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Datos principales
Desarrollo
Capítulo IX De los tambos que tenía el Ynga y las puentes de crisneja Para maior aviamiento de los indios chasquis, que tenemos dicho, y de los principales y curacas, y otros cualesquiera indios que caminaban por el reino a negocios del Ynga o, por su orden y mandado, iban a algunas provincias o venían de ellas al Cuzco a su llamado, tenía puesto el Ynga en todos los caminos reales tambos, que nosotros llamamos mesones. En éstos residían, de ordinario, unos indios que los tenían a cargo, que ellos llaman tanbuca mayor, con mucho número de gente de servicio, como era el lugar y la disposición y los tiempos y ocasiones. Estos servían a los caminantes, dándoles el aviamiento necesario y recaudo de leña para calentarse, y paja para hacer la cama, agua, maíz, ají, charqui, perdices, cuies, chicha y otros géneros de comidas, que tenían en depósito para este fin, y también diversos géneros de frutas, si las había en los valles cercanos, como plátanos, guayabas, paltas, pacaes, granadillas, que ésta enviaban los marcacamaios, que eran los que tenían cuidado de los pueblos cercanos; y esto todo se repartía conforme a la calidad de la persona del caminante, y de la gente que llevaban consigo. Estos tambos eran unas casas grandísimas y suntuosas, y pintadas con diversidad de pinturas, y puestas a trechos, para que descansasen los caminantes; y en cada tambo había un mandón con comisión del Ynga, o del que en su nombre gobernaba la provincia, el cual podía sacar de los depósitos del Ynga todo lo que fuese menester para el bastimento y recaudo de ello.
Esta mesma orden que entonces, se guarda hoy en los tambos, pero ya sin la curiosidad pasada, porque no están los tambos tan aderezados, ni puestos como fuera razón para el aviamiento y refrigerio, de los caminantes, que pasan incomodidades sin número, y acontece llegar al tambo a hora de vísperas y ser la noche, y no haber comido bocado, ni tener leña para calentarse, ni recaudo para las bestias, lo cual ha procedido que como los corregidores de los distritos han ido, por fuerza y con mañas, apoderándose de los tambos, y haciendo que se arrienden cada año, y poniendo en ellos criados suyos que les vendan las comidas y bastimentos, que ellos compran para revender a los pasajeros, poniendo los aranceles al gusto de su voluntad. Todo es al presente hurtos y robos, todo es violencia y rapiñas, los mismos que las habían de evitar y castigar, porque siendo ellos los interesados, claro está que han de tapar y cubrir las maldades y hurtos que hacen los que están en los tambos, pues ya se sabe la gente que es en todo el mundo. Así los indios, por excusar las vejaciones y molestias que reciben en los tambos, huyen de ellos y de llevar a ellos las aves y perdices, leña y yerba y otras cosas, con que se refrigeraban los pasajeros. Porque viene a ocasión, diré lo que vi en un tambo del camino real del Cuzco, que habiendo llegado tres benditos frailes descalzos, que iban a fundar a Chuquisaca, como a la una del día, y el español que tenía a cargo el tambo, con seis indios para el servicio dél, habiéndole pedido un poco de paja para hacer la cama, nunca se la dio, porque tenía los indios ocupados en sus sementeras, y los pobres frailes el remedio que tuvieron fue tender las frazadas en el suelo y allí alabar a Dios.
El buen tambero era hermano de san Francisco; miren cómo socorrió a sus hermanos, que se azotan y rezan por él. Remédielo quien puede, y esta baste. Juntamente tuvo el Ynga admirable orden en el hacer puentes de crisneja en los ríos grandes, para el pasaje y comunicación de unas provincias a otras. Éstas puentes se hacían de unos a manera de bejucos, y se hacía una crisneja tan gruesa como un cable de navío y más, la cual tomaba de una parte a otra de las riberas y márgenes del río, y venía a dar sobre dos estribos que tenía a cada parte, y allí se estiraban y enlazaban en maderos fuertes. Estas maromas eran tres o cuatro todas, que corrían por igual, y dos a los lados algo más altas y, en la concavidad que había de las bajas a las altas, ponían unos palos fuertes y correosos que las cubrían; y por la cama de la puente hacían un tejido de sogas, como de espartos, que corría sobre las tres o quatro crisnejas principales, con que se tapaban los agujeros, y podían ir por la puente los hombres y carneros, y demás animales, seguramente y a placer, sin peligro ninguno. Tenía el Ynga, en todas estas puentes, puestas guardas e indios de guerra, los cuales estaban con gran cuidado de catar y mirar los que pasaban por ellas, en especial si era gente de quien no tenían mucha satisfacción, y que no llevasen cosa ninguna de las vedadas, que eran mujeres e hijos y sacrificios, porque lo tenían por mal agüero, y así no pasaba indio huido de su pueblo a otro, que si esto se guardara hoy día, no hubiera tantos ausentes de sus pueblos, cargando los trabajos sobre los que en ellos quedan.
