La primera parte de La crónica del Perú
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La primera parte de La crónica del Perú Llegamos ya al momento en que debemos hablar de la obra de Cieza que ahora se edita nuevamente, enriquecida por gran número de notas y observaciones, e introducida por este estudio preliminar, que si largo, creemos que ha cumplido el objetivo de situar a la Primera Parte en el conjunto de la importante obra de este único, primero y singular cronista-historiador. Analicemos ahora el valor de esta obra introductoria a la totalidad de un plan que sólo, como hemos ido considerando, se ha podido completar con el paso de los años y la incansable acción de beneméritos investigadores e historiógrafos. Contenido y redacción de la Primera Parte-El contenido en grandes líneas, es el resultado de su trajinar desde 1535 hasta 1550, en viajes, exploraciones y batallas, desde Cartagena a Lima, pasando por Popayán, Quito, Lima, el Collao, Cuzco y nuevamente Lima. Soldado -extraña que lo fuera a los trece años que dice tenía al salir de España, y aún a los quince que otros le calculamos- con Alonso de Cáceres (extremeño como él), Jorge Robledo y Belalcázar, pasa al Perú, acudiendo con este último capitán a la llamada del Pacificador. Visitó Cenú, conociendo sus fabulosas tumbas, repletas de tunjos de oro, y estuvo presente en las fundaciones de Ancerma y Cartago. Esta es la base del contenido de este libro, la materia prima: sus viajes, sus peripecias y... sus observaciones. Quien lea esta Primera Parte irá conociendo sus peripecias y no es cosa de hacer un resumen de ellas, aunque si se hiciera no se rompería el encanto inimitable de su estilo y la jugosidad de las noticias de primera mano que va proporcionando a cada paso.
No es de este contenido del que queremos tratar en esta ocasión, sino analizar el contenido etnográfico, el descriptivo, la valoración de lo que luego se llamarían "antiguallas" y hoy Arqueología, y -finalmente- la referencia a lo prehispánico, en que Cieza tiene una primacía que nadie puede disputarle. Copiemos, una vez más, un texto de Jiménez de la Espada, en que define el valor de esta Primera Parte como eslabón indispensable para el desarrollo del plan total: Reputación la de Cieza que comenzó con un libro por ventura sin par e inimitable, especie de itinerario geográfico, o más bien animada y exacta pintura de la tierra y el cielo, de las razas, costumbres, monumentos y trajes del dilatado imperio de los incas y países del Norte, comarcanos, y de las poblaciones recién fundadas por los españoles, fondo maravilloso del gran cuadro de la conquista...75. Aunque ya hemos referido cuándo comenzó a escribir, conviene que recordemos que empezó en 1541, es decir, cuando llevaba seis en las Indias y apenas habría cumplido pocos más de veinte. Así lo afirma al final de esta Primera Parte. Leyendo su obra puede seguirse, por esa vertiente que ella tiene, sobre todo en este libro, de autobiografía o de memoria y relato de experiencias personales, el ritmo de su producción. En el capítulo XXVI dice este año de 47, aunque en el XXIV afirma escribir en 1548, el año pasado de 1547, que no es un pasado remoto, pues en castellano, aún hoy, el año pasado es el inmediatamente anterior.
Pese a lo cual puede haber opiniones sobre esto, ya que en el capítulo LII dice en este año de 1550, y en el mismo vuelve a decir, año pasado de 1546. Quizá esto debe producirse porque, por una parte, tomaba notas o hacía una redacción provisional y luego corregía, aumentaba y reescribía, ya que de su acuciosidad en estar siempre con la pluma en la mano tenemos sobradas declaraciones propias. Es impresión generalizada entre los críticos y editores de la obra de Cieza, especialmente referente a esta Primera Parte, que al salir de Lima, en 1550, ya estaba totalmente redactado Y. dispuesto para la imprenta el original de ella, pero no cabe la menor duda de que hubo de retocarlo en Sevilla, porque en los capítulos XCVI y CIX hace referencia a hechos del 1551. Lo descriptivo en Cieza.-Entendemos por tal todo lo relativo a la geografía, al paisaje y a la que generalmente se llama Historia Natural. Copiemos nuevamente a Jiménez de la Espada, por dos razones: por lo acertado de sus palabras y por lo inasequible que es la consulta de La Guerra de Quito, desaparecida en alguna biblioteca en cuyos catálogos consta. Dice así D. Marcos76: Pedro Cieza de León reconoció en persona el país, teatro de la historia que proyectaba, desde el puerto de Panamá a la costa de Arica, y desde las salvajes y boscosas montañas de Abibe a los desnudos y argentíferos cerros de los Charcas (12o lat. N. 20o lat. S.), demarcando como experto geógrafo la variedad de sus regiones y clima; situando las fundaciones españolas y los pueblos indianos; observando como naturalista las especies más útiles y curiosas, bravías o domésticas, de animales y plantas.
