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Datos principales
Desarrollo
Capítulo XCV De cómo yendo Almagro descubriendo llegó a unos puertos de nieve donde pasó grande trabajo su gente Partido Almagro de aquella tierra donde había estado, caminó hacia el mediodía a lo que llaman Chila, y a cabo de haber andado algunas jornadas llegó a donde estaba una fortaleza pequeña, teniendo gran falta de bastimentos; y no embargante que aquella comarca sea llana es tan estéril que falta lo que en otras sobra; mandó salir algunos de los que llegaron con él a que buscasen por todas partes, porque el real todo no era llegado, ni vino hasta otro día. Y como todos estuviesen juntos y fuesen tanta gente, y no hallasen qué comer y ellos trujesen poco, hubo en todos gran tristeza porque sabían que en algunas jornadas no había poblado ni donde haber bastimento; mandó Almagro repartir ciertos puercos que habían restado y ovejas, rogó a los españoles muy animosamente pasasen por los trabajos, pues sin ellos jamás se ganaba honra ni ningún provecho. Respondieron que lo harían y así pusieron buen cobro en lo que les había quedado. Salieron de allí, caminaron por unos salitrales y tierra estéril y muy triste, siete jornadas: comenzaron a sentir la necesidad, fue causa el mucho servicio que llevaban: que era porque se sentía tanto. Subiendo por una quebrada de yuso; toparon un aposento pequeño donde se alojó Almagro, vieron no muy lejos grandes sierras blancas de la mucha nieve que tenían: esparcían los ojos por todas partes, conocían claro que la sierra prolongaba grande espacio de tierra y que por fuerza la habían de atravesar sin saber su anchura, si era poca o mucha.
A no ser el ánimo de los españoles tan generoso y grande como ha sido, creedme que en llegando a tales pasos, no siento otra nación del mundo que no rehuyese la carrera: pues parece, bien mirado, temeridad más que no fortaleza meterse como se meten por espesos montes o nevados campos, sin saber cuándo, ni dónde se acaban, ni dónde van, ni si tendrán proveimiento o no. Los indios decían que había mucha más nieve de la que ellos podían ver de donde estaban: determinó el adelantado de adelantarse por el propio camino que llevaban con algunos caballos hasta llegar cerca de la serranía y si le pareciese pasar los alpes, para en llegando a poblado, enviar mantenimiento a los que quedaban atrás. Salió la guía con algunos españoles delante, como dieron con la nieve, era tanta que ni se parecía camino ni roca ni otra cosa que su blancura, cayendo a la continua copos de ella. Los que quedaron en el real holgaron porque Almagro fuese delante, dioles prisa que anduviesen lo más que pudiesen parando poco en los alpes. Pues, como partió el adelantado anduvo aquel día muy gran trabajo hasta llegar a unos tambillos, donde durmió, sintiendo bien el frío que hacía; y creo me dijeron holgó allí un día por tener nueva de los que quedaban atrás, y como le alcanzaron algunos, prosiguió su camino. El austro ventaba tan recio que ni sentían narices ni orejas, llevando los pies como el carámbano, si alzaban los ojos, quemábanseles la nieve, de la cual caía tanta que era cosa de espanto.
De lo alto del puerto del valle de Copayapo había doce leguas, como otro día anduviesen llegó a dormir ribera de un río en otro tambillo al pie de un alpe; otro día, dándose mucha prisa, anduvieron hasta que salieron de aquel tormento tan cansados y fatigados como el lector puede sentir. Y llegaron al valle donde fueron muy bien recibidos de los moradores de él, a los cuales Almagro habló amorosamente, rogándoles saliesen ayudar a los españoles que venían y les llevasen consigo de lo que hubiese en el valle porque él haría por ellos lo que le rogasen en otra cosa que les tocase. Con mucha alegría los buenos hombres dijeron que lo harían y salieron muchos de ellos con ovejas, corderos, maíz y otras raíces. Habiéndose partido Almagro adelante, como se ha dicho, los que atrás quedaron, pasaban mucha necesidad de bastimentos, y como entraron en las nieves fue mayor la fatiga, los indios lloraban, quejándose los que les habían traído de sus tierras a morir entre las nieves, los españoles se acuitaban, viéndose en ellas; si querían andar aquesta gente de servicio y ellos no podían de flaqueza, y si paraban a descansar quedaban helados; los caballos también iban flacos y maltratados. Esforzábanse los unos a los otros en decir que presto llegarían al valle de Copayapo; comenzaron a se quedar muchos de los indios e indias y algunos españoles y negros muertos. Comían algunos con hambre unos limos, que se crían entre lagunas, leña para hacer lumbre no había otra que estiércol de ovejas y unas raíces que sacaban debajo de tierra.