Demás de esto había, sin las puentes comunes, otras exentas para el Ynga, por donde él sólo pasaba. Es sin duda cosa ciertísima que, si el Ynga alcanzara a entender la manera y arte con que se fabrican y levantan los arcos par las puentes de piedra, las hiciera famosísimas y de grandísima admiración, porque vemos los edificios de piedra que hizo en diferentes partes, tan bien acabados y ajustados que los antiguos artífices, que en estas obras se esmeraron, hicieran de ellas milagros, no alcanzando los indios los instrumentos para labrar y pulir las piedras, que ellos tuvieron y usaron. Los gobernadores de las provincias tenían a su cargo la fábrica de estas puentes y el aderezo dellas, especial si estaban en frontera y se temían de los enemigos, y de tener en ellas las guarniciones necesarias. Donde no había recaudo, o no era el camino muy pasajero, hacían oroyas, que ellos dicen, que es una maroma muy gruesa, asida de una parte a otra, y della colgaba un cesto, asido a una soga delgada, y metíase el indio en el cesto y tiraban de la soguilla, y corría el cesto por la maroma y pasaba a la otra banda. Hoy día se usan estas oroyas en muchos ríos de este reino, y aunque es cosa temerosa pasar un hombre colgado en un cesto un río profundo y rápido, es segurísima. De una puente refieren los indios una fábula: dicen que los enemigos pasaron por ella, estando las guardas durmiendo, y que viendo la puente esto, por arte del demonio empezó a llorar, y así despertaron las guardas.
Semejantes disparates les tenía puestos en la cabeza el Padre de mentira, que mediante la predicación del Evangelio y la merced infinita, han ya cesado entre estos bárbaros. Entre las puentes famosas de este reino, la más celebrada y aun temida, fue la puente de Apurimac, que quiere decir "el Señor que habla", por el mucho ruido que lleva y por no hallarse vado en ningún tiempo del año, y por la laja que está antes de llegar a ella, viniendo de la Ciudad de los Reyes, junto a un recodo y remolino que allí hace el río, donde han sido sin número las bestias que allí se han despeñado al río, y las riquezas de oro y plata que allí se han perdido para siempre, por se imposible sacarlas de lo hondo del río. Pero ya, mediante la diligencia y orden que en ello dio el virrey don Luis de Velasco, se aderezó este paso tan peligroso, de suerte que con seguridad casi a caballo se sube y baja, lo que antes a pie era con mucho riesgo. La puente que se había empezado a querer hacer, de piedras, más arriba de la ordinaria, se vino a concluir por la dificultad o imposibilidad que había se hiciese de madera, con un artificio tan admirable que se pueden renovar cada día los maderos que las injurias de el tiempo pudriesen, y así se hizo, y fue gran bien para los indios de la provincia de Cotabamba y Omasuyus, que cada año morían muchos en la labor de la puente, al renovarla y aderezarla, por ser allí el temple calidísimo, y tan contrario al suyo de donde eran naturales.
Esta mesma orden que entonces, se guarda hoy en los tambos, pero ya sin la curiosidad pasada, porque no están los tambos tan aderezados, ni puestos como fuera razón para el aviamiento y refrigerio, de los caminantes, que pasan incomodidades sin número, y acontece llegar al tambo a hora de vísperas y ser la noche, y no haber comido bocado, ni tener leña para calentarse, ni recaudo para las bestias, lo cual ha procedido que como los corregidores de los distritos han ido, por fuerza y con mañas, apoderándose de los tambos, y haciendo que se arrienden cada año, y poniendo en ellos criados suyos que les vendan las comidas y bastimentos, que ellos compran para revender a los pasajeros, poniendo los aranceles al gusto de su voluntad. Todo es al presente hurtos y robos, todo es violencia y rapiñas, los mismos que las habían de evitar y castigar, porque siendo ellos los interesados, claro está que han de tapar y cubrir las maldades y hurtos que hacen los que están en los tambos, pues ya se sabe la gente que es en todo el mundo. Así los indios, por excusar las vejaciones y molestias que reciben en los tambos, huyen de ellos y de llevar a ellos las aves y perdices, leña y yerba y otras cosas, con que se refrigeraban los pasajeros. Porque viene a ocasión, diré lo que vi en un tambo del camino real del Cuzco, que habiendo llegado tres benditos frailes descalzos, que iban a fundar a Chuquisaca, como a la una del día, y el español que tenía a cargo el tambo, con seis indios para el servicio dél, habiéndole pedido un poco de paja para hacer la cama, nunca se la dio, porque tenía los indios ocupados en sus sementeras, y los pobres frailes el remedio que tuvieron fue tender las frazadas en el suelo y allí alabar a Dios.
