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Datos principales
Desarrollo
Capítulo LXX Que Don Diego de Almagro volviendo de Chile trató de reducir a Manco Inga y lo que le sucedió Como el Marqués Don Francisco Pizarro se fue del Cuzco hacia Arequipa, luego lo supo Manco Ynga, y aunque se estaba en Tambo, todavía andaban él y los suyos con más libertad y atrevimiento. En esta sazón llegó de Chile Don Diego de Almagro y Paulo Topa con él, con toda la gente que había llevado, que español ninguno faltaba, aunque había perdido muchos indios en los despoblados, que perecieron en la nieve. Como halló las revueltas que hemos dicho, pesóle en el alma dello y trató cómo remediarlo sin derramamiento de sangre. Paulo Topa envió embajada a Manco Ynga, su hermano, diciendo que él y Don Diego de Almagro eran vueltos de Chile, donde habían pasado infinitos trabajos y desventuras de hambre y malos caminos, y que le pesaba mucho estuviese alzado y enemigo de los españoles, y que si él quería allanarse sería fácil el vengarse de los que le hubiesen agraviado. Porque Don Diego de Almagro le decía que si él gustaba se juntaría con él, con todos sus soldados, que eran cuatrocientos españoles que le seguían, y que matarían al Marqués y a Hernando Pizarro y a los demás hermanos y capitanes de su bando, y que juntándose les sería fácil de hacer, y después vivirían quietos, sin que nadie a él le injuriase. Desto se holgó en el alma oyéndolo Manco Ynga, pareciéndole que así se vengaría de Hernando Pizarro, que era a quien tenía atravesado en el alma por haberle dado trato de cuerda -y echarían a sus enemigos de la tierra- y dijo a su gente que ya habían venido los españoles y Don Diego de Almagro de Chile y que serían en su favor, y así destruirían al Marqués y a los demás, y que se aparejasen.
Luego, para confirmar la amistad y el trato que comunicaban, envió mensajeros a Don Diego de Almagro y muchos presentes con ellos, diciéndole que de muy buena gana acudiría a lo que su hermano Paulo Topa de su parte le había enviado a decir, que juntos sería el Don Diego en todo servido, y echando a Hernando Pizarro quedaría él por Señor y Gobernador de la tierra, como lo era el Marqués, y que se viesen en algún lugar donde gustasen. Oído esto por Don Diego de Almagro y Paulo Topa, dijeron que se querían ver con Manco Ynga, y para ello salieron del Cuzco y se fueron a Patachuayla, que era el lugar señalado para las vistas. Viniendo en el camino Manco Ynga sospechó que Don Diego de Almagro y Paulo Topa no le quisiesen coger descuidado y prenderle, porque venían con mucha gente, y dijo a los suyos: éstos nos deben de querer tomar por engaño, demos en ellos antes que nos hagan alguna traición como quiso hacernos el Marqués sobre seguro y matarnos; matémoslos a ellos. Así, movida la gente, fueron a embestir a Don Diego de Almagro y a los suyos, con Paulo Topa, y empezaron a pelear y hacerlo también que los desbarataron e hicieron huir y los vinieron siguiendo hasta el río, donde los españoles hallaron unas balsas que les dieron la vida en aquella ocasión, en las cuales pasaron de la otra parte y se pusieron en salvo. Manco Ynga llegó hasta el río y halló allí a Rampa Yupanqui, y díjole: por qué distes las balsas a mis enemigos, sin duda estabais hecho de concierto con ellos y los favorecéis de secreto, y con esto luego al punto lo mandó matar.
