Finalidad de la obra
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Datos principales
Desarrollo
Finalidad de la obra Una y sólo una es la intención de Hernando al escribir esta obra: enaltecer la persona y los hechos de don Cristóbal Colón, varón digno de eterna memoria. Para ello, descontento como estaba de lo que otros historiadores escribían, determiné tomar a mi cargo el empeño y fatiga de esta obra, creyendo será mejor para mí tolerar lo que quisiere decirse contra mi estilo y atrevimiento, que dejar sepultada la verdad de lo que pertenece a varón tan ilustre. No será precisamente el estilo de Hernando lo que llevará a los historiadores a dedicarle miles de páginas, sino más bien la necesidad de esclarecer y constatar esa verdad pregonada, esa su verdad que con tanta generosidad y desvelo derrochó en cada momento. Es claro que no se puede hacer aquí, en tan breves páginas, una exposición pormenorizada de todos y cada uno de los puntos conflictivos que ofrece esta obra. Por ello hemos preferido una visión de conjunto, remitiendo al lector a algunas notas aclaratorias que acompañan a pie de página la Historia del Almirante. No debe olvidarse nunca que Hernando escribe, sobre todo, entre 1537 y 1539, y menos aún que lo que se ha propuesto hacer es un alegato en favor de su padre convirtiéndolo en eje y centro de todos sus empeños. Con esto muy presente, los méritos ajenos o se difuminan o se soslayan, para centrarse casi exclusivamente en los del descubridor; por el contrario, con los defectos sucede a la inversa: se acrecentarán los de los demás, minimizando u olvidando los colombinos.
A lo largo de toda la Historia, ¡qué poco canta a aquellos que siempre apoyaron al Almirante, al grupo de leales castellanos, cabales, honrados, obedientes y buenos servidores! Y, sin embargo, ¡cómo se ensaña con los revoltosos, desobedientes, deslenguados y hombres sin vergüenza! Lo de menos es comprender las razones por las que sucedió así. Eso apenas importa, o mejor dicho, no importa nada. Para la pluma hernandina se trata de una pandilla de vagos, lujuriosos, traidores, ladrones y alguna lindeza más. Los actos de tan desvergonzados personajes, así cantados, contrastarán con la pobre víctima: el sufrido y resignado Colón. Los Margarit y Aguado, Roldán y los roldanistas, al discrepar de la persona elegida por Dios --Cristoferens--, al sentir y defender un poblamiento diferente al colombino fueron cavando la fosa del navegante metido a gobernar gente castellana. Hernando conocía los hechos, pero no los podía disociar de las consecuencias negativas que tuvieron para el apellido Colón. En el caso de la marinería, si hubo algunos que en ciertos momentos podían hacer sombra al navegante genial éstos fueron los Pinzones. Contra ellos, más que con nadie, se ensañará Hernando; cuando él escribía su Historia aún estaba reciente aquella manipulación parcial y sensacionalista, hecha en 1535 por el fiscal Villalobos, del nombre de tan excelentes navegantes. Esta fea jugada permite comprender mejor --jamás justificar-- el furor hernandino32. Tampoco anduvo recatado con las autoridades que intervinieron en la caída y pérdida de los privilegios colombinos.
Del rey a los gobernantes que ejercerán en Indias para desgracia del descubridor y de sus intereses, pasando por el obispo Fonseca, adversario contumaz del más contumaz de los navegantes, nadie se salvará de la pluma hernandina. A los Reyes Católicos les culpó de haber elegido para aquel cargo a un hombre malo y de tan poco saber (Bobadilla), de estar mal informados ... contra el Almirante. Con más pasión de hijo que predicador de verdades puede entenderse el suspicaz retrato que nos brinda del rey Fernando el Católico: algo seco y contrario a sus negocios (del Almirante). Esto se vio más claro en la acogida que le hizo (en 1505), pues aunque en la apariencia le recibió con buen semblante y fingió volver a ponerle en su estado, tenía voluntad de quitárselo totalmente si no lo hubiese impedido la vergüenza (cap. CVIII). Cuando escribe no puede olvidar que Fernando el Católico fue el monarca que aplicó hasta el final de su vida los mayores recortes a los privilegios colombinos. De don Juan Rodríguez de Fonseca, eclesiástico mundano y director de las armadas y negocios indianos, Hernando, con toda claridad, resumirá así el sentir familiar y casi público: abrigó continuamente mortal odio al Almirante y a sus empresas, y estuvo a la cabeza de quienes lo malquistaron con el Rey (cap. LXV). En consecuencia, muchos criados o protegidos suyos andan sembrados por las páginas de su Historia poniendo trabas al Almirante. Hasta el más santo varón --piensa Hernando-- perdería la calma entre tanta infamia.
