Juventud de Díaz de Guzmán
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Desarrollo
Juventud de Díaz de Guzmán Los datos referentes a la vida de Ruy Díaz de Guzmán se saben por sus propias declaraciones en varios escritos suyos. Los hemos consultado todos, éditos e inéditos. En resumen, podemos decir que en su niñez vivió en Ciudad Real, con su padre, su madre y sus hermanos. Estos eran Diego Ponce de León, Catalina de Guzmán, casada posteriormente con, jerónimo López de Alonis, y otros dos cuyos nombres no conocemos. El teniente de gobernador, Ruy Díaz Melgarejo, mal visto por su violencia, mantuvo preso a su padre durante catorce meses en una mazmorra. Díaz Melgarejo había matado a su mujer cuando la halló en brazos de un clérigo, un tal Carrillo. También había muerto a otro sacerdote y a otra media docena de personas. Era muy cruel con los indios. Díaz de Guzmán, cuando tenía diecisiete años, lo acompañó en sus correrías por las selvas. Asistió a la fundación de Villa Rica del Espíritu Santo, en mayo de 1570, con mis armas y caballos, a mi costa y minsión. Esto de minsión es una palabra que intrigó mucho a nuestro colega académico Guillermo Gallardo. No figura en diccionarios y no se sabe qué significa, a menos que piense en misión o dirección o encargo o responsabilidad. Tuvo que acompañar a Díaz Melgarejo en las campañas contra los indios de la provincia del Campo, en la reducción de los viarayaras y en la pacificación de los indios del Paraná. En otras entradas llegó con el feroz Díaz Melgarejo hasta los confines del Brasil.
En un tiempo que vivió en la ciudad de Santa Fe, fundada por Juan de Garay el 15 de septiembre de 1573, en casa de su tío Martín de Irala, fue envuelto en la revolución llamada de los Siete jefes. Acerca de esta revolución o rebelión contra las autoridades existentes se ha fantaseado mucho. Una falta total de información ha hecho decir a historiadores y repetidores de otros años que su fin era declarar una independencia política. Los Siete jefes habrían sido los precursores de la independencia americana, etcétera. Hoy no puede admitirse semejante utopía o fantasía. La verdad es que se trataba de una cuestión o discusión legalística o jurídica acerca de los derechos que tenían Juan de Garay, el fundador, y los hombres que él había colocado en el gobierno. El teniente de gobernador en Santa Fe era el viejo conquistador Simón Jaques. El gobernador de Tucumán, Gonzalo de Figueroa, tenía sus razones para extender su jurisdicción sobre Santa Fe. Juan Ortiz de Zárate, el tercer adelantado del Río de la Plata, había dispuesto en su testamento que debía sucederle en el cargo, con todos sus derechos y obligaciones, quien se casase con su hija doña Juana, habida en una princesa incaica y recluida en un convento mientras desfilaban los candidatos a marido. La joven mestiza eligió por su cuenta al oidor de la Real Audiencia de Charcas, Juan de Torres de Vera y Aragón, el cual, de inmediato, asumió su cargo de adelantado y encomendó a Garay unas fundaciones.
Así nació Santa Fe, pero los habitantes de esta ciudad, en su mayoría criollos y mestizos, hacían notar que el rey no había reconocido, todavía, a Torres de Vera como legítimo heredero de Ortiz de Zárate. Este, en su título de adelantado, había sido autorizado a nombrar, como sucesor suyo, a un hijo varón u a otra persona. Ahora bien: Ortiz de Zárate, mientras su hija permanecía soltera, había designado gobernador interino a su sobrino Diego de Mendieta. Había habido, por tanto, tres gobernadores: Ortiz de Zárate, Mendieta y Torres de Vera. El rey, en la capitulación de Ortiz de Zárate, había autorizado sólo un heredero. Torres de Vera estaba de más; pero sus partidarios alegaban que Mendieta había sido interino y había sido depuesto y enviado a España. Huido en la costa del Brasil no se supo más nada de él. Por estas razones, el primero de junio de 1580 estalló la revolución de los Siete jefes. No hubo muertos ni heridos. El gobierno lo asumieron dos criollos: Cristóbal de Arévalo y Lázaro de Venialbo. Pronto se disgustaron. Arévalo consideró la revolución un acto contra la real corona. A los gritos de ¡Viva el Rey! mató a Venialbo y a otros criollos revolucionarios. Díaz de Guzmán estuvo al lado de Arévalo y de quienes defendían a las autoridades reales. No fue, por tanto, este levantamiento una guerra entre criollos y españoles, como se ha pretendido, en favor de una fantástica libertad e independencia, sino un pleito, primero incruento y luego cruento, entre criollos, divididos por principios políticos y jurídicos.
