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Datos principales
Desarrollo
Las causas que movieron al capitán salir segunda vez deste puerto, y cómo, volviéndose a él, desgarró la capitana y perdió la compañía de los otros dos navíos, y se vieron mejor los llanos que se habían visto antes de entrar en la bahía, y aquella grande y alta sierra que muy lejos al Sueste demoraba; y se descubrió una isla Viendo, pues, el capitán que los indios de aquella bahía estaban de guerra por el mal trato que se les hizo, determinó de ir a ver de cerca aquella grande y alta sierra; queriendo con la vista della aficionar los ánimos de todos los campañeros, porque si él muriese quedasen ellos con filos de proseguir la obra hasta el todo acabarla. Consideró que si faltaba su persona, no faltaría discordia ni peligro en pretensiones de quién había de ser al cabo; y también, que necesariamente había de haber acuerdos en razón de la derrota que se había de seguir, que por ser a barlovento no dejarían de ser diversos loa pareceres, y quedar en contingencia lo que tanto deseaba fuese visto, porque pareció a muchos que de los topes miraron, que a todas aquellas tierras trababan unas con otras, y al capitán parecía que la que quería ver era de mucha cudicia, y que tenía para reparo aquel puerto a sotavento. Y para dar principio a este deseo, salió de la bahía con los tres navíos un jueves, ocho de junio, por la mañana, tres días después de la conjunción de la luna. Estando templado el viento Leste, que era el que más había cursado todo el tiempo de nuestra estada en ella, hallóse fuera el Sueste con alguna fuerza, y se navegó lo restante del día porfiando, sin poder ir adelante; a cuya causa los pilotos de unos a otros navíos se dijeron: --¿A dónde vamos? Tratóse con el capitán estas y otras razones, y por todas ellas dijo volviesen las naos al puerto, con intención de hacer una casa fuerte, sembrar, invernar, conocer mejor los tiempos, y hacer un bergantín para con él y la lancha enviar con otros a descubrir lo que tanto deseaba por sí mismo, por hallarse presente a todo lo ausente de que tenía muy grande necesidad; pues de lo más importante a vista de ojos le daban tan mala cuenta.
Toda la noche anduvimos de una y de otra vuelta en la boca de la bahía. Cuando amaneció estaba la nao almiranta tres leguas a sotavento, y como a las tres de la tarde ella y la zabra estaban ya cerca del puerto. El capitán preguntó la causa, de que siendo aquellas naos menos buenas de bolina estaban tan adelante: le fue dicho que hallaron más favorables vientos, siendo todo en un paraje; mas luego se dijo allí que a la nao capitana dieron muy cortas las vueltas, y que ésta fue la razón, y parece buena, de haber quedado tan atrás. Venía creciendo el viento y acercándose la noche: por esto ordeno al piloto que si no pudiese tomar el puerto surgiese a donde alcanzase. Cerróse del todo la noche muy escura: la almiranta y la zabra al parecer dieron fondo: viéronse sus faroles encendidos para que la capitana, que también iba a surgir, se pudiese marcar por ellos: allí se dijo que echada la sonda, hallaron treinta brazas de fondo y que no estaban del puerto un tiro de arcabuz. Cargó el viento con un borbotón de sobre la tierra; tomáronse las velas, la nao quedó con sólo dado trinquete, y parecer que por esto descayó un poco, por lo que el piloto mayor encareciendo mucho este caso de no hallar fondo, la escuridad de la noche, y el mucho viento, muchas lumbres que se veían, sin poder juzgar con certeza las de los dos navíos, lo dijo así el capitán y que no se podía tomar el puerto. El capitán le encomendó el ánimo y la vigilancia. Hay quien dijo, y se deja bien entender, que pudo fácilmente hacer más diligencias por surgir o entretenerse sin salir de la bahía, y que con sólo la cebadera cazó a popa, diciendo quería ir a abrigarse del morro de barlovento; y también se dijo que se echó a dormir.