De las autoridades con mando en Santo Domingo, implicadas directamente en la caída y mal tratamiento que en adelante tendría todo lo colombino, qué iba a decir don Hernando sino destapar todos sus recursos verbales contra ellos. Bobadilla truncó sañudamente la carrera del Virrey y ningún Colón se lo perdonó jamás. Acaso por ello, desencantado de la justicia de los hombres, a Hernando le brotó como nunca la vena providencialista al narrar la muerte de su enemigo: Yo tengo por cierto que esto fue providencia divina, porque, si arribaran estos a Castilla, jamás serían castigados según merecían sus delitos, antes bien, porque eran protegidos del Obispo (Fonseca), hubiesen recibido muchos favores y gracias (cap. LXXXVIII). Nicolás de Ovando, sustituto de Bobadilla, no recibe mejor tratamiento. Cuanto queda referido de ataque al oponente para elevar a don Cristóbal no era suficiente. ¿Qué hacer con tantos puntos oscuros como tenía la vida del descubridor? Algunos eran secretos celosamente guardados por la familia, que por nada del mundo debían ser descubiertos. Sin embargo, inquietaba el atrevimiento de algunos escritores (Oviedo, sobre todo) que empezaban a publicar ciertos relatos que podían ser muy dañinos. Para salir airoso de esta prueba Hernando hará gala de su extraordinaria inteligencia y saber; y como lo que está en juego es la memoria de su padre, apenas le preocupará la objetividad de los hechos. El procedimiento seguido fue variado. Por una parte utiliza la ambigüedad, decir que dicen, mezclar lo que muchos manifiestan a veces de forma contradictoria o discrepante; hecho esto, evitará manifestarse oponiéndose o aclarando rotundamente tales fábulas o leyendas o habladurías; donde si que se detiene y llama la atención del lector es en las contradicciones o errores del autor de turno, haciendo gala de una fina dialéctica; en este caso sale a relucir el hombre meticuloso que era, el detallista y pormenorizado; una vez que ha logrado poner al descubierto los puntos débiles, aunque sean nimios, maneja con soltura la ironía y desprecio al adversario y conduce al lector a no tomar en cuenta opiniones de quien no es de fiar pues tanto erraba33.
Por otra parte, hay que registrar en el haber de Hernando una serie de olvidos intencionados tocantes a errores imputables al héroe. Unas veces se silencian sin más, como en el caso de los amores irregulares de Colón con Beatriz Enríquez de Arana y nacimiento de Hernando; o como el secreto de algunos descubrimientos34; o el de los cargamentos de esclavos indios enviados a Castilla poco antes de ser depuesto. En otras ocasiones, si el silencio es demasiado ostensible, mezclará momentos históricos y confundirá35. También es digna de ser resaltada la labor de retoque hernandino de algunas ideas cosmográficas del infalible Colón; ideas que en 1537, en que Hernando escribe, la realidad había demostrado que eran equivocadas36.
A lo largo de toda la Historia, ¡qué poco canta a aquellos que siempre apoyaron al Almirante, al grupo de leales castellanos, cabales, honrados, obedientes y buenos servidores! Y, sin embargo, ¡cómo se ensaña con los revoltosos, desobedientes, deslenguados y hombres sin vergüenza! Lo de menos es comprender las razones por las que sucedió así. Eso apenas importa, o mejor dicho, no importa nada. Para la pluma hernandina se trata de una pandilla de vagos, lujuriosos, traidores, ladrones y alguna lindeza más. Los actos de tan desvergonzados personajes, así cantados, contrastarán con la pobre víctima: el sufrido y resignado Colón. Los Margarit y Aguado, Roldán y los roldanistas, al discrepar de la persona elegida por Dios --Cristoferens--, al sentir y defender un poblamiento diferente al colombino fueron cavando la fosa del navegante metido a gobernar gente castellana. Hernando conocía los hechos, pero no los podía disociar de las consecuencias negativas que tuvieron para el apellido Colón. En el caso de la marinería, si hubo algunos que en ciertos momentos podían hacer sombra al navegante genial éstos fueron los Pinzones. Contra ellos, más que con nadie, se ensañará Hernando; cuando él escribía su Historia aún estaba reciente aquella manipulación parcial y sensacionalista, hecha en 1535 por el fiscal Villalobos, del nombre de tan excelentes navegantes. Esta fea jugada permite comprender mejor --jamás justificar-- el furor hernandino32. Tampoco anduvo recatado con las autoridades que intervinieron en la caída y pérdida de los privilegios colombinos.
