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Cieza investigador El hombre siempre ha investigado, siempre ha inquirido, en los tiempos primitivos --empíricamente, en los helenísticos y romanos con método y curiosidad (germen de la ciencia, según Aristóteles), y en la Edad Media procurando representar la figura de la Tierra, o los misterios de La Sphera, como Alfonso X. Cabe sin embargo, a los españoles --sin que haya en esta declaración un chauvinismo hispánico, lejos de nuestra actitud neutra y científica-- el haber proporcionado a los estudiosos del futuro las primicias de la investigación etnográfica e histórica de los pueblos sin escritura. No cansamos al paciente lector con erudición farragosa, sino que le recordaremos simplemente a Fray Bernardino de Sahagún, Fray Toribio de Benavente o Motolinía, en México, a Fr. Diego de Landa en el Yucatán y a una larga lista de otros, comenzando, en tiempos mismos del Almirante Colón, con Fray Ramón Pané. Todos ellos han dado cuenta de la historia, costumbres, leyes, religión y gobierno de los pueblos primitivos, pero --y ésto ha de ser resaltado con énfasis-- sin que haya habido una instrucción oficial para ello31, es decir, sin que los españoles que iban a Indias supieran que debían realizar obras de este tipo. Y es más: sin que supieran los unos y los otros recíprocamente de sus inquietudes y trabajos. A lo sumo --y este es el caso de Cieza-- tenían noticia, sin haberlo leído, de que un madrileño, Fernández de Oviedo, había hecho un sumario de la Historia Natural de las Indias.

Por lo demás, todos obedecían al mismo estímulo32, sin estar en contacto los unos con los otros. Pero no sólo quiero afirmar ahora que gracias a esta inquietud hispana se conocen las cosas de las Indias, sino que se realiza mediante una sensata y casi profética manera metódica de investigación. Esto es lo que sucede con Cieza. El mismo nos lo dice en el último párrafo de esta obra (y el lector puede comprobarlo, pues va en esta edición), en que afirma: Hasta aquí es lo que se me ha ofrecido escribir de los Incas, lo cual hice por relación que tomé en el Cuzco. Si acertare alguno a lo hacer más largo y cierto, el camino tiene abierto, como yo lo tuve para hacer lo que no pude, aunque para lo hecho trabajé lo que Dios sabe. Que fue visto lo más de lo escrito por el doctor Bravo de Saravia, y el Licenciado Hernándo de Santillán, oidores de la Audiencia Real de los Reyes (Lima). Párrafo éste inestimable: a) Información de boca de informantes, valga la redundancia, aprovechándose de la tradición oral. Muchas veces pondera que ha de hacerlo así, porque no tienen escritura los indios del Perú, b) Que trabajó en ello mucho, es decir, que no se limitó a escribir, o trasladar, simplemente lo que oía; y c) que lo sometió al criterio, y posible censura de Bravo de Saravia y de Hernando de Santillán, luego presidente de la Audiencia de Quito y autor de una Relación de los Incas en 1572, veintidós años después de que leyera el Señorío de Cieza, en Lima.

El lector irá conociendo en cada caso cuándo y cómo Cieza se informa de los nativos, cómo se interesa por conocer lo que son los quipus (por medio del cacique de Huacarapora), que para lo relativo a la Conquista busca a los protagonistas veteranos, y supervivientes, de la hazaña, como Juan de Pancorbo y Carrasco, y cómo, finalmente, reúne un verdadero seminario en el Cuzco, con Orejones y Amautas, que gozan exponiéndose las tradiciones oficiales del Inkario. Su principal informante fue Cayu Tupac Yupanqui, hijo de Huayna Capac, el gran conquistador del norte del Tahuantinsuyu. Se da cuenta de que está aún tierna la memoria de la penetración incaica en el Collao, y no se fía sólo de los quéchuas dominadores, y busca a collas y chirguanos, para que le cuenten qué fue lo que pasó. En nuestro estudio preliminar a la Primera Parte, hacemos un acabado análisis de la probidad de Cieza en recibir informes fidedignos, dignos de fe o credibilidad. Claro que con ello, como dice Aranibar33, recibía la versión oficial de la historia de los Incas. Cieza, como hemos sucintamente expuesto, al recibir encargo concreto del Presidente Gasca, no se limita a cumplir el expediente, mostrando unos papeles que demostraran que no había perdido el tiempo, sino que, exigente consigo mismo e implícitamente con la posteridad, lleva su averiguación hasta el límite de su responsabilidad: no escribe nada de lo que no esté convencido, y para ello ha investigado.

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