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FRAGMENTOS Número 1 Noticias sobre Motecuczuma I Ilhuicamina ...Juntos los principales mexicanos, el rey les dijo lo que el rey de Tetzcuco pedía y todos dieron la mano a Tlacaellel, el cual respondió en nombre de todos a su rey: -"poderoso señor, todos aceptamos la paz y somos contentos con ella y de que se hagan las treguas; pero que sea con una condición, de que no perdamos de nuestra autoridad y derecho. No piensen las naciones de esta tierra que nosotros, acobardados y temerosos, hemos procurado estas treguas y quieran cumplir todas las ciudades cercanas y lejanas con nosotros con hacer treguas, y que nos quedemos sin provecho y utilidad. A mí me parece que entiendan que somos poderosos a vencer a todo el mundo y las demás provincias oigan que hemos vencido a la de Tetzcuco, tan grande y larga, y para esto salgan a nosotros la más gente que ser pueda y nosotros saldremos a ellos en el llano de Chicunauhtla o del Chiquiuhyotepetl, lugares de la dicha provincia, y echemos fama que nos han desafiado. Y allí, de una parte a otra, haremos muestras de combatirnos, y a los primeros encuentros vuelvan las espaldas hacia su ciudad, y seguirlos hemos sin matar ni herir a ninguno, fingiendo que los prendemos, siguiéndolos hasta Tecuciztlan, y de allí llegaremos en su seguimiento sólo los capitanes y señores hasta Totoltzinco, y de allí podría el rey de Tetzcuco pegar fuego a su templo. Luego, cesaremos y quedará nuestra fama y honra sin mancha ninguna, y ellos sin lesión ni enojo, y los macehuales sujetos a nos servir cuando los hubiéremos menester, y las demás provincias y ciudades temerosas y asombradas con la fama de haber destruido a Tetzcuco y su provincia".
Al rey y a todos pareció bien el consejo de Tlacaellel y mandó al mismo fuese al rey de Tetzcuco a decir lo que se había determinado, el cual vino en ello y se fué a su ciudad a dar orden en que se pusiera por obra el concierto arriba dicho. Hecho todo lo que se concertó, y haciendo como vencidos sus ofertas los de Tetzcuco y estableciendo las leyes que saben establecer los vencidos, se hicieron las treguas. Este Motecuczuma el viejo reinó doce años con grandísima paz y quietud y fue muy obedecido y respetado de todas las ciudades y provincias comarcanas. En este tiempo comenzó a edificar el templo a su dios Huitzilopuchtli a imitación de Salomón, por consejo de Tlacaellel y de todos sus grandes, y para esto enviaron a llamar a todos los reyes y señores de pueblos y provincias, sus sujetos y vasallos, para que acudieran a su gente y materiales para el edificio del templo. Para hacer algunas figuras y molduras grandes, eran menester algunas piedras grandes, y viendo que todas las provincias acudían con cuidado a su obligación, enviaron Tlacaellel y huehue Motecuczuma a los señores de Chalco, a suplicarles ayudaran con ellas, pues en su tierra las había y para esto enviaron cuatro de los más principales a Chalco, y daba su embajada, los señores y el rey les respondieron algo desabridamente y les mandaron volver otro día por la respuesta. Vueltos otro día por la respuesta, les dijeron que toda la comunidad chalca estaba muy determinada a no acudir a cosa de lo que les suplicaban y que por llevarlo adelante tomarían las flechas y los arcos.
Y con esto volvieron los mensajeros a su rey Motecuczuma y a Tlacaellel. Luego, los chalcas se apercibieron para ir contra los mexicanos y los mexicanos hicieron lo propio para darles la guerra. Y así, salieron de México muchos y muy escogidos soldados con su general Tlacaellel. Llegados a las manos los dos ejércitos, pelearon con tanto valor, que todo el día en peso gastaron en combatirse sin reconocerse ventaja los unos a los otros, muriendo de ambas partes gran número de gente y despartiéndolos la noche, los mexicanos se retiraron a su ciudad, temiendo alguna celada de sus pueblos, que antes habían vencido, no se levantaron contra ellos. Para que los chalcas se cansaran, los mexicanos por orden de Tlacaellel, hizo que cinco días arreo por sus escuadras y remudas escaramucearan con los chalcas, y en estas escaramuzas los de Chalco llevaban lo peor. Al sexto día, los mexicanos salieron algo consolados, descansados y bien aderezados, y hallando a los enemigos el sitio que los habían dejado, arremetieron los mexicanos con tan gran ímpetu que los hicieron retirar hasta Tlapitzahuayan. Y así, pasaron dejando guardas los unos y los otros, hasta que se pasaron otros cinco días. En esta ocasión, hizo voto Motecuczuma, Tlacaellel y los de su corte de hacer una famosa fiesta a su dios y que el sacrificio había de ser a costa de las vidas y sangre de los chalcas, y que había de ofrecer a su dios en sacrificio de fuego todos los que cautivaran. Al quinto día volvieron a cargarse los dos ejércitos, y al cabo los mexicanos hicieron retirar a los chalcas hasta un lugar que llaman Cohuatitlan, que cae hacia la parte de Tepopolan.
En este alcance murió gran número de chalcas, y dicen que no quedó indio ni muchacho del ejército mexicano que no prendiese uno o dos de los chalcas o los matase, de suerte que los cautivos fueron más de quinientos y en llegando a México los sacrificaron a su dios, por cumplir el voto. El sacrificio de fuego que los mexicanos hacían a su dios era de esta manera: hacían una grande hoguera en un brasero grande hecho en el suelo, al cual llamaban fogón divino, y los echaban vivos en aquella brasa, y antes que acabasen de espirar les sacaban el corazón y lo ofrecían a su dios, bañando todas las gradas y el lugar de la pieza con la sangre de aquellos hombres. Los mexicanos, engolosinados de carne humana, volvieron otro día a la batalla y encontrando a los chalcas entre Tepopolan y Amecameca, se trabaron de nuevo y de ambas partes hubo muchos muertos y cautivos, peleando todo el día hasta que la noche los despartió. En esta refriega los chalcas mataron a tres hermanos de Motecuczuma y entre los cautivos que llevaron, prendieron a un primo hermano del rey de México, muy valeroso y esforzado mancebo, llamado Ezhuahuacatl y conociéndolo, los chalcas le quisieron levantar por su ley. Viniendo, pues los de Chalco a elegirle por rey, les dijo que estaba muy bien y que les rogaba que antes que lo eligiesen, y él diese su consentimiento, que le trajesen un madero de veinte brazas y que encima de él le hiciesen un andamio para holgarse con los mexicanos, a los cuales había dicho antes que había de morir con ellos si no los libertaban a todos, que más quería él morir que reinar, pues para aquello se había ofrecido a ir a la guerra.
Lo cual hicieron los chalcas con brevedad y dándole aviso de cómo estaba hecho, salió con todos los mexicanos presos, y mandóles poner un atambor en medio, y comenzaron todos a bailar alrededor del palo. Después que hubo bailado, se despidió de sus mexicanos, diciéndoles: -"hermanos, yo me voy a morir como valeroso". Y diciendo esto, comenzó a subir el palo arriba y estando encima del tablado, que en la punta del palo estaba, tornó a bailar y cantar, y luego dijo en alta voz: -"chalcas, habéis de saber que con mi suerte he de comprar vuestras vidas y que habéis de servir a mis hijos y nietos y que mi sangre real ha de ser pagada con la vuestra". Y diciendo esto, arrojóse del palo abajo, el cual se hizo muchos pedazos. Los chalcas, admirados y espantados, comenzaron a temerse de lo que había dicho y luego sacrificaron a los demás presos asaeteándolos a todos, porque este era su modo de sacrificar, porque su dios era el dios de la caza, y así sacrificaban con flechas. Sentidos en extremo los mexicanos por la muerte de tan ilustres varones, volvieron otra vez de nuevo al lugar de la batalla pasada, con todos los hombres, chicos y grandes de su reino, a vengar las muertes de los suyos y junto a las casas de Amecameca, junto a un cerrito que llaman Itztopatepec, hicieron alto y fabricaron sus tiendas con propósito de no volver a México si no es con victoria o vencidos. Aquí salieron los chalcas, aunque temerosos de un mal agüero que de unos cuclillos habían tenido, y, dándoles la batalla, los mexicanos salieron con la victoria de Amecameca y Chalco, y sosegaron a las mujeres y viejos, los cuales hicieron sus juramentos como vencidos.
