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Datos principales
Desarrollo
Capítulo III De cómo salió el capitán Francisco Pizarro al descubrimiento de la mar del Sur y por qué se llamó el Perú aquel reino Habiéndose embarcado Francisco Pizarro con los cristianos españoles que con él fueron, salió del puerto de la ciudad de Panamá mediando el mes de noviembre del año del Señor de mil y quinientos y veinte y tres, quedando en la ciudad Diego de Almagro para procurar gente, y lo más para la conquista necesario para enviar socorro a su compañero. Como Pizarro salió en su navío de Panamá, anduvieron hasta llegar a las islas de las Perlas, donde tomaron puerto y se proveyeron de agua y leña y de hierba para los caballos, de donde anduvieron hasta el puerto que llaman de Piñas, por las muchas que junto a él se crían, y saltaron los españoles todos en tierra con su capitán, que no quedó en la nave más que los marineros; determinaron de entrar la tierra adentro en busca de mantenimiento para fornecer el navío, creyendo que lo hallaría en la tierra de un cacique a quien llaman Beruquete o Peruquete; y anduvieron por un río arriba tres días con mucho trabajo, por que caminaban por montañas espantosas, que era la tierra por donde el río corría tan espesa que con trabajo podían andar; y llegando al pie de una muy grande sierra la subieron, yendo ya muy descaecidos del trabajo pasado y de lo poco que tenían de comer y para dormir en el suelo mojado entre los montes, llevando con todo esto sus espadas, y rodelas en os hombros con las mochilas y tan fatigados llegaron, que de puro cansancio y quebrantamiento murió un cristiano llamado Morales; los indios que moraban entre aquellas montañas entendieron la venida de los españoles, y por la nueva que ya tenían de que eran muy crueles, no quisieron aguardarlos antes desamparando sus casas hechas de madera y paja o hojas de palma, se metieron entre la espesura de la montaña donde estaban seguros.
Los españoles habían llegado a unas pequeñas casas que decían ser del cacique Peruquete, donde no hallaron otra cosa que algún maíz y de las raíces que ellos comen. Dicen los antiguos españoles que el reino del Perú se llamó así por este pueblo, o señorete llamado Peruquete, y no por el río, porque no lo hay que tengan tal nombre. Los cristianos, como no pudieron ver indio ninguno ni hallaron bastimentos, ni nada de lo que pensaron, estaban muy tristes y espantados de ver tan mala tierra. Parecíales que el infierno no podía ser peor; mas encomendándose a Dios con mucha paciencia, el capitán y ellos dieron la vuelta por donde habían venido adonde dejaron el navío, y llegaron a la mar bien cansados y llenos de Iodos, y los más, descalzos con los pies llagados de la aspereza del monte y de las piedras del río. Luego se embarcaron y como mejor pudieron navegaron al poniente, prosiguiendo su descubrimiento, y al cabo de algunos días tomaron tierra en un puerto, que después llamaron "de la hambre", donde se proveyeron de agua y leña. De este puerto salieron y navegaron diez días, y faltábales el mantenimiento, que no daban a cada persona más que dos mazorcas o espigas de maíz para que comiese en todo el día; y también tenían poca agua, porque no llevaban muchas vasijas; y carne no comían, porque ya no la tenían ni ningún otro refrigerio. Iban todos muy tristes y algunos se maldecían por haber salido de Panamá, donde ya no les faltaba de comer.
Pizarro muchos trabajos había pasado en su vida y hambres caninas, y esforzaba a sus compañeros, diciéndoles que confiasen en Dios, que él les depararía mantenimiento y buena tierra, y por consejo de todos se volvieron atrás al puerto que habían dejado, que llamaron de la hambre, por la mucha con que en él entraron. Y los españoles con el trabajo pasado estaban muy flacos y amarillos, tanto que era gran lástima para ellos verse los unos a los otros; y la tierra que tenían delante era infernal, porque aun las aves y las bestias huyen de habitar en ella. No se veían sino breñales de espesura y manglares y agua del cielo, y la que siempre había en la tierra. Y el sol con la espesura de los nublados tan ofuscado, que su claridad se pasaban algunos días que no veían sino la muerte; porque para volver a Panamá si lo quisiesen hacer, no tenían mantenimientos si no mataban los caballos. Y como hubiera entre ellos hombres de consejo y que deseaban ver el cabo de la jornada, se determinó que fuesen en el navío a las islas de las Perlas algunos de ellos a buscar mantenimiento; y esto platicado, se puso por efecto, puesto que ni los que habían de ir tenían comida que llevar, ni menos les quedaba a los demás.
Los españoles habían llegado a unas pequeñas casas que decían ser del cacique Peruquete, donde no hallaron otra cosa que algún maíz y de las raíces que ellos comen. Dicen los antiguos españoles que el reino del Perú se llamó así por este pueblo, o señorete llamado Peruquete, y no por el río, porque no lo hay que tengan tal nombre. Los cristianos, como no pudieron ver indio ninguno ni hallaron bastimentos, ni nada de lo que pensaron, estaban muy tristes y espantados de ver tan mala tierra. Parecíales que el infierno no podía ser peor; mas encomendándose a Dios con mucha paciencia, el capitán y ellos dieron la vuelta por donde habían venido adonde dejaron el navío, y llegaron a la mar bien cansados y llenos de Iodos, y los más, descalzos con los pies llagados de la aspereza del monte y de las piedras del río. Luego se embarcaron y como mejor pudieron navegaron al poniente, prosiguiendo su descubrimiento, y al cabo de algunos días tomaron tierra en un puerto, que después llamaron "de la hambre", donde se proveyeron de agua y leña. De este puerto salieron y navegaron diez días, y faltábales el mantenimiento, que no daban a cada persona más que dos mazorcas o espigas de maíz para que comiese en todo el día; y también tenían poca agua, porque no llevaban muchas vasijas; y carne no comían, porque ya no la tenían ni ningún otro refrigerio. Iban todos muy tristes y algunos se maldecían por haber salido de Panamá, donde ya no les faltaba de comer.
Pizarro muchos trabajos había pasado en su vida y hambres caninas, y esforzaba a sus compañeros, diciéndoles que confiasen en Dios, que él les depararía mantenimiento y buena tierra, y por consejo de todos se volvieron atrás al puerto que habían dejado, que llamaron de la hambre, por la mucha con que en él entraron. Y los españoles con el trabajo pasado estaban muy flacos y amarillos, tanto que era gran lástima para ellos verse los unos a los otros; y la tierra que tenían delante era infernal, porque aun las aves y las bestias huyen de habitar en ella. No se veían sino breñales de espesura y manglares y agua del cielo, y la que siempre había en la tierra. Y el sol con la espesura de los nublados tan ofuscado, que su claridad se pasaban algunos días que no veían sino la muerte; porque para volver a Panamá si lo quisiesen hacer, no tenían mantenimientos si no mataban los caballos. Y como hubiera entre ellos hombres de consejo y que deseaban ver el cabo de la jornada, se determinó que fuesen en el navío a las islas de las Perlas algunos de ellos a buscar mantenimiento; y esto platicado, se puso por efecto, puesto que ni los que habían de ir tenían comida que llevar, ni menos les quedaba a los demás.