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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XCIX Que trata de cómo el gobernador fundó la ciudad de Santiago, digo de la Concepción, en el sitio donde estaba el fuerte Habiendo salido a correr la tierra el maestre de campo Pedro de Villagran y el capitán don Cristóbal de la Cueva y el capitán Diego Oro, cada uno por su parte con gente, traían de paz muchos caciques y prencipales. Y en este noble exercicio se ocuparon estos capitanes y conquistadores todo el invierno, que no es poco trabajo. Pues viendo el gobernador al fin de las aguas y entrada de la primera vez, que habían venido de paz y venían muchos caciques y servían con sus indios, acordó con ellos y con los españoles hacer un fuerte en una cuadra de cuatro solares. Y para hacello convino trazar la ciudad en el sitio donde estaba hecho el fuerte. Y fundóla e intitulola la ciudad de la Concepción. Y formó cabildo y justicia y regimiento, y puso en la plaza una picota. Y en esta sazón andaban los españoles sacando de la mar en la playa mucha piedra y la acarreaban con carretas a las zanjas que abrían los indios, y otros entendían en hacer adobes. De suerte que todos trabajábamos, unos en la guerra y otros en la obra, con la orden siguiente, que los que andaban en la guerra un mes, venían a la ciudad y entendían en la obra, y de los que andaban en la obra, iban otros tantos a la guerra y estaban otros treinta o cuarenta días. Y de esta suerte conquistaba y poblaba y se sustentaba. Y muchas veces y aun muchos días, no comíamos sino mejillones y marisco sacado de la mar y cogollos chicos y raíces de achupallas, que son a imitación de palmitos.
Comenzado esto y entrado el mes de octubre, despachó el gobernador un mensajero, que se decía Alonso de Aguilera, a dar cuenta a Su Majestad de todo. Partió de la ciudad de la Concepción en quince días del mes de octubre del año de nuestra salud de mil y quinientos y cincuenta. Despachado el mensajero, viendo el gobernador que de ahí a tres meses le convenía subir con la gente de guerra arriba la tierra dentro y poblar adelante hacia el estrecho una ciudad, y dando orden en cómo había de llevar la gente que conviniese y dejar la que bastase para sustentarse y sustentar la ciudad que poblado había, y considerando que tenía pocos caballos y no muchos españoles, acordó hacer en el cercado que habemos dicho una casa fuerte de adobes donde pudiesen quedar seguros hasta sesenta vecinos y conquistadores. Y quedando en este fuerte a buen recaudo, podían quedar con veinte caballos, porque con éstos y con quedar en aquel fuerte, no eran parte los indios, porque aunque viniesen muchos no bastaban a los ofender, ni aún forzalles que saliesen a pelear, si ellos no quisiesen. Y esto se hizo a fin que pudiesen estar seguros los españoles, hasta en tanto que poblaba adelante, porque después de haber poblado, el gobernador pondría remedio en la sustentación. En esta sazón mandó el gobernador apercebir ochenta hombres y mandó al general Gerónimo de Alderete que fuese con aquella gente y pasase a Niehuequetén y a Bibio, y que fuese hasta quince leguas de la ciudad y que llegase a la cordillera, y que por allí descubriese y fuese hasta donde le pareciese, y que al fin de febrero volviese a la costa de la mar a la ribera de Bibio, porque para aquel tiempo saldría él a juntarse allí para ir adelante.
Salido el general Gerónimo de Alderete, luego despachó al capitán Joan Bautista con los navíos, que fuese a correr la costa y descubriese unas islas de que tenía noticia, que donde más seguro y sin peligro pudiese tomar comida, y cargase aquellos navíos para dejar proveídos aquella gente que había de quedar en sustentación de aquella ciudad. Salió el capitán con los navíos y llegamos a la isla que de antes se había descubierto, y fue avisado del gobernador que no saltase en tierra firme, sino que fuese a las islas que él tenía noticia que estaban adelante de aquella otra que había descubierto. Llegamos a la primera isla habiendo navegado un día y una noche. Estará esta isla de la ciudad de la Concepción doce leguas y dos leguas de tierra firme. Y a media noche mandó el capitán hacer a la vela los navíos y fuimos a la tierra firme a Labapi, donde la otra vez habíamos estado. Y luego el capitán mandó saliesen cuarenta hombres a tierra, pareciéndole que allí se tomaría la comida. Entramos por el valle arriba un cuarto de legua y hallábamos las casas despobladas, que era ya que amanecía. Salieron los indios a nosotros y nos retiramos hacia la mar. Y como éramos de a pie, se nos atrevían, que cuando llegamos a la mar donde estaban los navíos era el sol salido y allí cargó sobre nosotros gran cantidad de gente a estorbarnos la entrada. Y por buena maña que nos dimos, aunque no perezosos, nos mataron cinco hombres, allí delante de nosotros los hacían pedazos y los comían sin que los pudiésemos socorrer, y nos hirieron veinte españoles.