Otros dicen que duró esta guerra tres años. Vencidos los chalcas, mandó huehue Motecuczuma que a todos los que habían hecho su deber en esta guerra se les agujerasen las narices para señalarles por hombres de valor y que entrasen en México con unas plumas y joyas de oro colgadas de las narices a manera de bigotes, pasadas de una parte a otro por medio de la ternilla. Y así se hizo. Lo mismo hicieron a los chalcas que se habían mostrado valerosos en la guerra, igualándolos en la honra, pues en valor habían sido iguales siempre a los mexicanos. De aquí quedaron los unos con los otros por muy amigos y confederados. Vueltos a México los mexicanos y hechas sus obsequias a los que murieron en la guerra, estando quietos y sosegados, el rey Motecuczuma tuvo nueva cómo los de Tepeacac habían muerto a todos mercaderes de México y Tetzcuco, tepanecas y coyohuacas, que andaban en cuadrilla de un tianguis en otro, y luego llamó a Tlacaellel y a sus consejeros, y diciéndoles lo que pasaba, de común acuerdo se determinó que se hiciese guerra a los de Tepeacac y que se la notificasen luego. Enviaron a ello cuatro principales, los cuales en llegando a Tepeacac fueron a hablar al señor del pueblo y le dijeron cómo Motecuczuma, Tlacaellel y los demás señores mexicanos te enviaban una rodela y una espada y unas plumas para que emplumara su cabeza y que los esperara, que quería vengar a los muertos. Y con esto se promulgó la guerra. El señor de Tepeacac, llamado Coyolcul, y otros dos dijeron que fuese muy enhorabuena, que ellos se holgaban de ello y que hiciesen lo que quisiesen y les pareciese.
Motecuczuma, vista la resolución de Tepeacac, mandó apercibir todas sus gentes y los bastimentos y pertrechos que para la guerra se requerían, y puestos en camino llegaron a un cerro que llaman Coahuapetlayo, que es término de la ciudad de Tepeacac, y desde allí enviaron los de las provincias de México, que son los mexicanos con sus vasallos, a explorar la tierra y saber de los pertrechos de sus enemigos, los de Tepeacac. Y sabido que no había ni aun rumor de guerra, como afrentado, Motecuczuma dijo a su gente que se apercibiese, que aquella noche estaría todo concluido antes que el sol saliera, y dió la traza que se había de dar en la pelea. Repartióse todo el ejército en cuatro partes, la una fué a Tecalco, otra a Quautlinchan, otra a Acatzinco, y otra se quedó sobre Tepeacac, y todos, al cuarto del alba, dieron su seña y arremetieron a un punto y hora señalada sobre ellos, quitándoles el templo y la casa de sus señores, haciendo en ellos extrema matanza y robo y se apoderaron de las cuatro ciudades. De suerte que cuando salió el sol ya estaban en su poder, como Motecuczuma lo había prometido. Los de Tepeacac no pelearon, ora por temor o por cobardes, sólo se decía que los señores principales de Tepeacac, y el mayor señor de ellos, salieron llorando, cruzadas las manos, postrándose delante de los mexicanos, pidiendo misericordia y perdón de su yerro, y ofreciéndose por sus siervos y vasallos. A los once años que reinaba huehue Motecuczuma, primero de este nombre, hubo grandes nieves, y nevó seis días arreo y creció la nieve por todas las calles, que llegaba a la rodilla.
En este tiempo, estaba la nación mexicana algo sosegada y vínoles una nueva cómo los huastecas habían muerto y asaltado a todos los mercaderes y tratantes que por aquella tierra y lugar andaban, así de las demás provincias como de México, y que luego, en cometiendo el delito, habían hecho en todos sus pueblos cinco cercas, una tras otra, de ricas tapias para su defensa. Los de México, sabiendo lo que pasaba, se apercibieron y aprestaron para la batalla de lo necesario y, puestos en camino, llegaron a vista de sus enemigos, donde, por orden de Tlacaellel, hicieron una emboscada cubriendo con paja dos mil soldados valerosos, que cada uno tenía ley de no huir a veinte soldados, y otros a diez, y saliendo al encuentro con sus enemigos, los mexicanos se retiraron hasta que pudieron muy bien los de la emboscada coger en medio a los huastecas. Los vencieron con este ardid, trayendo los mexicanos grandes y ricos despojos, y grandísimo número de cautivos para sacrificar a su dios. De estos cautivos, queriendo Motecuczuma hacer sacrificio a su dios, llamó a Tlacaellel y pidiéndole consejo, le dijo Tlacaellel: -"señor, el sacrificio ha de ser desollamiento y para esto conviene buscar una piedra grande para que en ella se haga el sacrifico". Motecuczuma dijo lo ordenara como le pareciera, mas que la piedra había de ser redonda y que alrededor y en la circunferencia se esculpiese muy al vivo la guerra de Azcaputzalco. Lo cual se hizo así, y allí se hizo el sacrificio muy solemne, estando presentes todos los señores de las ciudades y provincias cincunvecinas.
Hecho este sacrificio, los mexicanos enviaron a Cuetlaxtlan a pedirles caracoles y veneras para el culto de sus dioses, y allá despacharon sus embajadores. Llegados que fueron a Huilizapan, que propiamente se dice Ahuilizapan, los señores de él avisaron al señor de Cuetlaxtlan, con quien estaban holgándose los señores de Tlaxcallan, y sabida la nueva, por amonestación y persuación de los tlaxcaltecas, envió el señor de Cuetlaxtlan a mandar a los de Ahuilizapan que mataran a los embajadores y a todos los mercaderes y tratantes que hallar pudiesen, de los que estaban unidos con los mexicanos. Lo cual así se hizo, que no dejaron hombre a vida; sólo dos hombres de Iztapalapan se escaparon y vinieron a dar la nueva a Motecuczuma. Sabido lo que pasaba, huehue Motecuczuma llamó a Tlacaellel y a todo su consejo de guerra, y mandó que se apercibieran para ir contra Ahuilizapan, que hoy llamamos Orizaba, y puestos en camino llegaron allá en muy poco tiempo. Llegados junto a Orizaba, armaron sus tiendas, enviaron a explorar la tierra con espías y pusieron centinelas. Por las espías supieron cómo en Ahuilizapan no había rumor de guerra, aunque estaban ya sobre aviso, y apercibidos. Puestos en orden los mexicanos, les salieron al encuentro y, como los mexicanos los vieron, arremetieron con ellos con tanta vehemencia que a muchos de sus contrarios echaron por tierra, los que se defendieron con tanto ánimo y esfuerzo que no hicieron menos daño del que ellos habían recibido; pero al fin, los de Ahuilizapan, con todos los que los ayudaban, quedaron vencidos de los mexicanos y viendo los señores de Cuetlaxtlan y de las demás ciudades comarcanas que los mexicanos iban asolando sus ciudades, pidieron perdón, como era de costumbre, y así cesó la persecución y matanza de los mexicanos.