Las noches que durmieron en los puertos fueron tan trabajosas, temerosas y espantables que les parecía estar todos en los infiernos. El aire no aflojaba, y era tan frío que les hacía perder el aliento. Muriéronse treinta caballos, y muchos indios e indias y negros: arrimados a las rocas, boqueando, se les salía el alma; sin toda esta desventura había tan grande y rabiosa hambre que muchos de los indios vivos comían a los muertos: los caballos, que de helados habían quedado, de buena gana los comían los españoles, mas si paraban a los desollar se vieran como ellos; y ansí cuentan de un negro que yendo con un caballo del diestro, reparó a unas voces que oyó, y que luego quedó helado él y el caballo. Los españoles aflictos, transfigurados, marchaban encomendándose a Dios todopoderoso y a nuestra señora; cuando venía la noche, lo mejor que podían armaban sus tiendas entre tanta nieve como sobre ellos caía. En esto, como conté, Almagro procuró con los naturales de Copayapo que saliesen al camino con refresco para socorrer a los que venían por las nieves, los cuales, como algunos salían de ellas, daban grandes voces de unos en otros: que todos lo sabían estar cerca del poblado y de campaña que fue para que todos cobrasen corazón y aliento como de hecho lo cobraron. Y como se veían fuera de los alpes y grandes roquedos nevados, y en tierra alegre, y adonde el sol daba gran claridad y el cielo con su serenidad se dejaba ver, loaban a Dios por ello; parecíales que en aquel día habían nacido.
Acrecentóles el placer el mantenimiento que los indios tenían de carne, maíz y otras cosas; y como venían desabridos, metiéronse tanto en el comer, que muchos por falta de digestión enfermaron, criándoseles opilaciones en los vientres; poco les duró porque este mal con el trabajo y ejercicio del cuerpo sanaron. Y siendo todos fuera de las nieves, llegaron al valle donde se acabaron de reformar. El señor natural de él era un mancebo joven, y al tiempo que su padre murió dejó encomendado la tutela suya y la gobernación de la tierra a un principal de sus parientes; el cual, como vio muerto al señor, usurpó con tiranía el mando que no le competía por más tiempo de cuanto el menor fuera de edad, sin lo cual procuraba de lo matar, por tener segura su traición. Teniendo consejo de algunos de los naturales que le fueron leales, le escondieron donde no pudo efectuar su propósito el tirano; y entrando los españoles salió a ellos a les pedir favor y justicia, por el alto Dios de los cielos. Almagro hizo la información de este caso, supo decía verdad y pedía justicia el mozo desheredado: túvose forma como le fue devuelto su señorío. Aquí también diré cómo tres cristianos, sin lo mandar Pizarro ni Almagro, salieron del Cuzco delante de los otros que mataron, pasando neciamente por tantas tierras y tan lejanas de donde había gente de los nuestros. Los indios fueron tan buenos que no les hicieron mal, antes de un pueblo a otro los llevaban en andas o hamacas, proveyéndolos de lo necesario; y como llegaban la jornada hacían testigos, diciendo: "¡Mira que os los entregamos vivos, sanos, buenos!".
Esta ley, era de los incas, porque se supiese, si yendo uno solo o más, los matasen, donde era; porque si los castigase, no pagasen justos por pecadores. De este modo anduvieron estos tres hombres hasta que llegaron a un valle, que el señor había por nombre Marcandey, el cual les recibió bien, mas habiendo mal pensamiento, determinó de les matar a ellos y a los caballos que llevaban: y, estando durmiendo lo hizo, enterrando los cuerpos y caballos en lugar secreto. Dicen unos que fueron participantes en ello todos los principales de la comarca; otros dicen que no, mas que después de muertos, como lo supieron, vinieron a se holgar con Marcandey, haciendo grandes sacrificios y borracheras. Almagro siempre preguntaba por estos cristianos, haciéndole entender que iban adelante. Partió de Copayapo, y en tres jornadas llegó a este valle; recibiéronle bien, con semblante de paz, proveyendo a su gente de bastimento. Andando a buscar los yanaconas y cristianos algunas cosas necesarias, descubrieron el engaño que tenían encubierto, hallando reliquias de los muertos. Partió Almagro descubriendo, llegó al valle de Coquimbo, donde había grandes aposentos de los incas, hizo la información sobre la muerte de los tres cristianos, hizo mensajero atrás al capitán Diego de Vega, que quedó con la retaguardia, que prendiese en un día señalado a Marcandey y a su hermano, y que algunos españoles volviesen a Copayapo y prendiesen al que primero era señor con tiranía, y se viniesen con ellos a Coquimbo, donde con gran disimulación, hizo parecer delante de sí a todos los principales, y se prendieron veinte y siete de ellos, a los cuales con gran crueldad y poco temor de Dios, mandó quemar, sin querer oír las excusas que algunos de ellos daban, cuanto más que los cristianos merecieron lo que les vino por querer adelantarse, y mandar como señores en tierra ajena y que les debían poco en ella. Afirmáronme que murieron con grande ánimo, mas esto, por lo que yo he visto, sé que procede de bestialidad. Entre los que quemaron fue un orejón; dijo a grandes voces: "¡Viracocha, ancha misque nina!"; que quiere decir: "¡Cristianos, muy dulce me es el fuego!".
