El libro I de las "Antigüedades" breve análisis de su contenido
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Datos principales
Desarrollo
El libro I de las "Antigüedades" breve análisis de su contenido De los tres libros que integran esta obra, el primero es, sin duda, el más amplio y el de contenido más variado, y está dividido, a su vez, en 28 breves capítulos. Se abre el libro con una Descripción general de todas las Indias, en la que Hernández nos muestra su interés por ubicar geográficamente las Indias Superiores e Inferiores, entendiendo por esto los hemisferios norte y sur. Entra luego en materia con dos capítulos en los que se ocupa del primer momento de la vida del ser humano en la tierra, es decir, el parto de las mexicanas y las ceremonias que lo acompañaban. Destaca cómo este momento tan importante iba siempre acompañado de la expresión de textos especiales, los que en nahuatl se llaman huehuehtlahtolli o palabras de los viejos. Los huehuehtlahtolli eran piezas retóricas que se recitaban en los momentos más importantes de la vida del ser humano con objeto de mostrar a éste la doble cara de la realidad terrenal, sus aspectos más positivos y las dificultades que en la existencia salen de continuo al paso. Hernández en su obra no ofrece ningún huehuehtlahtolli completo, simplemente da un esbozo de ellos. Por su belleza de forma y de contenido, este tipo de discursos ceremoniales había cautivado desde temprana fecha a misioneros como fray Andrés de Olmos y fray Bernardino de Sahagún, quienes nos han dejado en sus obras un buen repertorio de ellos. Los religiosos se percataron de que estos textos encerraban reflexiones sabias e incluso trascendentales sobre el ser y el actuar del hombre, envueltas en un lenguaje retórico, preciso y de gran riqueza literaria.
En los tres siguientes capítulos, Hernández hace una descripción de la educación que recibían los jóvenes en los centros especializados. Eran éstos el telpochcalli, o casa de muchachos, donde se les preparaba para las armas, y el calmécac, escuela donde se aprendía lo tocante a la naturaleza, lo sagrado, la interpretación de los libros de pinturas y los textos literarios transmitidos por tradición oral sistemática. Todas estas enseñanzas estaban orientadas a que la persona fuera dueña de un rostro y un corazón31, y se recibían en un régimen de vida austerísimo que incluía ayunos, punzamientos en diversas partes del cuerpo y otros sacrificios. En cuatro capítulos esboza Hernández los rasgos más sobresalientes de la vida familiar. Describe las ceremonias matrimoniales, en las que no faltaban los huehuehtlahtolli, y una gran fiesta comunitaria que corría a cargo de la familia del novio. Es interesante destacar que esta costumbre aún pervive en el México rural, mientras que en las ciudades lo común es que la fiesta corra a cargo de la novia, herencia de tradición hispánica. Al hablar del matrimonio distingue entre el de los ricos, pipiltin, y el de la gente del común, los macehualtin. Estos sólo tenían una esposa, mientras los primeros podían tener mujeres, amigas y concubinas al gusto. Hernández adorna este capítulo solazándose con la descripción de los bellos apartamentos de las mujeres de Moctezuma y ponderando el gran número de esposas del tlahtoani azteca.
La descripción de la sociedad del México antiguo está centrada en dos niveles, por cierto muy contrastantes, el de los esclavos y el de los señores. A estos últimos dedica tres capítulos en los que analiza la llamada institución Teuyotl, de los señores o señorío, la cual nos hace recordar la caballería de la Edad Media. Un espíritu de dignidad y refinamiento presidía la vida de estos señores, lo mismo que la de la persona real. Lo sagrado está siempre presente, y en los momentos especiales no falta la palabra de los viejos. En este primer libro se ocupa también del sistema legal de los nahuas. Más que definir la esencia del derecho, se fija en el aparato establecido para administrar la justicia, montado sobre un número de jueces que informaba directamente al tlahtoani de México-Tenochtitlan. Describe los delitos y establece una distinción entre los castigos que se daban a señores o a la gente del común. Cosa curiosa, según él, las condiciones infrahumanas de las cárceles obedecían al propósito de que fueran ellas, en sí mismas, un escarmiento para la ciudadanía. En el conjunto de las obras que hoy llamaríamos de literatura antropológica del XVI, se concede particular atención a los huehuehtlahtolli, como hemos visto. Hernández, en el capítulo decimoséptimo, vuelve sobre ellos y resume en forma apretada nada menos que el libro VI de Sahagún, el dedicado a la Retórica, Filosofía Moral y Teología de la gente mexicana, donde hay cosas muy curiosas tocantes a los primores de su lengua, y cosas muy delicadas tocantes a las virtudes morales32.