..77, gozándose en pintar a grandes rasgos la fisonomía de la tierra y el cielo, en la magnificencia de los nevados y volcanes, la grandeza y multitud de los ríos, la espesura y misterio de las gigantes selvas y la yerma soledad de las xacllas y punas; en el humbroso y risueño frescor de los valles marítimos, y en la aridez de los quemados arenales que con ellos alternan a lo largo de la extensa comarca de los yuncas78. Fino espíritu observador, como dice el finlandés Karsten, Cieza, en su especie de itinerario geográfico, como lo calificara Jiménez de la Espada, fija los lugares, grados y leguas, costas, marcas y sus puertos (los bonancibles y los malos), los vientos y su aplicación a las navegaciones. Anota la calidad de los ríos, el clima, las estaciones, lluvias y sequías y la fertilidad y situación de las regiones. Como recorre las tierras del norte de Suramérica cuando ya han transcurrido algunos años de la conquista (aunque se sigue en las exploraciones y dominaciones de territorios aún no conocidos), y ya se han establecido las encomiendas y repartimientos, en su calidad de naturalista va anotando cómo son los vegetales y los animales, pero haciendo la observación, para que el lector no se confunda, cuáles son las fieras y las alimañas (que no fueron importadas, naturalmente) y cuáles son los animales domésticos, tanto indianos como procedentes de España. En cuanto a los vegetales, describe los cultivables y su explotación (antes y después de la Conquista), describiendo especies nuevas o desconocidas en España, con sus propiedades y anécdotas relacionadas con éstas, así como la preparación de ponzoñas.
Habiendo visitado las regiones mineras del Collao, habla de los ríos auríferos, de la sal y de explotación, aguas termales, etc. Le impresionó especialmente Potosí (que visita entre 1548 y 1549) que, apenas fundado en 1545, ya tiene una explotación increíblemente grande del Cerro Rico, habiéndose perforado infinitas galerías. Su exposición de la visión nocturna del Cerro Rico, con las guayras encendidas, que son como los albahaqueros de mi tierra -dice Cieza- y que a las distancias parecen luciérnagas. Su descripción, no sólo es real y vivísima, sino hasta poética79. Descripciones como esta que hemos visto de Potosí, las multiplica, alabando lo que ve como paradisíaco, sin dejar de ser exacto, como podemos ver en los capítulos LXVI y LXVII de esta Primera Parte. Pero no siempre es así de laudatorio, pues como va dejando constancia, a modo de un acta notarial, también habla del despoblamiento y abandono de caminos y edificios (apenas dieciocho años después de la conquista), por causa de la llegada de los castellanos, la emigración de los indios y las ruinas producidas por las guerras personales. Lo etnográfico en la Crónica de Cieza.-Dejando para el estudio a realizar en la introducción a la Segunda Parte (Señorío de los Incas), en que veremos lo que Cieza significa para el conocimiento del Inkario, es evidente que Cieza supera a todos los otros cronistas en información etnográfica. Sólo quizá Gonzalo Fernández de Oviedo sea su mejor parangón, pero sólo -como en el caso del propio Cieza- de aquello que conoce por propia experiencia, que es lo relativo al Caribe y su zona circundante, hasta Panamá.
Los indígenas le preocupan, habla de ellos continuamente, describe sus fiestas, etc., como veremos, pero en todo su escribir hay claramente dos aspectos interesantes, que no son contrapuestos: su afán descriptivo de cronista, que ha de informar de cómo son las gentes de los lugares por donde pasa, pero además un humanitario sentimiento de solidaridad de hombre con ellos, que no son culpables de su baja condición cultural, por ignorar el Evangelio, que no sólo se refleja en este libro, sino que culmina en los items de su postrer escrito, de su testamento. Respecto a esto que venimos ponderando, bien dice Porras Barrenechea80 que el espíritu predominante de Cieza, no obstante su españolismo o acaso por esto, que ser español es ser amigo y paladín de los débiles -díganlo Las Casas y Cieza-, es su sentimiento de simpatía y amistad para los indios. Etnógrafo o antropólogo sin saberlo (porque tales ciencias no existían como tales en el siglo XVI), como tantos otros en su tiempo -recordemos en México a Fr. Bernardino de Sahagún? describe la vida y costumbres de los indígenas con minuciosidad, distinguiendo las diferentes razas y lenguas, anotando el sistema social y de organización familiar -que nos documenta sobre sociedades matriarcales-, cuya noticia se hubiera perdido sin esta Primera Parte, como muy bien ha puesto de manifiesto el Prof. Trimborn en su estudio sobre el valle del Cauca, en Colombia. Es tan justo apreciador de la materia etnológica que su modo de trabajar, sus descripciones y a veces sus generalizaciones bien fundamentadas, recuerda a las obras de Frazer o Malinowsky.