Vueltos a México con algunos presos, enviaron por gobernador de aquella provincia de Cuetlaxtlan a un valeroso mexicano llamado Pinotl por que la sustentara en paz y con obediencia para con los mexicanos y para cobrar los tributos. En la Mixteca hay un famoso pueblo o ciudad llamado Cohuayxtlahuacan, donde se hacía un muy famoso tianguis, al cual acudían muchos mercaderes de todas las naciones, en especial de la provincia de México. Los señores de esta ciudad, no sé por qué ocasión, mandaron a sus vasallos que en saliendo un día de tianguis los mercaderes de la provincia de México, los robaran y mataran sin dejar a ninguno. Lo cual así se hizo y sólo se escaparon los de Tultitlan, que se escondieron. Algunos de ellos vinieron con la nueva a México y contaron a huehue Motecuczuma lo que había pasado, de lo cual avisó luego a Tlacaellel y a los reyes de Tetzcuco y de Tacuba, y mandó apercibir todo lo necesario para dar guerra a los que tal agravio les habían hecho, y lo mismo se avisó a todas las ciudades comarcanas de México. Juntóse grandísimo número de gente para ir a dar batalla, muchas más que en todas las pasadas, y viendo Motecuczuma que Tlacaellel era ya viejo y que no estaba para ir a tan larga jornada, hizo por general del ejército a un señor principal y valeroso que se llamaba y decía Cuauhnochtli y por su lugarteniente a otro que se decía Aticocyahuacatl, y mandóles que luego saliese lo gente. Llegando a los términos de Cohuayxtlahuacan, asentaron los mexicanos su real y pusieron a punto todo lo necesario para la batalla, y, puestos todos en armas, caminaron hasta divisar a sus contrarios.
Luego, como los vieron venir con buen orden y muy lozanos, los mexicanos arremetieron a ellos con grande alarido y algazara y, revolviéndose entre ellos, fué tanta la matanza que en ellos hicieron que el campo se llenó de cuerpos muertos, y se fueron retirando a su ciudad. Los mexicanos, en su seguimiento, les ganaron el templo y le pegaron fuego y a todas las casas que era de ver, y así cautivaron gran número de soldados a sus enemigos y los vencieron, de suerte que los señores se rindieron y vinieron a pedir misericordia con las manos cruzadas y se ofrecieron a ser vasallos. Bajadas las armas los mexicanos, los mixtecas se ofrecieron por perpetuos vasallos de los mexicanos y dijeron que todos los años acudirían con ricos tributos. Con esto se volvieron los mexicanos a su ciudad muy contentos y ufanos, y con muchas riquezas y con gran número de esclavos para sacrificar a sus dioses, como lo acostumbraban. Llegados a México con la victoria, Tlacaellel dijo a Motecuczuma que mandara se hiciera una piedra que fuera semejanza del sol y que la pusieran por nombre cuauhxicalli, que quiere decir "vaso de águilas", la cual dijo se hiciese y mandó que en su asiento y solemnidad se sacrificasen los presos que de Cohuayxtlahuacan se habían traído. Esta piedra es la que hoy día está a la puerta del perdón de la iglesia mayor para hacer de ella una pila de bautismo. En esta piedra, en lo llano de arriba, está dibujada la figura de él y, alrededor, las guerras que venció Motecuczuma, el primero de este nombre, como son la de Tepeacac, de Tochpan, de la Huaxteca, de Cuetlaxtlan, y la de Cohuayxtlahuacan; todo muy curiosamente labrado con otras piedras, porque los canteros no tenían en aquel tiempo otros instrumentos.
En este tiempo ya que los mexicanos estaban algo sosegados, andaban los de Tlaxcallan tan ansiosos y deseosos de competir con los mexicanos y de inquietarlos que se fueron a Cuetlaxtlan, a los cuales, prometiéndoles su ayuda y favor, los persuadieron a que se rebelasen contra los mexicanos y mataran al gobernador que les habían puesto por la guerra pasada. Lo que ellos hicieron luego, y de aquí dieron ocasión a que los mexicanos volviesen otra vez contra Cuetlaxtlan con grandísimo número de soldados. Saliéndoles al encuentro los de Cuetlaxtlan y toda su provincia arremetieron los unos con los otros con gran denuedo y osadía y al fin, los mexicanos salieron con la victoria. Como los macehuales, que es la gente plebeya, viesen la matanza que en ellos se hacía, pidieron audiencia a los mexicanos y, dada, se querellaron de sus señores y mandoncillos, diciendo cómo ellos habían movido la guerra, que pedían les castigasen, que ellos no tenían la culpa, y que los tributos que ellos los pagaban y no los señores. Vista por los mexicanos la razón y justicia que los macehuales tenían y pedían, les mandaron traer a su presencia a sus principales maniatados. Lo cual hicieron ellos con mucha diligencia. Y traídos delante de los señores mexicanos, mandaron a los cuetlaxtecas que los tuviesen a buen recaudo y con guardas hasta que Motecuzuma avisara de lo que se había de hacer, y les mandaron que de aquí adelante fuese el tributo doblado que le daban. Nunca en esta ocasión los tlaxcaltecas les ayudaron en cosa, antes se estuvieron quedos.
Vueltos a México los soldados y el general dijeron al rey lo que habían hecho y cómo toda la provincia de Cuetlaxtlan quedaba quieta y pacífica, y cómo los principales quedaban presos y cómo los macehuales pedían justicia contra ellos. Vista por Motecuzuma la demanda, mandó fuesen degollados, por detrás cortadas sus cabezas y no por la garganta, y que fuesen a ejecutar esta justicia dos oidores del consejo supremo y así, ellos mismos los degollaban con unas espadas de navaja. Y con esto quedaron los macehuales muy contentos y les pusieron otro gobernador de México y otros señores nuevos de su misma nación. Vueltos los ejecutores a México, dieron razón de todo lo que habían hecho. Sabiendo Motecuzuma cómo en Guazacualco había muchas cosas curiosas de oro y otras cosas, comunicó con Tlacaellel si sería bueno enviar por ellas para adorno del templo de su dios Huitzilopuchtli, y por parecer de los dos se despacharon sus mensajeros y correos. Llegados que fueron a Guazacualco dieron su embajada, y los señores de él acudieron con grandísima voluntad a ello y les dieron aún muchas más cosas de las que les pidieron. Volviéndose a su ciudad los correos cargados con lo que en Guazacualco les habían dado, llegaron a un pueblo que está antes de Huaxacac, que se llama Mictlan. Llegados allí, los de Huaxacac tuvieron noticia de su llegada y saliéndoles al camino a la salida del pueblo de Mictlan, los mataron y les quitaron todo cuanto traían, y los dejaron fuera del camino para que las auras los comieran, como lo hicieron.
Viendo Motecuzuma que los mensajeros se tardaban y que no había nueva de ellos, túvolo por mala señal y, estando con determinación de enviarlos a buscar, llegaron unos mercaderes de Amecameca, que venían de Guazacualco, los cuales dieron la nueva de cómo los huaxaqueños habían muerto a los correos reales de Motecuzuma. Lo cual, sabido por Motecuzuma, le dió grandísima pena y, luego, mandó llamar a Tlacaellel y contóle lo que había pasado y tomó parecer con él si se les daría luego la guerra, y quedando de acuerdo que se les diese para cuando la edificación del templo se acabase, para celebrarla con cautivos que trajesen si salían con la victoria. Y con esto dió prisa a que se acabase el templo. Acabado el templo, Motecuzuma envió para que todos los señores de su reino se apercibieran para ir a destruir a los de Huaxacac por lo que habían cometido, avisándoles de lo que habían hecho y lo que había pasado. Puestos en camino grande número de soldados, llegaron a Huaxacac y asentaron sus tiendas de suerte que cercaran toda la ciudad, de suerte que nadie podía huírse. Visto por los de Huaxacac cuán cercados estaban de mexicanos, comenzaron a temer y a desmayar. Luego, otro día, los capitanes mexicanos, habiendo comido la gente, y apercibidos del orden que habían de guardar en la guerra, y habiéndoles avisado cómo la voluntad de Motecuzuma era de que aquella ciudad se destruyera y asolara, y que en el llano no quedara piante ni mamante, y que los que pudieran coger vivos no los mataran, sino que los pusieran a recaudo, y con esto hecha la señal acostumbrada, empezaron el combate.