Venida la mañana preguntó el capitán al piloto el estado de la nao. Díjole estaba a sotavento del morro: y el capitán, que diese velas porque la nao no descayese. El piloto dijo a esto que eran tan grandes las olas y tan contrarias, que con la proa en ellas se había de abrir la nao, mas que haría sus diligencias. Yo digo que fue grande desavío estar el capitán enfermo, en esta y otras ocasiones, en que los pilotos le vendían el tiempo, y le obligaban a creer cuanto decían, a tomar cuanto le daban, medido como querían. Finalmente, este día, y otros dos, se porfió por entrar en la bahía; los navíos no salieron, el viento no se aplacó, con cuya fuerza y la nao, con poca vela la proa a Lesnordeste, fue desgarrando y perdiendo de tal manera, que nos hallamos distancia de veinte leguas a sotavento de la bahía, y mirando todos aquella alta sierra con pena de no poder llegar cerca della. La isla de la Virgen María cerróse tanto que nunca se pudo ver. Viose la otra de Belén, y se pasó por junto a otra de siete leguas de cuerpo. Es un cerro muy alto casi a forma del primero: púsosele por nombre el Pilar de Zaragoza. Viéronse en ella muchas sementeras, y palmas y otros árboles, y también humos. Dista al parecer de la bahía treinta leguas al Noroeste; fondo a pique y sin puerto. Procuramos con diligencia su abrigo, mas obligados del viento y de la corriente la fuimos dejando, y nos hallamos al siguiente día engolfados y sin vista de tierra.
Toda la noche anduvimos de una y de otra vuelta en la boca de la bahía. Cuando amaneció estaba la nao almiranta tres leguas a sotavento, y como a las tres de la tarde ella y la zabra estaban ya cerca del puerto. El capitán preguntó la causa, de que siendo aquellas naos menos buenas de bolina estaban tan adelante: le fue dicho que hallaron más favorables vientos, siendo todo en un paraje; mas luego se dijo allí que a la nao capitana dieron muy cortas las vueltas, y que ésta fue la razón, y parece buena, de haber quedado tan atrás. Venía creciendo el viento y acercándose la noche: por esto ordeno al piloto que si no pudiese tomar el puerto surgiese a donde alcanzase. Cerróse del todo la noche muy escura: la almiranta y la zabra al parecer dieron fondo: viéronse sus faroles encendidos para que la capitana, que también iba a surgir, se pudiese marcar por ellos: allí se dijo que echada la sonda, hallaron treinta brazas de fondo y que no estaban del puerto un tiro de arcabuz. Cargó el viento con un borbotón de sobre la tierra; tomáronse las velas, la nao quedó con sólo dado trinquete, y parecer que por esto descayó un poco, por lo que el piloto mayor encareciendo mucho este caso de no hallar fondo, la escuridad de la noche, y el mucho viento, muchas lumbres que se veían, sin poder juzgar con certeza las de los dos navíos, lo dijo así el capitán y que no se podía tomar el puerto. El capitán le encomendó el ánimo y la vigilancia. Hay quien dijo, y se deja bien entender, que pudo fácilmente hacer más diligencias por surgir o entretenerse sin salir de la bahía, y que con sólo la cebadera cazó a popa, diciendo quería ir a abrigarse del morro de barlovento; y también se dijo que se echó a dormir.
Venida la mañana preguntó el capitán al piloto el estado de la nao. Díjole estaba a sotavento del morro: y el capitán, que diese velas porque la nao no descayese. El piloto dijo a esto que eran tan grandes las olas y tan contrarias, que con la proa en ellas se había de abrir la nao, mas que haría sus diligencias. Yo digo que fue grande desavío estar el capitán enfermo, en esta y otras ocasiones, en que los pilotos le vendían el tiempo, y le obligaban a creer cuanto decían, a tomar cuanto le daban, medido como querían. Finalmente, este día, y otros dos, se porfió por entrar en la bahía; los navíos no salieron, el viento no se aplacó, con cuya fuerza y la nao, con poca vela la proa a Lesnordeste, fue desgarrando y perdiendo de tal manera, que nos hallamos distancia de veinte leguas a sotavento de la bahía, y mirando todos aquella alta sierra con pena de no poder llegar cerca della. La isla de la Virgen María cerróse tanto que nunca se pudo ver. Viose la otra de Belén, y se pasó por junto a otra de siete leguas de cuerpo. Es un cerro muy alto casi a forma del primero: púsosele por nombre el Pilar de Zaragoza. Viéronse en ella muchas sementeras, y palmas y otros árboles, y también humos. Dista al parecer de la bahía treinta leguas al Noroeste; fondo a pique y sin puerto. Procuramos con diligencia su abrigo, mas obligados del viento y de la corriente la fuimos dejando, y nos hallamos al siguiente día engolfados y sin vista de tierra.