La lengua y el estilo
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Desarrollo
La lengua y el estilo Hay que estudiar la lengua de Díaz de Guzmán y también su estilo literario. Este escritor improvisado, que redactaba cartas y denuncias judiciales, un día sintió la tentación de escribir la historia de su patria. Lo hizo con el idioma que había aprendido en Paraguay. Sin duda conocía perfectamente el guaraní, la lengua de su madre y de todos los jóvenes nacidos en esa región. Los lingüistas deben analizar La Argentina para descubrir en ella posibles influencias guaránicas, giros o expresiones no puramente españoles. Y también deben comprobar cómo este semimestizo paraguayo escribía un español que podría ser el de la Península. ¿De qué parte de España? ¿Hay algo de vascuence en sus giros idiomáticos por la proximidad de su abuelo vasco, de la villa de Vergara? (Sabido es que a veces se le llamó el capitán Vergara.) ¿Hay andalucismos en su prosa, por los andaluces que, en aquellos años, abundaban en Asunción? Repetimos que los amantes de la estilística y de la filología tienen en las páginas de Díaz de Guzmán materiales preciosos para un estudio analítico que aún ningún lingüista ha realizado. Es curioso, sintetizamos, que en las lejanas selvas del Paraguay alguien, que nunca había salido de ellas, escribiese con tanto dominio de la lengua castellana páginas que parecen compuestas en algún rincón de la vieja España. El concepto de patria Muchas veces se ha hablado, y aun exagerado, acerca de los sentimientos que unían y desunían a los españoles, a los indígenas, a los mestizos, a los negros, a los mulatos y a los zambos.
Todos ellos eran habitantes de la América hispana. Hubo un tiempo en que la escuela del conde de Gobineau, unida al materialismo histórico de Maix, inspiró a los historiadores hispanoamericanos. Fue entonces cuando se inventaron las teorías de que la independencia había nacido de los odios de razas y de los problemas económicos. Los odios de razas fueron, más que de razas, de estratos sociales, de ricos y pobres, de nobles o de clases elevadas, y de las consideradas más inferiores. Todos sabían muy bien que eran españoles; pero unos, sobre todo los mestizos, a menudo odiaban a sus padres. Esta división existía también entre criollos, o sea, hijos de europeos nacidos en la tierra, y sus propios padres. Los testimonios abundan. Lo cuentan conquistadores de Asunción en cartas aún inéditas, llenas de datos preciosos, y hombres de estudio, como Félix de Azara, en el siglo XVIII. Es un sentimiento que, en esta parte de América, y, sin duda, en otras muchas, abarca tres siglos de duración. No obstante, no podemos hallar en estas separaciones raciales y sociales --en algunas conspiraciones los hijos nativos de la tierra quisieron asesinar a sus padres europeos-- ningún intento de independencia política, sueños de crear una nueva nación. Las grandes rebeliones indígenas y las llamadas de los comuneros, tanto de Paraguay como de Nueva Granada, tuvieron otras razones: políticas unas y económicas otras. Díaz de Guzmán no sintió estos sentimientos de aversión hacia lo español ni los españoles.
No era una excepción. Las excepciones eran las de los otros: los que odiaban a sus padres. En tiempos actúales hemos visto en calles de ciudades de Europa manifestaciones con carteles que decían: Muera la familia. Abajo los padres y las madres. No más sujeción al hogar. Maldito sea el hogar, y monstruosidades semejantes que, por fortuna, van quedando en el recuerdo. No nos detengamos en los odios del tiempo de la monarquía, en la América hispana, y pasemos a analizar las ideas nacionalistas de Díaz de Guzmán de acuerdo con lo que él mismo expresa en sus escritos. En primer término, se sentía y consideraba español. Estas tierras eran una prolongación de España. Los nacidos en América eran, en su mayoría, hijos de españoles. Díaz de Guzmán dedicó su Argentina, obra, según él, falta de toda erudición y elegancia, a su pariente en la Península Alonso Pérez de Guzmán. Al fin --decía-- es materia que toca a nuestros españoles. Por ello rogaba a Pérez de Guzmán que se digne de recibir y aceptar este pobre servicio como fruta primera de tierra tan inculta y estéril y falta de educación y disciplina, no mirando la bajeza de su quilate, sino la alta fineza de voluntad con que de la mía se ofrenda. Díaz de Guzmán quiso, como Bernal Díaz del Castillo, reivindicar los méritos de los españoles que habían pasado a las indias y aquí habían muerto. Decía, en su recuerdo y homenaje: En diversas armadas pasaron más de cuatro mil españoles y entre ellos muchos nobles y personas de calidad, todos los cuales acabaron sus vidas en aquellas tierras con las mayores miserias, hombres y guerras de cuantas han padecido en las Indias, no quedando de ellos más memoria que una fama común y confusa de lamentable tradición, sin que basta ahora haya habido quien por sus escritos nos dejase alguna noticia de las cosas sucedidas en ochenta y dos años que ha se comenzó esta conquista.
