkiní. En Yaxché, Susilhá, Xalchen, Tehico, Sahcabchen, Xbacal y Opichen se pusieron cruces. El número de las plazas señaladas es de veintidós, y se volvieron a levantar nuevas mojoneras por mandato del juez Felipe Manrique, comisionado especial por su Excelencia (!) el gobernador, cuando él llegó a Uxmal acompañado por su intérprete Gaspar Antonio &." Omito el resto de este documento. El otro comienza de la manera siguiente. "A los diez días del mes de agosto de mil quinientos cincuenta y seis años, el juez especial llegando con su intérprete Gaspar Antonio, de Uxmal, cuando llegaron a este pueblo principal de Maní, con los otros caciques que le seguían, don Francisco Ché, gobernador de Ticul, don Francisco Pacab, gobernador de Tekax, don Alfonso Pacab, gobernador de Can, don Juan Ché, gobernador de Mama, don Alonso Xiu, gobernador de Tekit, con otros gobernadores de su comitiva; don Juan Cocom, gobernador de Tecoh, con don Gaspar Tun, don Juan Camal, gobernador de Nunkiní, don Francisco Cis, otro gobernador de Cozuma, don Juan Cocom, gobernador de Sotuta, don Gonzalo Tuyú, gobernador de Tixcacaltuyú, don Juan Hau, gobernador de Yaxcabá; éstos fueron traídos a esta cabecera de Maní desde Uxmal con los otros nombrados, y el juez Felipe Manrique, con Gaspar Antonio intérprete comisionado". También se omite el resto de este documento, por ser inconducente.

Observará el lector que ,quince o dieciséis años después de la fundación de Mérida, el pueblo de Maní ocupaba el mismo lugar prominente, que cuanto Tutul Xiu y sus caciques subalternos prestaron obediencia y sumisión a los españoles. Era la cabecera, el punto central para fijar los límites de los pueblos; pero, en presencia de estos documentos, es de creer que se habían introducido ya grandes cambios. En efecto, ya desde aquel tiempo tan cercano a la Conquista comienza a notarse la introducción de nuevos elementos, que al fin destruyeron para siempre el carácter nacional de los antiguos aborígenes. Es verdad que los indios gobiernan todavía sus pueblos, y se reúnen para fijar y arreglar los límites de sus tierras; pero esto lo verifican bajo la dirección de don Felipe Manrique, oficial español comisionado especialmente para aquel objeto: los límites se designan por medio de cruces, símbolos introducidos por los españoles; han perdido su orgulloso y nacional título independiente de caciques por el gobernadores y se les llamaba Dones; bajo el influjo de la mano destinada al abastecimiento de la raza habían abandonado los nombres que recibieron de sus mayores, y en su lugar habían adoptado, de grado o por fuerza, los nombres cristianos de los españoles. El mismo Señor de Maní, aquel descendiente en línea recta de la real casa de los Mayas; aquel mismo Tutul Xiu, o su inmediato descendiente, que fue el primero en someterse y someter a sus vasallos a la obediencia de don Francisco de Montejo, aparece mansa y poco gloriosamente llamándose don Francisco Montejo Xiu, por vía de cumplimiento al conquistador y destructor de su raza.

Pero yo no he compulsado estos documentos con el objeto de hacer este melancólico relato; otra y más importante es su consecuencia para mí. Por esta acta de partición aparece que en el año de 1557, "el juez llegó a Uxmal, acompañado de su intérprete don Gaspar Antonio". Y, por la copia conforme, aparece que en 1556, es decir, un año antes, el juez especial llegó con su intérprete, Gaspar Antonio, desde Uxmal, cuando ambos fueron a la cabecera de Maní con los otros caciques que le seguían. Los nombres de éstos se encuentran expresados, y se dice que "ellos fueron traídos a esta cabecera de Maní desde Uxmal, con los otros referidos, y el juez Felipe Manrique y Gaspar Antonio, el intérprete comisionado". Ahora bien ¿qué era Uxmal? Es claro, incuestionablemente claro, que era un lugar a donde las personas podían llegar, detenerse y venir de allí. No puede suponerse que era una mera hacienda, porque, además de que en aquellos primeros tiempos de la Conquista no se habían comenzado a establecer haciendas, los papeles y títulos de propiedad que posee don Simón Peón están mostrando que la primera concesión que se hizo de aquel sitio para establecer una hacienda fue ciento cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco años después, en cuyo tiempo esas tierras eran eriales y pertenecían a la Corona, o había en ellas pequeños establecimientos de indios, que pública y notoriamente estaban allí dando culto al demonio en los antiguos edificios. Luego entonces no era una hacienda.