En breve tiempo hicieron lo que les fué mandado, de suerte que no quedó hombre, ni mujer, ni niño, ni viejo, ni gato con vida, ni casa, ni árbol que no lo echasen por tierra, y cogieron grande número de esclavos y tomaron su camino para México, donde fueron llegados y muy bien recibidos a su usanza, como tenían costumbre. Traídos y entregados los cautivos de Huaxacac para sacrificar en el día de la dedicación del templo, viendo Motecuzuma y Tlacaellel que ya eran tenidos y temidos por toda la tierra y por esto cesarían las guerras, y que cesando ellas cesaría el sacrificar hombres, de lo cual decían ellos se servía mucho su dios, para que esto no faltase, dieron un corte, por orden de Tlacaellel, para que su dios no estuviese atenido a las guerras. Fué el parecer que pues los tlaxcaltecas y toda aquella provincia estaban mal con ellos, que fuesen los soldados mexicanos a los tianguis todos los días que los hubiera en la provincia de Tlaxcallan, como era en Tlaxcallan, Huexotzinco, Cholula, Atlixco, Tliliuhquitepec y Tecoal, y que allí en lugar de comprar joyas, comprasen con su sangre víctimas para sus dioses. Lo cual comunicado con el rey, le pareció muy bien a él y a su consejo, porque demás de tener víctimas para sacrificar a su dios, seguíase otro bien a la provincia mexicana, que era estar de continuo ejercitados en las armas y en las cosas de la guerra, que para conservación de sus reinos era lo que más convenía. Y para que en esto hubiera la ejecución que se pretendía, Tlacaellel, en nombre de su rey y sus grandes, publicó una ley y premática que el que de alguno de estos tianguis de Tlaxcallan trajera algún preso, que del tesoro real le diesen la joya o joyas que su trabajo merecía y que ningún.
noble o no noble, aunque fuese de la sangre real, su ordinario traje y vestido fuese más de como suele andar la gente baja y de poco valor, si no fuese que lo hubiese adquirido y ganado por vía de la guerra en estos tianguis y así, podrían traer todo cuanto por rescate y premio de los que cautivaban les daba Motecuzuma y no otra cosa que de esta suerte en la guerra o por esta vía no se adquiriera. De esta suerte, se conocían los que eran cobardes y de poco corazón, y los que eran valientes y esforzados, y de esta suerte todos los que andaban bien aderezados y se trataban bien, aunque fueran de la sangre real, eran tenidos por hombres bajos y los hacían servir en cosas y obras comunes. Finalmente, era ley inviolable entre ellos, puesta por Tlacaellel, que el que no supiera ir a la guerra que no fuera tenido en cosa alguna, ni reverenciado, ni se juntase, ni hablase, ni comiese con los valientes hombres, sino que fuese tenido como hombre descomulgado o como miembro apartado, digo podrido y sin virtud. Así, a este modo, les dieron mil preeminencias... Esta premática se publicó por toda la real corona de México y se mandó guardar inviolablemente, so pena de la vida al que lo contrario hiciere. Todo el reino se holgó de tal ley por ver que ya sus hijos tenían dónde poderse ejercitar y ganar honra y hacienda. Y así, estando todos los principales del reino juntos en cortes, le dieron al rey y a Tlacaellel el parabién de la nueva ley. Estando, pues, todos los señores juntos, el rey Motecuzuma se levantó y los rogó que cada uno acudiese con la gente que pudiese para que la ciudad de Huaxacac se tornase a reedificar y a poblar de nuevo.
El rey de Tetzcuco acudió para esto con sesenta hombres casados con sus mujeres e hijos, el rey de Tacuba acudió con otros tantos y, finalmente, cada señor acudió con los que pudo. La ciudad sola de México dió seiscientos vecinos casados con sus mujeres e hijos y así el rey a todos los que fueron les hizo donación de aquella tierra para que entre sí la repartieran, e hizo señor y virrey de aquella tierra a su primo Atlacol, hijo de su tío Ocelopan, a quien mataron los chalcas en la guerra. Congregados todos los pobladores en México, el rey les hizo una plática, animándolos y dándoles grandes privilegios, fueros y exenciones, y mandóles que la ciudad la trazasen de suerte que cada nación estuviese de por sí en su barrio, y que en todo procurasen que aquella ciudad imitase a la de México. Llegados a Huaxacac, poblaron su ciudad conforme a la institución que su rey, huehue Motecuczuma, les dió. En el año de mil cuatrocientos cincuenta y cuatro, cuando los indios por la cuenta de sus años contaban Ce Tochtli, que quiere decir "uno conejo", y los dos años siguientes, reinando huehue Motecuzuma, el primero de este nombre, fue tanta la esterilidad de agua que hubo en esta tierra de la Nueva España que, cerradas las nubes, casi como en tiempo de Elías, no llovió poco ni mucho, ni en el cielo en todo este tiempo hubo señal de querer llover, tanto que las fuentes y manantiales se fueron y los ríos no corrían y la tierra ardía como fuego y se abría, haciendo grandes aberturas y hendiduras.
Fue tanta la esterilidad y falta que de todas las cosas había que la gente comenzó a desfallecer y enflaquecerse con la hambre que padecían, y muchos se morían, y otros se huían a lugares fértiles a buscar con qué sustentar la vida. El rey Motecuzuma, viendo que su ciudad y todas las de la comarca se despoblaban y que de todo su reino venían a clamar y darle aviso de la gran necesidad que se padecía, mandó llamar a todos sus mayordomos, factores y tesoreros que tenía puestos en todas las ciudades de su reino, y mandó saber de ellos la cantidad de maíz y frijol, chile, chía y de todas las demás legumbres y semillas que había en las trojes reales, que en todas las provincias había cogido para su sustento real, y ellos dijeron haber en las trojes gran cantidad de bastimentos con que se podía suplir alguna parte de la necesidad que la gente pobre padecía. Tlacaellel, como hombre piadoso, dijo al rey que no dilatase el remedio por lo que queda dicho. Y así, mandó Motecuzuma, por parecer de Tlacaellel, que del bastimento que había recogido se hiciera cada día tanta cantidad de pan y otra tanta de atole y que tantas canoas entraran con el dicho pan y atole, y mandaron que todo esto se repartiese entre los pobres y gente necesitada solamente, y que el pan viniese hecho tamales, y que cada tamal fuese como la cabeza de un hombre, y que no se trajese maíz en grano, ni hubiese saca de ello para otra parte, so pena de la vida. Dado este mandato, empezó a entrar en México veinte canoas de pan y diez de atole cada día.