...Era el homenaje a los caídos en la exploración, conquista y civilización de estas tierras. Cuando escribía estas líneas, el 25 de julio de 1612, se hallaba en Charcas, en el Alto Perú. Sentía, más que nunca, el amor a su patria. ¿Cuál era su patria? Era Paraguay, era América, era España: la España de todas las tierras donde ondeaba su bandera y se hallaba su lengua. Díaz de Guzmán --entiéndase bien, pues el detalle o el hecho tiene su importancia-- fue el primer escritor semimestizo de esta parte de América que empleó la palabra patria. En su obra dice: De que recibí tan afectuoso sentimiento como era razón por aquella obligación que cada uno debe a su misma patria. Es así cómo nacen, en esta parte de América, el concepto y el sentimiento de patria. Este concepto y este sentimiento los estudió, hace años, en la Academia Colombiana de la Lengua, el insigne Luis López de Mesa. Nosotros hemos ampliado este estudio en nuestro extenso ensayo sobre Díaz de Guzmán. No vamos a repetirlo. El concepto nació en Grecia y pasó a Roma. En el Mediterráneo la palabra patria designaba la tierra de los padres. Los pueblos nórdicos empleaban directamente estas palabras para designar lo que los latinos y neolatinos llamaron patria. Decían, en sus diversas lenguas: la tierra de los padres. En las Novelas ejemplares de Cervantes hallamos patria como lugar de nacimiento, separado de nacionalidad. Patria, por tanto, para los hombres de entonces, el lugar en que se había nacido.
Este lugar podía extenderse a toda la nación. Díaz de Guzmán fue el primer paraguayo que habló de su patria. El segundo fue un criollo: Hernando Arias de Saavedra, el 3 de febrero de 1619, en una carta al rey: Hace cuarenta años que sirvo a Su Majestad en esta provincia que es mi patria... Hernándarias era hijo de Martín Suárez de Toledo y María de Sanabria, españoles puros. La patria, como tierra de los padres, en los países europeos del Norte, significaba el principio del jus sanguinis. En los países del Sur hacía pensar en el jus soli, el derecho del suelo, del país donde se nace. El jus soli, aceptado e impuesto por todas las naciones hispanoamericanas, en un principio jurídico y político tan antiguo como la conquista y colonización del Nuevo Mundo.
Todos ellos eran habitantes de la América hispana. Hubo un tiempo en que la escuela del conde de Gobineau, unida al materialismo histórico de Maix, inspiró a los historiadores hispanoamericanos. Fue entonces cuando se inventaron las teorías de que la independencia había nacido de los odios de razas y de los problemas económicos. Los odios de razas fueron, más que de razas, de estratos sociales, de ricos y pobres, de nobles o de clases elevadas, y de las consideradas más inferiores. Todos sabían muy bien que eran españoles; pero unos, sobre todo los mestizos, a menudo odiaban a sus padres. Esta división existía también entre criollos, o sea, hijos de europeos nacidos en la tierra, y sus propios padres. Los testimonios abundan. Lo cuentan conquistadores de Asunción en cartas aún inéditas, llenas de datos preciosos, y hombres de estudio, como Félix de Azara, en el siglo XVIII. Es un sentimiento que, en esta parte de América, y, sin duda, en otras muchas, abarca tres siglos de duración. No obstante, no podemos hallar en estas separaciones raciales y sociales --en algunas conspiraciones los hijos nativos de la tierra quisieron asesinar a sus padres europeos-- ningún intento de independencia política, sueños de crear una nueva nación. Las grandes rebeliones indígenas y las llamadas de los comuneros, tanto de Paraguay como de Nueva Granada, tuvieron otras razones: políticas unas y económicas otras. Díaz de Guzmán no sintió estos sentimientos de aversión hacia lo español ni los españoles.