Don Diego de Almagro se vino al Cuzco con Paulo Topa, casi corrido de la burla de Manco Ynga, y pusieron los toldos en la plaza, y dentro de dos días, como andaban las diferencias sobre el Gobierno y a quién pertenecía la ciudad del Cuzco, a él o al Marqués Don Francisco Pizarro, prendió Don Diego de Almagro a Hernando Pizarro y Gonzalo Pizarro, y presos los envió con buenas guardas a Lima, diciendo: váyanse a Castilla, que ellos han sido causa, con sus insolencias y arrogancias, que Manco Ynga se rebelase. Y quizás con esto pretendió mitigar el ánimo del Inga para que viniese de paz viendo lo que había hecho con los Pizarros y cómo los había desterrado del Cuzco y enviado a Lima. De aquí se fueron encendiendo las pasiones tan sangrientas, que tanto costaron al Reino y que tanto impedimento fueron para la promulgación del santo evangelio en él, y para que los indios recibiesen el santo bautismo, y que tantas muertes de españoles e indios causaron de Pizarros y Almagros, dividiéndose el reino en estas dos parcialidades, aclamando los unos la una y los otros la otra, sobre que hubo tanta efusión de sangre que no se puede referir sin lágrimas. Al fin, Hernando Pizarro volvió al Cuzco, y en las Salinas, que son media legua dél, junto a la parroquia de San Sebastián, se dio una sangrienta batalla entre Hernando Pizarro y Don Diego de Almagro, que estaba acompañado de los que con él habían ido a Chile. Y siendo vencido Don Diego de Almagro y preso, queriendo quitar Hernando Pizarro este estorbo, para que la gobernación del reino quedase en su hermano, el Marqués, absoluta y sin compañía, le hizo proceso cual Dios sabe y le condenó a muerte, y no considerando que él haba sido su prisionero y le había tratado con cortesía y clemencia, enviándole a Lima, ejecutó la sentencia, quitándole la cabeza públicamente en el Cuzco, con general lástima y sentimiento de sus amigos y enemigos.
Quedóle un hijo mestizo, llamado Don Diego de Almagro, como su padre, de quien después diremos brevemente cómo también este caso, porque mi intención en este libro sólo es ir prosiguiendo la descendencia de los Ingas Reyes de este reino y lo a ellos perteneciente, sin tratar despacio las cosas de los españoles, que por otros han sido ya tratadas, a las cuales las remito, sólo diré que antes y después de la batalla de las Salinas dicha, los indios que había en el Cuzco y su comarca, que no acudían adonde estaba Manco Ynga, iban a reconocer a Paulo Topa como a hijo de Huaina Capac a su casa. Los españoles vecinos y encomenderos dellos, queriendo evitar inconvenientes que si se acostumbraban a ello podrían suceder, y porque Paulo Topa no se ensoberbeciese, mandaron que ninguno fuese a su casa, sino eran sus criados, y así, de allí adelante, no iban los indios a su casa ni le reverenciaban, que, en fin, entendieron los españoles que desta manera se quitaría la ocasión de rebelarse como su hermano. Manco Ynga en este tiempo no descansaba, antes andaba haciendo muchos males y robos, destruyendo todo lo que podía, y como las nuevas llegasen a los españoles, queriendo de una vez concluir con el que traía inquieta la tierra, salieron adonde estaba y pelearon bravamente, matándole muchos indios, y le desbarataron e hirieron hasta la provincia de Vitcos, que es en Vilcabamba, y allá fueron tras él. Paulo Topa los siguió, y un día le tuvieron tan apretado que le tomaron las andas en que andaba y la tiana -que es el asiento donde se sentaba-, y él se escapó en las montañas, donde se escondió con muchos indios, y otros que no le pudieron seguir no tuvieron voluntad dello para andar ya cansados, se vinieron al Cuzco, y de allí cada cual se fue a sus tierras, y los españoles, como vieron que Manco Ynga se les había ido de las manos, se volvieron al Cuzco, y Manco Ynga se fue a su Guamanga con la gente que le había quedado, y allí hacía todos los males que podía.
