Cómo se dieron a Cortés los de Huacacholla matando a los de Culúa
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Desarrollo
Cómo se dieron a Cortés los de Huacacholla matando a los de Culúa Estando Cortés en Segura, llegaron a él unos mensajeros del señor de Huacacholla secretamente a decirle que se le daría con todos sus vasallos si los libraba de la servidumbre de los de Culúa, que no sólo les comían sus haciendas, sino que les cogían sus mujeres y les hacían otras fuerzas y demasías; y que en la ciudad estaban aposentados los capitanes con muchos otros soldados, y por las aldeas y comarca. Y en Mexinca, que estaba cerca, habían otros treinta mil para defenderle la entrada a tierra de México, y si mandaba que fuese o enviase españoles, podría con su ayuda apoderarse de aquellos capitanes. Muchísimo se alegró Cortés con tal mensaje; y, ciertamente, era cosa para alegrarse, porque comenzaban a ganar tierra y reputación más de lo que pensaban poco antes los suyos. Alabó al Señor, honró a los mensajeros, les dio más de trescientos españoles, trece de a caballo, treinta mil tlaxcaltecas y de los otros indios amigos que tenía en su ejército, y los envió. Ellos fueron a Chololla, que está a ocho leguas de Segura, y luego, caminando por tierra de Huexocinco, dijo uno de allí a los españoles que iban vendidos; porque era trato doble entre Huacacholla y Huexocinco, llevados así para matarlos allí en su lugar, que era fuerte, por contentar a los de Culúa, con quienes estaban recién confederados y amigos. Andrés de Tapia Diego de Ordás y Cristóbal de Olid, que eran los capitanes: o por miedo, o por mejor entender el caso, prendieron a los mensajeros de Huacacholla y a los capitanes y personas principales de Huexocinco que iban con él, y se volvieron a Chololla, y desde allí enviaron los presos a Cortés con Domingo García de Alburquerque, y una carta en que le avisaban del asunto, y de cuán atemorizados quedaban todos.
Cortés, cuando leyó la carta, habló y examinó a los prisioneros, y averiguó que sus capitanes habían entendido mal; porque, como estaba concertado que aquellos mensajeros tenían que meter a los nuestros sin ser sentidos en Huacacholla y matar a los de Culúa, entendieron que querían matar a los españoles, o aquel que se lo dijo les engañó. Soltó y dio satisfacciones a los capitanes y mensajeros, que estaban quejosos, y se fue con ellos, para que no aconteciese algún desastre en sus compañeros, y porque se lo rogaron. El primer día fue a Chololla, y el segundo a Huexocinco. Allí acordó con los mensajeros cómo y por dónde había de entrar en Huacacholla, y que los de la ciudad cerrasen las puertas del aposento de los capitanes, para que mejor y más pronto los prendiesen o matasen. Ellos partieron aquella noche, e hicieron lo prometido, pues engañaron a los centinelas, cercaron a los capitanes y pelearon con los demás. Cortés salió una hora antes de amanecer, y a las diez del día estaba ya sobre los enemigos, y poco antes de entrar en la ciudad salieron a él muchos vecinos con más de cuarenta prisioneros de Culúa, en señal de que habían cumplido su palabra, y lo llevaron a una gran casa donde estaban encerrados los capitanes, y peleando con tres mil del pueblo que los tenían cercados y en aprieto. Con su llegada cargaron unos y otros sobre ellos con tanta furia y muchedumbre, que ni él ni los españoles pudieron impedir que los matasen a casi todos.
De los otros murieron muchos antes de que llegase Cortés, y cuando llegó, huyeron hacia los demás de su guarnición, pues ya venían treinta mil de ellos a socorrer a sus capitanes; los cuales llegaron a prender fuego a la ciudad al tiempo que los vecinos estaban ocupados y embelesados en combatir y matar enemigos. Cuando Cortés lo supo, salió a su encuentro con los españoles. Les rompió el cerco con los caballos, y los atrajo a una muy alta y grande cuesta; en la cual cuando acabaron de subir, ni ellos ni los nuestros se podían rodear. Y así, quedaron estancados dos caballos, y uno de ellos murió, y muchos de los enemigos cayeron al suelo, de puro cansados y sin herida ninguna, y se ahogaron de calor, y como luego sobrevinieron nuestros amigos, y comenzaron de refresco a pelear, en poco rato estaba el campo vacío de vivos y lleno de muertos. Tras esta matanza, los de Culúa abandonaron sus estancias, y los nuestros fueron allí y las quemaron y saquearon. Fue digno de ver el aparato y vituallas que en ellas tenían, y qué adornados estaban ellos con oro, plata y plumajes. Llevaban lanzas mayores que picas, pensando con ellas matar los caballos; y en verdad, si lo hubiesen sabido hacer, bien pudieran. Tuvo Cortés este día en campo más de cien mil hombres con armas, y tanto era de maravillar la brevedad con que se juntaron, cuanto la muchedumbre. Huacacholla es lugar de cinco mil y pico de vecinos. Está en un llano y entre dos ríos, que, con las muchas y hondas barrancas que tienen, hacen pocas entradas al lugar, y éstas tan malas, que apenas se puede subir a caballo.