Embarcamos con esta ganancia, aunque habíamos salido a tomar comida, más ellos nos la defendieron muy bien. Y ansí mismo nos hicimos a la vela de donde habíamos salido a hacer el salto. Estuvimos un día y una noche, y otro día salimos para seguir nuestro viaje, y al tercero día vimos la otra isla, en la cual tomamos puerto. Esta isla se decía de Amocha. Está alta en medio y montuosa, y la falda rasa y muy poblada donde se da mucho bastimento. Estará de la otra isla treinta leguas y ocho de tierra firme. Tendrá una legua de ancho y dos y media en torno. Hay más de ochocientos indios. Llegados a ella vinieron muchos indios y mujeres y muchachos, espantados de ver aquello que no habían visto. Y otro día salimos por la mañana y luego vinieron los indios, y nos mandaron sentar y que no pasásemos adelante, que nos matarían. Mandó el capitán diésemos en ellos, y matáronse hasta catorce indios y los demás huyeron y perdiéronse dos señores, los cuales metimos en la galera. Y con el servicio que llevábamos cargamos los navíos de maíz y papas y frísoles, que había gran cantidad. Y fue, que en la sazón que llegamos estaban diferentes dos señores que hay en aquella isla, y por esto no se nos defendió. Y como ellos en condición general se huelgan del mal de unos y de otros, no se confederaron y ansí la tomamos seguramente. Aunque yo he andado e visto hartas provincias, no he visto indios más proveídos de bastimento y de mejores casas que en esta isla. Mas no es de maravillar, porque es muy fértil tierra. Hecho este salto o ranchería, como acá decimos, nos hicimos a la vela y nos volvimos a la ciudad. Esta comida se repartió en las personas que habían de quedar en la ciudad. Habló el gobernador aquellos prencipales indios, y pesóle el suceso que nos había acontecido. Tardamos en este viaje treinta días, que el gobernador nos tenía por perdidos y aún no tuvo poca alegría cuando nos vido entrar por la bahía. Y de allí a seis días mandó al capitán Diego Oro fuese con aquellos navíos y llevase aquellos caciques a sus tierras, porque era el prencipal, señor de la una parcialidad de la isla y el otro era su hijo.
Comenzado esto y entrado el mes de octubre, despachó el gobernador un mensajero, que se decía Alonso de Aguilera, a dar cuenta a Su Majestad de todo. Partió de la ciudad de la Concepción en quince días del mes de octubre del año de nuestra salud de mil y quinientos y cincuenta. Despachado el mensajero, viendo el gobernador que de ahí a tres meses le convenía subir con la gente de guerra arriba la tierra dentro y poblar adelante hacia el estrecho una ciudad, y dando orden en cómo había de llevar la gente que conviniese y dejar la que bastase para sustentarse y sustentar la ciudad que poblado había, y considerando que tenía pocos caballos y no muchos españoles, acordó hacer en el cercado que habemos dicho una casa fuerte de adobes donde pudiesen quedar seguros hasta sesenta vecinos y conquistadores. Y quedando en este fuerte a buen recaudo, podían quedar con veinte caballos, porque con éstos y con quedar en aquel fuerte, no eran parte los indios, porque aunque viniesen muchos no bastaban a los ofender, ni aún forzalles que saliesen a pelear, si ellos no quisiesen. Y esto se hizo a fin que pudiesen estar seguros los españoles, hasta en tanto que poblaba adelante, porque después de haber poblado, el gobernador pondría remedio en la sustentación. En esta sazón mandó el gobernador apercebir ochenta hombres y mandó al general Gerónimo de Alderete que fuese con aquella gente y pasase a Niehuequetén y a Bibio, y que fuese hasta quince leguas de la ciudad y que llegase a la cordillera, y que por allí descubriese y fuese hasta donde le pareciese, y que al fin de febrero volviese a la costa de la mar a la ribera de Bibio, porque para aquel tiempo saldría él a juntarse allí para ir adelante.