Viendo que no cesaba, trataron de enviar otra vez a prenderle, y entró Gonzalo Pizarro, y Villacastín, y el capitán Orgono, y el capitán Oñate y Joan Balsa, y murieron trece españoles y mataron seis caballos, aunque le mataron muchos deudos de Manco Ynga y gente principal de la que estaba con él. Fue Villacastín, un capitán, con mucho número de soldados españoles, y también llevó consigo gran cantidad de indios, cuyos capitanes eran Inquill y Huaipar. Manco Ynga, juntando la gente que pudo, dio de repente sobre los indios y matólos a todos, y prendió a Huaipar, que lo hubo a las manos; Inquill, yendo huyendo, que se había escapado, se despeñó. Por hacer que los demás le temiesen, a Huaipar le mandó matar delante de su hermana, que era mujer de Manco Ynga, y dándose después batalla, Villacastín desbarató a Manco Ynga con los españoles y prendió a la mujer de Manco Ynga. Tuviéronla en las manos porque se quedó en la retirada, enojada, y no quiso seguir a su marido, porque había muerto delante della a su hermano Huaipar. Como hemos dicho, Villacastín y Gonzalo Pizarro la trajeron a Tambo, adonde el Marqués Pizarro, que había tornado a subir desde Lima, y estaba allí, con una extraña crueldad, no digna de usarse con una mujer que de aquellas revueltas y rebelión de su marido no tenía culpa, la mandó asaetar a ella y a otros capitanes de Manco Ynga. La muerte de su mujer, tan triste y desesperada, lloró e hizo grandísimo sentimiento por ella, porque la quería mucho, y fuese con esto retirando hacia el asiento de Vilcabamba.
Luego, para confirmar la amistad y el trato que comunicaban, envió mensajeros a Don Diego de Almagro y muchos presentes con ellos, diciéndole que de muy buena gana acudiría a lo que su hermano Paulo Topa de su parte le había enviado a decir, que juntos sería el Don Diego en todo servido, y echando a Hernando Pizarro quedaría él por Señor y Gobernador de la tierra, como lo era el Marqués, y que se viesen en algún lugar donde gustasen. Oído esto por Don Diego de Almagro y Paulo Topa, dijeron que se querían ver con Manco Ynga, y para ello salieron del Cuzco y se fueron a Patachuayla, que era el lugar señalado para las vistas. Viniendo en el camino Manco Ynga sospechó que Don Diego de Almagro y Paulo Topa no le quisiesen coger descuidado y prenderle, porque venían con mucha gente, y dijo a los suyos: éstos nos deben de querer tomar por engaño, demos en ellos antes que nos hagan alguna traición como quiso hacernos el Marqués sobre seguro y matarnos; matémoslos a ellos. Así, movida la gente, fueron a embestir a Don Diego de Almagro y a los suyos, con Paulo Topa, y empezaron a pelear y hacerlo también que los desbarataron e hicieron huir y los vinieron siguiendo hasta el río, donde los españoles hallaron unas balsas que les dieron la vida en aquella ocasión, en las cuales pasaron de la otra parte y se pusieron en salvo. Manco Ynga llegó hasta el río y halló allí a Rampa Yupanqui, y díjole: por qué distes las balsas a mis enemigos, sin duda estabais hecho de concierto con ellos y los favorecéis de secreto, y con esto luego al punto lo mandó matar.
Don Diego de Almagro se vino al Cuzco con Paulo Topa, casi corrido de la burla de Manco Ynga, y pusieron los toldos en la plaza, y dentro de dos días, como andaban las diferencias sobre el Gobierno y a quién pertenecía la ciudad del Cuzco, a él o al Marqués Don Francisco Pizarro, prendió Don Diego de Almagro a Hernando Pizarro y Gonzalo Pizarro, y presos los envió con buenas guardas a Lima, diciendo: váyanse a Castilla, que ellos han sido causa, con sus insolencias y arrogancias, que Manco Ynga se rebelase. Y quizás con esto pretendió mitigar el ánimo del Inga para que viniese de paz viendo lo que había hecho con los Pizarros y cómo los había desterrado del Cuzco y enviado a Lima. De aquí se fueron encendiendo las pasiones tan sangrientas, que tanto costaron al Reino y que tanto impedimento fueron para la promulgación del santo evangelio en él, y para que los indios recibiesen el santo bautismo, y que tantas muertes de españoles e indios causaron de Pizarros y Almagros, dividiéndose el reino en estas dos parcialidades, aclamando los unos la una y los otros la otra, sobre que hubo tanta efusión de sangre que no se puede referir sin lágrimas. Al fin, Hernando Pizarro volvió al Cuzco, y en las Salinas, que son media legua dél, junto a la parroquia de San Sebastián, se dio una sangrienta batalla entre Hernando Pizarro y Don Diego de Almagro, que estaba acompañado de los que con él habían ido a Chile. Y siendo vencido Don Diego de Almagro y preso, queriendo quitar Hernando Pizarro este estorbo, para que la gobernación del reino quedase en su hermano, el Marqués, absoluta y sin compañía, le hizo proceso cual Dios sabe y le condenó a muerte, y no considerando que él haba sido su prisionero y le había tratado con cortesía y clemencia, enviándole a Lima, ejecutó la sentencia, quitándole la cabeza públicamente en el Cuzco, con general lástima y sentimiento de sus amigos y enemigos.