¿Era, pues, un pueblo de españoles? Tampoco; porque, si tal hubiese sido, algunos restos habrían estado visibles al tiempo de concederse la merced, y ya se habría cumplido el gran objeto de alejar a los indios de su culto idolátrico. No hay indicación, recuerdo o tradición de que en Uxmal se hubiese establecido jamás un pueblo de españoles, y así lo confirma la común creencia: don Simón está seguro de ello, y yo participo plenamente de esta seguridad suya. La más fuerte prueba de esto se ve en el mapa antiguo de que he hecho referencia. Tal vez el hecho mejor establecido que existe en la historia de la Conquista es el de que en cualquier pueblo indio en que los españoles se establecían lo primero que hacían, y eso forma uno de sus rasgos más característicos en medio de su entusiasmo y genio poco escrupuloso, era la erección de una iglesia. Ahora bien, casi todos los sitios marcados en el mapa, muchos de los cuales existen hoy en día, están indicados con el signo de una iglesia; todos tienen nombres indígenas, y es de inferirse que todos eran pueblos indios en que los españoles habían establecido o estaban a punto de establecer alguna iglesia. Nosotros hemos visitado algunos de esos sitios; hemos visto sus iglesias descollando entre las ruinas de los edificios antiguos, existiendo a sus inmediaciones otras muchas del mismo carácter general que las de Uxmal. Pero Uxmal no está indicado en el mapa con el signo de una iglesia. Esto para mí es una prueba de que los españoles no la establecieron allí jamás, y de que, mientras colonizaban los otros pueblos de indios, no lo verificaron en Uxmal, por algún motivo desconocido hoy, o tal vez a causa de la insalubridad del sitio.

Vese además en el referido mapa que Uxmal no sólo se halla indicado con el peculiar signo de una iglesia, sino que lo está con uno totalmente diverso y de un carácter particular, que de seguro no se adoptó por puro capricho o sin motivo. A mi entender, adoptose este signo para distinguir con mayor claridad un pueblo grande, en que no existía iglesia, de aquéllos en que ya la había, escogiéndose para el efecto esos adornos característicos que decoran el frontispicio de los edificios aborígenes, tales como hoy se ven en Uxmal. Ese signo, o símbolo, no hay que dudarlo, sería el mismo que hoy se adoptase para designar en un mapa un sitio semejante al de Uxmal; y estoy firmemente convencido de esta consecuencia, a saber: que, cuando el juez don Felipe Manrique, llegó a Uxmal y vino de Uxmal, Uxmal era entonces un pueblo de indios habitado por ellos. Como en un asunto tan oscuro cual éste no debe despreciarse la más ligera circunstancia, debe notarse la de que, cuando se habla de su arribo a o de Uxmal, siempre se dice que iba acompañado de su intérprete. Ahora bien, no hubiera tenido necesidad de intérprete si aquel sitio hubiese estado deshabitado, o si hubiese sido una hacienda o población en que existiesen españoles; y sólo viendo Uxmal habitada exclusivamente por indígenas cuyo lenguaje no entendiese, como seguramente sucedía en el caso en cuestión, pudo el juez haber tenido necesidad del auxilio de ese intérprete. Yo creo también que su abandono y desolación ocurridos en el espacio de ciento cuarenta años que precedieron a la real merced para establecer allí una hacienda fueron la consecuencia inevitable de la política que los españoles siguieron en la subyugación del país.

