Juventud en la corte
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Datos principales
Desarrollo
Juventud en la corte Pero toda su primera edad no discurriría en la corte ducal de Cortes --valga la repetición de la palabra--, sino que, sin que mediara su inciativa, iba a subir un escalón en sus relaciones con la cúpula aristocrática de la política española. Fue la recomendación del Duque de Villahermosa lo que proporcionaría el segundo paso en las relaciones sociales de Fernández de Oviedo, ya que lo envía a sus parientes los Reyes para que cuenten con el joven criado (bella palabra hoy desacreditada) de su casa para compañía del infante D. Juan, en quien tenían cifradas los monarcas españoles las mayores esperanzas, para que con él se realizara --en una sola persona-- la unidad española. Así entra Fernández de Oviedo en los medios cortesanos, con un salario de 8.000 maravedises, más de 12.000 para la despensa, por nombramiento firmado por la propia Reina. D. Juan era un príncipe delicado, para cuya alimentación se buscaba lo más fortalecedor8, con el cual hizo gran amistad --guardadas las distancias-- el paje Fernández de Oviedo, que era sólo dos meses más joven que él. Todo en la compañía con el infante fue como en la del Duque, beneficiándose Gonzalo de los beneficios de las enseñanzas, bajo la tutela de Fr. Diego de Deza. Será uno de sus compañeros inseparables, y por ello toma parte, con presencia del Rey, en una correría por la vega de Granada, en 1491, siendo anchos casi niños. Esta constante presencia en la Corte le permite tomar conocimiento con personajes y personalidades que luego tendrán, o estaban ya teniendo, papeles importantes en los negocios indianos.
Entre ellos estaba Cristóbal Colón, cuyo hijo Diego fue su compañero en el séquito principesco. Conquistada Granada, pasa con la corte a Zaragoza y luego a Barcelona, cuando Juan Cañameras atenta contra la vida del rey Fernando, de lo que Gonzalo dice haber sido casi testigo9. Es sin duda la llegada de Cristóbal Colón en 1493 a Barcelona algo de lo que más le impresiona, relacionándose con gentes indianas, como Ovando, futuro gobernador de la Española, y Vicente Yáñez Pinzón, con el que le unió una gran amistad hasta la muerte de éste. Su adhesión al príncipe le hace estar presente en los preparativos de su boda con Margarita, hija del Emperador Maximiliano, y hasta ser él quien personalmente dibuje el anagrama con la M, que ha de lucir en su jubón el desposado. Antes ya había sido el encargado de su Cámara, en el palacio de Almazán. Está en las bodas de Burgos, y tiene la enorme tristeza de asistir a la prematura muerte, cuando el Príncipe se había instalado en Salamanca, el 4 de octubre de 1497, contando ambos diecinueve años. La pena la refleja en sus Quinquagenas10, donde escribe: El descontento me llevó fuera de España, a peregrinar por el mundo, habiendo pasado por mí muchos trabaxos e necesidades, en diversas partes, discurriendo como mancebo, a veces al sueldo de la guerra e otras navegando de unas partes y reinos en otras regiones. Y así fue en efecto. Italia Este vagar le lleva a Milán, estando al servicio de Ludovico Sforza, llamado El Moro por lo oscuro de su piel, que se admiró de la habilidad de Fernández de Oviedo en recortar figuras de papel sin necesidad de dibujo previo, mostrando a Leonardo da Vinci lo que el español hacía, lo que provocó frases de asombro por el famoso pintor, al que Fernández de Oviedo llama Avince11.
Allí está hasta 1498 --cumplía entonces veinte años-- pasando a Mantua, donde conoce a otro pintor, Andrea Mantegna. Se incorpora entonces al cortejo de un cardenal hispano, Juan de Borja, sobrino de Alejandro VI12, que se dirigía a Roma por diversas ciudades, conociendo en Forlí a César Borja, príncipe Valentinois por nombramiento del Rey de Francia, por el que no tuvo ninguna simpatía, acusándolo de la muerte de su hermano Juan en Roma. Pero el Cardenal muere en Urbino, de rara enfermedad, acompañando su cadáver hasta Roma, ganando así el jubileo del año 1500. Comenzaba el siglo en el que desarrollaría Fernández de Oviedo su aventura indiana. Abandona entonces la corte de los Borja --de los que no queda satisfecho, y lo demuestra en sus escritos-- y pasa a Nápoles, donde Fadrique, nuevo rey por muerte de Fernando II, su cuñado, lo acoge y encarga también del cuidado de su cámara, y que le encomienda a su hermana, la reina viuda Juana, para que le acompañe a Palermo, cuando Fadrique ha de abandonar Nápoles, porque el Reino había sido dividido entre España y Francia, con el beneplácito del Papa Borja. En Palermo conoce a su homónimo, Gonzalo Fernández de Córdoba, amistad que le daría posteriormente un nuevo empleo. Si nos hemos detenido en todos estos primeros años de Fernández de Oviedo hasta que sale de Italia, es porque debemos considerarlos muy importantes para su futura labor, y para su formación. No asistió a ninguna Universidad, pero se lucró de las elevadas enseñanzas de la casa del Príncipe, primero, y luego Italia fue su fortuna, ya que no sólo conoció elevados centros cortesanos, donde la cultura tenían un lugar destacado. Él mismo nos lo confirma en sus Quincuagenas13, diciendo: Discurrí por toda Italia, donde me di todo lo que yo pude saber y leer y entender la lengua toscana14 y buscando libros en ella, de los cuales tengo algunos que ha más de 55 años15 están en mi compañía, deseando por su medio no perder de todo punto mi medio.
