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Lucía Miranda y La Maldonada Se ha dicho que en la crónica de Díaz de Guzmán hay dos novelas: la de Lucía Miranda y la de La Maldonada. Por conocidas, las sintetizamos brevemente. En la expedición de Caboto, de 1526, una mujer casada, Lucía Miranda, despertó las ansias de un cacique. Este, por poseerla, incendió el fuerte de Corpus Christi, raptó a Lucía y vivió con ella; pero Lucía no abandonó a su marido y se veía con él a escondidas. Una concubina del cacique, celosa, descubrió el hecho y lo reveló al cacique. Este aprisionó a Lucía y a su marido y los quemó vivos. Este es el novelón o la posible verdad. Algo se ha discutido sobre la tragedia. El sabio Manuel Domínguez, paraguayo, quiso acumular algunas posibilidades para justificar su autenticidad. No lo consiguió. El hecho de que Félix de Azara, en el siglo XVIII, haya mencionado el suceso, no significa que haya sido auténtico. Sólo repitió la tradición de lo referido por Díaz de Guzmán. La indiscutible realidad de que el fuerte de Caboto haya sido quemado tampoco prueba que el drama haya existido. La crítica unánime considera falso el relato, por la sencilla razón de que en la expedición de Caboto no embarcaron mujeres. Lo demostró Eduardo Madero, en su Historia del Puerto de Buenos Aires, en 189230, y José Toribio Medina, años después, en su monumental estudio sobre El veneciano Sebastián Caboto al servicio de España31. Sin mujeres, ni ninguna mención documental de Luca y demás dramatis personae, no hay historia que valga.

Díaz de Guzmán, en consecuencia, inventó la novela o la tragedia nunca existida. El argumento sirvió de ejemplo a una de nuestras primeras escritoras y, más tarde, a otros novelistas, como Hugo Wast, poetas y cuentistas. Sin embargo, un instante de reflexión es necesario. Díaz de Guzmán no era novelista ni cuentista. No tenía imaginación ni necesidad de crear semejante episodio. De algún lado debió salir ese argumento. Lo más probable, como en otros casos, es una posible confusión de fechas. Nosotros, hace tiempo, elaboramos una reconstrucción del hecho que puede aclarar algunas dudas. En la expedición de Caboto, de 1526, no había mujeres. Es algo que no se discute. En cambio, en 1536, diez años más tarde --un 36 en lugar de un 26--, en la expedición de don Pedro de Mendoza, había mujeres. Es algo que tampoco se discute. Hemos hallado los nombres de algunas de ellas, entre las cuales había enamoradas, o sea, muy amplias en sus atenciones. El fuerte de Caboto fue destruido, quemado por los indios. El fuerte de Corpus Christi, fundado por orden de Mendoza, también fue quemado. El enamoramiento del indio por Lucía pudo haber existido en la tragedia de 1536 que, andando setenta años, cuando escribió Díaz de Guzmán, pudo ser ubicado, por un simple error de fechas, no en 1536, en la expedición de Mendoza, en que había mujeres y Corpus Christi fue quemado, sino en 1526, en que también fue quemado Sancti Spíritus. En otras palabras: un acontecimiento de 1536, posiblemente real, fue ubicado en 1526, en que no era posible por la ausencia de mujeres.

En cuanto a los nombres de los personajes, los de los indios todos pudieron ser reales, y los de los españoles no se hallaron en documentos porque las listas de los acompañantes de Mendoza son sumamente incompletas. Sólo los hay parecidos. He aquí una explicación que quita a Díaz Guzmán la probabilidad de ser el primer novelista de Paraguay y Río de la Plata. En el caso de La Maldonada, el argumento es muy distinto. Francisco Ruiz Galán, representante de don Pedro de Mendoza, como su segundo, cuando el adelantado partió a España, quedó en Buenos Aires y se hizo famoso por su crueldad. Díaz de Guzmán relata que, una vez, condenó a una mujer, conocida como La Maldonada, a estar atada a un árbol para que la comiesen las fieras. La Maldonada vio acercarse a una leona, la cual, en vez de devorarla, la protegió de otros animales. El hecho se debió a que La Maldonada, tiempo antes, había hallado a la leona en el momento de dar a luz y la había ayudado. La leona la habría reconocido, etcétera. Groussac dijo que era una reminiscencia de Las noches éticas, de Aulio Gelio, en que un episodio semejante ocurrió con un cristiano en el circo de Roma. El esclavo había sacado una espina a un león, en África, y éste lo habría reconocido en el circo y, por tanto, no devorado. La semejanza es indudable. Lo que no sabemos es si ejemplares de Aulio Gelio había en Paraguay y si Díaz de Guzmán disfrutó de su lectura. En cambio, lo que muy bien sabemos es que Francisco Ruiz Galán tenía la costumbre de condenar a los conquistadores a ser atados a un árbol para que los comiesen las fieras.

El conquistador Antonio de la Trinidad, a su regreso a España, levantó un expediente para acusar a Ruiz Galán de haberlo hecho atar con un árbol con una cadena y echarlo en el campo a los tigres que lo comiesen. Lo mismo que sucedió a La Maldonada. El episodio referido por Díaz de Guzmán no difiere mucho de este hecho bien documentado de la Trinidad. En cuanto a la influencia de Aulio Gelio hay que notar que éste habla de una espina y Díaz de Guzmán del parto de una leona. La Maldonada pudo ser la mujer de un Maldonado cuyo nombre es el de una ciudad de la costa uruguaya próxima a Punta del Este. La Argentina de Díaz de Guzmán, crónica o anales del descubrimiento, conquista y colonización del Río de la Plata y Paraguay, es la mejor historia de esta parte de América antes de que los investigadores modernos acudiesen a los archivos. Ya dijimos que fue glosada y plagiada por sus sucesores en el campo de nuestra historia. Fue una guía y un modelo, un rumbo del cual nadie se apartó. Su mayor crítico y comentarista, el franco-argentino Paul Groussac --más franco que argentino--, antiespañol y anticriollo, le dedicó un ensayo que, en su época, fue considerado insuperable por la precisión de sus anotaciones. Una revisión de su crítica, hecha por nosotros, demostró la endeblez de muchas de sus correcciones y censuras. Creemos haber reivindicado a Díaz de Guzmán de todo lo malo que se le achacó. Aún queda mucho por hacer. Lo historiadores que nos sucedan deben volver a las páginas de Díaz de Guzmán con nuevos aportes documentales y nuevas concepciones críticas.

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