En obra como la presente, Hernández no puede reflejar estos primores y estas virtudes, pero al final del capítulo y, como para compensar, hace un comentario que vale la pena recordar: He considerado que no debía omitir por completo estas cosas con las que muestro cúan virtuosos eran, aún cuando idólatras y antopófagos, y cuánto cuidado tenían en educar a los hombres y cuánta fuerza en el discurso33. Un pueblo tan religioso como el mexica tenía creencias y ceremonias muy profundas sobre un alma inmortal y sobre el más allá. Hernández las describe en dos apartados, y se fija en los funerales y en los sacrificios que se llevaban a cabo con motivo de la muerte de los señores y del tlahtoani. Los últimos capítulos del primer libro ofrecen un interés especial porque es allí donde el protomédico expresa un buen número de opiniones propias. Tres de ellos, del 21 al 23, versan sobre la ciudad de México, tanto en el momento del contacto con los españoles como en la década de 1570, tiempo en que él la conoció. Hace precisiones muy atinadas sobre el valle de México y el entorno montañoso que lo rodea. La laguna, dice, hierve con chalupas..., llevando lo necesario para las poblaciones vecinas y limítrofes, que sólo aquellas que son de los mexicanos exceden en número de cincuenta mil. No son menores las alabanzas a la ciudad, de la que dice que abunda en toda clase de atractivos, y para abarcar mucho en pocas palabras, todo lo egregio que pueda ser encontrado en las ciudades más florecientes de España34.
El clima del valle es también objeto de su atención. Lo define como entre frío y caliente pero un poco húmedo, debido a la laguna35. No es extraño que, viniendo de una tierra seca como es la de Toledo, encontrara muy húmedo el clima del valle de México, hoy, desde luego, mucho más seco que en el XVI. En el mismo capítulo donde habla de la humedad, Hernández hace observaciones muy interesantes sobre los diferentes climas que se suceden a lo largo del año. Distingue él tres temporadas: tiempo de lluvias, de mayo a septiembre, con temperatura como nuestra primavera. Los cuatro meses después, dice, se inclinan algo a lo frío, y desde febrero hasta mayo crece poco a poco el calor como en tiempo estivo. Esta periodización del año merece ser comparada con la existente en el México antiguo, de dos estaciones --xopan, tiempo de verdor, y tonalpan, tiempo de calor-- y es desde luego mucho más apropiada que el modelo europeo de primavera, verano, otoño e invierno. Asombra a Hernández la cantidad y calidad de los frutos, tanto los autóctonos como los de origen español, y se admira de la variedad de la fruta durante todos los meses del año. Sus alabanzas son dignas de ser recordadas: Apenas hay en el orbe una ciudad que, por la copia de los alimentos... y por la abundancia de los mercados, pueda ser comparada con México. ¿Qué más? Dirías estar en un suelo ubérrimo y fertilísimo, de tal manera brillan y abundan todas las cosas, con penuria de nada y con fertilidad y abundancia de todo36.
Después de leer estas consideraciones, no cabe duda de que Hernández había quedado atrapado por el Nuevo Mundo, como otros muchos españoles de su tiempo. Muchas cosas le causaron asombro, admiración y gusto, y esto se percibe en varios párrafos de su obra. Como ejemplo, y para terminar esta breve descripción del libro primero, recordaré sus propias palabras: Qué diré de las admirables naturalezas de tantas plantas, animales y minerales; de tantas diferencias de idiomas, mexicano, tezcoquense, otomite, tlaxcalteco, huaxteco, michoacano, chichimeca y otros muchos que apenas pueden ser enumerados..., de tantas costumbres y ritos de los hombres, de tantos vestidos con los que se cubren, y modos y maneras de otros ornamentos que apenas pudiera seguirlos la inteligencia humana37.
En los tres siguientes capítulos, Hernández hace una descripción de la educación que recibían los jóvenes en los centros especializados. Eran éstos el telpochcalli, o casa de muchachos, donde se les preparaba para las armas, y el calmécac, escuela donde se aprendía lo tocante a la naturaleza, lo sagrado, la interpretación de los libros de pinturas y los textos literarios transmitidos por tradición oral sistemática. Todas estas enseñanzas estaban orientadas a que la persona fuera dueña de un rostro y un corazón31, y se recibían en un régimen de vida austerísimo que incluía ayunos, punzamientos en diversas partes del cuerpo y otros sacrificios. En cuatro capítulos esboza Hernández los rasgos más sobresalientes de la vida familiar. Describe las ceremonias matrimoniales, en las que no faltaban los huehuehtlahtolli, y una gran fiesta comunitaria que corría a cargo de la familia del novio. Es interesante destacar que esta costumbre aún pervive en el México rural, mientras que en las ciudades lo común es que la fiesta corra a cargo de la novia, herencia de tradición hispánica. Al hablar del matrimonio distingue entre el de los ricos, pipiltin, y el de la gente del común, los macehualtin. Estos sólo tenían una esposa, mientras los primeros podían tener mujeres, amigas y concubinas al gusto. Hernández adorna este capítulo solazándose con la descripción de los bellos apartamentos de las mujeres de Moctezuma y ponderando el gran número de esposas del tlahtoani azteca.
