Razón del título El carnero
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Razón del título El carnero Enrique Otero DCosta --escribe Aguilera18-- atribuye la denominación a la causticidad proverbial del santaferiñismo, que tomó la voz como equivalente de fosa o sepultura para enterrar muertos, tal como antaño se decía. Según el talentoso intérprete, fue en aquel carnarium (antecedente latino de carnero) donde pararon ciertos títulos de incierta hijodalguía, ya que de los actores en lances de escandalosas tragedias o de inicuas hazañas, se desprendieron hasta hoy no menos de veinte generaciones descendentes y cien colaterales, que, multiplicadas por un promedio demográfico conveniente al escenario, arroja en proporción geométrica no menos de un millón de unidades humanas, entre agnados y cognados, que descendieron a la fosa carnaria, o al carnero, como otrora se decía, seguras de una limpieza de sangre inobjetable. Y comenta Aguilera: Acaso el efecto está bien presumido por Otero D'Costa; mas no la causa de la denominación. Ya el doctor Felipe Pérez, primer editor de la obra, había pensado y escrito antes lo mismo que aquél, pero no se había pronunciado por ninguna de las explicaciones posibles como significados presumibles del título de la obra. otros comentaristas citan a fray Alonso Zamora, historiador dominico, y entre ellos, Aguilera recuerda, como acaso el más competente, a don Marco Fidel Suárez, quien acepta la explicación de aquél: Deseosos de averiguar de qué religión (comunidad) fueron los que dieron ocasión para que se dijera que bastardeaban en el sagrado empleo de su instituto, he leído los más instrumentos de aquellos tiempos, así eclesiásticos como seculares, y algunos cuadernos que, sin nombre de autor, llaman carneros.
A su vez, monseñor Juan Crisóstomo García amplía la instrucción haciéndola extensiva a los libros de actas capitulares antiguos, que también recibieron el nombre de tumbos o becerros. El doctor Aguilera, por fin, aventura una hipótesis propia. Sin temor --escribe-- de proponer una monstruosidad idiomática, se podría retrotraer la investigación hasta medio siglo antes de la obra del dominico Zamora, época en que un historiador español de apellido Carnero escribió la "Historia de las guerras civiles que ha habido en los Estados de Flandes desde el año de 1559 hasta el de 1609, y las causas de rebelión de dichos Estados". Tal libro, que tuvo en la Península inmensa popularidad, por revelarse en él los nombres de muchos antepasados de los lectores, acaso pudo determinar en el vulgo la mención metafórica del autor por cualquier producción impresa o manuscrita de análoga índole histórica. Así como no nos excusaríamos hoy de entender que para ponderar la historia de Henao y Arrubla, dijéramos de su libro que es Iodo un Cantú colombiano". No hay razón para negar posibilidades de acierto a tales interpretaciones ni, menos aún, erudición y sutileza a la apuntada por Aguilera. Pero pienso que la explicación del título El carnero que puso a la obra de Rodríguez Freyle el anónimo o desconocido titulador santafereño es, quizá, mucho más sencilla. En efecto: debe aclararse, en primer lugar, que la palabra carnero no procede de carnarium, sino de carnarius, lugar --leo en el Diccionario de Autoridades (I, 187)-- donde se echan los cuerpos de los muertos, cuando por ser muchos juntos no se pueden enterrar en sepulturas, y así se hacen unos hoyos grandes para este fin.
Y también se llaman así los que se hacen en los cementerios de las iglesias, para ir echando los huesos que se sacan de las sepulturas. Diósele este nombre, porque se echa en él la carne de los muertos para que se consuma. En este sentido, la palabra original latina es ossaria, y el Cancionero General lo registra así en una décima al conde de Luria, a la que pertenecen estos versos: Mi pobre boca ha expirado / con todo su barrio entero / y mis dientes considero /que apestan la vecindad, / y fuera gran claridad / el hecharlos al carnero. No parece, pues, razonable el establecer relación alguna entre este significado y el contenido de la obra de Rodríguez Freyle. Por lo mismo, tampoco parece lógico a menos que quien titulase así la obra lo hiciera despectiva o irónicamente relacionar ese nombre con la expresión "echarlo al carnero", frase metafórica, que denota echar una cosa al olvido y separarla de sí para no volverse a acordar de ella, o ponerla donde se confunda con otras (Dicc. Aut., I, 188). De ahí el que tampoco pueda referirse carnero a la significación que tal palabra tiene en Argentina, Chile y Paraguay como persona que carece de voluntad e iniciativa propias. Pero carnero es también el nombre de un pez osteictio siluriforme de la familia tricomictéridos, que vive en la América meridional y que es parásito y puede causar graves daños, ya que penetra en las cámaras bronquiales de otros peces, de cuya sangre se alimenta. Pienso que, en este punto, empezamos a acercarnos a la interpretación verosímil del título dado al libro de nuestro escritor, siquiera sea por los graves daños que pudiera ocasionar a algunos la lectura del texto.