El rey puso regidores y repartidores de este pan, los cuales recogían toda la gente pobre de todos los barrios, viejos y mozos, chicos y grandes, y repartíanles el pan conforme a la necesidad de cada uno, y a los niños aquel atole, dándoles a cada uno una escudilla grande de ello. Pasado un año que el rey daba este sustento, vino a tanta estrechura el año siguiente y disminución de sus trojes que el rey no se podía sustentar. Avisado de sus mayordomos cómo ya sus graneros reales se iban acabando, mandó juntar a todos los de la ciudad, viejos y mozos, hombres y mujeres, e hízoles un último banquete de lo que restaba del maíz y de las demás semillas, y después que hubieron comido, mandólos vestir a todos, y al cabo les hizo tina lastimosa plática consolatoria, la cual acabada empezaron los indios a dar grandes gemidos y a derramar muchas lágrimas. Viendo que ya no tenían remedio, dieron en irse y dejar la ciudad a buscar su vida, y acogíanse a los pueblos que entendían hallar hombres poderosos que los sustentasen, y vendían los hijos, y daban por un niño un cestillo muy pequeño de maíz a la madre o al padre, obligándose a sustentar al niño todo el tiempo que la hambre durase. Muchos de los que se iban a otros pueblos se caían muertos por los caminos, arrimados a las...
Al rey y a todos pareció bien el consejo de Tlacaellel y mandó al mismo fuese al rey de Tetzcuco a decir lo que se había determinado, el cual vino en ello y se fué a su ciudad a dar orden en que se pusiera por obra el concierto arriba dicho. Hecho todo lo que se concertó, y haciendo como vencidos sus ofertas los de Tetzcuco y estableciendo las leyes que saben establecer los vencidos, se hicieron las treguas. Este Motecuczuma el viejo reinó doce años con grandísima paz y quietud y fue muy obedecido y respetado de todas las ciudades y provincias comarcanas. En este tiempo comenzó a edificar el templo a su dios Huitzilopuchtli a imitación de Salomón, por consejo de Tlacaellel y de todos sus grandes, y para esto enviaron a llamar a todos los reyes y señores de pueblos y provincias, sus sujetos y vasallos, para que acudieran a su gente y materiales para el edificio del templo. Para hacer algunas figuras y molduras grandes, eran menester algunas piedras grandes, y viendo que todas las provincias acudían con cuidado a su obligación, enviaron Tlacaellel y huehue Motecuczuma a los señores de Chalco, a suplicarles ayudaran con ellas, pues en su tierra las había y para esto enviaron cuatro de los más principales a Chalco, y daba su embajada, los señores y el rey les respondieron algo desabridamente y les mandaron volver otro día por la respuesta. Vueltos otro día por la respuesta, les dijeron que toda la comunidad chalca estaba muy determinada a no acudir a cosa de lo que les suplicaban y que por llevarlo adelante tomarían las flechas y los arcos.
Y con esto volvieron los mensajeros a su rey Motecuczuma y a Tlacaellel. Luego, los chalcas se apercibieron para ir contra los mexicanos y los mexicanos hicieron lo propio para darles la guerra. Y así, salieron de México muchos y muy escogidos soldados con su general Tlacaellel. Llegados a las manos los dos ejércitos, pelearon con tanto valor, que todo el día en peso gastaron en combatirse sin reconocerse ventaja los unos a los otros, muriendo de ambas partes gran número de gente y despartiéndolos la noche, los mexicanos se retiraron a su ciudad, temiendo alguna celada de sus pueblos, que antes habían vencido, no se levantaron contra ellos. Para que los chalcas se cansaran, los mexicanos por orden de Tlacaellel, hizo que cinco días arreo por sus escuadras y remudas escaramucearan con los chalcas, y en estas escaramuzas los de Chalco llevaban lo peor. Al sexto día, los mexicanos salieron algo consolados, descansados y bien aderezados, y hallando a los enemigos el sitio que los habían dejado, arremetieron los mexicanos con tan gran ímpetu que los hicieron retirar hasta Tlapitzahuayan. Y así, pasaron dejando guardas los unos y los otros, hasta que se pasaron otros cinco días. En esta ocasión, hizo voto Motecuczuma, Tlacaellel y los de su corte de hacer una famosa fiesta a su dios y que el sacrificio había de ser a costa de las vidas y sangre de los chalcas, y que había de ofrecer a su dios en sacrificio de fuego todos los que cautivaran. Al quinto día volvieron a cargarse los dos ejércitos, y al cabo los mexicanos hicieron retirar a los chalcas hasta un lugar que llaman Cohuatitlan, que cae hacia la parte de Tepopolan.
En este alcance murió gran número de chalcas, y dicen que no quedó indio ni muchacho del ejército mexicano que no prendiese uno o dos de los chalcas o los matase, de suerte que los cautivos fueron más de quinientos y en llegando a México los sacrificaron a su dios, por cumplir el voto. El sacrificio de fuego que los mexicanos hacían a su dios era de esta manera: hacían una grande hoguera en un brasero grande hecho en el suelo, al cual llamaban fogón divino, y los echaban vivos en aquella brasa, y antes que acabasen de espirar les sacaban el corazón y lo ofrecían a su dios, bañando todas las gradas y el lugar de la pieza con la sangre de aquellos hombres. Los mexicanos, engolosinados de carne humana, volvieron otro día a la batalla y encontrando a los chalcas entre Tepopolan y Amecameca, se trabaron de nuevo y de ambas partes hubo muchos muertos y cautivos, peleando todo el día hasta que la noche los despartió. En esta refriega los chalcas mataron a tres hermanos de Motecuczuma y entre los cautivos que llevaron, prendieron a un primo hermano del rey de México, muy valeroso y esforzado mancebo, llamado Ezhuahuacatl y conociéndolo, los chalcas le quisieron levantar por su ley. Viniendo, pues los de Chalco a elegirle por rey, les dijo que estaba muy bien y que les rogaba que antes que lo eligiesen, y él diese su consentimiento, que le trajesen un madero de veinte brazas y que encima de él le hiciesen un andamio para holgarse con los mexicanos, a los cuales había dicho antes que había de morir con ellos si no los libertaban a todos, que más quería él morir que reinar, pues para aquello se había ofrecido a ir a la guerra.
Lo cual hicieron los chalcas con brevedad y dándole aviso de cómo estaba hecho, salió con todos los mexicanos presos, y mandóles poner un atambor en medio, y comenzaron todos a bailar alrededor del palo. Después que hubo bailado, se despidió de sus mexicanos, diciéndoles: -"hermanos, yo me voy a morir como valeroso". Y diciendo esto, comenzó a subir el palo arriba y estando encima del tablado, que en la punta del palo estaba, tornó a bailar y cantar, y luego dijo en alta voz: -"chalcas, habéis de saber que con mi suerte he de comprar vuestras vidas y que habéis de servir a mis hijos y nietos y que mi sangre real ha de ser pagada con la vuestra". Y diciendo esto, arrojóse del palo abajo, el cual se hizo muchos pedazos. Los chalcas, admirados y espantados, comenzaron a temerse de lo que había dicho y luego sacrificaron a los demás presos asaeteándolos a todos, porque este era su modo de sacrificar, porque su dios era el dios de la caza, y así sacrificaban con flechas. Sentidos en extremo los mexicanos por la muerte de tan ilustres varones, volvieron otra vez de nuevo al lugar de la batalla pasada, con todos los hombres, chicos y grandes de su reino, a vengar las muertes de los suyos y junto a las casas de Amecameca, junto a un cerrito que llaman Itztopatepec, hicieron alto y fabricaron sus tiendas con propósito de no volver a México si no es con victoria o vencidos. Aquí salieron los chalcas, aunque temerosos de un mal agüero que de unos cuclillos habían tenido, y, dándoles la batalla, los mexicanos salieron con la victoria de Amecameca y Chalco, y sosegaron a las mujeres y viejos, los cuales hicieron sus juramentos como vencidos.