Que en esta curiosidad hay también amor o compasión, lo han notado sus editores y estudiosos. Jiménez de la Espada escribe81: El amor al prójimo indiano y un generoso sentimiento de conmiseración por la triste suerte a que le había reducido la Conquista, brillan en multitud de lugares de la Crónica de Cieza, y Prescott82 lanza el siguiente elogio: ... y mientras que hace completa justicia al mérito y capacidad de las razas conquistadas, habla con indignación de las atrocidades de los españoles y de la tendencia desmoralizadora de la Conquista. No era fanático, puesto que su corazón estaba lleno de benevolencia para el desgraciado indígena; y en su lenguaje, si no se descubre la llama abrasadora del misionero, se encuentra un rayo generoso de filantropía, que envuelve tanto al conquistador como al conquistado, considerándolos hermanos. No creo sea necesario ponderar más, como ya lo hicimos por nuestra cuenta, que en la obra de Cieza alienta lo mejor de una notable actitud hermanadora hacia el indio, años antes de que la legislación y los teólogos sancionaran la consideración de su naturaleza humana. Por ello no atribuye sus aberraciones (canibalismo, pecado nefando, supersticiones) a una naturaleza corrompida del indio, sino a su ignorancia, cayendo incluso en la ingenua creencia de que sus ritos y prácticas religiosas obedecían a que hablaban con el demonio, o éste con sus shamanes y brujos o sacerdotes. Incluso lógica y razonablemente quiere descubrir en sus tradiciones, entre tanta broza mítica, la verdad que ellas contenían sobre sus orígenes, queriendo encontrar para todas ellas explicaciones razonables, como hace en el capítulo XCV de esta Primera Parte.
Su capacidad de etnólogo intuitivo aparece en esta Parte en cada capítulo en el que trate de los indígenas, cuyas costumbres describe no como un naturalista, sino como propias de sociedades humanas, cuyas reglas no se explica, como en el caso de los bárbaros pozos -aliados, sin embargo, de Belalcázar-, cuyos prisioneros se someten, como una norma admitida, a la masacre que sobre ellos se hace, atontándolos con un golpe en la nuca -para lo cual bajan la cabeza no con resignación, sino como algo fatal- para descuartizarlos luego y convertirlos en manjar de la fiesta83. Copiemos del trabajo de Maticorena un juicio muy concreto sobre su actitud, que este autor considera lascasiana indudablemente, por contacto con la doctrina del dominico84: En sus crónicas muchas veces se muestra severo enjuiciando los abusos derivados del contacto entre indios Y españoles. Mas insiste también en la necesidad de enmendarlos para bien de las repúblicas cristianas de Indias. Los párrafos citados coinciden en lo que tienen de afirmativo con la actitud apostólica de Las Casas. Pero distan mucho de la exageración desmesurada del famoso testamento del perulero Mancio Sierra de Legízamo. En ellos encontramos un testimonio más que de la prédica lascasiana trascendía e influía en el ánimo de soldados y encomenderos. La restitución en este caso será imperfecta, mientras no se concrete, pero es un ejemplo más del estado de conciencia creado por el indigenismo cristiano del siglo XVI, formulado especialmente por Las Casas, y propagado por la escuela dominicana.
Recordemos, entre otras cosas, la vinculación de Cieza con el dominico y quechuista sevillano fray Domingo de Santo Tomás, cuya obra tiene tanta importancia en la Nueva Castilla. Lo arqueológico y lo monumental.-Cieza procede de un mundo, el español, que vive el pleno Renacimiento, en que se valora lo antiguo, se sacan estatuas de las ruinas romanas y se copian los modelos clásicos. Las ruinas entonces no se destruían, sino que se limpiaban, para conseguir ejemplos de cómo se construía en el brillante tiempo greco romano. Por ello, Cieza presta atención a las construcciones antiguas, a los monumentos que va encontrando en su peregrinar desde el norte de Suramérica hacia el Perú y el Collao. Su descripción en muchos casos -sin levantamiento de planos, como Squier, en el siglo XIX- se asemeja a la de los viajeros novecentistas o a la de los arqueólogos modernos. Indica cómo son, su estado ruinoso, asombrándose a veces de que en tan poco tiempo desde que fueron abandonados los edificios estén ya caducos, olvidada la función que desempeñaban antes de que la oleada española los convirtiera en obsoletos. Si noticioso es en lo que va viendo del modo de construir de los indígenas neogranadinos y ecuatorianos -con detalle de la disposición de sus casas, techumbres, etc-, su imaginación se excita más cuando, por el encargo de Gasca, hace su viaje al Collao, pasando por Cuzco y siguiendo la ruta meridional, que le permite visitar Cacha (con las agudas observaciones que hace sobre los grandes edificios que allí hay, así como el bulto de la estatura de un hombre), Ayaviri, varios centros importantes y Tiahuanaco, cuyo sistema constructivo distingue, porque tenía la vista crítica de que habla Karsten, del de los incas.