La descripción de la sociedad del México antiguo está centrada en dos niveles, por cierto muy contrastantes, el de los esclavos y el de los señores. A estos últimos dedica tres capítulos en los que analiza la llamada institución Teuyotl, de los señores o señorío, la cual nos hace recordar la caballería de la Edad Media. Un espíritu de dignidad y refinamiento presidía la vida de estos señores, lo mismo que la de la persona real. Lo sagrado está siempre presente, y en los momentos especiales no falta la palabra de los viejos. En este primer libro se ocupa también del sistema legal de los nahuas. Más que definir la esencia del derecho, se fija en el aparato establecido para administrar la justicia, montado sobre un número de jueces que informaba directamente al tlahtoani de México-Tenochtitlan. Describe los delitos y establece una distinción entre los castigos que se daban a señores o a la gente del común. Cosa curiosa, según él, las condiciones infrahumanas de las cárceles obedecían al propósito de que fueran ellas, en sí mismas, un escarmiento para la ciudadanía. En el conjunto de las obras que hoy llamaríamos de literatura antropológica del XVI, se concede particular atención a los huehuehtlahtolli, como hemos visto. Hernández, en el capítulo decimoséptimo, vuelve sobre ellos y resume en forma apretada nada menos que el libro VI de Sahagún, el dedicado a la Retórica, Filosofía Moral y Teología de la gente mexicana, donde hay cosas muy curiosas tocantes a los primores de su lengua, y cosas muy delicadas tocantes a las virtudes morales32.
En obra como la presente, Hernández no puede reflejar estos primores y estas virtudes, pero al final del capítulo y, como para compensar, hace un comentario que vale la pena recordar: He considerado que no debía omitir por completo estas cosas con las que muestro cúan virtuosos eran, aún cuando idólatras y antopófagos, y cuánto cuidado tenían en educar a los hombres y cuánta fuerza en el discurso33. Un pueblo tan religioso como el mexica tenía creencias y ceremonias muy profundas sobre un alma inmortal y sobre el más allá. Hernández las describe en dos apartados, y se fija en los funerales y en los sacrificios que se llevaban a cabo con motivo de la muerte de los señores y del tlahtoani. Los últimos capítulos del primer libro ofrecen un interés especial porque es allí donde el protomédico expresa un buen número de opiniones propias. Tres de ellos, del 21 al 23, versan sobre la ciudad de México, tanto en el momento del contacto con los españoles como en la década de 1570, tiempo en que él la conoció. Hace precisiones muy atinadas sobre el valle de México y el entorno montañoso que lo rodea. La laguna, dice, hierve con chalupas..., llevando lo necesario para las poblaciones vecinas y limítrofes, que sólo aquellas que son de los mexicanos exceden en número de cincuenta mil. No son menores las alabanzas a la ciudad, de la que dice que abunda en toda clase de atractivos, y para abarcar mucho en pocas palabras, todo lo egregio que pueda ser encontrado en las ciudades más florecientes de España34.
El clima del valle es también objeto de su atención. Lo define como entre frío y caliente pero un poco húmedo, debido a la laguna35. No es extraño que, viniendo de una tierra seca como es la de Toledo, encontrara muy húmedo el clima del valle de México, hoy, desde luego, mucho más seco que en el XVI. En el mismo capítulo donde habla de la humedad, Hernández hace observaciones muy interesantes sobre los diferentes climas que se suceden a lo largo del año. Distingue él tres temporadas: tiempo de lluvias, de mayo a septiembre, con temperatura como nuestra primavera. Los cuatro meses después, dice, se inclinan algo a lo frío, y desde febrero hasta mayo crece poco a poco el calor como en tiempo estivo. Esta periodización del año merece ser comparada con la existente en el México antiguo, de dos estaciones --xopan, tiempo de verdor, y tonalpan, tiempo de calor-- y es desde luego mucho más apropiada que el modelo europeo de primavera, verano, otoño e invierno. Asombra a Hernández la cantidad y calidad de los frutos, tanto los autóctonos como los de origen español, y se admira de la variedad de la fruta durante todos los meses del año. Sus alabanzas son dignas de ser recordadas: Apenas hay en el orbe una ciudad que, por la copia de los alimentos... y por la abundancia de los mercados, pueda ser comparada con México. ¿Qué más? Dirías estar en un suelo ubérrimo y fertilísimo, de tal manera brillan y abundan todas las cosas, con penuria de nada y con fertilidad y abundancia de todo36.
Después de leer estas consideraciones, no cabe duda de que Hernández había quedado atrapado por el Nuevo Mundo, como otros muchos españoles de su tiempo. Muchas cosas le causaron asombro, admiración y gusto, y esto se percibe en varios párrafos de su obra. Como ejemplo, y para terminar esta breve descripción del libro primero, recordaré sus propias palabras: Qué diré de las admirables naturalezas de tantas plantas, animales y minerales; de tantas diferencias de idiomas, mexicano, tezcoquense, otomite, tlaxcalteco, huaxteco, michoacano, chichimeca y otros muchos que apenas pueden ser enumerados..., de tantas costumbres y ritos de los hombres, de tantos vestidos con los que se cubren, y modos y maneras de otros ornamentos que apenas pudiera seguirlos la inteligencia humana37.