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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XXXVI Que trata del alzamiento de los indios de toda la comarca de la ciudad de Santiago y cómo el general Pedro de Valdivia salió a ellos y de lo que le sucedió en esta jornada Habiendo los indios, gente indómita y sin razón, bárbara, faltos de todo conocimiento y de toda virtud, hecho aquel mal recaudo, acordaron levantarse no solamente aquestos, mas hicieron a todos los demás se alterasen. Y como son amigos de novedades, acordaron hacerse a una todos y hacer de nuevo la guerra. Y como su entendimiento es seguir su apetito y ciega sensualidad, pues siguiéndola como la siguen vienen a ser parte de perder las vidas, no mirando lo que empreden, como muchos la perdieron, el fin que ha de tener y a donde irían a parar sus negocios, aquellos que comienzan cuando se alteran. Con muchas partes habemos visto que caminan como cojos y atinan como ciegos, según que yo he visto y se ve cuando se alzan que perece gran copia de ellos, porque tienen en su condición esta orden: que si al principio, por descuido y por culpa de los españoles, a los indios le sucede bien, reconocen mejor su victoria y con ella engendran brava soberbia, lo cual los destruye. Y como es gente sin orden y sin razón, carecían de experiencias de la guerra. Principalmente con gente tan belicosa como españoles no han buen fin, porque al principio acometen a su salvo y con gran cautela, y por no ser experimentados no se amañan y piérdense. Pues viéndose en el tan acometimiento encarnizados, y viendo que habían comenzado negocio que por ninguna vía podían dejar de perder las vidas, muchos de ellos desampararon sus tierras, porque no era prenda la que habían metido que así fácilmente la habían de dejar de la mano.
Por esta vía acordaron añadir un mal a otro y ejecutar su mal propósito y mala y perversa opinión. Y para efectuarla hicieron llamamiento general y ordenaron sus gentes e hicieron grandes banquetes y borracheras, porque así lo tienen por uso. Y en ella hacen sus acuerdos y dan orden a la guerra que juntos allí en aquella junta acordaron, aunque sin acuerdo, rebelarse todos los señores con sus gentes. Hiciéronse en una unión y conformidad, que dieron orden en como matarían a todos los cristianos que había en la tierra, diciendo que eran pocos. Y para efectuarlo concertaron que se ayuntasen por provincias y que se diesen avisos a los que convenía darse. Fueron luego ayuntados diez mil indios en el valle de Anconcagua, del mesmo valle y de los más cercanos, a la voz del cacique Michimalongo, ansí mesmo por parte del cacique Quilicanta. Y ayuntáronse más todos los indios del valle de Mapocho y otros que llaman los picones, que son los que agora se dicen pormocaes, como adelante diré por qué se llamaron picones y porcomaes, que eran todos diez y seis mil indios. Sabido por el general el alteración de los indios y las juntas que los señores habían hecho, acordó salir de la ciudad con la más brevedad que pudo, e ir a romper la más cercana junta y no aguardar a que se ayuntasen todos si fuere posible, porque rompiendo aquéllos, los otros no tienen tantas fuerzas, y de esta suerte son parte para deshacer grandes juntas. Salió el general con sesenta hombres, los treinta de a caballo y los otros de a pie, y fue al valle de Anconcagua a desbaratar a Michimalongo y a su gente.
Entretanto, estando preso como arriba dijimos el cacique Quilicanta con los demás caciques, y como era valeroso y de quien hacían todos los caciques mucha mención, era hombre de guerra y de la progenie de los ingas. Este, viéndose preso acordó de tratar amistad con el cacique Michimalongo, haciéndoles saber por mensajeros que le enviaba, pues tenían en medio los cristianos, cómo eran tan pocos, hambrientos y cansados, y que ellos eran muchos en extrema cantidad y estaban en su tierra y la sabían, y que se animase y matase a los cristianos, y que después ellos se concertarían y serían amigos hasta su fin. El Michimalongo, oída la embajada, parecióle bien el negocio y concedió en ello, y respondió que era bien acertado, y que en ello se ganaban dos cosas, lo uno, libertad a su tierra y gente, en echar de ella a sus adversos, como en efecto por tales los tenían, y lo otro, por verse amigo del Quilicanta, que era una cosa que él mucho deseaba porque conocía que era más poderoso que no él. Sabido por Quilicanta la voluntad del Michimalongo, y cómo había concedido en el concierto y ruego, envió a hablar a sus principales indios, diciéndoles que cuatrocientos de ellos viniesen al presente a servir al general para ir con él, y que agora tenían tiempo para poderse vengar de él. E venidos les dijo esto ante el general por asegurarle a él y a ellos, y dijo al general: "Apo sírvete de esos indios, que vienen bien aderezados a punto de guerra, que son muy belicosos y buenos guerreros, que son del valle de Mapocho".