Otros dicen que duró esta guerra tres años. Vencidos los chalcas, mandó huehue Motecuczuma que a todos los que habían hecho su deber en esta guerra se les agujerasen las narices para señalarles por hombres de valor y que entrasen en México con unas plumas y joyas de oro colgadas de las narices a manera de bigotes, pasadas de una parte a otro por medio de la ternilla. Y así se hizo. Lo mismo hicieron a los chalcas que se habían mostrado valerosos en la guerra, igualándolos en la honra, pues en valor habían sido iguales siempre a los mexicanos. De aquí quedaron los unos con los otros por muy amigos y confederados. Vueltos a México los mexicanos y hechas sus obsequias a los que murieron en la guerra, estando quietos y sosegados, el rey Motecuczuma tuvo nueva cómo los de Tepeacac habían muerto a todos mercaderes de México y Tetzcuco, tepanecas y coyohuacas, que andaban en cuadrilla de un tianguis en otro, y luego llamó a Tlacaellel y a sus consejeros, y diciéndoles lo que pasaba, de común acuerdo se determinó que se hiciese guerra a los de Tepeacac y que se la notificasen luego. Enviaron a ello cuatro principales, los cuales en llegando a Tepeacac fueron a hablar al señor del pueblo y le dijeron cómo Motecuczuma, Tlacaellel y los demás señores mexicanos te enviaban una rodela y una espada y unas plumas para que emplumara su cabeza y que los esperara, que quería vengar a los muertos. Y con esto se promulgó la guerra. El señor de Tepeacac, llamado Coyolcul, y otros dos dijeron que fuese muy enhorabuena, que ellos se holgaban de ello y que hiciesen lo que quisiesen y les pareciese.
Motecuczuma, vista la resolución de Tepeacac, mandó apercibir todas sus gentes y los bastimentos y pertrechos que para la guerra se requerían, y puestos en camino llegaron a un cerro que llaman Coahuapetlayo, que es término de la ciudad de Tepeacac, y desde allí enviaron los de las provincias de México, que son los mexicanos con sus vasallos, a explorar la tierra y saber de los pertrechos de sus enemigos, los de Tepeacac. Y sabido que no había ni aun rumor de guerra, como afrentado, Motecuczuma dijo a su gente que se apercibiese, que aquella noche estaría todo concluido antes que el sol saliera, y dió la traza que se había de dar en la pelea. Repartióse todo el ejército en cuatro partes, la una fué a Tecalco, otra a Quautlinchan, otra a Acatzinco, y otra se quedó sobre Tepeacac, y todos, al cuarto del alba, dieron su seña y arremetieron a un punto y hora señalada sobre ellos, quitándoles el templo y la casa de sus señores, haciendo en ellos extrema matanza y robo y se apoderaron de las cuatro ciudades. De suerte que cuando salió el sol ya estaban en su poder, como Motecuczuma lo había prometido. Los de Tepeacac no pelearon, ora por temor o por cobardes, sólo se decía que los señores principales de Tepeacac, y el mayor señor de ellos, salieron llorando, cruzadas las manos, postrándose delante de los mexicanos, pidiendo misericordia y perdón de su yerro, y ofreciéndose por sus siervos y vasallos. A los once años que reinaba huehue Motecuczuma, primero de este nombre, hubo grandes nieves, y nevó seis días arreo y creció la nieve por todas las calles, que llegaba a la rodilla.
En este tiempo, estaba la nación mexicana algo sosegada y vínoles una nueva cómo los huastecas habían muerto y asaltado a todos los mercaderes y tratantes que por aquella tierra y lugar andaban, así de las demás provincias como de México, y que luego, en cometiendo el delito, habían hecho en todos sus pueblos cinco cercas, una tras otra, de ricas tapias para su defensa. Los de México, sabiendo lo que pasaba, se apercibieron y aprestaron para la batalla de lo necesario y, puestos en camino, llegaron a vista de sus enemigos, donde, por orden de Tlacaellel, hicieron una emboscada cubriendo con paja dos mil soldados valerosos, que cada uno tenía ley de no huir a veinte soldados, y otros a diez, y saliendo al encuentro con sus enemigos, los mexicanos se retiraron hasta que pudieron muy bien los de la emboscada coger en medio a los huastecas. Los vencieron con este ardid, trayendo los mexicanos grandes y ricos despojos, y grandísimo número de cautivos para sacrificar a su dios. De estos cautivos, queriendo Motecuczuma hacer sacrificio a su dios, llamó a Tlacaellel y pidiéndole consejo, le dijo Tlacaellel: -"señor, el sacrificio ha de ser desollamiento y para esto conviene buscar una piedra grande para que en ella se haga el sacrifico". Motecuczuma dijo lo ordenara como le pareciera, mas que la piedra había de ser redonda y que alrededor y en la circunferencia se esculpiese muy al vivo la guerra de Azcaputzalco. Lo cual se hizo así, y allí se hizo el sacrificio muy solemne, estando presentes todos los señores de las ciudades y provincias cincunvecinas.
Hecho este sacrificio, los mexicanos enviaron a Cuetlaxtlan a pedirles caracoles y veneras para el culto de sus dioses, y allá despacharon sus embajadores. Llegados que fueron a Huilizapan, que propiamente se dice Ahuilizapan, los señores de él avisaron al señor de Cuetlaxtlan, con quien estaban holgándose los señores de Tlaxcallan, y sabida la nueva, por amonestación y persuación de los tlaxcaltecas, envió el señor de Cuetlaxtlan a mandar a los de Ahuilizapan que mataran a los embajadores y a todos los mercaderes y tratantes que hallar pudiesen, de los que estaban unidos con los mexicanos. Lo cual así se hizo, que no dejaron hombre a vida; sólo dos hombres de Iztapalapan se escaparon y vinieron a dar la nueva a Motecuczuma. Sabido lo que pasaba, huehue Motecuczuma llamó a Tlacaellel y a todo su consejo de guerra, y mandó que se apercibieran para ir contra Ahuilizapan, que hoy llamamos Orizaba, y puestos en camino llegaron allá en muy poco tiempo. Llegados junto a Orizaba, armaron sus tiendas, enviaron a explorar la tierra con espías y pusieron centinelas. Por las espías supieron cómo en Ahuilizapan no había rumor de guerra, aunque estaban ya sobre aviso, y apercibidos. Puestos en orden los mexicanos, les salieron al encuentro y, como los mexicanos los vieron, arremetieron con ellos con tanta vehemencia que a muchos de sus contrarios echaron por tierra, los que se defendieron con tanto ánimo y esfuerzo que no hicieron menos daño del que ellos habían recibido; pero al fin, los de Ahuilizapan, con todos los que los ayudaban, quedaron vencidos de los mexicanos y viendo los señores de Cuetlaxtlan y de las demás ciudades comarcanas que los mexicanos iban asolando sus ciudades, pidieron perdón, como era de costumbre, y así cesó la persecución y matanza de los mexicanos.