A no ser el ánimo de los españoles tan generoso y grande como ha sido, creedme que en llegando a tales pasos, no siento otra nación del mundo que no rehuyese la carrera: pues parece, bien mirado, temeridad más que no fortaleza meterse como se meten por espesos montes o nevados campos, sin saber cuándo, ni dónde se acaban, ni dónde van, ni si tendrán proveimiento o no. Los indios decían que había mucha más nieve de la que ellos podían ver de donde estaban: determinó el adelantado de adelantarse por el propio camino que llevaban con algunos caballos hasta llegar cerca de la serranía y si le pareciese pasar los alpes, para en llegando a poblado, enviar mantenimiento a los que quedaban atrás. Salió la guía con algunos españoles delante, como dieron con la nieve, era tanta que ni se parecía camino ni roca ni otra cosa que su blancura, cayendo a la continua copos de ella. Los que quedaron en el real holgaron porque Almagro fuese delante, dioles prisa que anduviesen lo más que pudiesen parando poco en los alpes. Pues, como partió el adelantado anduvo aquel día muy gran trabajo hasta llegar a unos tambillos, donde durmió, sintiendo bien el frío que hacía; y creo me dijeron holgó allí un día por tener nueva de los que quedaban atrás, y como le alcanzaron algunos, prosiguió su camino. El austro ventaba tan recio que ni sentían narices ni orejas, llevando los pies como el carámbano, si alzaban los ojos, quemábanseles la nieve, de la cual caía tanta que era cosa de espanto.
De lo alto del puerto del valle de Copayapo había doce leguas, como otro día anduviesen llegó a dormir ribera de un río en otro tambillo al pie de un alpe; otro día, dándose mucha prisa, anduvieron hasta que salieron de aquel tormento tan cansados y fatigados como el lector puede sentir. Y llegaron al valle donde fueron muy bien recibidos de los moradores de él, a los cuales Almagro habló amorosamente, rogándoles saliesen ayudar a los españoles que venían y les llevasen consigo de lo que hubiese en el valle porque él haría por ellos lo que le rogasen en otra cosa que les tocase. Con mucha alegría los buenos hombres dijeron que lo harían y salieron muchos de ellos con ovejas, corderos, maíz y otras raíces. Habiéndose partido Almagro adelante, como se ha dicho, los que atrás quedaron, pasaban mucha necesidad de bastimentos, y como entraron en las nieves fue mayor la fatiga, los indios lloraban, quejándose los que les habían traído de sus tierras a morir entre las nieves, los españoles se acuitaban, viéndose en ellas; si querían andar aquesta gente de servicio y ellos no podían de flaqueza, y si paraban a descansar quedaban helados; los caballos también iban flacos y maltratados. Esforzábanse los unos a los otros en decir que presto llegarían al valle de Copayapo; comenzaron a se quedar muchos de los indios e indias y algunos españoles y negros muertos. Comían algunos con hambre unos limos, que se crían entre lagunas, leña para hacer lumbre no había otra que estiércol de ovejas y unas raíces que sacaban debajo de tierra.