Y cuando sólo halla ruinas, se informa por los indígenas de cómo eran antes las edificaciones y para qué uso estaban destinadas. Los arqueólogos -como ya se ha dicho- hemos hallado en las noticias de Cieza informaciones que nos sitúan en el estado de las construcciones cuatrocientos años antes de que se inicien excavaciones y estudios en nuestro tiempo. Lo prehispánico en la obra de Cieza.-Es evidente que lo que completó la fama de Pedro Cieza de León, después del éxito editorial (que estudiamos a continuación) de la Primera Parte de la Crónica del Perú, fue la publicación de la Segunda o Señorío de los Incas, en que por primera vez se hace una historia orgánica del Tahuantinsuyu, en época increíblemente temprana para haber tenido la conciencia y mente despierta suficientes para trazar una historia que nunca fue escrita, y que sólo se conservaba en la memoria de los amautas, orejones y quipucamayocs. Esta evidencia hizo pensar que sólo se le ocurrió hacer dicha historia cuando realizó su expedición al Collao, y estuvo especialmente en Cuzco, consultando a los viejos y a Cayu Tupac Yupanqui. Creerlo así es una equivocación. Es una equivocación porque, como comprobará el lector de esta edición de la Primera Parte, ya en la mente de Cieza, desde que tomó contacto con la tierra peruana, bulle la idea de desentrañar de las leyendas y tradiciones que le cuentan lo que haya de verdad histórica y no mero mito. Le preocupa el origen de los Incas, y también de la raza americana en general, especialmente porque -como hemos dicho- tiene conciencia de la diversidad de pueblos, grados de cultura y, sobre todo, de lenguas.
Desde este punto de vista es evidente que Cieza es también el primer prehispanista peruanista de la historiografía. El se da cuenta de que aquella sólida armazón imperial que los españoles -acompañados por la fortuna o por la providencia divina- han debelado, por ser humana tuvo que tener una historia después de su mítico origen, y que aquellas calzadas, edificios, templos y huacas respondían a una organización, a una estructura político social y económica. Por lo dicho, cuando se le facilita -con recomendaciones y cartas patentes para oficiales reales, notarios, corregidores y mandos coloniales- el viaje al Collao, ve llegada la ocasión única (y en verdad lo fue) para ponerse en contacto con gentes bien informadas, que le dieran noticia de lo que había sido el Tahuantinsuyu. A ello dedicaría su Segunda Parte o Señorío de los Incas, pero en su mente ya estaba decidida la organización del libro y por ello el plan está definido desde el comienzo, como en el planteamiento de un puzzle, en el que sólo había que ir encajando las piezas que completaran la imagen prevista. Edición de la Primera Parte y éxito editorial.-Como sabemos, y hemos repetido en su biografía, Cieza tenía tal confianza en el valor de la obra que había concebido, que se atreve a solicitar audiencia con el Príncipe Felipe, quizá apoyado por su nombramiento de cronista, dado por Gasca, que entonces gozaba de una sólida fama, por su éxito en la pacificación del Perú. La audiencia fue concedida, quizá sin mucha urgencia, ya que sólo se efectúa en 1552, en Toledo, pero el Príncipe Felipe -luego Felipe II- debió quedar impresionado, ya que el Consejo de Indias, en el mismo año da la autorización para que sea impreso el libro.
Gozoso con la noticia, Cieza se pone en contacto con el impresor Martín de Montes de Oca (en la impresión aparece Montesdoca), que terminaba su trabajo en 15 de marzo de 1553, lanzando a la venta un libro pulcro, con el gran escudo de España, rodeado por el imperial Toisson d'Or, heredado por Carlos V de su padre flamenco, Felipe "el Hermoso", y bajo él el ampuloso título e identificación del autor: PARTE PRIMERA / De la chronica del Peru. Que tracta la demarca / ción de sus provincias: la descripción dellas. Las / fundaciones de las nuevas ciudades. Los ritos / costumbres de los indios. Y otras cosas extrañas / dignas de ser sabidas. Fecha por Pedro de Ciega / de Leon vezino de Seuilla. / 1553 / Con priuilegio real. El éxito fue inmediato y Maticorena85 informa que en 1554 Juan Espinosa, en Medina del Campo, vendió 130 ejemplares; Juan Sánchez de Andrada, en Toledo, 30, y en Córdoba, Diego Gutiérrez de los Ríos, 8. En Sevilla, Villalón, situado cerca de la Magdalena, encargó 15 ejemplares; Rodrigo de Valles, 8; el editor Montes de Oca, otros 8, y Juan Canalla (¿Cazalla?) tomó 100. Ejemplares de esta edición fueron mandados a Santo Domingo y Honduras. Debemos suponer que también al Perú. Cerca de 300 ejemplares -más los que desconocemos?, en aquella época de los "góticos", era uno de los mayores éxitos editoriales. Pero sigamos. Sólo en el siglo XVI tuvo diez ediciones más, todas en Europa, aunque no exclusivamente en castellano, sino también en italiano86.