Y nótese que no hay duda alguna en la autenticidad de esos documentos: forman un verdadero registro de los sucesos que ocurrieron en aquel período próximo a la época de la Conquista. Esa acta de partición, y ese mapa, son hasta hoy una prueba inconcusa en lo relativo a títulos de tierras por toda aquella comarca, y yo vi después una copia auténtica constituyendo parte de las pruebas presentadas en un prolongado litigio. No quiero excusarme por haberme detenido demasiado en lo relativo a ese mapa. Puede suceder, sin embargo, que la materia no sea tan interesante al lector, como lo fue para nosotros y lo es para los mestizos de Maní, quienes atribuyeron nuestra curiosidad a un motivo mucho menos inocente, que el de una simple investigación histórica de las ciudades antiguas. Con motivo de ciertos incidentes que habían ocurrido en aquellos días, los ingleses habían venido a ser sospechosos en el país; y los ociosos de Maní hicieron a Albino todo linaje de preguntas relativas al interés que nosotros mostrábamos por el mapa consabido; no pudiendo ellos comprender explicaciones, que de otro lado acaso no serían muy claras, decían que nosotros andábamos reconociendo el terreno, buscando el más propio para establecer las mejores fortificaciones; y con un espíritu en nada semejante por cierto al de sus guerreros señores, indios o españoles, se hicieron quieta y pacíficamente el ánimo de creer que nosotros intentábamos sojuzgar el país, y reducirlo a la esclavitud.

Hacia la tarde nos dirigimos a la iglesia y al convento, que, entre las mayores estructuras de aquel género erigidas en Yucatán, pueden contarse por los más atrevidos monumentos del celo y trabajos apostólicos de los antiguos frailes de San Francisco. Uno y otra habían sido fabricados por Fr. Juan de Mérida, quien se distinguió como guerrero y conquistador, pero que al fin colgó su espada para revestirse del hábito monacal. Concluyéronse ambas fábricas, según refiere Cogolludo, en el corto espacio de siete meses, habiendo contribuido el cacique, aquél que había sido el régulo del país, con el trabajo de seis mil indios. Construidos sobre las ruinas de otra raza, les ha llegado también su turno de hallarse vacilantes y próximos a convertirse en cabal ruina. El convento tiene dos pisos con una vasta galería, que le circunda; pero las puertas están rotas, las ventanas son unos cóncavos, el agua penetra en las habitaciones y el piso interior está cubierto de yerbas. El techo de la iglesia forma un gran paseo, desde el cual se obtiene una vista espléndida de toda aquella región, de que Maní viene a ser como el centro. En los confines del horizonte, hasta donde el ojo podía alcanzar, veíase correr la sierra de oriente a poniente, formando una faja oscura a lo largo de la llanura dilatada. Todo lo demás aparecía llano, con uno u otro claro que indicaba el asiento de las poblaciones. Mi guía me señalaba con el dedo a Tekax, Akil, Oxcutzcab, Pustunich, Ticul, Can, Chapab, Mama, Tekit, Tipikal y Teabo, los mismos pueblos que aparecían designados en el mapa antiguo y cuyos caciques fueron trescientos años antes a establecer los límites de sus tierras, añadiendo el guía que, cuando la atmósfera estaba despejada, se descubrían otros varios pueblos más. Yo había visitado algunos de ellos y contemplado sus vacilantes edificios; pero, viéndolos desde la parte superior de la iglesia, el mapa antiguo me los presentó con la mayor viveza, como una realidad viva, como habían sido trescientos años antes, excitándome más que todas las especulaciones con respecto a las razas perdidas y desconocidas. El sol se puso, y las sombras de la noche se acumularon sobre la vasta llanura, como un emblema del destino de sus antiguos habitantes.

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