Quedóle un hijo mestizo, llamado Don Diego de Almagro, como su padre, de quien después diremos brevemente cómo también este caso, porque mi intención en este libro sólo es ir prosiguiendo la descendencia de los Ingas Reyes de este reino y lo a ellos perteneciente, sin tratar despacio las cosas de los españoles, que por otros han sido ya tratadas, a las cuales las remito, sólo diré que antes y después de la batalla de las Salinas dicha, los indios que había en el Cuzco y su comarca, que no acudían adonde estaba Manco Ynga, iban a reconocer a Paulo Topa como a hijo de Huaina Capac a su casa. Los españoles vecinos y encomenderos dellos, queriendo evitar inconvenientes que si se acostumbraban a ello podrían suceder, y porque Paulo Topa no se ensoberbeciese, mandaron que ninguno fuese a su casa, sino eran sus criados, y así, de allí adelante, no iban los indios a su casa ni le reverenciaban, que, en fin, entendieron los españoles que desta manera se quitaría la ocasión de rebelarse como su hermano. Manco Ynga en este tiempo no descansaba, antes andaba haciendo muchos males y robos, destruyendo todo lo que podía, y como las nuevas llegasen a los españoles, queriendo de una vez concluir con el que traía inquieta la tierra, salieron adonde estaba y pelearon bravamente, matándole muchos indios, y le desbarataron e hirieron hasta la provincia de Vitcos, que es en Vilcabamba, y allá fueron tras él. Paulo Topa los siguió, y un día le tuvieron tan apretado que le tomaron las andas en que andaba y la tiana -que es el asiento donde se sentaba-, y él se escapó en las montañas, donde se escondió con muchos indios, y otros que no le pudieron seguir no tuvieron voluntad dello para andar ya cansados, se vinieron al Cuzco, y de allí cada cual se fue a sus tierras, y los españoles, como vieron que Manco Ynga se les había ido de las manos, se volvieron al Cuzco, y Manco Ynga se fue a su Guamanga con la gente que le había quedado, y allí hacía todos los males que podía.
Viendo que no cesaba, trataron de enviar otra vez a prenderle, y entró Gonzalo Pizarro, y Villacastín, y el capitán Orgono, y el capitán Oñate y Joan Balsa, y murieron trece españoles y mataron seis caballos, aunque le mataron muchos deudos de Manco Ynga y gente principal de la que estaba con él. Fue Villacastín, un capitán, con mucho número de soldados españoles, y también llevó consigo gran cantidad de indios, cuyos capitanes eran Inquill y Huaipar. Manco Ynga, juntando la gente que pudo, dio de repente sobre los indios y matólos a todos, y prendió a Huaipar, que lo hubo a las manos; Inquill, yendo huyendo, que se había escapado, se despeñó. Por hacer que los demás le temiesen, a Huaipar le mandó matar delante de su hermana, que era mujer de Manco Ynga, y dándose después batalla, Villacastín desbarató a Manco Ynga con los españoles y prendió a la mujer de Manco Ynga. Tuviéronla en las manos porque se quedó en la retirada, enojada, y no quiso seguir a su marido, porque había muerto delante della a su hermano Huaipar. Como hemos dicho, Villacastín y Gonzalo Pizarro la trajeron a Tambo, adonde el Marqués Pizarro, que había tornado a subir desde Lima, y estaba allí, con una extraña crueldad, no digna de usarse con una mujer que de aquellas revueltas y rebelión de su marido no tenía culpa, la mandó asaetar a ella y a otros capitanes de Manco Ynga. La muerte de su mujer, tan triste y desesperada, lloró e hizo grandísimo sentimiento por ella, porque la quería mucho, y fuese con esto retirando hacia el asiento de Vilcabamba.