Vueltos a México con algunos presos, enviaron por gobernador de aquella provincia de Cuetlaxtlan a un valeroso mexicano llamado Pinotl por que la sustentara en paz y con obediencia para con los mexicanos y para cobrar los tributos. En la Mixteca hay un famoso pueblo o ciudad llamado Cohuayxtlahuacan, donde se hacía un muy famoso tianguis, al cual acudían muchos mercaderes de todas las naciones, en especial de la provincia de México. Los señores de esta ciudad, no sé por qué ocasión, mandaron a sus vasallos que en saliendo un día de tianguis los mercaderes de la provincia de México, los robaran y mataran sin dejar a ninguno. Lo cual así se hizo y sólo se escaparon los de Tultitlan, que se escondieron. Algunos de ellos vinieron con la nueva a México y contaron a huehue Motecuczuma lo que había pasado, de lo cual avisó luego a Tlacaellel y a los reyes de Tetzcuco y de Tacuba, y mandó apercibir todo lo necesario para dar guerra a los que tal agravio les habían hecho, y lo mismo se avisó a todas las ciudades comarcanas de México. Juntóse grandísimo número de gente para ir a dar batalla, muchas más que en todas las pasadas, y viendo Motecuczuma que Tlacaellel era ya viejo y que no estaba para ir a tan larga jornada, hizo por general del ejército a un señor principal y valeroso que se llamaba y decía Cuauhnochtli y por su lugarteniente a otro que se decía Aticocyahuacatl, y mandóles que luego saliese lo gente. Llegando a los términos de Cohuayxtlahuacan, asentaron los mexicanos su real y pusieron a punto todo lo necesario para la batalla, y, puestos todos en armas, caminaron hasta divisar a sus contrarios.
Luego, como los vieron venir con buen orden y muy lozanos, los mexicanos arremetieron a ellos con grande alarido y algazara y, revolviéndose entre ellos, fué tanta la matanza que en ellos hicieron que el campo se llenó de cuerpos muertos, y se fueron retirando a su ciudad. Los mexicanos, en su seguimiento, les ganaron el templo y le pegaron fuego y a todas las casas que era de ver, y así cautivaron gran número de soldados a sus enemigos y los vencieron, de suerte que los señores se rindieron y vinieron a pedir misericordia con las manos cruzadas y se ofrecieron a ser vasallos. Bajadas las armas los mexicanos, los mixtecas se ofrecieron por perpetuos vasallos de los mexicanos y dijeron que todos los años acudirían con ricos tributos. Con esto se volvieron los mexicanos a su ciudad muy contentos y ufanos, y con muchas riquezas y con gran número de esclavos para sacrificar a sus dioses, como lo acostumbraban. Llegados a México con la victoria, Tlacaellel dijo a Motecuczuma que mandara se hiciera una piedra que fuera semejanza del sol y que la pusieran por nombre cuauhxicalli, que quiere decir "vaso de águilas", la cual dijo se hiciese y mandó que en su asiento y solemnidad se sacrificasen los presos que de Cohuayxtlahuacan se habían traído. Esta piedra es la que hoy día está a la puerta del perdón de la iglesia mayor para hacer de ella una pila de bautismo. En esta piedra, en lo llano de arriba, está dibujada la figura de él y, alrededor, las guerras que venció Motecuczuma, el primero de este nombre, como son la de Tepeacac, de Tochpan, de la Huaxteca, de Cuetlaxtlan, y la de Cohuayxtlahuacan; todo muy curiosamente labrado con otras piedras, porque los canteros no tenían en aquel tiempo otros instrumentos.
En este tiempo ya que los mexicanos estaban algo sosegados, andaban los de Tlaxcallan tan ansiosos y deseosos de competir con los mexicanos y de inquietarlos que se fueron a Cuetlaxtlan, a los cuales, prometiéndoles su ayuda y favor, los persuadieron a que se rebelasen contra los mexicanos y mataran al gobernador que les habían puesto por la guerra pasada. Lo que ellos hicieron luego, y de aquí dieron ocasión a que los mexicanos volviesen otra vez contra Cuetlaxtlan con grandísimo número de soldados. Saliéndoles al encuentro los de Cuetlaxtlan y toda su provincia arremetieron los unos con los otros con gran denuedo y osadía y al fin, los mexicanos salieron con la victoria. Como los macehuales, que es la gente plebeya, viesen la matanza que en ellos se hacía, pidieron audiencia a los mexicanos y, dada, se querellaron de sus señores y mandoncillos, diciendo cómo ellos habían movido la guerra, que pedían les castigasen, que ellos no tenían la culpa, y que los tributos que ellos los pagaban y no los señores. Vista por los mexicanos la razón y justicia que los macehuales tenían y pedían, les mandaron traer a su presencia a sus principales maniatados. Lo cual hicieron ellos con mucha diligencia. Y traídos delante de los señores mexicanos, mandaron a los cuetlaxtecas que los tuviesen a buen recaudo y con guardas hasta que Motecuzuma avisara de lo que se había de hacer, y les mandaron que de aquí adelante fuese el tributo doblado que le daban. Nunca en esta ocasión los tlaxcaltecas les ayudaron en cosa, antes se estuvieron quedos.
Vueltos a México los soldados y el general dijeron al rey lo que habían hecho y cómo toda la provincia de Cuetlaxtlan quedaba quieta y pacífica, y cómo los principales quedaban presos y cómo los macehuales pedían justicia contra ellos. Vista por Motecuzuma la demanda, mandó fuesen degollados, por detrás cortadas sus cabezas y no por la garganta, y que fuesen a ejecutar esta justicia dos oidores del consejo supremo y así, ellos mismos los degollaban con unas espadas de navaja. Y con esto quedaron los macehuales muy contentos y les pusieron otro gobernador de México y otros señores nuevos de su misma nación. Vueltos los ejecutores a México, dieron razón de todo lo que habían hecho. Sabiendo Motecuzuma cómo en Guazacualco había muchas cosas curiosas de oro y otras cosas, comunicó con Tlacaellel si sería bueno enviar por ellas para adorno del templo de su dios Huitzilopuchtli, y por parecer de los dos se despacharon sus mensajeros y correos. Llegados que fueron a Guazacualco dieron su embajada, y los señores de él acudieron con grandísima voluntad a ello y les dieron aún muchas más cosas de las que les pidieron. Volviéndose a su ciudad los correos cargados con lo que en Guazacualco les habían dado, llegaron a un pueblo que está antes de Huaxacac, que se llama Mictlan. Llegados allí, los de Huaxacac tuvieron noticia de su llegada y saliéndoles al camino a la salida del pueblo de Mictlan, los mataron y les quitaron todo cuanto traían, y los dejaron fuera del camino para que las auras los comieran, como lo hicieron.
Viendo Motecuzuma que los mensajeros se tardaban y que no había nueva de ellos, túvolo por mala señal y, estando con determinación de enviarlos a buscar, llegaron unos mercaderes de Amecameca, que venían de Guazacualco, los cuales dieron la nueva de cómo los huaxaqueños habían muerto a los correos reales de Motecuzuma. Lo cual, sabido por Motecuzuma, le dió grandísima pena y, luego, mandó llamar a Tlacaellel y contóle lo que había pasado y tomó parecer con él si se les daría luego la guerra, y quedando de acuerdo que se les diese para cuando la edificación del templo se acabase, para celebrarla con cautivos que trajesen si salían con la victoria. Y con esto dió prisa a que se acabase el templo. Acabado el templo, Motecuzuma envió para que todos los señores de su reino se apercibieran para ir a destruir a los de Huaxacac por lo que habían cometido, avisándoles de lo que habían hecho y lo que había pasado. Puestos en camino grande número de soldados, llegaron a Huaxacac y asentaron sus tiendas de suerte que cercaran toda la ciudad, de suerte que nadie podía huírse. Visto por los de Huaxacac cuán cercados estaban de mexicanos, comenzaron a temer y a desmayar. Luego, otro día, los capitanes mexicanos, habiendo comido la gente, y apercibidos del orden que habían de guardar en la guerra, y habiéndoles avisado cómo la voluntad de Motecuzuma era de que aquella ciudad se destruyera y asolara, y que en el llano no quedara piante ni mamante, y que los que pudieran coger vivos no los mataran, sino que los pusieran a recaudo, y con esto hecha la señal acostumbrada, empezaron el combate.