Salido el general Gerónimo de Alderete, luego despachó al capitán Joan Bautista con los navíos, que fuese a correr la costa y descubriese unas islas de que tenía noticia, que donde más seguro y sin peligro pudiese tomar comida, y cargase aquellos navíos para dejar proveídos aquella gente que había de quedar en sustentación de aquella ciudad. Salió el capitán con los navíos y llegamos a la isla que de antes se había descubierto, y fue avisado del gobernador que no saltase en tierra firme, sino que fuese a las islas que él tenía noticia que estaban adelante de aquella otra que había descubierto. Llegamos a la primera isla habiendo navegado un día y una noche. Estará esta isla de la ciudad de la Concepción doce leguas y dos leguas de tierra firme. Y a media noche mandó el capitán hacer a la vela los navíos y fuimos a la tierra firme a Labapi, donde la otra vez habíamos estado. Y luego el capitán mandó saliesen cuarenta hombres a tierra, pareciéndole que allí se tomaría la comida. Entramos por el valle arriba un cuarto de legua y hallábamos las casas despobladas, que era ya que amanecía. Salieron los indios a nosotros y nos retiramos hacia la mar. Y como éramos de a pie, se nos atrevían, que cuando llegamos a la mar donde estaban los navíos era el sol salido y allí cargó sobre nosotros gran cantidad de gente a estorbarnos la entrada. Y por buena maña que nos dimos, aunque no perezosos, nos mataron cinco hombres, allí delante de nosotros los hacían pedazos y los comían sin que los pudiésemos socorrer, y nos hirieron veinte españoles.
Embarcamos con esta ganancia, aunque habíamos salido a tomar comida, más ellos nos la defendieron muy bien. Y ansí mismo nos hicimos a la vela de donde habíamos salido a hacer el salto. Estuvimos un día y una noche, y otro día salimos para seguir nuestro viaje, y al tercero día vimos la otra isla, en la cual tomamos puerto. Esta isla se decía de Amocha. Está alta en medio y montuosa, y la falda rasa y muy poblada donde se da mucho bastimento. Estará de la otra isla treinta leguas y ocho de tierra firme. Tendrá una legua de ancho y dos y media en torno. Hay más de ochocientos indios. Llegados a ella vinieron muchos indios y mujeres y muchachos, espantados de ver aquello que no habían visto. Y otro día salimos por la mañana y luego vinieron los indios, y nos mandaron sentar y que no pasásemos adelante, que nos matarían. Mandó el capitán diésemos en ellos, y matáronse hasta catorce indios y los demás huyeron y perdiéronse dos señores, los cuales metimos en la galera. Y con el servicio que llevábamos cargamos los navíos de maíz y papas y frísoles, que había gran cantidad. Y fue, que en la sazón que llegamos estaban diferentes dos señores que hay en aquella isla, y por esto no se nos defendió. Y como ellos en condición general se huelgan del mal de unos y de otros, no se confederaron y ansí la tomamos seguramente. Aunque yo he andado e visto hartas provincias, no he visto indios más proveídos de bastimento y de mejores casas que en esta isla. Mas no es de maravillar, porque es muy fértil tierra. Hecho este salto o ranchería, como acá decimos, nos hicimos a la vela y nos volvimos a la ciudad. Esta comida se repartió en las personas que habían de quedar en la ciudad. Habló el gobernador aquellos prencipales indios, y pesóle el suceso que nos había acontecido. Tardamos en este viaje treinta días, que el gobernador nos tenía por perdidos y aún no tuvo poca alegría cuando nos vido entrar por la bahía. Y de allí a seis días mandó al capitán Diego Oro fuese con aquellos navíos y llevase aquellos caciques a sus tierras, porque era el prencipal, señor de la una parcialidad de la isla y el otro era su hijo.