En 1554, tres en Amberes (de lo que aún pudo tener noticia Cieza); en 1555, una en Venecia y otra en Roma; en 1557, nuevamente en Venecia en 1560, dos en Venecia, y otra en la misma ciudad en el año 1560. En el siglo XVII, nada. Esta ausencia de ediciones en este siglo puede explicarse por la aparición en 1609 de la obra de Garcilaso, que explicaba a los ojos de los lectores lo que Cieza había anunciado y no publicado (por las razones que ya conocemos) y por el comienzo de ediciones de la obra de Herrera. En 1709 aparecía la primera traducción inglesa en Londres, pero como relato de viajes, aunque sólo con 94 capítulos de los 121 de la Crónica. En el siglo XIX sólo dos ediciones: la de la Biblioteca de Autores Españoles de Vedia, en 1853, reproducción de la de Sevilla, y la traducción inglesa de Clemens R. Markham, de 1864. La de Vedia ha sido el texto que luego se ha reproducido en las ediciones de este siglo, iniciadas por Calpe en 1922, en el volumen XXIV de su colección de Los grandes viajes clásicos. Desde hace más de veinte años -pese al éxito de las ediciones de Espasa-Calpe en sus diversas colecciones- no hay edición importante de esta Primera Parte de la Crónica del Perú, y las que se han hecho, pese al progreso del conocimiento de la historia primitiva del Perú, no tienen un aparato crítico abundante, que esclarezca palabras indígenas, lugares y puntos de interés.
No es de este contenido del que queremos tratar en esta ocasión, sino analizar el contenido etnográfico, el descriptivo, la valoración de lo que luego se llamarían "antiguallas" y hoy Arqueología, y -finalmente- la referencia a lo prehispánico, en que Cieza tiene una primacía que nadie puede disputarle. Copiemos, una vez más, un texto de Jiménez de la Espada, en que define el valor de esta Primera Parte como eslabón indispensable para el desarrollo del plan total: Reputación la de Cieza que comenzó con un libro por ventura sin par e inimitable, especie de itinerario geográfico, o más bien animada y exacta pintura de la tierra y el cielo, de las razas, costumbres, monumentos y trajes del dilatado imperio de los incas y países del Norte, comarcanos, y de las poblaciones recién fundadas por los españoles, fondo maravilloso del gran cuadro de la conquista...75. Aunque ya hemos referido cuándo comenzó a escribir, conviene que recordemos que empezó en 1541, es decir, cuando llevaba seis en las Indias y apenas habría cumplido pocos más de veinte. Así lo afirma al final de esta Primera Parte. Leyendo su obra puede seguirse, por esa vertiente que ella tiene, sobre todo en este libro, de autobiografía o de memoria y relato de experiencias personales, el ritmo de su producción. En el capítulo XXVI dice este año de 47, aunque en el XXIV afirma escribir en 1548, el año pasado de 1547, que no es un pasado remoto, pues en castellano, aún hoy, el año pasado es el inmediatamente anterior.
Pese a lo cual puede haber opiniones sobre esto, ya que en el capítulo LII dice en este año de 1550, y en el mismo vuelve a decir, año pasado de 1546. Quizá esto debe producirse porque, por una parte, tomaba notas o hacía una redacción provisional y luego corregía, aumentaba y reescribía, ya que de su acuciosidad en estar siempre con la pluma en la mano tenemos sobradas declaraciones propias. Es impresión generalizada entre los críticos y editores de la obra de Cieza, especialmente referente a esta Primera Parte, que al salir de Lima, en 1550, ya estaba totalmente redactado Y. dispuesto para la imprenta el original de ella, pero no cabe la menor duda de que hubo de retocarlo en Sevilla, porque en los capítulos XCVI y CIX hace referencia a hechos del 1551. Lo descriptivo en Cieza.-Entendemos por tal todo lo relativo a la geografía, al paisaje y a la que generalmente se llama Historia Natural. Copiemos nuevamente a Jiménez de la Espada, por dos razones: por lo acertado de sus palabras y por lo inasequible que es la consulta de La Guerra de Quito, desaparecida en alguna biblioteca en cuyos catálogos consta. Dice así D. Marcos76: Pedro Cieza de León reconoció en persona el país, teatro de la historia que proyectaba, desde el puerto de Panamá a la costa de Arica, y desde las salvajes y boscosas montañas de Abibe a los desnudos y argentíferos cerros de los Charcas (12o lat. N. 20o lat. S.), demarcando como experto geógrafo la variedad de sus regiones y clima; situando las fundaciones españolas y los pueblos indianos; observando como naturalista las especies más útiles y curiosas, bravías o domésticas, de animales y plantas.
..77, gozándose en pintar a grandes rasgos la fisonomía de la tierra y el cielo, en la magnificencia de los nevados y volcanes, la grandeza y multitud de los ríos, la espesura y misterio de las gigantes selvas y la yerma soledad de las xacllas y punas; en el humbroso y risueño frescor de los valles marítimos, y en la aridez de los quemados arenales que con ellos alternan a lo largo de la extensa comarca de los yuncas78. Fino espíritu observador, como dice el finlandés Karsten, Cieza, en su especie de itinerario geográfico, como lo calificara Jiménez de la Espada, fija los lugares, grados y leguas, costas, marcas y sus puertos (los bonancibles y los malos), los vientos y su aplicación a las navegaciones. Anota la calidad de los ríos, el clima, las estaciones, lluvias y sequías y la fertilidad y situación de las regiones. Como recorre las tierras del norte de Suramérica cuando ya han transcurrido algunos años de la conquista (aunque se sigue en las exploraciones y dominaciones de territorios aún no conocidos), y ya se han establecido las encomiendas y repartimientos, en su calidad de naturalista va anotando cómo son los vegetales y los animales, pero haciendo la observación, para que el lector no se confunda, cuáles son las fieras y las alimañas (que no fueron importadas, naturalmente) y cuáles son los animales domésticos, tanto indianos como procedentes de España. En cuanto a los vegetales, describe los cultivables y su explotación (antes y después de la Conquista), describiendo especies nuevas o desconocidas en España, con sus propiedades y anécdotas relacionadas con éstas, así como la preparación de ponzoñas.