Del rey a los gobernantes que ejercerán en Indias para desgracia del descubridor y de sus intereses, pasando por el obispo Fonseca, adversario contumaz del más contumaz de los navegantes, nadie se salvará de la pluma hernandina. A los Reyes Católicos les culpó de haber elegido para aquel cargo a un hombre malo y de tan poco saber (Bobadilla), de estar mal informados ... contra el Almirante. Con más pasión de hijo que predicador de verdades puede entenderse el suspicaz retrato que nos brinda del rey Fernando el Católico: algo seco y contrario a sus negocios (del Almirante). Esto se vio más claro en la acogida que le hizo (en 1505), pues aunque en la apariencia le recibió con buen semblante y fingió volver a ponerle en su estado, tenía voluntad de quitárselo totalmente si no lo hubiese impedido la vergüenza (cap. CVIII). Cuando escribe no puede olvidar que Fernando el Católico fue el monarca que aplicó hasta el final de su vida los mayores recortes a los privilegios colombinos. De don Juan Rodríguez de Fonseca, eclesiástico mundano y director de las armadas y negocios indianos, Hernando, con toda claridad, resumirá así el sentir familiar y casi público: abrigó continuamente mortal odio al Almirante y a sus empresas, y estuvo a la cabeza de quienes lo malquistaron con el Rey (cap. LXV). En consecuencia, muchos criados o protegidos suyos andan sembrados por las páginas de su Historia poniendo trabas al Almirante. Hasta el más santo varón --piensa Hernando-- perdería la calma entre tanta infamia.
De las autoridades con mando en Santo Domingo, implicadas directamente en la caída y mal tratamiento que en adelante tendría todo lo colombino, qué iba a decir don Hernando sino destapar todos sus recursos verbales contra ellos. Bobadilla truncó sañudamente la carrera del Virrey y ningún Colón se lo perdonó jamás. Acaso por ello, desencantado de la justicia de los hombres, a Hernando le brotó como nunca la vena providencialista al narrar la muerte de su enemigo: Yo tengo por cierto que esto fue providencia divina, porque, si arribaran estos a Castilla, jamás serían castigados según merecían sus delitos, antes bien, porque eran protegidos del Obispo (Fonseca), hubiesen recibido muchos favores y gracias (cap. LXXXVIII). Nicolás de Ovando, sustituto de Bobadilla, no recibe mejor tratamiento. Cuanto queda referido de ataque al oponente para elevar a don Cristóbal no era suficiente. ¿Qué hacer con tantos puntos oscuros como tenía la vida del descubridor? Algunos eran secretos celosamente guardados por la familia, que por nada del mundo debían ser descubiertos. Sin embargo, inquietaba el atrevimiento de algunos escritores (Oviedo, sobre todo) que empezaban a publicar ciertos relatos que podían ser muy dañinos. Para salir airoso de esta prueba Hernando hará gala de su extraordinaria inteligencia y saber; y como lo que está en juego es la memoria de su padre, apenas le preocupará la objetividad de los hechos. El procedimiento seguido fue variado. Por una parte utiliza la ambigüedad, decir que dicen, mezclar lo que muchos manifiestan a veces de forma contradictoria o discrepante; hecho esto, evitará manifestarse oponiéndose o aclarando rotundamente tales fábulas o leyendas o habladurías; donde si que se detiene y llama la atención del lector es en las contradicciones o errores del autor de turno, haciendo gala de una fina dialéctica; en este caso sale a relucir el hombre meticuloso que era, el detallista y pormenorizado; una vez que ha logrado poner al descubierto los puntos débiles, aunque sean nimios, maneja con soltura la ironía y desprecio al adversario y conduce al lector a no tomar en cuenta opiniones de quien no es de fiar pues tanto erraba33.
Por otra parte, hay que registrar en el haber de Hernando una serie de olvidos intencionados tocantes a errores imputables al héroe. Unas veces se silencian sin más, como en el caso de los amores irregulares de Colón con Beatriz Enríquez de Arana y nacimiento de Hernando; o como el secreto de algunos descubrimientos34; o el de los cargamentos de esclavos indios enviados a Castilla poco antes de ser depuesto. En otras ocasiones, si el silencio es demasiado ostensible, mezclará momentos históricos y confundirá35. También es digna de ser resaltada la labor de retoque hernandino de algunas ideas cosmográficas del infalible Colón; ideas que en 1537, en que Hernando escribe, la realidad había demostrado que eran equivocadas36.