Recibiólos el general, pareciéndole que le hacía gran servicio en darle cuatrocientos amigos y hombres de guerra. Y por otra parte hizo el Quilicanta mensajero a los principales que llevaban aquellos cuatrocientos indios a cargo, secretamente, que cuando el general se apease y los demás cristianos de sus caballos para pelear con Michimalongo donde estuviese, que ellos como personas de quien no se tendría sospecha por llevarlos por amigos, se allegasen y matasen luego los caballos, porque aquéllos muertos, no esperaría ningún español. Y como en semejantes peligros Dios nuestro Señor, ampara y socorre y alumbra a los cristianos, remedió y alumbró el entendimiento al general de esta suerte: yendo caminando con sus españoles en el valle de Colina, que es cuatro leguas de la ciudad de Santiago, vido encima de una peña cercana del camino dos indios que miraban a los cristianos. Y como es gente silvestre y mal inclinada, tenían tino a las palabras que su cacique les mandó, más que a la solicitud y disimulación que debían tener, por qué miraban a los cristianos. E visto por el general, que iba delante de su gente, mandó a su maese de campo que pasada toda la gente, ansí españoles como indios, tomase aquellos dos indios que estaban encima de la peña, y los apartase del camino donde nadie los viese, y supiese qué era lo que allí hacían y en qué entendían. Luego el maestre de campo lo puso por obra y tomados aquellos dos indios les quería atormentar.
Luego confesaron su intención y mostraron un quipo, que es un hilo grueso con sus ñudos, en el cual tenían tantos ñudos hechos cuantos españoles habían pasado. Con esto confesaron todo cuanto llevaban en voluntad de hacer, según y como su cacique Quilicanta les había mandado. Declararon más, que el día que el general diese la guazábara a Michimalongo habían de dar todo el restante de la tierra en la ciudad y quemarla y matar a los cristianos. Luego fueron estos dos indios ahorcados, porque no supiesen la demás gente lo que dijeron al maestre de campo. Pero Gómez de Don Benito le avisó al general de todo el negocio. Luego el general habló a sus españoles públicamente que la junta de Michimalongo era burla y que no había tal cosa. Esto les dijo por volver a amparar la ciudad con toda priesa. Caminando como digo a la ciudad, supo en el camino cómo toda la gente de guerra de la provincia de los pormocaes se habían juntado en el río de Cachapoal, que son doce leguas de la ciudad, y que allí tenían hecho un fuerte con el señor de aquel valle. Oída la nueva, se dio mayor priesa, y porque no viniesen a la ciudad ante que él allegase, y no la llevasen, que por ventura estaría desapercebida, marchó con su gente con tanta presura que entró en la ciudad a muy buen tiempo. Sabida por los indios de guerra la entrada del general, hicieron alto cerca del dicho río, y de allí esperaban hacer el daño que pudiesen. Y ya que no pudieron efectuar su mal propósito, acordaron estar quedos en aquel fuerte. Acordó el general salir de la ciudad con sesenta hombres de a caballo y de a pie, dejando en la ciudad su teniente y todo recaudo posible, como hombre que bien lo entendía, y como el tiempo y sitio lo requería y la necesidad lo amaestraba.
Por esta vía acordaron añadir un mal a otro y ejecutar su mal propósito y mala y perversa opinión. Y para efectuarla hicieron llamamiento general y ordenaron sus gentes e hicieron grandes banquetes y borracheras, porque así lo tienen por uso. Y en ella hacen sus acuerdos y dan orden a la guerra que juntos allí en aquella junta acordaron, aunque sin acuerdo, rebelarse todos los señores con sus gentes. Hiciéronse en una unión y conformidad, que dieron orden en como matarían a todos los cristianos que había en la tierra, diciendo que eran pocos. Y para efectuarlo concertaron que se ayuntasen por provincias y que se diesen avisos a los que convenía darse. Fueron luego ayuntados diez mil indios en el valle de Anconcagua, del mesmo valle y de los más cercanos, a la voz del cacique Michimalongo, ansí mesmo por parte del cacique Quilicanta. Y ayuntáronse más todos los indios del valle de Mapocho y otros que llaman los picones, que son los que agora se dicen pormocaes, como adelante diré por qué se llamaron picones y porcomaes, que eran todos diez y seis mil indios. Sabido por el general el alteración de los indios y las juntas que los señores habían hecho, acordó salir de la ciudad con la más brevedad que pudo, e ir a romper la más cercana junta y no aguardar a que se ayuntasen todos si fuere posible, porque rompiendo aquéllos, los otros no tienen tantas fuerzas, y de esta suerte son parte para deshacer grandes juntas. Salió el general con sesenta hombres, los treinta de a caballo y los otros de a pie, y fue al valle de Anconcagua a desbaratar a Michimalongo y a su gente.
