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Desarrollo


Capítulo LXXXVII Que trata de cómo fue el capitán Francisco de Aguirre a reedificar la ciudad de la Serena y del suceso Venido Francisco de Aguirre de los pormocaes que a la sazón andaba con cierta gente, con la alteración e llevada de la ciudad de la Serena, e dada la provisión de teniente en aquella ciudad, e señalados los vecinos que habían de ser, y señalados los caciques que cada uno había de tener, e quien habían de ser alcaldes, le mandó que luego en allegando, reedificase la ciudad, e que de la gente que allí estaba, tomase los que le pareciesen para la sustentación de aquella ciudad, e que los demás soldados le enviase, para que entrando el verano estuviese en la ciudad de Santiago, para que de allí a dos o tres meses se partiría él para arriba a la conquista, e poblar una ciudad. Llegado Francisco de Aguirre al valle de Coquimbo, tomó treinta y dos hombres, e toda la demás gente mandó se viniesen a servir al gobernador, e reedificó la ciudad de la Serena, miércoles, a veinte y seis días del mes de agosto del año de nuestra salud de mil quinientos y cuarenta y nueve. Comenzaron a hacer sus casas e cercar sus solares, y Francisco de Aguirre enviar mensajeros a los indios viniesen de paz. E algunos prencipales comarcanos a la ciudad escomenzaron a venir a servir, e viendo que todos se desculpaban con los de Copiapó, e que era el más lejano valle e los más culpados en el negocio pasado, acordó salir e ir allá con doce españoles, dejando veinte en la ciudad, dándoles la orden que habían de tener.

Salió el capitán Francisco de Aguirre con sus once españoles, y antes que entrase en el valle, envió a decir a los indios que viniesen a servir, y si no querían, que hiciesen muchas armas, porque él les iba a visitar, y que no dijesen que no les avisaba. Oída los indios de Copiapó la embajada que Francisco de Aguirre les enviaba, no poco se alteraron y se espantaron, y decían que qué capitán era aquél, que antes que entrase en el valle le avisaba e les mandaba hacer armas. Se ayuntaron todos, e a la sazón estaba una yanacona entre muchos que del Pirú allí tenían, el cual había andado con el capitán Francisco de Aguirre. Y le preguntaron que qué capitán era aquel que venía. Y el yanacona le respondió que le conocía muy bien, e que se llamaba Aguirre, e que nunca traía mucha gente, más de doce cristianos, y que con éstos acometía todos los indios que estuviesen de guerra, y que en Atacama él había visto desbaratar un fuerte e matar muchos indios, sin que los indios le hiciesen ningún daño. Oído los indios lo que el yanacona decía, perdían todo el animo que en lo pasado habían tenido, e hicieron fuera del valle un fuerte. Entrado el capitán Francisco de Aguirre en el valle, tuvo noticia del fuerte e fuese a él. E viendo los indios que tan atrevidamente se iba a su fuerte, acordaron no se lo defender, e no con poco miedo huían. Y cuando Francisco de Aguirre llegó no habían huido tan ligeramente que no se tomaron algunos, e hizo castigo de ellos.

E luego supo dónde estaba un señor que se decía Cabimba, e informado Francisco de Aguirre dónde estaba aquel señor escondido con su gente, envió cuatro españoles, e que diesen sobre el indio y que de todas maneras hiciesen por le tomar. E idos los cuatro de a caballo dieron una madrugada sobre él, y como la gente estaba tan amedrentada y tomados tan de repente, no cuidaron de defenderse. Fue preso Cabimba e trujéronselo al capitán Francisco de Aguirre, que no poco culpado era en el negocio. Era indio belicoso y cruel, porque los españoles que mataron en Copiapó había tomado uno a vida, e le mandó colgar de las alillas e le tuvo colgado tres días, atormentándole, cortándole sus miembros. E visto y entendido por Francisco de Aguirre por la confesión que este señor y otros indios le decían, con la crueldad que había muerto aquel español, mandó hacer la misma justicia en él. E con esta buena maña, con trasnochadas e madrugadas que daba en los indios, los trujo de paz y vinieron a servir de manera que nunca más se atrevieron a hacer ningún daño. Luego se volvió a la ciudad. Cobraron tan gran miedo los indios de la comarca de esta ciudad que un español solo pasaba el despoblado de Atacama sin temor ninguno.

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