Prisión del factor y veedor
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Datos principales
Desarrollo
Prisión del factor y veedor Estando, pues, Gonzalo de Salazar triunfando de esta manera en México, y Peralmíndez Chirino sobre el peñón que dije de Zoatlan, llegó a la ciudad Martín Dorantes, mozo de espuelas de Cortés, con muchas cartas y con poderes del gobernador, para que gobernasen Francisco de las Casas y Pedro de Albarado, y removiesen del cargo y castigasen al factor y veedor. Entró en San Francisco, sin ser visto de nadie; y cuando supo por los frailes que Francisco de las Casas era llevado preso a España, llamó secretamente a Rodrigo de Albornoz y Alonso de Estrada, y les dio las cartas de Cortés. Ellos, después de leerlas, llamaron a todos los de la parcialidad de Cortés, los cuales eligieron entonces a Alonso Estrada como lugarteniente de Cortés, en nombre del Emperador, por no estar allí tampoco Pedro de Albarado ni Francisco de las Casas, a quien los poderes venían. Divulgóse entonces por toda la ciudad que Cortés estaba vivo, y hubo grande alegría; y todos salían de sus casas por ver y hablar al tal Dorantes. Con el regocijo de tan buenas nuevas parecía México otro del que hasta allí. Gonzalo de Salazar temió valientemente el furor del Pueblo. Habló a muchos, según la necesidad que tenía, para que no le desamparasen. Asestó la artillería a la puerta de las casas de Cortés, donde residía después de ahorcar a Rodrigo de Paz, y se hizo fuerte con unos doscientos españoles. Alonso de Estrada, con todo su bando, fue a combatirle la casa.
Cuando aquellos doscientos españoles vieron venir a toda la ciudad sobre sí, y que era mejor inclinarse a la parte de Cortés, puesto que estaba vivo, que no tener con el factor, y por no morir, comenzaron a dejarle y descolgarse por las ventanas a unos corredores de la casa; y entre los primeros que se descolgaron estaba don Luis de Guzmán; y no le quedaron más que doce o quince, que debían de ser sus criados. El factor no por eso perdió el ánimo; antes bien, cuando vio que todos se le iban, esforzó a los que le quedaban, y se puso a resistir, y él mismo pegó fuego con un tizón a un tiro; pero no hizo mal, porque los contrarios se abrieron al pasar la pelota. Arremetió tras esto Estrada y su gente, y entraron y prendieron al factor en una cámara, donde se retiró. Le echaron una cadena, lo llevaron por la plaza y otras calles, no sin vituperio e injuria, para que todos lo viesen; lo metieron en una red, y le pusieron muy buena guardia, y después se pasaron a la misma casa Estrada y Albornoz. Estrada derechamente le fue contrario, mas Albornoz anduvo doblado, porque afirman que salió de San Francisco, y habló al factor, prometiéndole que ni estaría contra él ni con él, sino en poner paz. Y a la vuelta tropezó con Estrada, que venía a combatir la casa, e hizo que le apeasen de la mula y le diesen caballo y armas para sí y para sus criados, para que pareciese fuerza si el factor vencía. Peralmíndez Chirino dejó la guerra que hacía, en cuanto supo que Cortés estaba vivo y revocado su poder de gobernador; y caminó para México cuanto más pudo para ayudar con su gente a su amigo Gonzalo de Salazar; mas antes de llegar supo que ya estaba preso y enjaulado, y se fue a Tlaxcallan, y se metió en San Francisco, monasterio de frailes, pensando guarecerse allí y escapar de las manos de Alonso de Estrada y bando de Cortés; sin embargo, así que se supo en México enviaron por él, y le trajeron y metieron en otra jaula junto a su compañero, sin que le valiese la iglesia.
Con la prisión de estos dos cesó todo el escándalo, y gobernaban Estrada y Albornoz en nombre del Rey y del pueblo muy en paz, aunque aconteció que algunos amigos y criados de Gonzalo de Salazar y Peralmíndez se hermanaron y acordaron matar un día señalado a Rodrigo de Albornoz y Alonso de Estrada, y que las guardias soltasen entre tanto a los presos. Mas como tenían las llaves los mismos gobernadores, no se podía efectuar su concierto sin hacer otras; porque romper las jaulas, que eran de vigas muy gruesas, era imposible sin ser sentidos y presos. Así que dan parte del secreto, prometiéndole grandes cosas, a un tal Guzmán, hijo de un cerrajero de Sevilla que hacía vergas de ballesta. El tal Guzmán, que era buen hombre y allegado de Cortés, se informó muy bien de quiénes y cuántos eran los conjurados, para denunciarlos y ser creído. Les prometió llaves, limas y ganzúas para cuando las pedían, y les rogó que todos los días le viesen y avisasen de lo que pasaba, porque se quería hallar en librar los presos, no lo matasen. Aquéllos se lo creyeron, de necios y poco recatados, e iban y venían a su tienda muchas veces. Guzmán descubrió el negocio a los gobernadores, declarando por su nombre a los concertados, los cuales entonces pusieron espías, y hallaron ser verdad. Dieron mandamiento para prender a los del monipodio. Presos confesaron ser verdad que querían soltar a sus amos y matarlos a ellos; y así, fueron sentenciados. Ahorcaron a un tal Escobar, que era el cabecilla, y a otros.