No era una excepción. Las excepciones eran las de los otros: los que odiaban a sus padres. En tiempos actúales hemos visto en calles de ciudades de Europa manifestaciones con carteles que decían: Muera la familia. Abajo los padres y las madres. No más sujeción al hogar. Maldito sea el hogar, y monstruosidades semejantes que, por fortuna, van quedando en el recuerdo. No nos detengamos en los odios del tiempo de la monarquía, en la América hispana, y pasemos a analizar las ideas nacionalistas de Díaz de Guzmán de acuerdo con lo que él mismo expresa en sus escritos. En primer término, se sentía y consideraba español. Estas tierras eran una prolongación de España. Los nacidos en América eran, en su mayoría, hijos de españoles. Díaz de Guzmán dedicó su Argentina, obra, según él, falta de toda erudición y elegancia, a su pariente en la Península Alonso Pérez de Guzmán. Al fin --decía-- es materia que toca a nuestros españoles. Por ello rogaba a Pérez de Guzmán que se digne de recibir y aceptar este pobre servicio como fruta primera de tierra tan inculta y estéril y falta de educación y disciplina, no mirando la bajeza de su quilate, sino la alta fineza de voluntad con que de la mía se ofrenda. Díaz de Guzmán quiso, como Bernal Díaz del Castillo, reivindicar los méritos de los españoles que habían pasado a las indias y aquí habían muerto. Decía, en su recuerdo y homenaje: En diversas armadas pasaron más de cuatro mil españoles y entre ellos muchos nobles y personas de calidad, todos los cuales acabaron sus vidas en aquellas tierras con las mayores miserias, hombres y guerras de cuantas han padecido en las Indias, no quedando de ellos más memoria que una fama común y confusa de lamentable tradición, sin que basta ahora haya habido quien por sus escritos nos dejase alguna noticia de las cosas sucedidas en ochenta y dos años que ha se comenzó esta conquista.
...Era el homenaje a los caídos en la exploración, conquista y civilización de estas tierras. Cuando escribía estas líneas, el 25 de julio de 1612, se hallaba en Charcas, en el Alto Perú. Sentía, más que nunca, el amor a su patria. ¿Cuál era su patria? Era Paraguay, era América, era España: la España de todas las tierras donde ondeaba su bandera y se hallaba su lengua. Díaz de Guzmán --entiéndase bien, pues el detalle o el hecho tiene su importancia-- fue el primer escritor semimestizo de esta parte de América que empleó la palabra patria. En su obra dice: De que recibí tan afectuoso sentimiento como era razón por aquella obligación que cada uno debe a su misma patria. Es así cómo nacen, en esta parte de América, el concepto y el sentimiento de patria. Este concepto y este sentimiento los estudió, hace años, en la Academia Colombiana de la Lengua, el insigne Luis López de Mesa. Nosotros hemos ampliado este estudio en nuestro extenso ensayo sobre Díaz de Guzmán. No vamos a repetirlo. El concepto nació en Grecia y pasó a Roma. En el Mediterráneo la palabra patria designaba la tierra de los padres. Los pueblos nórdicos empleaban directamente estas palabras para designar lo que los latinos y neolatinos llamaron patria. Decían, en sus diversas lenguas: la tierra de los padres. En las Novelas ejemplares de Cervantes hallamos patria como lugar de nacimiento, separado de nacionalidad. Patria, por tanto, para los hombres de entonces, el lugar en que se había nacido.
Este lugar podía extenderse a toda la nación. Díaz de Guzmán fue el primer paraguayo que habló de su patria. El segundo fue un criollo: Hernando Arias de Saavedra, el 3 de febrero de 1619, en una carta al rey: Hace cuarenta años que sirvo a Su Majestad en esta provincia que es mi patria... Hernándarias era hijo de Martín Suárez de Toledo y María de Sanabria, españoles puros. La patria, como tierra de los padres, en los países europeos del Norte, significaba el principio del jus sanguinis. En los países del Sur hacía pensar en el jus soli, el derecho del suelo, del país donde se nace. El jus soli, aceptado e impuesto por todas las naciones hispanoamericanas, en un principio jurídico y político tan antiguo como la conquista y colonización del Nuevo Mundo.