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INTRODUCCIÓN Si los hubiera habido, los diarios españoles de finales del siglo XV y comienzos del XVI habrían ocupado la mayor parte de sus páginas en relatar a sus lectores las aventuras y hazañas de sus compatriotas. Diversos frentes constituirían las distintas secciones: el asedio de Granada y la posterior capitulación; las negociaciones de la Corona con Colón, la partida de éste y las maravillas que a su vuelta comunicó; las negociaciones con Portugal para la delimitación de las áreas de exploración; el viaje de Carlos I a la Península Ibérica para hacerse cargo del trono; la muerte del Cardenal Cisneros; la insurrección de las Comunidades de Castilla, y un largo etcétera de noticias que eran, al mismo tiempo, nacionales e internacionales. Al igual que en el futuro Imperio, en los intereses de nuestros abuelos tampoco se ponía el sol. Pero los periódicos son de otra época, y el historiador debe echar mano de otras fuentes para reconstruir las historias del siglo XVI. Por fortuna para nosotros, el espíritu curioso del Renacimiento fomentó la redacción de notas, relatos, noticias y comunicados y generó una intensa correspondencia entre las personas más interesadas en el mundo en el que vivían. La gente quería saber qué pasaba por ahí, antes de decidirse a marchar a las Indias, o por simple afán de conocimiento. Este prurito se manifiesta en el aumento de las ediciones de libros durante la centuria, en el éxito de los libros de viajes, y en el auge de los historiadores.

Se comenzó a producir la sustitución de un mundo imaginario, pleno de aventuras fantásticas, por otro mundo real aunque ignoto, en el que las hazañas de los caballeros no desmerecían en absoluto de las novelas de paladines. Además, tenían el atractivo de ser hechos auténticos, acometidos por hombres de la propia tierra, incluso algunos vecinos del pueblo. Precisamente, tenemos en nuestras manos el texto de uno de estos perpetuadores de la memoria de hechos y gentes. Para la vida de la fama era muy importante la existencia de quienes dejaban testimonio de cuantos pasaban por el mundo. El propio autor, en la dedicatoria de la Conquista de México a Martín Cortés, señala: "La historia dura mucho más que la hacienda, pues nunca le faltan amigos que la renueven, ni la impiden las guerras; y cuanto más se añejan, más se aprecia. Se acabaron los reinos y linajes de Nino, Darío y Ciro, que comenzaron los imperios de asirios, medos y persas: mas duran sus nombres y fama en las historias" (p. 11). La intención del autor queda aquí de manifiesto. Va hablar de hazañas que, para él, tienen un protagonista: Hernán Cortés. Su afecto por el hombre queda patente en su obra, sin perjudicar su conciencia de historiador. Veamos ahora cómo se gestó este libro y quién fue el que empuñó la pluma para perpetuar lo hecho por la Espada. El autor Hay controversia sobre la vida de Francisco López de Gómara. Parece ser que nació el 2 de febrero de 1511 en la villa soriana de Gómara y que cuando tenía veinte años se encontraba en Roma.

En el ínterin estudiaría Humanidades en Alcalá de Henares, donde luego ocupó la cátedra de retórica, y se ordenó sacerdote. Estos aconteceres de su vida son discutidos por algunos biógrafos. Sabemos que durante su estancia en Italia se relacionó con importantes intelectuales renacentistas y que en 1540 se encontraba en Venecia, acompañando al embajador de Castilla, Diego Hurtado de Mendoza. La siguiente noticia que tenemos de él lo sitúa en Argel, formando parte de la expedición que Carlos I envió para conquistar la plaza. Allí debió conocer a Hernán Cortés, entrando a su servicio al regreso a España, como capellán. En el transcurso de esa relación debió concebirse la Historia de la Conquista de México. Cortés conocería la faceta historiadora de su confesor, patente en el relato que estaba escribiendo sobre los sucesos vividos en el norte de África, y la aprovechó para dejar constancia de su propia gesta. A ello ayudaría la admiración que el clérigo sentía por su patrón y que, como señala Ramón Iglesia1, Gómara: "... como buen renacentista, sentía grandes ansias de inmortalidad. Era para él esencial que los hechos de los hombres, en el campo de las armas y en el de las letras, no cayeran en el olvido. " En 1545 se encontraba en Valladolid, dedicando al marqués de Astorga la Crónica de los Barbarrojas. Sabemos que estuvo con Cortés hasta la muerte de éste, acaecida en 1547, y después se vuelve a perder su pista, hasta el punto de que sólo muy recientemente se ha determinado la fecha de su fallecimiento, acaecido en Gómara el 2 de diciembre de 15592.

De esta relación personal entre el conquistador y el escritor nacería la admiración de Gómara hacia Cortés, lo que le llevó a destacar el papel de su patrón en la conquista de México, y que dolió a otros protagonistas como Bernal Díaz del Castillo, motivando la redacción de su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. Esta devoción por Cortés pudo ser una de las causas que hicieran caer la obra de Gómara en desgracia, hasta el punto de que se prohibió su edición, como veremos más adelante. Es cierto que Gómara destaca la figura de Hernán Cortés, pero tampoco vacila en criticarlo cuando la ocasión lo demanda. El protagonismo está justificado por el carácter biográfico de la obra y por su posible condición de encargo. Se ha conservado el testimonio del pago, hecho por Martín Cortés, hijo del conquistador y destinatario del libro: "Pedro de Ahumada procurador de mi estado, o quien tubiere cargo de mi estado y hazienda, dad y pagad a Francisco López de Gómara o a quien su poder obiere quinientos ducados de a trezientos y setenta y cinco maravedís cada ducado los quales le libro y mando pagar porque hizo la cronica de la conquista de México y desa Nueva Spaña que el Marqués mi señor que sea en gloria conquistó... Fecha en Madrid a quatro de março de mille quinientos çinquenta y tress años."3 Cabe la posibilidad de que este pago refleje el agradecimiento del segundo marqués del Valle porque Gómara le dedicó el libro, en el que relataba las hazañas de su padre y criticaba el trato que había recibido, pero puede tratarse de la prueba de que la obra no fue escrita por puro amor al arte. En el segundo caso, contribuye a justificar la ya de por sí acusada tendencia de Gómara a tener "héroes".

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