En una información de sus méritos y servicios, Díaz de Guzmán deja constancia de estos y otros hechos y aclara que ciertos vecinos e soldados levantándose contra la real corona usurparon la jurisdicción real de su majestad prendiendo la justicia y regimiento de ella; pero él, apellidada la voz del rey, nuestro señor, fui uno de los primeros que acudieron a vuestro estandarte real, libertando las dichas justicias e amparando la postestad suprema de vuestra jurisdicción con notable castigo y muerte de los dichos amotinados. Esperamos que no se vuelva a presentar este levantamiento como un sueño de precursores de la independencia de América. Habían triunfado quienes gritaban ¡Viva Felipe II y mueran los traidores! En 1582, Díaz de Guzmán se fue a Tucumán. Allí acompañó al gobernador Hernando de Lerma en la población del valle de Salta. En los primeros años, esta población se redujo a un fuerte con 40 soldados. Díaz de Guzmán fue alguacil mayor y alférez real. Combatió contra los indios casabindos y cochinocas para pacificar el valle. En otra jornada se enfrentó con los indios choromocos y goachipas. Luego acompañó al general Juan de Torres Navarrete hasta Asunción y siguió viaje a Ciudad Real. Aquí vivió unos tres años con el cargo de capitán y salvó a la ciudad de un tremendo ataque de los indios. Los venció con 30 soldados y les tomó presos seis caciques. La rebelión quedó dominada. Más tarde, Antonio de Añasco nombró a Díaz de Guzmán gobernador de Guairá y teniente de gobernador en Ciudad Real y Villa Rica. Aún le tocó pacificar a los indios niguaras.
En un tiempo que vivió en la ciudad de Santa Fe, fundada por Juan de Garay el 15 de septiembre de 1573, en casa de su tío Martín de Irala, fue envuelto en la revolución llamada de los Siete jefes. Acerca de esta revolución o rebelión contra las autoridades existentes se ha fantaseado mucho. Una falta total de información ha hecho decir a historiadores y repetidores de otros años que su fin era declarar una independencia política. Los Siete jefes habrían sido los precursores de la independencia americana, etcétera. Hoy no puede admitirse semejante utopía o fantasía. La verdad es que se trataba de una cuestión o discusión legalística o jurídica acerca de los derechos que tenían Juan de Garay, el fundador, y los hombres que él había colocado en el gobierno. El teniente de gobernador en Santa Fe era el viejo conquistador Simón Jaques. El gobernador de Tucumán, Gonzalo de Figueroa, tenía sus razones para extender su jurisdicción sobre Santa Fe. Juan Ortiz de Zárate, el tercer adelantado del Río de la Plata, había dispuesto en su testamento que debía sucederle en el cargo, con todos sus derechos y obligaciones, quien se casase con su hija doña Juana, habida en una princesa incaica y recluida en un convento mientras desfilaban los candidatos a marido. La joven mestiza eligió por su cuenta al oidor de la Real Audiencia de Charcas, Juan de Torres de Vera y Aragón, el cual, de inmediato, asumió su cargo de adelantado y encomendó a Garay unas fundaciones.
Así nació Santa Fe, pero los habitantes de esta ciudad, en su mayoría criollos y mestizos, hacían notar que el rey no había reconocido, todavía, a Torres de Vera como legítimo heredero de Ortiz de Zárate. Este, en su título de adelantado, había sido autorizado a nombrar, como sucesor suyo, a un hijo varón u a otra persona. Ahora bien: Ortiz de Zárate, mientras su hija permanecía soltera, había designado gobernador interino a su sobrino Diego de Mendieta. Había habido, por tanto, tres gobernadores: Ortiz de Zárate, Mendieta y Torres de Vera. El rey, en la capitulación de Ortiz de Zárate, había autorizado sólo un heredero. Torres de Vera estaba de más; pero sus partidarios alegaban que Mendieta había sido interino y había sido depuesto y enviado a España. Huido en la costa del Brasil no se supo más nada de él. Por estas razones, el primero de junio de 1580 estalló la revolución de los Siete jefes. No hubo muertos ni heridos. El gobierno lo asumieron dos criollos: Cristóbal de Arévalo y Lázaro de Venialbo. Pronto se disgustaron. Arévalo consideró la revolución un acto contra la real corona. A los gritos de ¡Viva el Rey! mató a Venialbo y a otros criollos revolucionarios. Díaz de Guzmán estuvo al lado de Arévalo y de quienes defendían a las autoridades reales. No fue, por tanto, este levantamiento una guerra entre criollos y españoles, como se ha pretendido, en favor de una fantástica libertad e independencia, sino un pleito, primero incruento y luego cruento, entre criollos, divididos por principios políticos y jurídicos.
En una información de sus méritos y servicios, Díaz de Guzmán deja constancia de estos y otros hechos y aclara que ciertos vecinos e soldados levantándose contra la real corona usurparon la jurisdicción real de su majestad prendiendo la justicia y regimiento de ella; pero él, apellidada la voz del rey, nuestro señor, fui uno de los primeros que acudieron a vuestro estandarte real, libertando las dichas justicias e amparando la postestad suprema de vuestra jurisdicción con notable castigo y muerte de los dichos amotinados. Esperamos que no se vuelva a presentar este levantamiento como un sueño de precursores de la independencia de América. Habían triunfado quienes gritaban ¡Viva Felipe II y mueran los traidores! En 1582, Díaz de Guzmán se fue a Tucumán. Allí acompañó al gobernador Hernando de Lerma en la población del valle de Salta. En los primeros años, esta población se redujo a un fuerte con 40 soldados. Díaz de Guzmán fue alguacil mayor y alférez real. Combatió contra los indios casabindos y cochinocas para pacificar el valle. En otra jornada se enfrentó con los indios choromocos y goachipas. Luego acompañó al general Juan de Torres Navarrete hasta Asunción y siguió viaje a Ciudad Real. Aquí vivió unos tres años con el cargo de capitán y salvó a la ciudad de un tremendo ataque de los indios. Los venció con 30 soldados y les tomó presos seis caciques. La rebelión quedó dominada. Más tarde, Antonio de Añasco nombró a Díaz de Guzmán gobernador de Guairá y teniente de gobernador en Ciudad Real y Villa Rica. Aún le tocó pacificar a los indios niguaras.