Habiendo visitado las regiones mineras del Collao, habla de los ríos auríferos, de la sal y de explotación, aguas termales, etc. Le impresionó especialmente Potosí (que visita entre 1548 y 1549) que, apenas fundado en 1545, ya tiene una explotación increíblemente grande del Cerro Rico, habiéndose perforado infinitas galerías. Su exposición de la visión nocturna del Cerro Rico, con las guayras encendidas, que son como los albahaqueros de mi tierra -dice Cieza- y que a las distancias parecen luciérnagas. Su descripción, no sólo es real y vivísima, sino hasta poética79. Descripciones como esta que hemos visto de Potosí, las multiplica, alabando lo que ve como paradisíaco, sin dejar de ser exacto, como podemos ver en los capítulos LXVI y LXVII de esta Primera Parte. Pero no siempre es así de laudatorio, pues como va dejando constancia, a modo de un acta notarial, también habla del despoblamiento y abandono de caminos y edificios (apenas dieciocho años después de la conquista), por causa de la llegada de los castellanos, la emigración de los indios y las ruinas producidas por las guerras personales. Lo etnográfico en la Crónica de Cieza.-Dejando para el estudio a realizar en la introducción a la Segunda Parte (Señorío de los Incas), en que veremos lo que Cieza significa para el conocimiento del Inkario, es evidente que Cieza supera a todos los otros cronistas en información etnográfica. Sólo quizá Gonzalo Fernández de Oviedo sea su mejor parangón, pero sólo -como en el caso del propio Cieza- de aquello que conoce por propia experiencia, que es lo relativo al Caribe y su zona circundante, hasta Panamá.
Los indígenas le preocupan, habla de ellos continuamente, describe sus fiestas, etc., como veremos, pero en todo su escribir hay claramente dos aspectos interesantes, que no son contrapuestos: su afán descriptivo de cronista, que ha de informar de cómo son las gentes de los lugares por donde pasa, pero además un humanitario sentimiento de solidaridad de hombre con ellos, que no son culpables de su baja condición cultural, por ignorar el Evangelio, que no sólo se refleja en este libro, sino que culmina en los items de su postrer escrito, de su testamento. Respecto a esto que venimos ponderando, bien dice Porras Barrenechea80 que el espíritu predominante de Cieza, no obstante su españolismo o acaso por esto, que ser español es ser amigo y paladín de los débiles -díganlo Las Casas y Cieza-, es su sentimiento de simpatía y amistad para los indios. Etnógrafo o antropólogo sin saberlo (porque tales ciencias no existían como tales en el siglo XVI), como tantos otros en su tiempo -recordemos en México a Fr. Bernardino de Sahagún? describe la vida y costumbres de los indígenas con minuciosidad, distinguiendo las diferentes razas y lenguas, anotando el sistema social y de organización familiar -que nos documenta sobre sociedades matriarcales-, cuya noticia se hubiera perdido sin esta Primera Parte, como muy bien ha puesto de manifiesto el Prof. Trimborn en su estudio sobre el valle del Cauca, en Colombia. Es tan justo apreciador de la materia etnológica que su modo de trabajar, sus descripciones y a veces sus generalizaciones bien fundamentadas, recuerda a las obras de Frazer o Malinowsky.
Que en esta curiosidad hay también amor o compasión, lo han notado sus editores y estudiosos. Jiménez de la Espada escribe81: El amor al prójimo indiano y un generoso sentimiento de conmiseración por la triste suerte a que le había reducido la Conquista, brillan en multitud de lugares de la Crónica de Cieza, y Prescott82 lanza el siguiente elogio: ... y mientras que hace completa justicia al mérito y capacidad de las razas conquistadas, habla con indignación de las atrocidades de los españoles y de la tendencia desmoralizadora de la Conquista. No era fanático, puesto que su corazón estaba lleno de benevolencia para el desgraciado indígena; y en su lenguaje, si no se descubre la llama abrasadora del misionero, se encuentra un rayo generoso de filantropía, que envuelve tanto al conquistador como al conquistado, considerándolos hermanos. No creo sea necesario ponderar más, como ya lo hicimos por nuestra cuenta, que en la obra de Cieza alienta lo mejor de una notable actitud hermanadora hacia el indio, años antes de que la legislación y los teólogos sancionaran la consideración de su naturaleza humana. Por ello no atribuye sus aberraciones (canibalismo, pecado nefando, supersticiones) a una naturaleza corrompida del indio, sino a su ignorancia, cayendo incluso en la ingenua creencia de que sus ritos y prácticas religiosas obedecían a que hablaban con el demonio, o éste con sus shamanes y brujos o sacerdotes. Incluso lógica y razonablemente quiere descubrir en sus tradiciones, entre tanta broza mítica, la verdad que ellas contenían sobre sus orígenes, queriendo encontrar para todas ellas explicaciones razonables, como hace en el capítulo XCV de esta Primera Parte.