En breve tiempo hicieron lo que les fué mandado, de suerte que no quedó hombre, ni mujer, ni niño, ni viejo, ni gato con vida, ni casa, ni árbol que no lo echasen por tierra, y cogieron grande número de esclavos y tomaron su camino para México, donde fueron llegados y muy bien recibidos a su usanza, como tenían costumbre. Traídos y entregados los cautivos de Huaxacac para sacrificar en el día de la dedicación del templo, viendo Motecuzuma y Tlacaellel que ya eran tenidos y temidos por toda la tierra y por esto cesarían las guerras, y que cesando ellas cesaría el sacrificar hombres, de lo cual decían ellos se servía mucho su dios, para que esto no faltase, dieron un corte, por orden de Tlacaellel, para que su dios no estuviese atenido a las guerras. Fué el parecer que pues los tlaxcaltecas y toda aquella provincia estaban mal con ellos, que fuesen los soldados mexicanos a los tianguis todos los días que los hubiera en la provincia de Tlaxcallan, como era en Tlaxcallan, Huexotzinco, Cholula, Atlixco, Tliliuhquitepec y Tecoal, y que allí en lugar de comprar joyas, comprasen con su sangre víctimas para sus dioses. Lo cual comunicado con el rey, le pareció muy bien a él y a su consejo, porque demás de tener víctimas para sacrificar a su dios, seguíase otro bien a la provincia mexicana, que era estar de continuo ejercitados en las armas y en las cosas de la guerra, que para conservación de sus reinos era lo que más convenía. Y para que en esto hubiera la ejecución que se pretendía, Tlacaellel, en nombre de su rey y sus grandes, publicó una ley y premática que el que de alguno de estos tianguis de Tlaxcallan trajera algún preso, que del tesoro real le diesen la joya o joyas que su trabajo merecía y que ningún.
noble o no noble, aunque fuese de la sangre real, su ordinario traje y vestido fuese más de como suele andar la gente baja y de poco valor, si no fuese que lo hubiese adquirido y ganado por vía de la guerra en estos tianguis y así, podrían traer todo cuanto por rescate y premio de los que cautivaban les daba Motecuzuma y no otra cosa que de esta suerte en la guerra o por esta vía no se adquiriera. De esta suerte, se conocían los que eran cobardes y de poco corazón, y los que eran valientes y esforzados, y de esta suerte todos los que andaban bien aderezados y se trataban bien, aunque fueran de la sangre real, eran tenidos por hombres bajos y los hacían servir en cosas y obras comunes. Finalmente, era ley inviolable entre ellos, puesta por Tlacaellel, que el que no supiera ir a la guerra que no fuera tenido en cosa alguna, ni reverenciado, ni se juntase, ni hablase, ni comiese con los valientes hombres, sino que fuese tenido como hombre descomulgado o como miembro apartado, digo podrido y sin virtud. Así, a este modo, les dieron mil preeminencias... Esta premática se publicó por toda la real corona de México y se mandó guardar inviolablemente, so pena de la vida al que lo contrario hiciere. Todo el reino se holgó de tal ley por ver que ya sus hijos tenían dónde poderse ejercitar y ganar honra y hacienda. Y así, estando todos los principales del reino juntos en cortes, le dieron al rey y a Tlacaellel el parabién de la nueva ley. Estando, pues, todos los señores juntos, el rey Motecuzuma se levantó y los rogó que cada uno acudiese con la gente que pudiese para que la ciudad de Huaxacac se tornase a reedificar y a poblar de nuevo.
El rey de Tetzcuco acudió para esto con sesenta hombres casados con sus mujeres e hijos, el rey de Tacuba acudió con otros tantos y, finalmente, cada señor acudió con los que pudo. La ciudad sola de México dió seiscientos vecinos casados con sus mujeres e hijos y así el rey a todos los que fueron les hizo donación de aquella tierra para que entre sí la repartieran, e hizo señor y virrey de aquella tierra a su primo Atlacol, hijo de su tío Ocelopan, a quien mataron los chalcas en la guerra. Congregados todos los pobladores en México, el rey les hizo una plática, animándolos y dándoles grandes privilegios, fueros y exenciones, y mandóles que la ciudad la trazasen de suerte que cada nación estuviese de por sí en su barrio, y que en todo procurasen que aquella ciudad imitase a la de México. Llegados a Huaxacac, poblaron su ciudad conforme a la institución que su rey, huehue Motecuczuma, les dió. En el año de mil cuatrocientos cincuenta y cuatro, cuando los indios por la cuenta de sus años contaban Ce Tochtli, que quiere decir "uno conejo", y los dos años siguientes, reinando huehue Motecuzuma, el primero de este nombre, fue tanta la esterilidad de agua que hubo en esta tierra de la Nueva España que, cerradas las nubes, casi como en tiempo de Elías, no llovió poco ni mucho, ni en el cielo en todo este tiempo hubo señal de querer llover, tanto que las fuentes y manantiales se fueron y los ríos no corrían y la tierra ardía como fuego y se abría, haciendo grandes aberturas y hendiduras.
Fue tanta la esterilidad y falta que de todas las cosas había que la gente comenzó a desfallecer y enflaquecerse con la hambre que padecían, y muchos se morían, y otros se huían a lugares fértiles a buscar con qué sustentar la vida. El rey Motecuzuma, viendo que su ciudad y todas las de la comarca se despoblaban y que de todo su reino venían a clamar y darle aviso de la gran necesidad que se padecía, mandó llamar a todos sus mayordomos, factores y tesoreros que tenía puestos en todas las ciudades de su reino, y mandó saber de ellos la cantidad de maíz y frijol, chile, chía y de todas las demás legumbres y semillas que había en las trojes reales, que en todas las provincias había cogido para su sustento real, y ellos dijeron haber en las trojes gran cantidad de bastimentos con que se podía suplir alguna parte de la necesidad que la gente pobre padecía. Tlacaellel, como hombre piadoso, dijo al rey que no dilatase el remedio por lo que queda dicho. Y así, mandó Motecuzuma, por parecer de Tlacaellel, que del bastimento que había recogido se hiciera cada día tanta cantidad de pan y otra tanta de atole y que tantas canoas entraran con el dicho pan y atole, y mandaron que todo esto se repartiese entre los pobres y gente necesitada solamente, y que el pan viniese hecho tamales, y que cada tamal fuese como la cabeza de un hombre, y que no se trajese maíz en grano, ni hubiese saca de ello para otra parte, so pena de la vida. Dado este mandato, empezó a entrar en México veinte canoas de pan y diez de atole cada día.
El rey puso regidores y repartidores de este pan, los cuales recogían toda la gente pobre de todos los barrios, viejos y mozos, chicos y grandes, y repartíanles el pan conforme a la necesidad de cada uno, y a los niños aquel atole, dándoles a cada uno una escudilla grande de ello. Pasado un año que el rey daba este sustento, vino a tanta estrechura el año siguiente y disminución de sus trojes que el rey no se podía sustentar. Avisado de sus mayordomos cómo ya sus graneros reales se iban acabando, mandó juntar a todos los de la ciudad, viejos y mozos, hombres y mujeres, e hízoles un último banquete de lo que restaba del maíz y de las demás semillas, y después que hubieron comido, mandólos vestir a todos, y al cabo les hizo tina lastimosa plática consolatoria, la cual acabada empezaron los indios a dar grandes gemidos y a derramar muchas lágrimas. Viendo que ya no tenían remedio, dieron en irse y dejar la ciudad a buscar su vida, y acogíanse a los pueblos que entendían hallar hombres poderosos que los sustentasen, y vendían los hijos, y daban por un niño un cestillo muy pequeño de maíz a la madre o al padre, obligándose a sustentar al niño todo el tiempo que la hambre durase. Muchos de los que se iban a otros pueblos se caían muertos por los caminos, arrimados a las...