Las noches que durmieron en los puertos fueron tan trabajosas, temerosas y espantables que les parecía estar todos en los infiernos. El aire no aflojaba, y era tan frío que les hacía perder el aliento. Muriéronse treinta caballos, y muchos indios e indias y negros: arrimados a las rocas, boqueando, se les salía el alma; sin toda esta desventura había tan grande y rabiosa hambre que muchos de los indios vivos comían a los muertos: los caballos, que de helados habían quedado, de buena gana los comían los españoles, mas si paraban a los desollar se vieran como ellos; y ansí cuentan de un negro que yendo con un caballo del diestro, reparó a unas voces que oyó, y que luego quedó helado él y el caballo. Los españoles aflictos, transfigurados, marchaban encomendándose a Dios todopoderoso y a nuestra señora; cuando venía la noche, lo mejor que podían armaban sus tiendas entre tanta nieve como sobre ellos caía. En esto, como conté, Almagro procuró con los naturales de Copayapo que saliesen al camino con refresco para socorrer a los que venían por las nieves, los cuales, como algunos salían de ellas, daban grandes voces de unos en otros: que todos lo sabían estar cerca del poblado y de campaña que fue para que todos cobrasen corazón y aliento como de hecho lo cobraron. Y como se veían fuera de los alpes y grandes roquedos nevados, y en tierra alegre, y adonde el sol daba gran claridad y el cielo con su serenidad se dejaba ver, loaban a Dios por ello; parecíales que en aquel día habían nacido.
Acrecentóles el placer el mantenimiento que los indios tenían de carne, maíz y otras cosas; y como venían desabridos, metiéronse tanto en el comer, que muchos por falta de digestión enfermaron, criándoseles opilaciones en los vientres; poco les duró porque este mal con el trabajo y ejercicio del cuerpo sanaron. Y siendo todos fuera de las nieves, llegaron al valle donde se acabaron de reformar. El señor natural de él era un mancebo joven, y al tiempo que su padre murió dejó encomendado la tutela suya y la gobernación de la tierra a un principal de sus parientes; el cual, como vio muerto al señor, usurpó con tiranía el mando que no le competía por más tiempo de cuanto el menor fuera de edad, sin lo cual procuraba de lo matar, por tener segura su traición. Teniendo consejo de algunos de los naturales que le fueron leales, le escondieron donde no pudo efectuar su propósito el tirano; y entrando los españoles salió a ellos a les pedir favor y justicia, por el alto Dios de los cielos. Almagro hizo la información de este caso, supo decía verdad y pedía justicia el mozo desheredado: túvose forma como le fue devuelto su señorío. Aquí también diré cómo tres cristianos, sin lo mandar Pizarro ni Almagro, salieron del Cuzco delante de los otros que mataron, pasando neciamente por tantas tierras y tan lejanas de donde había gente de los nuestros. Los indios fueron tan buenos que no les hicieron mal, antes de un pueblo a otro los llevaban en andas o hamacas, proveyéndolos de lo necesario; y como llegaban la jornada hacían testigos, diciendo: "¡Mira que os los entregamos vivos, sanos, buenos!".
Esta ley, era de los incas, porque se supiese, si yendo uno solo o más, los matasen, donde era; porque si los castigase, no pagasen justos por pecadores. De este modo anduvieron estos tres hombres hasta que llegaron a un valle, que el señor había por nombre Marcandey, el cual les recibió bien, mas habiendo mal pensamiento, determinó de les matar a ellos y a los caballos que llevaban: y, estando durmiendo lo hizo, enterrando los cuerpos y caballos en lugar secreto. Dicen unos que fueron participantes en ello todos los principales de la comarca; otros dicen que no, mas que después de muertos, como lo supieron, vinieron a se holgar con Marcandey, haciendo grandes sacrificios y borracheras. Almagro siempre preguntaba por estos cristianos, haciéndole entender que iban adelante. Partió de Copayapo, y en tres jornadas llegó a este valle; recibiéronle bien, con semblante de paz, proveyendo a su gente de bastimento. Andando a buscar los yanaconas y cristianos algunas cosas necesarias, descubrieron el engaño que tenían encubierto, hallando reliquias de los muertos. Partió Almagro descubriendo, llegó al valle de Coquimbo, donde había grandes aposentos de los incas, hizo la información sobre la muerte de los tres cristianos, hizo mensajero atrás al capitán Diego de Vega, que quedó con la retaguardia, que prendiese en un día señalado a Marcandey y a su hermano, y que algunos españoles volviesen a Copayapo y prendiesen al que primero era señor con tiranía, y se viniesen con ellos a Coquimbo, donde con gran disimulación, hizo parecer delante de sí a todos los principales, y se prendieron veinte y siete de ellos, a los cuales con gran crueldad y poco temor de Dios, mandó quemar, sin querer oír las excusas que algunos de ellos daban, cuanto más que los cristianos merecieron lo que les vino por querer adelantarse, y mandar como señores en tierra ajena y que les debían poco en ella. Afirmáronme que murieron con grande ánimo, mas esto, por lo que yo he visto, sé que procede de bestialidad. Entre los que quemaron fue un orejón; dijo a grandes voces: "¡Viracocha, ancha misque nina!"; que quiere decir: "¡Cristianos, muy dulce me es el fuego!".