Entre ellos estaba Cristóbal Colón, cuyo hijo Diego fue su compañero en el séquito principesco. Conquistada Granada, pasa con la corte a Zaragoza y luego a Barcelona, cuando Juan Cañameras atenta contra la vida del rey Fernando, de lo que Gonzalo dice haber sido casi testigo9. Es sin duda la llegada de Cristóbal Colón en 1493 a Barcelona algo de lo que más le impresiona, relacionándose con gentes indianas, como Ovando, futuro gobernador de la Española, y Vicente Yáñez Pinzón, con el que le unió una gran amistad hasta la muerte de éste. Su adhesión al príncipe le hace estar presente en los preparativos de su boda con Margarita, hija del Emperador Maximiliano, y hasta ser él quien personalmente dibuje el anagrama con la M, que ha de lucir en su jubón el desposado. Antes ya había sido el encargado de su Cámara, en el palacio de Almazán. Está en las bodas de Burgos, y tiene la enorme tristeza de asistir a la prematura muerte, cuando el Príncipe se había instalado en Salamanca, el 4 de octubre de 1497, contando ambos diecinueve años. La pena la refleja en sus Quinquagenas10, donde escribe: El descontento me llevó fuera de España, a peregrinar por el mundo, habiendo pasado por mí muchos trabaxos e necesidades, en diversas partes, discurriendo como mancebo, a veces al sueldo de la guerra e otras navegando de unas partes y reinos en otras regiones. Y así fue en efecto. Italia Este vagar le lleva a Milán, estando al servicio de Ludovico Sforza, llamado El Moro por lo oscuro de su piel, que se admiró de la habilidad de Fernández de Oviedo en recortar figuras de papel sin necesidad de dibujo previo, mostrando a Leonardo da Vinci lo que el español hacía, lo que provocó frases de asombro por el famoso pintor, al que Fernández de Oviedo llama Avince11.
Allí está hasta 1498 --cumplía entonces veinte años-- pasando a Mantua, donde conoce a otro pintor, Andrea Mantegna. Se incorpora entonces al cortejo de un cardenal hispano, Juan de Borja, sobrino de Alejandro VI12, que se dirigía a Roma por diversas ciudades, conociendo en Forlí a César Borja, príncipe Valentinois por nombramiento del Rey de Francia, por el que no tuvo ninguna simpatía, acusándolo de la muerte de su hermano Juan en Roma. Pero el Cardenal muere en Urbino, de rara enfermedad, acompañando su cadáver hasta Roma, ganando así el jubileo del año 1500. Comenzaba el siglo en el que desarrollaría Fernández de Oviedo su aventura indiana. Abandona entonces la corte de los Borja --de los que no queda satisfecho, y lo demuestra en sus escritos-- y pasa a Nápoles, donde Fadrique, nuevo rey por muerte de Fernando II, su cuñado, lo acoge y encarga también del cuidado de su cámara, y que le encomienda a su hermana, la reina viuda Juana, para que le acompañe a Palermo, cuando Fadrique ha de abandonar Nápoles, porque el Reino había sido dividido entre España y Francia, con el beneplácito del Papa Borja. En Palermo conoce a su homónimo, Gonzalo Fernández de Córdoba, amistad que le daría posteriormente un nuevo empleo. Si nos hemos detenido en todos estos primeros años de Fernández de Oviedo hasta que sale de Italia, es porque debemos considerarlos muy importantes para su futura labor, y para su formación. No asistió a ninguna Universidad, pero se lucró de las elevadas enseñanzas de la casa del Príncipe, primero, y luego Italia fue su fortuna, ya que no sólo conoció elevados centros cortesanos, donde la cultura tenían un lugar destacado. Él mismo nos lo confirma en sus Quincuagenas13, diciendo: Discurrí por toda Italia, donde me di todo lo que yo pude saber y leer y entender la lengua toscana14 y buscando libros en ella, de los cuales tengo algunos que ha más de 55 años15 están en mi compañía, deseando por su medio no perder de todo punto mi medio.