La cerca es de cal y canto, ancha, cuatro estados de alta, con su pretil para pelear, y solamente con cuatro puertas estrechas, largas y de tres vueltas de pared. Muchas piedras, por todas partes, para tirar; así que con poca defensa las hubiesen guardado los de Culúa, si hubiesen estado avisados. Por un lado tiene muchos cerros muy ásperos, y por el otro gran llanura y labranza. En el término y jurisdicción habrá otra tanta vecindad. Tres días estuvo Cortés en Huacacholla, y allí le enviaron algunos mensajeros de Ocopaxuin, que está a cuatro leguas y junto al volcán que llaman Popocatepec, a dársele, y a decir que su señor se había ido con los de Culúa, y le rogaban que tuviese a bien lo fuese un hermano suyo que le era muy aficionado y amigo de españoles. Él los recibió en nombre del Emperador, y les dejó tomar al que pedían por señor, y partió.
Cortés, cuando leyó la carta, habló y examinó a los prisioneros, y averiguó que sus capitanes habían entendido mal; porque, como estaba concertado que aquellos mensajeros tenían que meter a los nuestros sin ser sentidos en Huacacholla y matar a los de Culúa, entendieron que querían matar a los españoles, o aquel que se lo dijo les engañó. Soltó y dio satisfacciones a los capitanes y mensajeros, que estaban quejosos, y se fue con ellos, para que no aconteciese algún desastre en sus compañeros, y porque se lo rogaron. El primer día fue a Chololla, y el segundo a Huexocinco. Allí acordó con los mensajeros cómo y por dónde había de entrar en Huacacholla, y que los de la ciudad cerrasen las puertas del aposento de los capitanes, para que mejor y más pronto los prendiesen o matasen. Ellos partieron aquella noche, e hicieron lo prometido, pues engañaron a los centinelas, cercaron a los capitanes y pelearon con los demás. Cortés salió una hora antes de amanecer, y a las diez del día estaba ya sobre los enemigos, y poco antes de entrar en la ciudad salieron a él muchos vecinos con más de cuarenta prisioneros de Culúa, en señal de que habían cumplido su palabra, y lo llevaron a una gran casa donde estaban encerrados los capitanes, y peleando con tres mil del pueblo que los tenían cercados y en aprieto. Con su llegada cargaron unos y otros sobre ellos con tanta furia y muchedumbre, que ni él ni los españoles pudieron impedir que los matasen a casi todos.
De los otros murieron muchos antes de que llegase Cortés, y cuando llegó, huyeron hacia los demás de su guarnición, pues ya venían treinta mil de ellos a socorrer a sus capitanes; los cuales llegaron a prender fuego a la ciudad al tiempo que los vecinos estaban ocupados y embelesados en combatir y matar enemigos. Cuando Cortés lo supo, salió a su encuentro con los españoles. Les rompió el cerco con los caballos, y los atrajo a una muy alta y grande cuesta; en la cual cuando acabaron de subir, ni ellos ni los nuestros se podían rodear. Y así, quedaron estancados dos caballos, y uno de ellos murió, y muchos de los enemigos cayeron al suelo, de puro cansados y sin herida ninguna, y se ahogaron de calor, y como luego sobrevinieron nuestros amigos, y comenzaron de refresco a pelear, en poco rato estaba el campo vacío de vivos y lleno de muertos. Tras esta matanza, los de Culúa abandonaron sus estancias, y los nuestros fueron allí y las quemaron y saquearon. Fue digno de ver el aparato y vituallas que en ellas tenían, y qué adornados estaban ellos con oro, plata y plumajes. Llevaban lanzas mayores que picas, pensando con ellas matar los caballos; y en verdad, si lo hubiesen sabido hacer, bien pudieran. Tuvo Cortés este día en campo más de cien mil hombres con armas, y tanto era de maravillar la brevedad con que se juntaron, cuanto la muchedumbre. Huacacholla es lugar de cinco mil y pico de vecinos. Está en un llano y entre dos ríos, que, con las muchas y hondas barrancas que tienen, hacen pocas entradas al lugar, y éstas tan malas, que apenas se puede subir a caballo.
La cerca es de cal y canto, ancha, cuatro estados de alta, con su pretil para pelear, y solamente con cuatro puertas estrechas, largas y de tres vueltas de pared. Muchas piedras, por todas partes, para tirar; así que con poca defensa las hubiesen guardado los de Culúa, si hubiesen estado avisados. Por un lado tiene muchos cerros muy ásperos, y por el otro gran llanura y labranza. En el término y jurisdicción habrá otra tanta vecindad. Tres días estuvo Cortés en Huacacholla, y allí le enviaron algunos mensajeros de Ocopaxuin, que está a cuatro leguas y junto al volcán que llaman Popocatepec, a dársele, y a decir que su señor se había ido con los de Culúa, y le rogaban que tuviese a bien lo fuese un hermano suyo que le era muy aficionado y amigo de españoles. Él los recibió en nombre del Emperador, y les dejó tomar al que pedían por señor, y partió.