A unos les cortaron las manos, a otros los pies, a otros los azotaron, a muchos desterraron, y en fin, todos fueron bien castigados. Y con tanto, no hubo de allí adelante quien revolviese la ciudad ni perturbase la gobernación de Alonso de Estrada. Así como digo pasó esta guerra civil de México entre españoles, estando ausente Hernán Cortés; y la levantaron oficiales del Rey, que son más de culpar. Pues nunca Cortés salió fuera que soldado suyo se saliese de su mandato y comisión, ni hubiese la menor alteración de las pasadas. Fue maravilla no se alzasen los indios entonces, pues tenían aparejo para ello, y aun armas, aunque dieron muestra de hacerlo; mas esperaban que Cuahutimoccín se lo enviase a decir cuando él hubiese matado a Cortés, como trataba por el camino, según después se dirá.
Cuando aquellos doscientos españoles vieron venir a toda la ciudad sobre sí, y que era mejor inclinarse a la parte de Cortés, puesto que estaba vivo, que no tener con el factor, y por no morir, comenzaron a dejarle y descolgarse por las ventanas a unos corredores de la casa; y entre los primeros que se descolgaron estaba don Luis de Guzmán; y no le quedaron más que doce o quince, que debían de ser sus criados. El factor no por eso perdió el ánimo; antes bien, cuando vio que todos se le iban, esforzó a los que le quedaban, y se puso a resistir, y él mismo pegó fuego con un tizón a un tiro; pero no hizo mal, porque los contrarios se abrieron al pasar la pelota. Arremetió tras esto Estrada y su gente, y entraron y prendieron al factor en una cámara, donde se retiró. Le echaron una cadena, lo llevaron por la plaza y otras calles, no sin vituperio e injuria, para que todos lo viesen; lo metieron en una red, y le pusieron muy buena guardia, y después se pasaron a la misma casa Estrada y Albornoz. Estrada derechamente le fue contrario, mas Albornoz anduvo doblado, porque afirman que salió de San Francisco, y habló al factor, prometiéndole que ni estaría contra él ni con él, sino en poner paz. Y a la vuelta tropezó con Estrada, que venía a combatir la casa, e hizo que le apeasen de la mula y le diesen caballo y armas para sí y para sus criados, para que pareciese fuerza si el factor vencía. Peralmíndez Chirino dejó la guerra que hacía, en cuanto supo que Cortés estaba vivo y revocado su poder de gobernador; y caminó para México cuanto más pudo para ayudar con su gente a su amigo Gonzalo de Salazar; mas antes de llegar supo que ya estaba preso y enjaulado, y se fue a Tlaxcallan, y se metió en San Francisco, monasterio de frailes, pensando guarecerse allí y escapar de las manos de Alonso de Estrada y bando de Cortés; sin embargo, así que se supo en México enviaron por él, y le trajeron y metieron en otra jaula junto a su compañero, sin que le valiese la iglesia.
Con la prisión de estos dos cesó todo el escándalo, y gobernaban Estrada y Albornoz en nombre del Rey y del pueblo muy en paz, aunque aconteció que algunos amigos y criados de Gonzalo de Salazar y Peralmíndez se hermanaron y acordaron matar un día señalado a Rodrigo de Albornoz y Alonso de Estrada, y que las guardias soltasen entre tanto a los presos. Mas como tenían las llaves los mismos gobernadores, no se podía efectuar su concierto sin hacer otras; porque romper las jaulas, que eran de vigas muy gruesas, era imposible sin ser sentidos y presos. Así que dan parte del secreto, prometiéndole grandes cosas, a un tal Guzmán, hijo de un cerrajero de Sevilla que hacía vergas de ballesta. El tal Guzmán, que era buen hombre y allegado de Cortés, se informó muy bien de quiénes y cuántos eran los conjurados, para denunciarlos y ser creído. Les prometió llaves, limas y ganzúas para cuando las pedían, y les rogó que todos los días le viesen y avisasen de lo que pasaba, porque se quería hallar en librar los presos, no lo matasen. Aquéllos se lo creyeron, de necios y poco recatados, e iban y venían a su tienda muchas veces. Guzmán descubrió el negocio a los gobernadores, declarando por su nombre a los concertados, los cuales entonces pusieron espías, y hallaron ser verdad. Dieron mandamiento para prender a los del monipodio. Presos confesaron ser verdad que querían soltar a sus amos y matarlos a ellos; y así, fueron sentenciados. Ahorcaron a un tal Escobar, que era el cabecilla, y a otros.
A unos les cortaron las manos, a otros los pies, a otros los azotaron, a muchos desterraron, y en fin, todos fueron bien castigados. Y con tanto, no hubo de allí adelante quien revolviese la ciudad ni perturbase la gobernación de Alonso de Estrada. Así como digo pasó esta guerra civil de México entre españoles, estando ausente Hernán Cortés; y la levantaron oficiales del Rey, que son más de culpar. Pues nunca Cortés salió fuera que soldado suyo se saliese de su mandato y comisión, ni hubiese la menor alteración de las pasadas. Fue maravilla no se alzasen los indios entonces, pues tenían aparejo para ello, y aun armas, aunque dieron muestra de hacerlo; mas esperaban que Cuahutimoccín se lo enviase a decir cuando él hubiese matado a Cortés, como trataba por el camino, según después se dirá.