Mas reconozco que tal interpretación sería demasiado sutil y como tal se quebraría. No hay que olvidar, en cambio, que carnero es el nombre del primer signo del Zodiaco, que se representa mediante la figura de ese animal, que en latín se llama aries. Y, en este sentido, deben recordarse --como lo hace el Diccionario de Autoridades (I, 187)-- estos versos de Quevedo: Diome el León su cuartana, / diome el Escorpión su lengua, / Virgo el deseo de hallarle, / y el carnero su paciencia. Esta es, a mi juicio, la primera idea que, en relación con la obra de Rodríguez Freyle, debe anotarse; a saber: carnero alude, o se refiere, o se corresponde, o es igual a paciencia, y mucha debió de tener nuestro autor para escribir su libro. Hay, en fin, una última significación de la palabra carnero, con la que se define la máquina militar que se usó en lo antiguo para batir los muros, y es lo mismo que ariete, por la figura de la cabeza de carnero, hecha de hierro y fijada en el remate de la viga (Dicc. Aut., I, 187). Ariete se llamaba, en efecto, la máquina utilizada para abatir murallas mediante una viga larga y pesada que embestía contra aquéllas por el extremo reforzado con pieza de hierro o bronce, generalmente labrada en figura de cabeza de carnero, porque ariete procede de aries, arietis, el carnero. Por tal razón, ariete también significaba, en sentido figurado, persona que defiende y ataca con firmeza en una lucha o discusión. Y ésta es, en definitiva, la interpretación más aproximada y correcta que puede darse al título El Carnero, que alguien puso y con el que se conoce la curiosa obra del escritor neogranadino Juan Rodríguez Freyle.
A su vez, monseñor Juan Crisóstomo García amplía la instrucción haciéndola extensiva a los libros de actas capitulares antiguos, que también recibieron el nombre de tumbos o becerros. El doctor Aguilera, por fin, aventura una hipótesis propia. Sin temor --escribe-- de proponer una monstruosidad idiomática, se podría retrotraer la investigación hasta medio siglo antes de la obra del dominico Zamora, época en que un historiador español de apellido Carnero escribió la "Historia de las guerras civiles que ha habido en los Estados de Flandes desde el año de 1559 hasta el de 1609, y las causas de rebelión de dichos Estados". Tal libro, que tuvo en la Península inmensa popularidad, por revelarse en él los nombres de muchos antepasados de los lectores, acaso pudo determinar en el vulgo la mención metafórica del autor por cualquier producción impresa o manuscrita de análoga índole histórica. Así como no nos excusaríamos hoy de entender que para ponderar la historia de Henao y Arrubla, dijéramos de su libro que es Iodo un Cantú colombiano". No hay razón para negar posibilidades de acierto a tales interpretaciones ni, menos aún, erudición y sutileza a la apuntada por Aguilera. Pero pienso que la explicación del título El carnero que puso a la obra de Rodríguez Freyle el anónimo o desconocido titulador santafereño es, quizá, mucho más sencilla. En efecto: debe aclararse, en primer lugar, que la palabra carnero no procede de carnarium, sino de carnarius, lugar --leo en el Diccionario de Autoridades (I, 187)-- donde se echan los cuerpos de los muertos, cuando por ser muchos juntos no se pueden enterrar en sepulturas, y así se hacen unos hoyos grandes para este fin.
Y también se llaman así los que se hacen en los cementerios de las iglesias, para ir echando los huesos que se sacan de las sepulturas. Diósele este nombre, porque se echa en él la carne de los muertos para que se consuma. En este sentido, la palabra original latina es ossaria, y el Cancionero General lo registra así en una décima al conde de Luria, a la que pertenecen estos versos: Mi pobre boca ha expirado / con todo su barrio entero / y mis dientes considero /que apestan la vecindad, / y fuera gran claridad / el hecharlos al carnero. No parece, pues, razonable el establecer relación alguna entre este significado y el contenido de la obra de Rodríguez Freyle. Por lo mismo, tampoco parece lógico a menos que quien titulase así la obra lo hiciera despectiva o irónicamente relacionar ese nombre con la expresión "echarlo al carnero", frase metafórica, que denota echar una cosa al olvido y separarla de sí para no volverse a acordar de ella, o ponerla donde se confunda con otras (Dicc. Aut., I, 188). De ahí el que tampoco pueda referirse carnero a la significación que tal palabra tiene en Argentina, Chile y Paraguay como persona que carece de voluntad e iniciativa propias. Pero carnero es también el nombre de un pez osteictio siluriforme de la familia tricomictéridos, que vive en la América meridional y que es parásito y puede causar graves daños, ya que penetra en las cámaras bronquiales de otros peces, de cuya sangre se alimenta. Pienso que, en este punto, empezamos a acercarnos a la interpretación verosímil del título dado al libro de nuestro escritor, siquiera sea por los graves daños que pudiera ocasionar a algunos la lectura del texto.
Mas reconozco que tal interpretación sería demasiado sutil y como tal se quebraría. No hay que olvidar, en cambio, que carnero es el nombre del primer signo del Zodiaco, que se representa mediante la figura de ese animal, que en latín se llama aries. Y, en este sentido, deben recordarse --como lo hace el Diccionario de Autoridades (I, 187)-- estos versos de Quevedo: Diome el León su cuartana, / diome el Escorpión su lengua, / Virgo el deseo de hallarle, / y el carnero su paciencia. Esta es, a mi juicio, la primera idea que, en relación con la obra de Rodríguez Freyle, debe anotarse; a saber: carnero alude, o se refiere, o se corresponde, o es igual a paciencia, y mucha debió de tener nuestro autor para escribir su libro. Hay, en fin, una última significación de la palabra carnero, con la que se define la máquina militar que se usó en lo antiguo para batir los muros, y es lo mismo que ariete, por la figura de la cabeza de carnero, hecha de hierro y fijada en el remate de la viga (Dicc. Aut., I, 187). Ariete se llamaba, en efecto, la máquina utilizada para abatir murallas mediante una viga larga y pesada que embestía contra aquéllas por el extremo reforzado con pieza de hierro o bronce, generalmente labrada en figura de cabeza de carnero, porque ariete procede de aries, arietis, el carnero. Por tal razón, ariete también significaba, en sentido figurado, persona que defiende y ataca con firmeza en una lucha o discusión. Y ésta es, en definitiva, la interpretación más aproximada y correcta que puede darse al título El Carnero, que alguien puso y con el que se conoce la curiosa obra del escritor neogranadino Juan Rodríguez Freyle.