El buen tambero era hermano de san Francisco; miren cómo socorrió a sus hermanos, que se azotan y rezan por él. Remédielo quien puede, y esta baste. Juntamente tuvo el Ynga admirable orden en el hacer puentes de crisneja en los ríos grandes, para el pasaje y comunicación de unas provincias a otras. Éstas puentes se hacían de unos a manera de bejucos, y se hacía una crisneja tan gruesa como un cable de navío y más, la cual tomaba de una parte a otra de las riberas y márgenes del río, y venía a dar sobre dos estribos que tenía a cada parte, y allí se estiraban y enlazaban en maderos fuertes. Estas maromas eran tres o cuatro todas, que corrían por igual, y dos a los lados algo más altas y, en la concavidad que había de las bajas a las altas, ponían unos palos fuertes y correosos que las cubrían; y por la cama de la puente hacían un tejido de sogas, como de espartos, que corría sobre las tres o quatro crisnejas principales, con que se tapaban los agujeros, y podían ir por la puente los hombres y carneros, y demás animales, seguramente y a placer, sin peligro ninguno. Tenía el Ynga, en todas estas puentes, puestas guardas e indios de guerra, los cuales estaban con gran cuidado de catar y mirar los que pasaban por ellas, en especial si era gente de quien no tenían mucha satisfacción, y que no llevasen cosa ninguna de las vedadas, que eran mujeres e hijos y sacrificios, porque lo tenían por mal agüero, y así no pasaba indio huido de su pueblo a otro, que si esto se guardara hoy día, no hubiera tantos ausentes de sus pueblos, cargando los trabajos sobre los que en ellos quedan.
Demás de esto había, sin las puentes comunes, otras exentas para el Ynga, por donde él sólo pasaba. Es sin duda cosa ciertísima que, si el Ynga alcanzara a entender la manera y arte con que se fabrican y levantan los arcos par las puentes de piedra, las hiciera famosísimas y de grandísima admiración, porque vemos los edificios de piedra que hizo en diferentes partes, tan bien acabados y ajustados que los antiguos artífices, que en estas obras se esmeraron, hicieran de ellas milagros, no alcanzando los indios los instrumentos para labrar y pulir las piedras, que ellos tuvieron y usaron. Los gobernadores de las provincias tenían a su cargo la fábrica de estas puentes y el aderezo dellas, especial si estaban en frontera y se temían de los enemigos, y de tener en ellas las guarniciones necesarias. Donde no había recaudo, o no era el camino muy pasajero, hacían oroyas, que ellos dicen, que es una maroma muy gruesa, asida de una parte a otra, y della colgaba un cesto, asido a una soga delgada, y metíase el indio en el cesto y tiraban de la soguilla, y corría el cesto por la maroma y pasaba a la otra banda. Hoy día se usan estas oroyas en muchos ríos de este reino, y aunque es cosa temerosa pasar un hombre colgado en un cesto un río profundo y rápido, es segurísima. De una puente refieren los indios una fábula: dicen que los enemigos pasaron por ella, estando las guardas durmiendo, y que viendo la puente esto, por arte del demonio empezó a llorar, y así despertaron las guardas.
Semejantes disparates les tenía puestos en la cabeza el Padre de mentira, que mediante la predicación del Evangelio y la merced infinita, han ya cesado entre estos bárbaros. Entre las puentes famosas de este reino, la más celebrada y aun temida, fue la puente de Apurimac, que quiere decir "el Señor que habla", por el mucho ruido que lleva y por no hallarse vado en ningún tiempo del año, y por la laja que está antes de llegar a ella, viniendo de la Ciudad de los Reyes, junto a un recodo y remolino que allí hace el río, donde han sido sin número las bestias que allí se han despeñado al río, y las riquezas de oro y plata que allí se han perdido para siempre, por se imposible sacarlas de lo hondo del río. Pero ya, mediante la diligencia y orden que en ello dio el virrey don Luis de Velasco, se aderezó este paso tan peligroso, de suerte que con seguridad casi a caballo se sube y baja, lo que antes a pie era con mucho riesgo. La puente que se había empezado a querer hacer, de piedras, más arriba de la ordinaria, se vino a concluir por la dificultad o imposibilidad que había se hiciese de madera, con un artificio tan admirable que se pueden renovar cada día los maderos que las injurias de el tiempo pudriesen, y así se hizo, y fue gran bien para los indios de la provincia de Cotabamba y Omasuyus, que cada año morían muchos en la labor de la puente, al renovarla y aderezarla, por ser allí el temple calidísimo, y tan contrario al suyo de donde eran naturales.