Entretanto, estando preso como arriba dijimos el cacique Quilicanta con los demás caciques, y como era valeroso y de quien hacían todos los caciques mucha mención, era hombre de guerra y de la progenie de los ingas. Este, viéndose preso acordó de tratar amistad con el cacique Michimalongo, haciéndoles saber por mensajeros que le enviaba, pues tenían en medio los cristianos, cómo eran tan pocos, hambrientos y cansados, y que ellos eran muchos en extrema cantidad y estaban en su tierra y la sabían, y que se animase y matase a los cristianos, y que después ellos se concertarían y serían amigos hasta su fin. El Michimalongo, oída la embajada, parecióle bien el negocio y concedió en ello, y respondió que era bien acertado, y que en ello se ganaban dos cosas, lo uno, libertad a su tierra y gente, en echar de ella a sus adversos, como en efecto por tales los tenían, y lo otro, por verse amigo del Quilicanta, que era una cosa que él mucho deseaba porque conocía que era más poderoso que no él. Sabido por Quilicanta la voluntad del Michimalongo, y cómo había concedido en el concierto y ruego, envió a hablar a sus principales indios, diciéndoles que cuatrocientos de ellos viniesen al presente a servir al general para ir con él, y que agora tenían tiempo para poderse vengar de él. E venidos les dijo esto ante el general por asegurarle a él y a ellos, y dijo al general: "Apo sírvete de esos indios, que vienen bien aderezados a punto de guerra, que son muy belicosos y buenos guerreros, que son del valle de Mapocho".
Recibiólos el general, pareciéndole que le hacía gran servicio en darle cuatrocientos amigos y hombres de guerra. Y por otra parte hizo el Quilicanta mensajero a los principales que llevaban aquellos cuatrocientos indios a cargo, secretamente, que cuando el general se apease y los demás cristianos de sus caballos para pelear con Michimalongo donde estuviese, que ellos como personas de quien no se tendría sospecha por llevarlos por amigos, se allegasen y matasen luego los caballos, porque aquéllos muertos, no esperaría ningún español. Y como en semejantes peligros Dios nuestro Señor, ampara y socorre y alumbra a los cristianos, remedió y alumbró el entendimiento al general de esta suerte: yendo caminando con sus españoles en el valle de Colina, que es cuatro leguas de la ciudad de Santiago, vido encima de una peña cercana del camino dos indios que miraban a los cristianos. Y como es gente silvestre y mal inclinada, tenían tino a las palabras que su cacique les mandó, más que a la solicitud y disimulación que debían tener, por qué miraban a los cristianos. E visto por el general, que iba delante de su gente, mandó a su maese de campo que pasada toda la gente, ansí españoles como indios, tomase aquellos dos indios que estaban encima de la peña, y los apartase del camino donde nadie los viese, y supiese qué era lo que allí hacían y en qué entendían. Luego el maestre de campo lo puso por obra y tomados aquellos dos indios les quería atormentar.
Luego confesaron su intención y mostraron un quipo, que es un hilo grueso con sus ñudos, en el cual tenían tantos ñudos hechos cuantos españoles habían pasado. Con esto confesaron todo cuanto llevaban en voluntad de hacer, según y como su cacique Quilicanta les había mandado. Declararon más, que el día que el general diese la guazábara a Michimalongo habían de dar todo el restante de la tierra en la ciudad y quemarla y matar a los cristianos. Luego fueron estos dos indios ahorcados, porque no supiesen la demás gente lo que dijeron al maestre de campo. Pero Gómez de Don Benito le avisó al general de todo el negocio. Luego el general habló a sus españoles públicamente que la junta de Michimalongo era burla y que no había tal cosa. Esto les dijo por volver a amparar la ciudad con toda priesa. Caminando como digo a la ciudad, supo en el camino cómo toda la gente de guerra de la provincia de los pormocaes se habían juntado en el río de Cachapoal, que son doce leguas de la ciudad, y que allí tenían hecho un fuerte con el señor de aquel valle. Oída la nueva, se dio mayor priesa, y porque no viniesen a la ciudad ante que él allegase, y no la llevasen, que por ventura estaría desapercebida, marchó con su gente con tanta presura que entró en la ciudad a muy buen tiempo. Sabida por los indios de guerra la entrada del general, hicieron alto cerca del dicho río, y de allí esperaban hacer el daño que pudiesen. Y ya que no pudieron efectuar su mal propósito, acordaron estar quedos en aquel fuerte. Acordó el general salir de la ciudad con sesenta hombres de a caballo y de a pie, dejando en la ciudad su teniente y todo recaudo posible, como hombre que bien lo entendía, y como el tiempo y sitio lo requería y la necesidad lo amaestraba.