Su capacidad de etnólogo intuitivo aparece en esta Parte en cada capítulo en el que trate de los indígenas, cuyas costumbres describe no como un naturalista, sino como propias de sociedades humanas, cuyas reglas no se explica, como en el caso de los bárbaros pozos -aliados, sin embargo, de Belalcázar-, cuyos prisioneros se someten, como una norma admitida, a la masacre que sobre ellos se hace, atontándolos con un golpe en la nuca -para lo cual bajan la cabeza no con resignación, sino como algo fatal- para descuartizarlos luego y convertirlos en manjar de la fiesta83. Copiemos del trabajo de Maticorena un juicio muy concreto sobre su actitud, que este autor considera lascasiana indudablemente, por contacto con la doctrina del dominico84: En sus crónicas muchas veces se muestra severo enjuiciando los abusos derivados del contacto entre indios Y españoles. Mas insiste también en la necesidad de enmendarlos para bien de las repúblicas cristianas de Indias. Los párrafos citados coinciden en lo que tienen de afirmativo con la actitud apostólica de Las Casas. Pero distan mucho de la exageración desmesurada del famoso testamento del perulero Mancio Sierra de Legízamo. En ellos encontramos un testimonio más que de la prédica lascasiana trascendía e influía en el ánimo de soldados y encomenderos. La restitución en este caso será imperfecta, mientras no se concrete, pero es un ejemplo más del estado de conciencia creado por el indigenismo cristiano del siglo XVI, formulado especialmente por Las Casas, y propagado por la escuela dominicana.
Recordemos, entre otras cosas, la vinculación de Cieza con el dominico y quechuista sevillano fray Domingo de Santo Tomás, cuya obra tiene tanta importancia en la Nueva Castilla. Lo arqueológico y lo monumental.-Cieza procede de un mundo, el español, que vive el pleno Renacimiento, en que se valora lo antiguo, se sacan estatuas de las ruinas romanas y se copian los modelos clásicos. Las ruinas entonces no se destruían, sino que se limpiaban, para conseguir ejemplos de cómo se construía en el brillante tiempo greco romano. Por ello, Cieza presta atención a las construcciones antiguas, a los monumentos que va encontrando en su peregrinar desde el norte de Suramérica hacia el Perú y el Collao. Su descripción en muchos casos -sin levantamiento de planos, como Squier, en el siglo XIX- se asemeja a la de los viajeros novecentistas o a la de los arqueólogos modernos. Indica cómo son, su estado ruinoso, asombrándose a veces de que en tan poco tiempo desde que fueron abandonados los edificios estén ya caducos, olvidada la función que desempeñaban antes de que la oleada española los convirtiera en obsoletos. Si noticioso es en lo que va viendo del modo de construir de los indígenas neogranadinos y ecuatorianos -con detalle de la disposición de sus casas, techumbres, etc-, su imaginación se excita más cuando, por el encargo de Gasca, hace su viaje al Collao, pasando por Cuzco y siguiendo la ruta meridional, que le permite visitar Cacha (con las agudas observaciones que hace sobre los grandes edificios que allí hay, así como el bulto de la estatura de un hombre), Ayaviri, varios centros importantes y Tiahuanaco, cuyo sistema constructivo distingue, porque tenía la vista crítica de que habla Karsten, del de los incas.
Y cuando sólo halla ruinas, se informa por los indígenas de cómo eran antes las edificaciones y para qué uso estaban destinadas. Los arqueólogos -como ya se ha dicho- hemos hallado en las noticias de Cieza informaciones que nos sitúan en el estado de las construcciones cuatrocientos años antes de que se inicien excavaciones y estudios en nuestro tiempo. Lo prehispánico en la obra de Cieza.-Es evidente que lo que completó la fama de Pedro Cieza de León, después del éxito editorial (que estudiamos a continuación) de la Primera Parte de la Crónica del Perú, fue la publicación de la Segunda o Señorío de los Incas, en que por primera vez se hace una historia orgánica del Tahuantinsuyu, en época increíblemente temprana para haber tenido la conciencia y mente despierta suficientes para trazar una historia que nunca fue escrita, y que sólo se conservaba en la memoria de los amautas, orejones y quipucamayocs. Esta evidencia hizo pensar que sólo se le ocurrió hacer dicha historia cuando realizó su expedición al Collao, y estuvo especialmente en Cuzco, consultando a los viejos y a Cayu Tupac Yupanqui. Creerlo así es una equivocación. Es una equivocación porque, como comprobará el lector de esta edición de la Primera Parte, ya en la mente de Cieza, desde que tomó contacto con la tierra peruana, bulle la idea de desentrañar de las leyendas y tradiciones que le cuentan lo que haya de verdad histórica y no mero mito. Le preocupa el origen de los Incas, y también de la raza americana en general, especialmente porque -como hemos dicho- tiene conciencia de la diversidad de pueblos, grados de cultura y, sobre todo, de lenguas.
Desde este punto de vista es evidente que Cieza es también el primer prehispanista peruanista de la historiografía. El se da cuenta de que aquella sólida armazón imperial que los españoles -acompañados por la fortuna o por la providencia divina- han debelado, por ser humana tuvo que tener una historia después de su mítico origen, y que aquellas calzadas, edificios, templos y huacas respondían a una organización, a una estructura político social y económica. Por lo dicho, cuando se le facilita -con recomendaciones y cartas patentes para oficiales reales, notarios, corregidores y mandos coloniales- el viaje al Collao, ve llegada la ocasión única (y en verdad lo fue) para ponerse en contacto con gentes bien informadas, que le dieran noticia de lo que había sido el Tahuantinsuyu. A ello dedicaría su Segunda Parte o Señorío de los Incas, pero en su mente ya estaba decidida la organización del libro y por ello el plan está definido desde el comienzo, como en el planteamiento de un puzzle, en el que sólo había que ir encajando las piezas que completaran la imagen prevista. Edición de la Primera Parte y éxito editorial.-Como sabemos, y hemos repetido en su biografía, Cieza tenía tal confianza en el valor de la obra que había concebido, que se atreve a solicitar audiencia con el Príncipe Felipe, quizá apoyado por su nombramiento de cronista, dado por Gasca, que entonces gozaba de una sólida fama, por su éxito en la pacificación del Perú. La audiencia fue concedida, quizá sin mucha urgencia, ya que sólo se efectúa en 1552, en Toledo, pero el Príncipe Felipe -luego Felipe II- debió quedar impresionado, ya que el Consejo de Indias, en el mismo año da la autorización para que sea impreso el libro.
Gozoso con la noticia, Cieza se pone en contacto con el impresor Martín de Montes de Oca (en la impresión aparece Montesdoca), que terminaba su trabajo en 15 de marzo de 1553, lanzando a la venta un libro pulcro, con el gran escudo de España, rodeado por el imperial Toisson d'Or, heredado por Carlos V de su padre flamenco, Felipe "el Hermoso", y bajo él el ampuloso título e identificación del autor: PARTE PRIMERA / De la chronica del Peru. Que tracta la demarca / ción de sus provincias: la descripción dellas. Las / fundaciones de las nuevas ciudades. Los ritos / costumbres de los indios. Y otras cosas extrañas / dignas de ser sabidas. Fecha por Pedro de Ciega / de Leon vezino de Seuilla. / 1553 / Con priuilegio real. El éxito fue inmediato y Maticorena85 informa que en 1554 Juan Espinosa, en Medina del Campo, vendió 130 ejemplares; Juan Sánchez de Andrada, en Toledo, 30, y en Córdoba, Diego Gutiérrez de los Ríos, 8. En Sevilla, Villalón, situado cerca de la Magdalena, encargó 15 ejemplares; Rodrigo de Valles, 8; el editor Montes de Oca, otros 8, y Juan Canalla (¿Cazalla?) tomó 100. Ejemplares de esta edición fueron mandados a Santo Domingo y Honduras. Debemos suponer que también al Perú. Cerca de 300 ejemplares -más los que desconocemos?, en aquella época de los "góticos", era uno de los mayores éxitos editoriales. Pero sigamos. Sólo en el siglo XVI tuvo diez ediciones más, todas en Europa, aunque no exclusivamente en castellano, sino también en italiano86.
En 1554, tres en Amberes (de lo que aún pudo tener noticia Cieza); en 1555, una en Venecia y otra en Roma; en 1557, nuevamente en Venecia en 1560, dos en Venecia, y otra en la misma ciudad en el año 1560. En el siglo XVII, nada. Esta ausencia de ediciones en este siglo puede explicarse por la aparición en 1609 de la obra de Garcilaso, que explicaba a los ojos de los lectores lo que Cieza había anunciado y no publicado (por las razones que ya conocemos) y por el comienzo de ediciones de la obra de Herrera. En 1709 aparecía la primera traducción inglesa en Londres, pero como relato de viajes, aunque sólo con 94 capítulos de los 121 de la Crónica. En el siglo XIX sólo dos ediciones: la de la Biblioteca de Autores Españoles de Vedia, en 1853, reproducción de la de Sevilla, y la traducción inglesa de Clemens R. Markham, de 1864. La de Vedia ha sido el texto que luego se ha reproducido en las ediciones de este siglo, iniciadas por Calpe en 1922, en el volumen XXIV de su colección de Los grandes viajes clásicos. Desde hace más de veinte años -pese al éxito de las ediciones de Espasa-Calpe en sus diversas colecciones- no hay edición importante de esta Primera Parte de la Crónica del Perú, y las que se han hecho, pese al progreso del conocimiento de la historia primitiva del Perú, no tienen un aparato crítico abundante, que esclarezca palabras indígenas, lugares y puntos de interés.